lunes, 29 de junio de 2009

:mayorías

Es pura lógica demográfica: para que una obra se convierta en best-seller tiene que leerla la gente que lee pero, sobre todo, tiene que leerla la gente que no lee. A estas mayorías no consumidoras de cultura están dirigidas las campañas publicitarias culturales masivas: tratan de que gente que no va al cine vaya al cine, tratan de que gente que no compra discos compre un disco, tratan de que gente que no lee libros lea un libro. Como en política, lo importante es conformar una mayoría significativa.

“El número de espectadores y los récords de taquilla se habían convertido en herramientas de márketing porque, como dice Spike Lee: La gente va a ver las películas según el dinero que están recaudando.” Peter Biskind.

Todavía es posible, en el panorama actual de diversificación cultural, conseguir un producto masivo, aunque para ello haya que apelar a la especificidad del producto, aunque haya que convencer a cada consumidor de que es un elegido, parte de una elite cultural.

“Esencialismo blockbuster: el uso publicitario de criterios antimodernos en el contexto de una estrategia de venta de productos culturales.” Eloy Fernández Porta.


En la portada del best-seller de esta temporada encontramos estos términos antagónicos: “Trilogía de culto” versus “23ª edición”. ¿Se pueden conjugar ambos conceptos referidos a un mismo producto? ¿Puede considerarse a los Beatles un grupo de culto? La intelligentsia parece responder afirmativamente:

Perdidos ha conseguido conjugar dos hechos que deberían excluirse mutuamente: ser una serie de culto y tener predicamento entre el mainstream, el público masivo.” Inés Muñoz Martínez-Mora; El País.


Ese juego de paradojas no es nuevo. Recordemos aquel slogan para la cadena “minoritaria” de TVE:


“La 2. Para una inmensa minoría.”


En el fondo es puro snobismo; una actualización de la sociedad de clases trasladada a la sociedad de consumo: la cultura como club privado pero, ojo, se admite a la chusma hasta rentabilizar gastos. Lo que éstos y aquellos vienen a decir es: sea usted especial, exactamente como todos los demás. La misma dicotomía que nos asalta en la adolescencia, que nos empuja a formar parte de la manada y al tiempo buscar nuestra identidad diferenciadora.


Todavía parecemos imbuidos del espíritu escolástico medieval, una época donde la cultura y el conocimiento estaban recluidos entre los muros de monasterios y universidades a los que sólo podía acceder una elite moral, social y económica, valga la redundancia. Todavía hoy creemos que la VERDAD está encerrada entre las tapas de un libro, de cualquier libro. Así que es bueno leer libros, leer a toda costa, leer lo que sea.

“La cultura es en primer lugar una cuestión de orientación. Ser culto no consiste en haber leído tal o cual libro, sino en saber orientarse en su conjunto, esto es, saber que forman un conjunto y estar en disposición de situar cada elemento en relación con el resto. El interior importa aquí menos que el exterior, o, si se prefiere, el interior del libro coincide con su exterior, pues lo que cuenta en cada libro son los libros adyacentes.” Pierre Bayard.

La opinión sobre literatura de personas que leen un (EL) libro al año debería tener para nosotros tanto valor como la opinión de la Conferencia Episcopal sobre métodos anticonceptivos: ninguno.

“¿Que cómo se distingue un buen cuadro de uno malo? (...) Lo único que tienes

que hacer es contemplar un millón de cuadros, y entonces no podrás equivocarte jamás.” Kurt Vonnegut.

En resumidas cuentas:

“Don´t believe the hype.” Public Enemy

martes, 23 de junio de 2009

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [66]

