Apelo encarecidamente a mis tres (3) fieles lectores. Sé quienes sois, porque comemos juntos todos los domingos. Difundid el siguiente texto a los cuatro vientos (os toca un viento y un tercio por cabeza). Recientemente, en una de mis habituales redadas nocturnas en busca de alimentos en semi-buen estado por los contenedores de la ciudad, me encontré con un modesto cuaderno de tapas azules, con manchas de grasa y una serie de traducciones de verbos latinos al castellano durante 16 páginas. Atrapado irremisiblemente en su amena lectura, me encontré con que en la página 17 el apasionante listado mutaba en una suerte de diario pormenorizado de las aventuras de un desconocido congénere. Y aquí es donde requiero de su ayuda: necesito saber quién es el artífice de semejante atentado gramatical, pero que a pesar de todo me ha mantenido atrapado hasta el final de sus desventuras. Aquí les dejo el primer fragmento, pronto, si su anónimo autor no da señales de vida, los siguientes. Gracias por anticipado. (Nota: la casa de la foto es una dramatización de éste, su atento editor)
"16 de septiembre - Hoy es mi último día en el piso, el piso que a partir de mañana llamaré “mi antiguo piso”. Eso es lo que más raro se me hace de todo.
Ya tengo tres “antiguos pisos” (contando este) y tres “ex-novias” (contándola a “ella”). Damián me han recomendado que para olvidarla (a parte de dejar hablar de “ella”, de dejar de pensar en “ella”, de dejar de escribir sobre “ella” y de dejar de llamarla compulsivamente por teléfono para acto seguido colgar) debo dejar el piso que compartía con “ella”. Sin el sueldo de “ella” tampoco me queda mucha más opción, así que he simulado que seguía su consejo, y me he puesto, cabizbajo, a buscar piso.
Le he dicho que quería un piso más pequeño, porque el espacio vacío me recordaría su ausencia. Ahora suena ridículo, pero logré soltar dos lágrimas mientras lo decía.
Corrí la voz entre todos mis conocidos de que buscaba piso, pero tras una semana desalentadora, tomé la decisión de buscar a través de una agencia. Como resultado, acabé alquilando una casa de dos pisos en las afueras, en vez de un apartamento en la zona vieja (siempre he querido vivir en una vieja buhardilla remodelada, y tener una claraboya sobre la cama).
Es una casa de dos pisos, terriblemente amplia y húmeda. Tiene un patio (que cuando el tipo de la agencia me enseñó, estaba lleno de caracoles) con un pequeño gallinero vacío que parece como una diminuta casa abandonada, y una huerta llena de maleza al fondo. El tipo de la agencia y yo compartimos un momento de sincronía cósmica cuando ambos comprendimos, en el mismo preciso instante, que todas sus explicaciones habían dejado de ser una pequeña bendición para convertirse en un gran inconveniente. Cuando le dije que me la quedaba, ninguno de los dos dábamos crédito a lo que acabábamos de oír.
Me prometió que me llevaría un par de deshumificadores una vez me hubiese instalado. No entiendo por qué tendría que mentirme, pues la propuesta fue iniciativa suya, y una vez que yo ya había firmado el contrato. Pero aún así estoy seguro de que nunca veré esos deshumificadores. "
"16 de septiembre - Hoy es mi último día en el piso, el piso que a partir de mañana llamaré “mi antiguo piso”. Eso es lo que más raro se me hace de todo.
Ya tengo tres “antiguos pisos” (contando este) y tres “ex-novias” (contándola a “ella”). Damián me han recomendado que para olvidarla (a parte de dejar hablar de “ella”, de dejar de pensar en “ella”, de dejar de escribir sobre “ella” y de dejar de llamarla compulsivamente por teléfono para acto seguido colgar) debo dejar el piso que compartía con “ella”. Sin el sueldo de “ella” tampoco me queda mucha más opción, así que he simulado que seguía su consejo, y me he puesto, cabizbajo, a buscar piso.
Le he dicho que quería un piso más pequeño, porque el espacio vacío me recordaría su ausencia. Ahora suena ridículo, pero logré soltar dos lágrimas mientras lo decía.
Corrí la voz entre todos mis conocidos de que buscaba piso, pero tras una semana desalentadora, tomé la decisión de buscar a través de una agencia. Como resultado, acabé alquilando una casa de dos pisos en las afueras, en vez de un apartamento en la zona vieja (siempre he querido vivir en una vieja buhardilla remodelada, y tener una claraboya sobre la cama).
Es una casa de dos pisos, terriblemente amplia y húmeda. Tiene un patio (que cuando el tipo de la agencia me enseñó, estaba lleno de caracoles) con un pequeño gallinero vacío que parece como una diminuta casa abandonada, y una huerta llena de maleza al fondo. El tipo de la agencia y yo compartimos un momento de sincronía cósmica cuando ambos comprendimos, en el mismo preciso instante, que todas sus explicaciones habían dejado de ser una pequeña bendición para convertirse en un gran inconveniente. Cuando le dije que me la quedaba, ninguno de los dos dábamos crédito a lo que acabábamos de oír.
Me prometió que me llevaría un par de deshumificadores una vez me hubiese instalado. No entiendo por qué tendría que mentirme, pues la propuesta fue iniciativa suya, y una vez que yo ya había firmado el contrato. Pero aún así estoy seguro de que nunca veré esos deshumificadores. "
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