jueves, 24 de junio de 2010

:día libre

Todavía recuperándome de una gripe veraniega, recociéndome en mi propio sudor, el día libre, y de rodríguez, se me ha pasado como un chispazo de baja intensidad.

Echándole un ojo a unos episodios de Party Down, serie graciosilla que les recomiendo desde aquí. Unos actores en estado de gracia (siempre he querido escribir esto) poniendo cara e histeria a unos personajes memorables (un ex-actor promesa, una madre-agente de hija actriz adolescente, un actor tonto, valga la redundancia, un escritor hard-sci-fi frustrado...) y unos guiones con más mala leche de lo que pueda parecer a simple vista. Grandes las frases de remate, por cierto.


Se me olvidaba decirles de que va: los protagonistas trabajan en un servicio de catering más bien desastroso. Cada episodio es un día de trabajo. Así de sencillo, y así de complejo lograr que la cosa no se vuelva repetitiva y que las tramas generales (la amorosa, la de redención...) se imbriquen a la perfección en cada uno de los eventos a los que dan servicio.

Entre otras cosas (como la autobiografía de Ring Lardner Jr., uno de los diez de la lista negra de Hollywood, con la que espero extenderme en un futuro), me he leído 2000 años de cine, la nueva aventura de Mostrenco y Che-Qué-Loco, a.k.a. Jordi Costa y Darío Adanti, después de poner a Amenábar en su sitio. La cosa va de celebrar los 2000 números de la revista Fotogramas, pero en la práctica es una locura que parece el resultado de dejarles a los hermanos Marx una máquina del tiempo y libertad para usarla. A Costa se le va la mano con la verborrea, una prosa premeditadamente florida y barroca que deja a Alan Moore a la altura de un adolescente balbuceante. La narrativa de Adanti es un poco confusa, quizás el formato sea demasiado pequeño para sus abigarradas viñetas, una suerte de Bosco en ácido con nociones de Photoshop. A pesar de todo, tiene grandes momentos (las apariciones de Ridley Scott o de un pasadísimo James Cameron, por ejemplo) y te ríes un rato a poco que te lo propongas.

Me he encontrado con esta preciosísima portada de Richard McGuire (hace no mucho ya loamos las muchas virtudes de su obra y expresamos nuestra más sincera admiración por ella) para el New Yorker. Aquí la dejo, simplemente para subir el nivel gráfico de este blog.


También he estado escuchando los viejos discos de la edad dorada de Mott the Hoople (más o menos del 69 al 74). Que grandes eran los muy cabrones. Enlazo aquí un par de canciones, las únicas que aparecen en el goear, las dos más tópicas. Pero dos grandes canciones, vive dios, esto es, Ian Hunter.



¿Que qué más he hecho?

Pues me he dado un baño, que ya hacía tiempo (no sean mal pensados, normalmente me ducho), me he comido unas cerezas del bierzo que estaban buenísimas, y ahora estoy escribiendo esto.

Suyo, afectísimo:

T.

martes, 22 de junio de 2010

domingo, 20 de junio de 2010

:safari fotográfico #3

(Especial "Mujeres con carteles")



sábado, 19 de junio de 2010

:hilo conductor

Leo una reseña en el blog de Hernán Migoya del cómic (ups, novela gráfica) Migrador Nocturno, de Salvador Sanz.

Reconozco que se me había pasado por alto entre el alubión de novedades.

La crítica me convence lo suficiente como para comprarlo y leerlo.

El dibujo bien, gracias: detallista, dinámico, con el grado justo de realismo.

La historia: bien contada. Mezcla un poco de la nueva carne de Cronenberg con la de Burns, más atávica ésta, más ancestral, más primitiva. Tiene también algo de japonés: de romper unos límites que uno apenas intuía que existían hasta que ve los jirones desperdigados por el suelo.

Lo del mago, sé que es cosa mía, me deja frío: los magos sólo me entran con comedia, Tamariz o Woody Allen. Los magos serios y trascendentes me dan risa. Risa de la mala, se entiende.

Dice Migoya que el cómic no suele ser un buen medio transmisor del terror. Estoy de acuerdo con él. Pone como excepción este cómic, y ahí ya no sé si estoy tan de acuerdo.

Fui previsor: hoy estoy solo en casa (de maculi, que diría un amigo) y, como con los años me he vuelto un miedoso que ya no es capaz ni de ver Cuarto Milenio, me lo he leído a plena luz del día. Con el ruido de fondo de niños jugando en la plaza y de sus padres terraceando, tenía una salida de emergencia por si la cosa se ponía intensa.