30 de noviembre - Damián no me contesta ni en casa ni en el móvil, que primero está apagado o fuera de cobertura y a partir de las siete de la tarde tiene el buzón de voz conectado. Después de la tormenta de ayer, hoy hace calor como de final de verano, con mucha humedad y sonidos selváticos. Los animales todavía no se fían; les llevará un par de días retomar la normalidad. A nosotros nos va a llevar un poco más. Tipos del ayuntamiento están recogiendo los desperfectos, las tejas, cristales, farolas y ramas que salpican la calle; las reparaciones vendrán después. Me cruzo con un par de vecinas al volver de comprar el pan y cotilleamos un poco: nuestro barrio de viviendas unifamiliares de clase media/media-baja no es una prioridad para el ayuntamiento. Los operarios, dicen, sólo se han pasado por aquí a despejar la carretera para que pueda circular el tráfico. Sin embargo, la tubería rota ha dejado a media acera sin agua (unas treinta casa, unas cincuenta personas, lo mismos que viven en un par de edificios del centro), y no han hecho nada al respecto. Eso evidencia sus prioridades. Mis dos vecinas no cuentan con que se presenten los del agua hasta dentro de dos o tres días. No me atrevo a preguntarles como se las van a arreglar sin agua hasta entonces.
Damián sigue sin contestar. Él y yo éramos inseparables de niños, cuando el hecho de vivir en casas contiguas es motivo suficiente para ser los mejores amigos. En la primera adolescencia era imposible vernos por separado; teníamos chistes privados, utilizábamos las mismas muletillas, terminábamos las frases del otro. Comenzamos a interesarnos seriamente por el cine: íbamos a ver dos películas por semana y nos gastábamos el resto de la paga en el videoclub; grabábamos cortos con la videocámara de su padre, y hasta hicimos una revista de cine durante una época, con críticas de las películas que habíamos visto esa semana (como todas se llevaban cinco estrellas, tuvimos que inventarnos una sexta para distinguir las películas que realmente nos habían gustado), fotos que sacábamos de la guía de la tele y la sección de noticias que recortábamos del boletín del videoclub; esto lo fotocopiábamos y se lo vendíamos por diez pesetas a nuestros padres, al abuelo de Damián y a Roge, un compañero de clase con un ligero caso de hidrocefalia.
Recuerdo que hasta le lloré a mi madre un año que nos tocó en clases separadas hasta que fue a hablar con mi tutora. Nunca le pregunté que pasó en esa reunión, pero nos mantuvieron en grupos distintos. Por esa época, los catorce años, nos comenzamos a distanciar, no sólo físicamente: sus padres se divorciaron y Damián se fue a vivir con su madre a un piso al final de la calle, al otro extremo de un abismo de ciento cincuenta metros; al mismo tiempo, empezaron a gustarle seriamente las chicas y les dedicaba todos sus esfuerzos y tiempo. Como a mí todavía no me volvían loco, podía observarlo con cierta objetividad analítica: la adolescencia le sentó mal a Damián, los rasgos le crecieron descoordinadamente y sufrió un grave caso de acné. Con una nariz como un pepino y la cara, literalmente, supurando sangre y pus, lo único que logró con las chicas guapas del instituto fue ser su recadero. Lo más parecido por aquellos tiempos a tener un amigo gay. Comencé a mirarlo con superioridad moral cuando nos saludábamos por los pasillos, yo, que había descubierto los placeres de la nouvelle vague y el ajedrez.
