¿Qué opinión te merece una pequeña fábrica de dulces en Desoto (Georgia), llamada Desoto Nut House, que hace tiempo organizaba visitas guiadas por sus cocinas mientras unas negras rollizas manejaban enormes tabletas de crocante y otras preparaciones en mesas de mármol, todo ello en un ambiente abierto, dulce y cálido en que se mezclaba placer y trabajo, tanto es así que siempre salías de allí con una o dos bolsas de nueces o dulces más por la alegría que allí se respiraba que por tener debilidad por esos caramelos, no en vano aquella cocina era de lo más agradable, tanto como contemplar a las mujeres mientras removían aquellas masas peligrosas de caramelo candente, y ahora, cuando vas a la Desoto Nut House no te permiten entrar en la cocina porque ya no organizan visitas guiadas por "cuestiones del seguro"? Lo que quiero preguntar es: ¿no crees que el núcleo de todos estos cambios, de que el mundo ya no sea lo que era, radica en que uno ya no puede ver cómo se hacen los dulces "por cuestiones del seguro"? ¿Acaso no tendría que levantarse alguien y decir: "Si por culpa del seguro no puedo mostrarle a la gente cómo preparo mis dulces, como he hecho durante cuarenta años sin el menor accidente, pues no contrataré ningún seguro"?
(Este fragmento pertenece a la pequeña ¿novela? "El sentido interrogativo", de Padgett Powell (Alpha Decay, 2012), y que está formada integramente por frases interrogativas -normalmente no tan largas como las que conforman este fragmento-, y que vale mucho la pena leerse, no sólo por su audacia formal y por ser muy divertido, sino también porque, como no podía ser de otro modo, te obliga a replantearte -y plantearte por primera vez- muchos aspectos sobre tí mismos, lector, auténtico coprotagonista de la obra).
miércoles, 25 de julio de 2012
viernes, 20 de julio de 2012
:memorias (desordenadas) de un lector de tebeos [2]
El azar ha hecho que la
primera bolsa que llega a mis manos no sea especialmente prometedora, al menos
a priori. Una cuartilla con un listado
de los tebeos que hay dentro, una prevención de mi yo del pasado para
facilitarme las búsquedas, me recibe antes de abrir la bolsa. Algunos títulos me traen buenos recuerdos con
su sola mención, otros ni recuerdo haberlos leído.
Abro la cremallera y huelo
el interior.
Nunca he sido demasiado
olfativo, a pesar de tener una buena pista de aterrizaje. Veo a esas personas que abren los comics
nuevos y lo primero que hacen es abrirlos, meter las narices dentro y respirar
profundamente, y siento envidia, como si me estuviese perdiendo parte del show. Yo soy eminentemente visual: disfruto del
tacto de las páginas, de su textura, del peso del objeto, del sonido de las
páginas al pasarlas y toda la pesca… pero lo que me fascina, lo que sigue
dándome vueltas años después dentro de la cabeza, son los dibujos, la
cuatricromía, las tipografías, los logotipos empresariales, las cabeceras de
las secciones de correo, las líneas cinéticas, los contornos de los globos, las
onomatopeyas… Por eso, aunque adoro el objeto, creo que no sufriré un trauma
cuando los tebeos se conviertan en digitales de aquí a unos años.
Por el bien del experimento,
huelo el interior. El inconfundible
aroma de la tinta de los tebeos está oculto bajo el fuerte olor a papel viejo y
húmedo. Huele a librería de segunda
mano, ni más ni menos: un olor acre que se agarra al fondo de las fosas
nasales, que me evoca humedad e insectos xilófagos. No pone en marcha ningún proceso
proustiano, o nada relacionado con lo
que hay en el interior de la bolsa. Así
que vamos con el contenido.
Encima de todo, tres tebeos
sueltos de “el corredor escarlata”.
Primero: Flash serie limitada 50 aniversario num. 1. He de decir, así, ya de buenas a primeras,
que siempre he sido más de Marvel que de DC, no creo que por una cuestión de
calidad (de hecho, cuando comencé a leer tebeos “en serio” en los 80, DC tenía,
sino una calidad media superior, sí unos highlights mucho más evidentes y que
han trascendido más), sino de presentación: las ediciones de Zinco me parecían
oscuras y pobres en comparación con el cinemascope dolby surround de Fórum, que
se me antojaban irresistibles objetos pop (mentira, eso me lo parecen ahora,
entones simplemente me resultaban más molones).
En realidad los comics americanos tenían el miniformato de Zinco,
mientras que los de Fórum se habían inventado un formato un poco más grande (el
célebre, para toda una generación, “formato Forum”), para lo que ampliaban los
originales americanos. La distribución
de Zinco también era más caótica, al menos en mi ciudad, así que blanco y en
botella: fui un Marvel Zombie, no un DC Addict.