Pero no ha llegado la sangre al río.

Me sigo quedando con la Cosa del Pantano de Moore, donde además de podredumbre y ciempiés había ideas que te hacían girar el cerebro como una peonza.

Aquel tipo en el infierno, que cree llevar siglos de sufrimiento y torturas hasta que le explican que todavía es un recién llegado. Y su grito de terror.

No es lo que muestran los cómics (ahí nos gana el cine), no es lo que sugieren (ahí nos gana la literatura), es por las ideas: el cómic como partitura, como esquema, como manual de instrucciones, como mapa de coordenadas.

Interesante, de todas formas, este Migrador Nocturno (muy buen título, por cierto). Efectivamente, Hernán, el epílogo es una patochada que a mí tampoco me convence.

Este Salvador Sanz, además de cómics también hace cine.

Aquí pueden ver, en dos partes, una y dos, un corto suyo, Gorgonas, que parece ser que ganó el premio al mejor corto de animación en la Comicon de San Diego del 2005, que me tiene pinta de ser como una feria de muestras de maquinaria agrícola, pero a lo bestia y con tebeos en vez de tractores.

Atentamente:

T.

viernes, 18 de junio de 2010

:Capturado, una novela de Neil Cross

Tenía muchas ganas de meterle mano a este libro. Buenas referencias lo avalaban. Aprovechando un jueves libre me lo he leído de un tirón, como debe hacerse con este tipo de thrillers para disfrutarlos como es debido.

“Kenny escribió la lista porque se estaba muriendo”. Esto no es un spoiler, es la primera frase del libro. Esto promete una carrera contrarreloj y es lo que ofrece. No puede ser de otra forma.

Mamet, en alguno de sus libros, habla de tres preguntas que el escritor debe de tener presentes a la hora de escribir cada secuencia (él hablaba de guionistas, pero vale perfectamente para novelistas). Cito de memoria:

  1. Qué quiere A de B.
  2. Qué pasará si no lo consigue.
  3. Por qué ahora.

Esta última cuestión es, quizás, la que menos se suele tener en cuenta. ¿Por qué ahora y no en otro momento? ¿Por qué ahora y no mañana? Con la muerte a la vuelta de la esquina, nada se puede dejar para mañana.

Con un principio similar a esa otra maravilla que es Breaking Bad, al protagonista de la novela se le diagnostica un tumor cerebral terminal. Unas semanas de vida a lo sumo. El bueno de Kenny, como ya hemos dicho, hace una lista. En ella escribe los nombres de las personas a las que cree haber fallado, cabos sueltos, historias inconclusas.

Una de esas personas es Callie Barton, una compañera del colegio que se portó bien con él cuando era víctima de las burlas de todos los demás. Pero Callie ha desaparecido misteriosamente hace cuatro años, y tratar de dar con ella va a meter a Kenny en un lío de considerables dimensiones.

Cross hace gala de un estilo conciso y cortante. Va al grano sin florituras, buscando los recovecos más reveladores, y normalmente menos favorecedores, de cada situación, de cada personaje. Un estilo al que ha despojado de todo ornamento superfluo, de una sencillez casi matemática que le va de perlas a esta historia de tramas que se entrecruzan hasta confluir en una vía muerta.

Este maravilloso y claustrofóbico relato nos habla de la imposibilidad de volver al pasado, del poder de la memoria y de muchas otras cosas trascendentes, mediante un thriller highsmithiano sobre que pasa “cuando las buenas intenciones se tuercen”, como bien lo describe Sean O. Brien.

No dejen de leerlo.

P.D.: ganas tengo ahora de verme la primera temporada de Luther, una serie creada por el propio Neil Cross, y que en algunos foros ya tildan de obra maestra.

Primeras páginas en un PDF para que se hagan una idea.

Vídeo en el que el propio autor habla de la novela.

jueves, 10 de junio de 2010

:Going All The Way de The Squires

1. Pongámonos en situación: a mediados de los 60 los músicos británicos, inspirados principalmente por el R’n’B y Rock’n’Roll norteamericanos, les devuelven la jugada a los yankees con la famosa British Invasion, una relectura de aquellos sonidos hecha en caliente y con desparpajo por jovencitos blancos y apasionados. La cosa cuajó y, paradójicamente, hizo que sus referentes se volvieran caducos, dinosaurios de una era evolutiva superada. Los peinados Príncipe Valiente, los trajes entallados y los botines de tacón cubano sustituyeron a los tupés engrasados, los jeans gastados y las botas de motorista en las preferencias de la chavalada.

