viernes, 27 de mayo de 2011

:penúltimo exorcismo y alguna cosa más.

Aquí estoy, más de dos semanas después del último post, con todo lo que ha llovido, y sólo para hablar de otra película, como si no hubiesen pasado cosas suficientemente destacables en la vida real como para acercarme al teclado. Tengo que reconocer que toda la combustión de estos días se me escapa, por mi alma de historiador tiendo a analizar las cosas a toro pasado; una actitud cobarde, lo sé, pero tiendo a encontrar más sentido en la geometría de las palabras escritas que en el caos de las acciones. Eso sí, desde aquí todo mi apoyo a todo aquel que esté en acción, moviéndose hacia donde sea.

Y encima estoy aquí para hablar de otra película de exorcismos, que como ya he dicho no son santo de mi devoción. Siento que suele ser más fácil desmenuzar lo que a uno le deja tibio que lo que a uno le apasiona, porque las pasiones son difíciles de verbalizar, de articular; esas las suelo dejar para mi tumblr (el logo con el pajarito lo tienen ustedes en la barra de la derecha, siempre a un clic de distancia), para relámpagos en forma de fotografía, para exabruptos no más largos que una frase. Eso no quiere decir que este blog esté compuesto de referencias que ni fu ni fa, si ustedes son seguidores saben que no; pero a veces el ramalazo criticón me puede y así va la cosa.

Vale, haré un breve recuento de cositas que he engullido estos días, para sentirme un poco menos culpable. Estoy leyendo a muchas mujeres, grandes escritoras que me han reportado muchas horas de placer solitario (ya saben a lo que me refiero): lo último de Amélie Nothomb (o supongo que penúltimo, porque a la velocidad que da a luz esta mujer novelas seguro que ya tiene otra como mínimo), Viaje de invierno, me ha resultado una lectura muy satisfactoria para la playa. En la tumbona, al sol, con el ruido del mar como único acompañamiento, supongo que uno tiende a ser más condescendiente, pero aún así el libro se lee con un entusiasmo que no decrece (gracias al McGuffin de la primera página), con el habitual estilo de Nothomb, esquivando la petulancia a base de frases lapidarias e inteligencia. No suele tener novelas malas esta mujer, pero si las tuviera, ésta no sería una de ellas.

Más: A.M. Homes. Escritora con una buena trayectoria a sus espaldas pero a la que me he acercado ahora. Me he leído un par de libros y sí, muy bien, esta tipa sabe escribir. De hecho sabe escribir muy bien. Nada que pueda añadir yo a los alagos y análisis de las contraportadas de sus libros. Como una especie de Raymond Carver con más frases subjuntivas, esta señora deja en pelotas a la América suburbana. Una América que, sinceramente, no sé si existe o es un mito, pero en su voz suena de lo más verosímil.

Más: no quiero resultar pesado, pero lean ya todo lo que puedan de Joyce Carol Oates. A esta ya me la conocía, pero gracias al éxito de la extraordinaria La hija del sepulturero, se están sacando más libros suyos en castellano. Bienvenidos sean, todos ellos joyas sin escepción de una escritora que está muy por encima de la excelencia, una señora que juega en las ligas mayores. No estoy exagerando: esta mujer es un clásico vivo, y por las fotos, además, tiene pinta de ser una mujer adorable.

Y ahora sí: hablemos de exorcismos. No había yo escarmentado con la muy mediocre La posesión de Emma Evans que me dio por ver otra de chica endemoniada (curioso que casi siempre sean jovencillas adolescentes que comienzan a descubrir la vida y el sexo; quizás esa metáfora ya esté empezando a estar un poco manida. Sólo es una opinión), El último exorcismo. A los mandos de la nave, pues ni idea. El único nombre que me suena de los créditos es el de Eli Roth, productor en este caso, un tipo que disfruta con el género terrorífico y que a mí al menos me hace disfrutar con chorraditas tan graciosas como Cabin Fever o Hostel.

El asunto lo comienzo a ver reticente, pero a los pocos minutos me siento gratamente enganchado a la trama. El formato es de falso documental, con todo lo que ello conlleva: cámara en mano, insertos de entrevistas, apelaciones a la cámara, elipsis mediante el apagado de la cámara... (prometo un texto sobre este subjénero al que le estoy dando vueltas). Debido a la forma y a la temática, uno piensa en El Proyecto de la Bruja de Blair, que no fue el primero en utilizar estos recursos, ni quizás el que logró mejores resultados artísticos, pero sí fue el primero que lo petó y como referente se ha quedado. Pero la película que nos ocupa, aún recurriendo a las formas del falso documental, se permite pequeñas licencias, como el uso puntual de la banda sonora para recalcar momentos de tensión. No busca, pues, una pureza estilística, sino un espectáculo, conseguir una película con ritmo, una película que mole. Y lo logra sin que la tensión decaiga, con una trama modélica pero con sorpresillas, unos personajes carismáticos y con un casting muy acertado... y un retruécano final que te deja con mal cuerpo un par de días.