Acaba de llamar a la puerta un tipo del ayuntamiento para hablar conmigo (parece ser que alguien le ha dado mi nombre y me habla como si yo fuese un representante vecinal. Yo le digo que yo no soy en realidad yo, que soy mi compañero Emilio G.R. pero que puede contarme lo que venía a contarme a mi). Es un tipo gordo, afeminado, con un color de piel como de genitales de tanto solarium. Me da una tarjeta, se llama Mónico. Se sincera conmigo a media voz y después de mirar a los lados con suspicacia: el ayuntamiento (ese ente abstracto y corrupto que se ha dedicado los últimos ocho años a construir parkings privados) está sobrepasado y se ha visto obligado a subcontratar las reparaciones de nuestra zona, un barrio construido originariamente por el sindicato de electricistas y que siempre ha mantenido una relación tensa con el poder municipal. Como si me estuviese hablando en chino. Mónico está apretando para que nos cambien la tubería cuanto antes. Me promete que pasado mañana a lo sumo. Le pregunto cómo nos las vamos a arreglar sin agua dos días y, tras un silencio, me dice que verá lo que puede hacer. Le doy mi teléfono y promete llamarme para darme una solución esta misma noche. Emilio, me dice, confíen en mí.
Después del instituto, Damián se fue a estudiar a Madrid a una universidad privada el equivalente en universidad privada de Empresariales, algo así como Dirección y Gestión Empresarial. Tras años sin vernos me lo encuentro en nuestro colegio electoral como interventor de un partido político al que nunca le votaríamos ninguno de los dos. Ambos seguimos empadronados en nuestras casas maternas por motivos fiscales aunque ninguno de los dos vivamos ya allí. Damián se afilió a ese partido (Pelanduscas Portuarias) por motivos pecuniarios. De repente, llegados a cierta edad, todo tiene que ver con el dinero.
Intercambiamos teléfonos como quien se da la mano, pero unas semanas después me llama para ofrecerme un trabajillo de un par de días. Como no tengo nada mejor que hacer, acepto. Quedamos para tomar una cerveza y me lo explica (ya no recuerdo de qué trataba, da igual), y nos ponemos al día en lo que acabará por convertirse en una costumbre: él me cuenta sus correrías sexuales más recientes (que bordean la leyenda), y yo mis paranoias y cuitas de pareja, según esté en ese momento viviendo solo o en pecado.
Por fin me contesta al teléfono. Le digo que si puedo pasarme por su casa para darme una ducha, que estoy sin agua y tengo hasta las sangraduras de los brazos irritadas de tanto sudor. Después de ducharme nos apoltronamos en el sofá, compartimos un canuto y un par de cervezas y Damián me cuenta que anoche acabó enrollándose con una tía (ni Lucía ni ninguna de nuestras compañeras: otra) pero lo que creía que era un condón en el bolsillo acabó siendo una toallita aromática para las manos que cogió en un stand de la feria, con lo que se acabó corriendo en las tetas de la tía y pasándole después la toallita.
Yo no le digo que llevo días sin dormir porque no puedo dejar de pensar en Z. No es que a lo largo del día, sumado el tiempo total, le dedique mucho tiempo tangible a pensar en Z; pero sí se me presenta continuamente, apenas un segundo, una imagen que se repite a intervalos, como si estuviese intentando salir de un laberinto y me diese de bruces con el mismo callejón sin salida una y otra vez.
le digo que ayer follé con Rafaela y que justo le bajó la regla y que su compañera de piso está como un cencerro. No para de reírse mientras va a la cocina y vuelve con dos cervezas más. Me pide que le cuente qué soñé hoy; no sé por qué le tranquiliza tanto oír mis sueños, pero parece un niño escuchando un cuento antes de dormir. Para salir del paso le repito mi sueño recurrente de los interruptores, que tanta gracia le hace: me levanto sigilosamente todas las noches y me como los interruptores de la luz de la casa. Al intentar arrancar el del timbre de la puerta lo hago sonar y despierto a toda mi familia, que descubren así que el causante de las misteriosas desapariciones de interruptores era yo y no un ratón, teoría que manejaban hasta ese momento.
De vuelta en casa escribo esto mientras oigo al vecino hablando solo; y después no sé si se ríe o si está llorando.