Los adolescentes americanos pasan de idolatrar a los Elvis y compañía, unos vejestorios que ya encaraban la treintena, por los nuevos grupos venidos de ultramar. Importante detalle: ya no sobresalen figuras individuales, sino agrupaciones, conjuntos de amigos que logran un sonido único e intransferible debido a la propia conjunción de los elementos que confluyen en la mezcla. La falta de pericia también puede ser una marca de estilo.

Por todo el país se contagia una fiebre musical basada en el principio de “si ellos pueden, ¿por qué nosotros no?” que antecede al “Do it yourself” del Punk por diez años. De hecho, este movimiento punk avant la lettre será conocido posteriormente como Sixties Punk. La cosa dura lo justo, mayormente entre el 64 y el 66, entre la invasión británica y la psicodelia, que todo lo engulle: los grupos que no desaparecen se envuelven en pañuelos con estampados de amebas y perfume de pachuli, se dejan crecer las patillas y le brotan flores por todas partes. Pero esa es otra historia.

Lo dicho: por todos los estados se reúnen jovenzuelos con equipos e instrumentos baratos y la pericia justa para hacerlos sonar como sus ídolos británicos. Verbigracia: los Beatles, Stones, Animals, Yardbirds, Them, Kinks y demás integrantes de la primera oleada british; a los que se le unen los pocos nombres nacionales que pueden competir con ellos en creatividad y ventas, la respuesta americana: Beach Boys, Byrds y Dylan. Esta chavalada suburbana blanca de clase media se reúne en los garajes de sus padres para ensayar y, mayormente, meter mucho ruido. De ahí el segundo nombre que recibe este movimiento: música garage.

Esta pequeña revolución sonora tuvo sus clásicos y sus superventas (dentro de su liga), pero por regla general fue un movimiento de estructura horizontal. Se extendió por todo el país: en toda ciudad con un mínimo de población joven con inquietudes tuvieron su escena garagera, con grupos que, al menos en su momento, apenas trascendieron las fronteras regionales. La globalización todavía quedaba lejos, y sólo existían estos minimercados, estas escenas estatales con sus propias idiosincrasias y sonoridades. Los entendidos pueden distinguir con un par de acordes a un grupo de la escena northwest de otro de la texana o de la de Michigan o de la de Minnesota, por ejemplo.

Lo normal, se fuera de donde se fuera, era crearse un repertorio (trufado de versiones), foguearse en bailes de instituto y, con suerte, grabar una maqueta que interesara a algún productor lo suficiente como para que te grabara un single que, de nuevo con suerte, pudiese escucharse en las emisoras universitarias y de rock’n’roll locales y, en el colmo de la dicha y la fortuna, llegar a entrar en las listas. La mayoría de los grupos que lograron grabar algo y así legar su sonido prensado en vinilo para la posteridad, apenas lo hicieron con uno o dos singles, pues ni los L.P.’s se habían generalizado, ni los combos tenían repertorio como para llenar uno. Prevalecía el single, el vinilo de 45 r.p.m.

Fue, a la luz de lo dicho, un movimiento básicamente underground y endogámico. Tranquilamente pudo clausurarse y desaparecer, persistiendo sólo en los recuerdos enfebrecidos de los que lo vivieron en sus propias carnes, sino fuera por el álbum Nuggets: Original Artyfacts from the First Psychedelic Era. Este recopilatorio de garage sesentero, perpetrado por el fundador de Elektra y musicólogo Jac Holzman y el erudito guitarrista Lenny Kaye, sale a la luz en 1972, y desde entonces no deja de reeditarse periódicamente, influyendo en sonido y actitud en sucesivas generaciones de músicos (empezando por el Punk circa 76). Así, algo modesto y coyuntural se convierte, por obra y gracia de una recopilación hecha con gran criterio y mejor distribución, en fuente de inspiración para ingentes cantidades de músicos all around the world.

En 1998 Rhino reedita el disco con el añadido de otros tres de similar espíritu y calado, conformando una coqueta cajita que encierra maravillas como para perderse en ellas toda una vida. Entre estas joyas destaca una gema preciosa sin casi parangón, una obra maestra de 2 minutos y 21 segundos titulada Going All the Way, de unos tales The Squires.