Lo de DC lo viví un poco de
soslayo, un poco sin entenderlo del todo: los multiversos, la Crisis en Tierras
infinitas… lo leí por encima y me pareció indigesto y como si hubiese nacido
viejo.
Y Flash… como concepto me
encanta, el traje clásico rojo también me parece muy grande (no así el prehistórico,
el de la palangana en la cabeza, que bebe, como mucho del material DC de los
treinta y cuarenta, de la mitología clásica), pero nunca he leído demasiado de
él. Cosas sueltas, empezadas in medias
res e inconclusas, como destellos. Así,
obviamente, es imposible meterse en una mitología y un corpus con tanto peso
como el que me imagino posee Flash después de tantas décadas. Pero tampoco me estresa: abro un cómic, lo
leo, aprovecho lo que puedo, y lo que no lo dejo. Había TANTO, que no me importaba perderme
ALGO. Eso cambiaría unos años después.
No recuerdo haber comprado
este tebeo concreto, pero supongo que caí en la trampa fácil de “el número 1”,
y no me atrajo lo suficiente como para continuar comprándola (y con mi
presupuesto exiguo de entonces, para “hacer” una colección, tenía que gustarme
MUCHO). Echo un vistazo al interior y
tampoco me dice gran cosa: supongo que me lo leí una vez, hace más de veinte
años, y no he vuelto a abrirlo desde entonces.
Me llaman la atención un par de cosas que entonces seguro que se me
pasaron por alto: una introducción contextual de Mark Waid, uno de esos hombres
de empresa siempre tan voluntariosos y cargados de datos que ayudan a ver que
todo lo que se hace en el presente es una nueva Edad de Oro (como Raimon
Fonseca en España, vaya). La última
página del tebeo reproduce un poema de Kipling, siguiendo esa moda instaurada
por Moore en su Watchmen de salpicar los tebeos con citas literarias, como para
dar mayor empaque y profundidad (los imitadores, no Moore). En el listado de novedades del mes (octubre
del 90), veo que DC estaba en una época relativamente notable: La Liga de
Giffen y DeMatteis, V de Vendetta, Animal Man de Morrison, Hellblazer de
Delano, etc.
Seguimos con otro tebeo: El
nuevo Flash, especial Legends num.1 (caí otra vez en la trampa). Esta portada sí la “recuerdo”: Flash
corriendo por una pista de aterrizaje a la misma velocidad que unos cazas. Visto ahora, por encima de la iconicidad de
Flash (que sigue funcionando) sólo puedo ver los defectos: demasiado peso de la
figura, lejos del dinamismo que debería de tener (y que tenía, por ejemplo, dibujado
por Carmine Infantino): parece una estatua más que un corredor real (¿se puede
correr con los pies así?). Los objetos
están “mal” dibujados: tienen una fuente real, pero son reduccionistas y
torpes. ¿Tanto cuesta conseguir unas
fotos de un F-15 para documentarse? ¿Los
edificios del fondo no parecen un aeropuerto hecho con piezas de Tente? La cuatricromía con degradados ya anticipa el
futuro coloreado informático, pero vista ahora parece más kitsch que no un
logro técnico.
En el interior de la portada
vemos una primera versión de la portada, con un corredor más coherente (o que
al menos no parece estar flotando en el espacio), así como unos edificios más
creíbles, y unos F-16 copiados de la realidad, no imaginados por un niño.
De la historia en sí no
recuerdo nada: incluye los dos primeros números de uno de los reinicios de la
colección en USA, con guión de Mike Baron (Nexus!) y dibujo de Jackson Guice,
un tipo al que no sé muy bien por dónde pillar: parece venir de esa escuela de
cuerpos alargados y anatomías definidas de Neil Adams, con gestos graves, como
de película sueca. Pero por otro lado
tiene un aire muy hortera, y un acabado anatómico al límite de lo correcto,
como si fuera un buen mal dibujante (o un mal buen dibujante). No debería gustarme, pero me gusta.
Hojeando el tebeo, hay mucha
fisicidad, mucho interés en describir a un Flash “real”, que, por ejemplo, debe
alimentarse constantemente para contrarrestar el desgaste de sus carreras. Supongo que otra herencia del mayor
“realismo” que venía imponiendo Watchmen (con un guiño en una de las viñetas). Hay, por encima del argumento, varias
imágenes que sí me han quedado grabadas en la memoria, como muestra de que, al
menos por entonces, leía los tebeos más icónica que literariamente. (¿Ha cambiado eso con el tiempo? Espero poder
responderme esta pregunta de aquí a unos cuantos posts).