lunes, 8 de junio de 2009

:el punto cero

El World Trade Center era, cuando estaba en pié, un símbolo del capitalismo imperialista norteamericano tan perfecto que ni unos tipos tan prosaicos como los talibanes lograron resistir la tentación de derruirlo. En primer plano aquello fue un horror, evidentemente, pero un horror cargado de simbolismo, de poesía: la caída de las Torres Gemelas fue una metáfora perfecta.
Al pueblo americano no sólo se le vetó la imagen real del horror, sino que durante un tiempo se les privó de la metáfora, imposibilitando la comprensión de lo ocurrido y con ello la curación de la herida. El trailer de adelanto de Spiderman (2002, Sam Raimi) mostraba al héroe arácnido usando las Torres Gemelas como asidero para su tela de araña, en la que quedaba atrapado el helicóptero de los ladrones-malos. El trailer, y su correspondiente secuencia en la película, se quedaron en el limbo tras los acontecimientos del 11-S. La herida todavía supuraba.
En la cultura norteamericana todo es espectáculo, todo es narración, y no se tardó en asimilar el horror real e integrarlo en el discurso, no se tardó mucho en devolver el carácter simbólico a las torres: si erectas eran un símbolo del status quo, su caída significó EL cambio. Cualquier narración distópica, cualquier universo ficticio paralelo se podía servir de ese acontecimiento, de ese vórtice espacio-temporal en que se convirtió el 11-S, conjunción de zona cero + minuto cero; cualquier imagen de las Torres en pié se convierte en un nudo gordiano narrativo en torno al que distribuir tensiones, poderes, hipótesis... todo parece posible cuando la sombra de las Torres todavía es alargada.
En su carrera por volver al imaginario colectivo, en primer lugar se realizaron documentales sobre los acontecimientos reales (comprensión), después ficción sobre el 11-S (recreación), y ya por último fantasías donde el World Trade Center juega un papel simbólico (variación). Con éste último estadio, los acontecimientos del 11-S son por fin asimilados, superados, al ser convertidos en materia metafórica, simbólica: las Torres se convierten en elementos gramaticales, en iconos.
En el cómic Ex Machina (2005, Brian K. Vaughan y Tony Harris), un superhéroe de segunda categoría, Mitchel Hundred, con el poder de “hablar” con las máquinas, consigue acceder a la alcaldía de Nueva York tras convertirse en un héroe nacional al lograr que el segundo avión no impacte contra la segunda torre.
En el episodio que cierra la primera temporada de Fringe (J.J. Abrams y secuaces, 2009), la agente Olivia Dunham accede a un universo paralelo escalofriantemente similar al nuestro, cuyas diferencias nos son presentadas en una secuencia breve pero significativa: sobre una mesa, un periódico nos muestra al presidente Obama (es decir, estamos en el presente), pero cuando la cámara se aleja de nuestra protagonista vemos que está en, sorpresa, una de las Torres Gemelas.
Si la Estatua de la Libertad defenestrada era la imagen perfecta para cerrar El Planeta de los Simios, las Torres Gemelas intactas se han convertido en este siglo en el punto de inflexión idóneo: resultan más terroríficas, más desconcertantes las Torres en pié de lo que lo fue la Estatua de la Libertad hecha pedazos. El valor simbólico de ésta ha perdido todo su valor: la única libertad que queda es la del libre mercado.
Y todo el revuelo, insistimos, por su valor simbólico: el punto más elevado del centro mismo del imperio. Qué desangelado, en comparación, nuestro Desastre Nacional: túneles de metro, teléfonos móviles, mochilas abandonadas, furgonetas Kangoo... nada con lo que poder construir una épica como Dios manda. Mientras la vida norteamericana se parece a la épica de John Ford, la española parece sacada de una comedia negra de Azcona.
El paso definitivo en la asunción del desastre es el poder reírse de ello. Pero, ¿se ha atrevido la industria del entretenimiento norteamericana a reírse, si no DE aquello, sí al menos CON aquello? La respuesta es un rotundo; un par de ejemplos:
Padre de Familia: la satírica e iconoclasta serie de animación se dedica a hacer gracias sobre el 11-S en su séptima temporada (2007) en, prácticamente, episodio sí episodio no. Nos quedamos con una gracieta del 5º (Meet The Quagmires): Peter y Brian viajan atrás en el tiempo hasta 1984. Brian intenta ligar con a una tipa en un bar, pero ésta le advierte que tiene novio; y de hecho éste se presenta con ganas de gresca:
Novio: Voy a darte una paliza dónde quieras y cuándo quieras.
Brian: Vale, ¿qué tal en la terraza de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 a las 8 de la mañana?
Novio: Allí estaré. Crees que lo olvidaré, pero no.

En United States of Tara (temporada 1, episodio 3), encontramos otro chascarrillo, aunque más sutil (de mejor gusto, que dirían otros):
Kate, la hija adolescente de Tara, entra como camarera en una cadena de comida rápida, Barnabeez. El gerente la lleva a su despacho en un descanso de su jornada de aprendizaje. Allí, con aire confidente, saca un tuperware de debajo de su mesa y le muestra a Kate lo que hay en su interior: una visera de Barnabeez polvorienta. Ante el desconcierto de Kate, él le explica que trabajaba en la sucursal junto a la Zona Cero cuando “ocurrió aquello”. Consternada, ella le pregunta cómo fue.
-Fue un horror. Yo estaba en Florida cuando recibí la llamada. Estaba visitando a un amigo de la escuela de administración, y alguien consiguió rescatar esto para mí.