2. ¿Y quienes son estos Squires? Lo que nos dice Lenny Kaye en el libreto de Nuggets es más o menos lo que nos dice la wikipedia, y que viene a ser más bien poco. Su biografía ocupa unas líneas, y podría ser la de cualquier otro de esos grupos que surgieron y desaparecieron como un parpadeo a mediados de la década prodigiosa, dejando tras de sí una o dos canciones que no pareció escuchar nadie en su momento. Y ese es precisamente el legado musical de los Squires: un single. Pero vaya single.

Los Squires se forman a mediados de los sesenta por una pandilla de amigos del instituto en su Bristol natal (el de Connecticut, no el de Gran Bretaña). Son Michael Bouyea (batería, guitarra y voces), Thomas Flanigan (guitarra solista y voces), Kurt Robinson (órgano) y John Folcik (bajo). Originalmente se hacen llamar The Rogues, y con ese nombre sacan un single en octubre de 1965, It's The Same All Over The World en la cara A, y Oh No! en la B, grabado en un estudio local y con un sonido más bien maquetero.

Deben de llamar la atención de alguien, porque en abril del 66 se les conceden unas sesiones en los estudios Capitol, New York. La idea era regrabar su primer single para darle mayor empaque sonoro, pero los chicos, aprovechando la coyuntura y el estudio profesional, graban unas cuantas canciones más. El resultado parece que le gusta a alguien de Atco Records, pero no así el nombre de la banda. Les insisten en que se lo cambien por The Squires, y ya con ese nombre graban una segunda sesión en agosto del mismo año.

Los de Atco les sacan un single con las dos mejores canciones del lote grabado en abril, Going All The Way en la cara A y Go Ahead en la B, que tiene un éxito limitadillo en su estado natal y pasa absolutamente desapercibido en el resto del país.

No sé qué es lo que esperaban los integrantes del grupo, pero supongo que la indiferencia general no entraba en sus planes. Folcik y Robinson abandonan la nave y Bouyea, el genio musical de la banda, se gradúa en la universidad y se va de vacaciones un par de años a Vietnam. El grupo, obviamente, desaparece.

Nada especial. La historia de otras mil agrupaciones. Lo que la hace diferente es la música, el extraordinario sonido que alcanzaron con ese único single.

La cara B, Go Ahead, es una canción heredera de los Byrds más dylanianos, power pop de preciosa melodía, fraseado arrastrado, armonías angelicales y Rickenbackers restallantes.

La cara A, la canción que les incrustará en la historia del rock, es una de las favoritas de los garage connoisseurs, y la favorita de un servidor de toda esa era. Desde la simplicidad, todo en ella es perfecto: la breve introducción de guitarra, el ritmo trotón y machacón de batería y bajo, el riff de la guitarra rítmica, el órgano minimalista, como la sirena de un barco perdido en la niebla; la voz frágil, quebradiza de Bouyea, tremendamente expresiva, con ese vibrato con el que termina cada frase (¿será porque tocaba la batería al mismo tiempo?), y ese grito al más puro estilo Gerry Roslie que conduce al solo de guitarra final, comparable a los mejores 13th Floor Elevators, un in crescendo de punteos que nos devuelve, sanos y salvos pero exhaustos, a tierra firme, como supervivientes de un naufragio, al arpegio de la introducción, cerrando un círculo perfecto.

Como un milagro capturado en ámbar, este sonido imposiblemente bello, absolutamente irrepetible (como todo milagro) sigue vibrando en los surcos del vinilo, real o figurado, de cualquiera que lo desee pinchar. Esta canción nunca formará parte del pasado porque siempre palpitará y aleteará viva en los oídos de todo el que quiera prestarles atención. La atención que se les negó en su momento.

El resto de su repertorio (el single de The Rogues más las dos sesiones completas grabadas en 1966) se recopilaron en 1986 en un L.P. (Going All The Way With The Squires!) que no es complicado de conseguir. Se escucha con agrado, aunque uno tenga la sensación de que todo tiene valor sólo porque está rodeando a Going All The Way, que su grandeza es por contacto y sólo un arqueólogo puede apreciarlo como lo que es: parte de un tesoro.

_________________

_________________

_________________

martes, 8 de junio de 2010

sábado, 5 de junio de 2010

jueves, 3 de junio de 2010