(Continuará).
sábado, 7 de julio de 2012
:memorias (desordenadas) de un lector de tebeos [1]
Antes de nada, quisiera
recalcar lo de “desordenadas”. No tengo
la suficiente fuerza de voluntad para organizar cronológica, sistemática o
genéricamente todos estos recuerdos. Así
que, antes de comenzar la primera batalla, ya doy por perdida la guerra,
lanzándome a escribir sobre la marcha, sin método ni plan; si al final el
conjunto adquiere cierta forma comprensible, cierta homogeneidad, deberé de
reconocer que ha sido por puro azar.
Sí quisiera, eso sí, empezar
por el principio: como muchos otros lectores de tebeos, puntuales o
compulsivos, empecé a “leer” mirando los dibujos, inventándome las historias, o
suponiéndolas. No sé si esta es la fase
de lector que uno más disfruta, pero sin duda es en la que más implicado está
uno con la narración. Uno, por una mera cuestión
de escala, se sumerge, se embebe en las páginas que discurren de izquierda a
derecha como un gran fresco imposible de abarcar con la mirada. Pasar las hojas, entonces, es un acto de fe,
un instante de vacilación y de vértigo hasta que posas la mirada en la
siguiente viñeta, en la siguiente página, y todo se vuelve a poner en marcha.
Aun después de haber
aprendido a leer convencionalmente, seguí recurriendo a mi método comprensivo
en numerosas ocasiones, por adaptarse más a mi espíritu dinámico: las palabras,
cargadas de sílabas, no hacían más que frenarme en mi ansia de narración, de
aventuras, de gags, de batallas… Los dibujos iban a una velocidad, y los
bocadillos a otra, y estos últimos tenían las de perder y se convertían en
lastre del que había que deshacerse.
En un sentido estricto,
pues, creo que fui un lector tardío: hasta los cinco o seis años no comencé a
detenerme en las palabras, pero desde entonces pocas veces me he separado de
ellas.
A excepción de estas
primeras lecturas -y de algunos otros tebeos desaparecidos, prestados, robados
o leídos en bibliotecas-, el resto, decía, están bien atesoradas, y por tanto
su presencia física es prueba y testimonio de mi tiempo, de mi memoria. Algunos tebeos no han dejado rastro en mis
recuerdos, pero otros evocan una época llena de sonidos, de vivencias, de
personas, de ajetreos, de posturas inverosímiles, de meriendas. Ojeándolos puedo retrotraerme al instante en
que los leí por primera vez, como si fueran páginas de mi diario, un diario que
nunca llegué a escribir porque supongo que estaba demasiado ocupado leyendo.
Muchos de estos primeros
tebeos están guardados bajo mi antigua cama, en mi antiguo dormitorio en la
casa de mis padres; también se amontonan en el desván, en estanterías
metálicas, en estanterías de madera y dentro de armarios. Buena parte del piso superior de la casa de
mis padres está colonizada por superhéroes.
Un día, no debía de tener yo
más de diez o doce años, no sé por qué, nuestra vecina, que trabajaba en una
boutique y que, por lo demás, no mostraba demasiado cariño por nosotros, nos
dio unas bolsas milagrosas. Supongo que
serían para guardar ropa en los armarios, por su forma plana y por una
cremallera de plástico que hacía de cierre hermético; pero a mí me parecieron
perfectas para otra cosa: antes de oír hablar de las bolsas para comics ni de
las cajas bajas en ácido, yo ya tenía claro que el material del que estaban
fabricados mis tebeos era perecedero y, cuantas más trabas pudiera yo poner a
su desgaste natural, mejor. Así que me
agencié la mayoría de aquellas bolsas y fui metiendo en ellas mis tebeos,
separándolos en pequeños montones siguiendo complicados métodos clasificatorios
(entonces sí era un tipo serio). Todo
esto, remetido y amontonado en cajas que iban llegando a mis manos, se fue
acumulando bajo mi cama.
Me producía una gratificante
sensación dormir sobre este tesoro, y no sólo por la convicción de que si se
rompía una pata de la cama mientras dormía yo ni me enteraría; no, era algo
más: la sensación de tener toda esa felicidad encapsulada tan cerca de mí,
todas esas horas de diversión cristalizada, enquistada, real, amontonadas
debajo de mi colchón.
Y allí siguen. Así que me he propuesto (vale, algo de método
sí hay en mis movimientos) ir hurtando una bolsa de vez en cuando y echarle un
vistazo a lo que hay dentro, desprecintarlo y oler el pasado, a ver que
recuerdos me evoca. Ojear esos tebeos,
quizás leer alguno. Escribir lo que
pase.
Son éstas unas memorias más
sentimentales que analíticas, y por tanto creo que sólo pueden interesar a
otros compañeros de armas.
El otro día me traje la primera bolsa de comics a
casa y está esperando, sobre la mesa, a que la abra. Vamos allá.
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