En apenas un lustro, como vemos, el pueblo norteamericano ha pasado de cerrar los ojos a reírse del asunto, demostrando que quizás sea una sociedad más sana y progresista de lo que creemos desde la cínica y resabida Europa. Al menos la minoría que consume estos productos culturales. Recordemos que en la socialista España de los noventa se retiró de las tiendas el cómic de Vuillemin Hitler=SS y se llevó a juicio a sus editores, porque hacía chistes sobre el exterminio judío. Hablando de talibanes...

sábado, 6 de junio de 2009

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [65]

Me pregunta quién ha lavado los platos, que como frase de apertura desconcertante se merece diploma olímpico. Le respondo que los he lavado yo, aun entendiendo que es una pregunta lapa. Se pasea de un lado a otro del salón, como midiendo la alfombra. Me explica, gritando a susurros, que no debería haberlo hecho. La historia viene de antiguo, ya nadie se acuerda de cómo empezó: una guerra por cada metro cuadrado, por cada palmo del piso entre Trini y ella, un piso de renta antigua, bien situado y espacioso. Trini, a priori, tiene todas las de ganar porque es la nieta de la casera, así que se dedica a hacerle la vida imposible a Rafaela. O esa es su versión. Uno de los principales campos de batalla es la cocina, concretamente el fregadero. Ninguna lava los platos de la otra, y cuanta más mierda logren acumular, cuantos menos cacharros limpios haya y más difícil sea llevar una vida normal, mayor es la victoria. Así que con el tiempo cada una ha ido formando una pila privada de loza, a modo de reserva, que yo he mandado a la porra en unos minutos de estúpido furor higiénico.
Le digo que lo siento sin la menor convicción, porque lo único que siento es seguir todavía allí; y no porque crea que estén más locas que la media, aunque de hecho lo estén: toda vida captada in media res parece una locura; lo único que quiero es volver a mi vida, a mi casa, a mi locura.
De mi lista Ventajas de Coito/Masturbación, a favor del primero (ventaja número 6): está mejor visto socialmente; a favor del segundo (número 4): no tienes que hablar con nadie.
A esta incomodidad de raíz ontológica se suma otra física: una resaca de tres pares de narices. Sólo ahora que he logrado dormir un rato me abrasa como veneno recién inoculado, como si dormir fuese una condición sine qua non para dejarme el estómago hecho añicos y la masa encefálica palpitante. Rafaela se me presenta ahora como un ser mitológico menor, de los que sólo salen en los compendios exhaustivos y sólo como nota al pie; un ser de anatomía escasa y en su mayor parte hueca para aumentar la resonancia de su voz, porque vociferar parece ser su única función e irritar y herir el único resultado de sus gritos. Leyendo entre líneas comprendo sus bramidos ayer en plena faena: quería molestar a alguien que creía en el piso pero que no estaba porque, quizás, sabía que ella estaría acompañada y planeaba molestarla.
Sea como sea, repetidas mis disculpas y sus refunfuños, puestas sobre la mesa mis buenas intenciones, ella decide perdonarme con un beso que huele a fondo de despensa. Me invita con un brillo en los ojos a esperarla mientras se toma una ducha. Luego me toca a mí pero le digo que tengo prisa, que me he dejado las contras abiertas y temo encontrarme la casa inundada. Enciende el calentador con tres movimientos entrenados y se mete en el baño. Me muero por un zumo de naranja pero no encuentro por ninguna parte un exprimidor, así que me como la naranja cortada en dos e inauguro la nueva pila de loza sucia con un cuchillo y un vaso. Mi aportación a la nueva era.
Cuando nos despedimos, ella me pide mi correo electrónico, una forma elegante y moderna de decirme hasta nunca. Le soy sincero, porque en este caso no salgo ganando mintiendo: no sé si mi correo seguirá operativo, no lo consulto desde hace meses (desde que me quedé sin trabajo, concretamente). Así que decidimos inventarnos uno sobre la marcha, uno tan concreto respecto a nuestras circunstancias que sepamos fehacientemente que no estará cogido. Yo propongo “pisamierdas_con_ositos_de_ganchillo”, pero convenimos en que es demasiado largo. No recuerdo por cuál nos decidimos al final. Qué más da.Al llegar a casa me muero por una ducha pero los dioses son crueles conmigo una vez más: aunque mi casa está ilesa, a la del vecino se le ha caído una higuera de la huerta encima; una higuera cuyas raíces han destrozado la tubería del agua. Los del ayuntamiento han venido a cortar la higuera y les he preguntado cuando volveremos a tener agua. Me han dicho que probablemente mañana, pero que no prometen nada porque hay muchas averías por toda la ciudad. Me pica todo y tengo que lavarme la punta de la polla con una botella de agua mineral.