Ah, ¿qué no saben de que va? Pues va de un predicador de la América profunda, un pelín tramposillo pero bienintencionado, que por circunstancias vitales se ha acabado dedicando, además de a su congregación, a realizar falsos exorcismos por todo el país. Él no cree en las posesiones diabólicas, que considera arrebatos de ignorantes para exteriorizar problemas psicológicos. Así que acepta que un par de personas le acompañen a un último paripé de exorcismo para que lo graben y dejar constancia de su tesis... pero claro (sin “pero” nunca hay película), la cosa esta vez parece más real de lo habitual. Y aquí lo dejo.

El casting, como ya he dicho, muy bueno. Mención especial para la chiquilla endemoniada, que ya da miedo cuando está “normal”, y para el chaval que hace de su hermano, que aparece muy muy poco, pero cuando lo hace transmite muy muy mal rollo.

En resumen, una película modesta, que seguramente pasará desapercibida, pero muy inteligente, bien construída, y que habla de muchas cosas con aparente liviandad (ese retrato de la América profunda es inmisericorde...). Recomendable si te va este palo.

martes, 10 de mayo de 2011

:campo de batalla: la mujer (un par de películas)

Les voy a hablar de un par de películas que he visto recientemente. Se me ocurren un par de razones para incluirlas en el mismo post, como que ambas son de “terror”, o que ambas usan el cuerpo de la mujer como espacio, como ámbito para desarrollar su discurso; pero son excusas vacías: la única razón es que me las he visto el mismo día. Es lo que hay.

Por orden cronológico: I spit on your grave. No me interesa quién la ha dirigido ni quién la ha escrito, fíjense que falta de rigor; ni siquiera me he molestado en ver el film original del que éste es un remake. Me acerqué a esta película de género, que por ambición y resultados bien podría haberme pasado desapercibida, por un par de críticas favorables y por la temática. Michael Haneke. Ya está, ya lo he dicho. De un tiempo a esta parte no paran de salir “nuevas” Funny Games, que ni son nuevas ni son Funny Games. Lo que hizo con esa película Haneke fue darle una vuelta de tuerca a una temática ya antigua. Aportó un tono, una mirada, una pátina intelectual y metalingüística a un tema que ya habíamos visto (y seguimos, y seguiremos viendo) en multitud de películas, normalmente “menores”, normalmente de género. Y I spit on your grave es una película de género, concretamente de ese subjénero de “gente refinada de la gran ciudad contra el depravado de campo”. Este choque de civilización contra salvajismo no sólo tiene notables antecedentes en el terror, sino también en el cine “serio”, como Deliverance o Perros de paja. Y como en éstas, aquí el meollo también está en la tensión sexual, en el sexo como metáfora del enfrentamiento entre normas e instinto; y como en aquellas, aquí la tensión también se resuelve en una violación, aquí larga y sostenida, supongo que insoportable para algún espectador sensible, a pesar de evitar una explictud pornográfica.

La estructura en bisagra de la película hace que toda esta violencia sobre el cuerpo de la protagonista se vea reflejado en la segunda mitad, en que una vengadora casi sobrenatural (como El jinete pálido de Eastwood), espectral, sin piedad, va vengando todas las afrentas de la primera mitad. Ojo por ojo.

La cosa está correctamente construída, no insulta la inteligencia de un espectador medio, la chica lo hace bastante bien y, bueno, quizás el desenlace sea un pelín anticlimático, porque las últimas muertes son un poco descafeinadas en comparación con las primeras (sé que estoy metiendo muchos spoilers, sorry, pero la gracia del invento está en cómo es la venganza, no en que se vengue, que eso ya cae de cajón). Pues eso, que no está mal; pero les recomiendo una sesión doble seguida de “Tucker & Dale vs. Evil”, una maravilla que trata el mismo tema desde una óptica de comedia, como Zombies Party hizo con el género de Zombies.

Y vamos con la segunda, La posesión de Emma Evans. Ya por el título intuímos por donde van los tiros: sí, es una película de posesión diabólica, con exorcismo incluído (el título original es Exorcismus), un género que a mí me deja bastante frío, la verdad. Todos me parecen variaciones de El exorcista, una película que tampoco me marcó especialmente, pero que parece haber dicho todo lo que se podía decir sobre el tema. Me veo esta película, simple y llanamente, porque está escrita por David Muñoz, un profesional al que tuve el placer de tener como profesor en un máster de guión. Aunque su asignatura era sobre diálogo, creo que aprendí más sobre guión en general con él que con la mayoría de los otros docentes. Por eso me duele tanto tener que decir esto: esta película es un truño. La historia es una tontería que ni llega a dar miedo, ni llega a inquietar, ni a calar, ni a interesar... Es difícil empatizar con la protagonista, que desde el principio se muestra como una cría caprichosa y tontita. Su situación familiar, que sobre el papel me imagino tendría que parecernos agobiante, en la película es casi un ideal de clase media-alta, con lo cual su aparente rebeldía, esa lucha por ser “libre”, se nos antoja pueril. Supongo que ese es el mayor problema: cuando las explicaciones llegan, cuando las vueltas de tuerca deberían dejarnos con la boca abierta, sientes que todo ha llegado demasiado tarde, que se nos está dando una información que no nos importa, y además todo resulta más estúpido de lo que uno había imaginado.