martes, 2 de junio de 2009

:via Chicago

Todavía estoy en una nube. Tremendísimo concierto el de ayer de Wilco. Escuchando los discos uno comprende que Jeff Tweedy elabora una narración compleja con cada uno. No son discos conceptuales, sino que la estructuración de las canciones siguen un orden lógico, hay una intencionalidad detrás. Visto lo que ocurrió ayer sobre el escenario, hemos podido comprobar que el bueno de Jeff también elabora (que no recrea) un historia musical cada noche, en directo, para quien quiera escucharlo. Y eso, para un servidor, lo sitúa por encima de TODOS sus contemporáneos. Eso, entre otras cosas, sitúa a Wilco como el mejor grupo de rock actual (estoy dispuesto a discutir en la calle con cualquiera que niegue esta evidencia).
Otras razones:
1. Tienen al mejor compositor actual, Tweedy, con lo que tienen las mejores canciones.
2. Tienen al mejor batería actual, Glenn Kotche. Recuerden que el rock es básicamente ritmo.
La historia que nos contaron ayer comenzó con una descomposición del rock y del country y de toda la música analógica americana del pasado siglo; algo muy hermoso de presenciar, un equilibrio precario entre el ruido y la melodía, donde siempre se mantuvieron sobre el alambre. Como un animal descomponiéndose sobre el circuito de un ordenador, uno, por momentos, no podía distinguir si lo que veía era natural o artificial.
A mitad de camino, con las cuerdas engrasadas por el sudor, cambiaron de rumbo con una Impossible Germany memorable, que puso al público de pie (porque estábamos sentados) y levantó la primera ovación de la noche. Siguió un paseo por el rock de guitarras reminiscentes de todos los grandes, desde lo Stones a los Allman, una época en la que un grupo podía tener tres guitarras y que cada una tuviera un sentido y un espacio; y lo convirtieron en algo vivo y actual a base de una convicción y un talento que los aleja del refrito nostálgico, de los meros recreadores.
Para el primer bis, intensidad. Para el segundo, fiesta: preguntas y respuestas con el público, y duelo (literal) de guitarras.
Lo que ocurrió delante de nosotros, repito, fue hermoso. Nos enseñaron el cadáver del rock descomponiéndose en la oscuridad, para después verlo resucitar trayendo una buena nueva: todos estamos salvados. Rock’n’rolla Aleluya, bro!!!

lunes, 1 de junio de 2009

:mi primer cómic chispas

Se comenta en foros del ramo y afines la paradoja de que se siga considerando al cómic como un medio infantil a pesar de que ya no se editen comics para niños. Sólo hay que pasarse por una librería especializada y ver el paisanaje que allí se reúne, y que ronda más bien la treintena (por arriba). La siguiente generación, adolescentes y postadolescentes (reales, no sentimentales), me temo que ya está perdida para la causa, así que de nosotros depende, padres, padrinos y tíos, que la chiquillería de hoy sea el lector (y comprador) del futuro, que haya un relevo generacional y el medio no acabe languideciendo entre sesentones cebolletas. No dejemos que el tebeo muera, no lo convirtamos en una zarzuela segunda parte.
Si los libros para niños parecen estar pasando por una edad dorada (se produce mucho y muy bueno, florecen las editoriales especializadas), por qué no los tebeos también, digo yo. Y los de Bang editorial debieron de pensar lo mismo, porque se acaban de sacar de la manga una colección, Mi primer cómic, destinada a estos lectores primerizos (a partir de 3 y a partir de 6 años). Son obras que, por lo poco que sé de pedagogía, se adecuan en temática y formato a lo que estos enanos necesitan; es decir, se aprecia un estudio previo, no son obras caprichosas ni coyunturales. Me parece una iniciativa lo suficientemente seria, arriesgada y loable como para que le echemos una mano. Yo por mi parte ya he regalado el de La caca mágica (muchas tardes viendo Dr. Slump me han refinado el gusto, qué le voy a hacer). No sé que dirá Simón, pero yo digo: ¡a comprar!