En cuanto a los diálogos en sí, tampoco quiero ensañarme demasiado. No sé en qué circunstancias se ha escrito, ya que el rodaje es en inglés, así que no sé si el resultado final es una traducción de una traducción. Lo que sí que no puedo pasar por alto son detalles como presentar a un personaje con esta frase: “¿Cómo está mi hermana favorita?”. Esa explicitud, esa falsedad, ese dar información tan a las claras, tan a la cara, es justo lo contrario, no sólo de lo que debe hacer el buen cine, sino lo contrario de lo que el señor Muñoz nos explicó una y otra vez. Así que no sé si el señor Muñoz es más crítico con la obra de los demás que con la suya, si tenía un mal día, si le destrozaron el guión en el rodaje o qué. Todo son dudas menos una certeza: esta película es mala, muy mala. Véala usted si es muy fanático y completista del tema y le falta esta muesca; los demás, es un consejo de amigo, absténganse. Ah, y hoy en día, todos los coches vienen con airbag.

miércoles, 4 de mayo de 2011

:ja-ja

Es sábado y todas las colas del supermercado son interminables. Todo el mundo lleva los carros llenos. Elijo una cola casi al azar y pienso en cualquier cosa menos en las demás. Me da igual si la mía avanza más o menos rápido que las otras: he hecho un pacto conmigo mismo: no voy a ponerme nervioso, no voy a perder la paciencia, consideraré este tiempo no como tiempo perdido, sino como un tiempo de enseñanza: nunca volveré al supermercado un sábado, nunca volveré al supermercado un sábado.

Cuando se va acercando mi turno veo a la cajera que me toca. Al principio me suena su cara, después la ubico con precisión. Vino conmigo al instituto. Se llama Begoña. La recuerdo perfectamente: fuimos juntos en segundo y en tercero, y en un par de optativas de C.O.U. Recuerdo dónde se sentaba en clase, recuerdo a una amiga con la que iba a todas partes, como si fueran siamesas, recuerdo un par de cruces de miradas que tuvimos y que yo creí significativas pero que nunca llegaron a ninguna parte fuera de mi cabeza.

Mi mejor amigo estaba colgado de su siamesa, así que yo tenía, en cierto modo, una obligación contractual con Begoña, aunque no me atraía demasiado. Los cuatro juntos camino a la clase de gimnasia, mi amigo y la siamesa en su mundo de susurros y risitas. Yo hago un comentario sin gracia por romper el silencio y Begoña suelta una risa sarcática, despiadada, un ja-ja que me destroza por dentro y que me hace odiarla y seguir odiándola hasta el día de hoy.

Se ha formado una cola detrás de mí, demasiado tarde para cambiarme de caja. Pienso en simular que me he olvidado algo, pero ya no hay sitio por donde salir con el carro. Estoy encajonado, no me queda otro remedio que pasar por esto lo más rápido posible.

Ella ha cambiado bastante, o no ha cambiado nada en absoluto; no sé. Simplemente es la versión treintañera de la adolescente que conocí. Y yo soy una mezcla entre mi yo de entonces y mi padre, un estadio intermedio, como a medio hacer. Por dentro sigo siendo exactamente igual. La experiencia es un mito, sigo igual de desamparado y de tonto, como si todo me sucediese por primera vez cada vez.

Llega mi turno. Evito su mirada pero la miro, saluda mecánicamente, mira el contenido que he sacado de mi carro y saca un número de bolsas acorde y comienza a pasar los productos por el lector de códigos. Alguno se le resiste y teclea números. En ese momento me doy cuenta de que no llevo efectivo, de que tendré que pagar con tarjeta, de que cotejará mi nombre en el carnet. Si no ha visto mi cara, si no me ha reconocido, quizás sí recuerde mi nombre. Miro su nombre en la tarjeta que lleva en el pecho: Le atiende Marta. Pero ella es Begoña, a esta distancia estoy seguro al cien por cien. Hasta sus manos son iguales, sus gestos, su respiración, su desinterés es el mismo. Quizás la tarjeta no sea de ella, o la camisa no sea de ella. Quizás está haciendo una sustitución de última hora, no sé, desconozco los entresijos de un supermercado.

Mira mecánicamente mi carnet y pasa la tarjeta por la ranura. Me dice que tengo que introducir el pin y aparta la mirada con discreción profesional. Todo acaba en escasos segundos. Estoy al otro lado del arco, con mi cartera en el bolsillo y las bolsas cargadas en las manos. Me marcho sin mirar atrás, pero siendo consciente de que estoy evitando mirar atrás.