domingo, 25 de julio de 2010

:la verdad futura(ma)

Aprovechando que hoy es el día de Santiago, me he visto un episodio de Futurama. Ejem.

Después de un hiato de varios años, ha vuelto con una sexta temporada que me está deparando muchos ratos de alegría.

En el quinto episodio podemos ver una imagen del futuro, de nuestro futuro de dentro de mil años. Sorprendentemente los Pirineos se hundirán bajo el océano, mientras el resto de la península permanece sobre el nivel del mar. ¿Toda la península? Pues no, las costas gallegas también están predestinadas a perecer bajo las frías aguas del océano Atlántico.


Si seguimos viendo el episodio comprendemos que este hundimiento de la tierra galaica no es más que parte de un elaborado plan por parte del poder Vaticano para monopolizar las peregrinaciones, con todo lo que ello conlleva. Así vemos que, según la teoría oficial futura, la tumba de Santiago está en las catacumbas bajo la basílica de San Pedro, y no como hasta ahora se creía, en Compostela (ejem).


Aunque prefiero no dar crédito a una serie en la que aparecen insultos a la verdad tan evidentes como un caballo con cuatro rodillas...

...o sobre todo, un concierto de sobaco por encima de la ropa. ¡Por encima de la ropa! ¿Quién se puede creer eso?

sábado, 17 de julio de 2010

:piso clandestino

:sueñan los telespectadores con spoilers?

Respondiendo a la pregunta del título: pues no lo sé. Yo por ahora no. Ni siquiera anticipé en sueños quien había matado a Laura Palmer, y mira que Twin Peaks era una serie propicia para resolver sus misterios en el reino de Mr. Sandman.

Soy más de soñar con el pasado, de recrearme. Los sueños premonitorios no son lo mío, a dios gracias.

Sé que es una perogrullada, pero uno no sueña lo que quiere, de la misma forma que uno no elige las canciones que se le pegan. Habría que revisar el filtro de entrada a nuestro cerebro, porque se cuela cualquier mierda. Uno preferiría pasarse el día tarareando mentalmente el I’ll feel a whole lot better de los Byrds en lugar del Waka Waka de Shakira, pero la vida es así.

Yo soñé, en toda mi vida, con dos libros. ¿Son mis dos libros favoritos? No.

¿Son los dos libros que más me han impresionado? No.

¿Son (esta es la última pregunta retórica, tranquilos) los dos libros que más me han marcado? Pues no.

Soñé con, atención, American Psycho. Soñé que yo era el protagonista, que estaba haciendo mis cosas de matar y violar y descuartizar personas, no necesariamente en ese orden, dejando mi piso de superlujo de Manhattan hecho un cristo con sangre y vísceras, y alguien llamaba al timbre. Una situación complicadilla, sí, de esas que no arreglaría ni el señor Lobo. Easton Ellis puede estar tranquilo: su personaje crea empatía.

Soñé también con La larga marcha, un libro rarillo de Stephen King. Rarillo porque es un poco de ciencia ficción, y rarillo porque lo firmó con el pseudónimo de Richard Bachman. No soy experto en King, pero esto del pseudónimo me da que lo hizo en su época más prolífica, cuando estaba puesto de pastillas las 24 horas del día y paría un ladrillo de 800 páginas de una sentada. Supongo que para diversificar el mercado y para ver si podía vender libros sin su nombre-marca registrada. Repito: supongo.

(Lo de el pseudónimo, por cierto, debió de ser sólo en la primera edición americana, porque el que me leí yo en la biblioteca en mi tierna adolescencia ponía bien grande Stephen King y en pequeñito Richard Bachman, y curioseando en google imágenes ya veo ediciones donde directamente han eliminado el Richard Bachman de la ecuación. ¿No daría para un libro de, por ejemplo, Stephen King: el alter ego eliminado se hace real y se venga del escritor famoso?)

El tomito es uno de esos libros-premisa de King; es decir: punto de partida interesante, potente, fuerte, un principio como para un relato cojonudo, que se convierte en novela con mayor o menor fortuna.

Esto va de un concurso, o algo así, en un futuro cercano (que a lo mejor ya es pasado, pues la novela es de 1979), en el que los participantes simplemente tienen que caminar. El que se detenga tiene una amonestación. Con un número X de amonestaciones, pierdes y te matan. Así de expeditivos somos en el futuro. El último que sobreviva, gana.

Pues tras leerme la novela de una sentada, soñé que yo estaba en el concurso. No, no fue un sueño muy original, tengo que reconocerlo, pero cagué patatillas.

Ayer soñé con The IT Crowd. Sí, esa fantabulosa serie inglesa del Channel 4. Sí, esa que están pensando. Sí, ésta.

La cuarta y esperada temporada está ahora mismo en antena. El otro día me vi el tercer episodio. Entre otras cosas, Roy, uno de los protagonistas, va a un masajista (creo que ahora se llaman fisioterapeutas). Va con cierta aprensión, ya que no le gusta estar desnudo con otro hombre, por muy profesional de la salud que éste sea.

Tras una masaje completo, el profesional, que le ha dado unas friegas en la “parte baja de la espalda” a un tenso Roy, le da un besito en una nalga.


Roy queda traumatizado. Se lo cuenta a su compadre Moss, que se muestra indignado. Se lo cuenta a su supervisora Jen, que se descojona viva. Roy, alentado por Moss, denuncia el hecho. En el juicio, el jurado se muestra impertérrito ante la narración de los hechos. Esto es complicado de explicar, pero todos los miembros del jurado pertenecen a una secta, trasunto de la Cienciología, que quieren desprestigiar a los masajistas, hartos del poder que poseen desde tiempos inmemoriales. Les dije que era complicado.

Bueno, el momento del beso en el culo es muy grande. Un gag realmente digno de ver.

Tan bueno me debió de parecer, que soñé que, de copas, le contaba el episodio a los colegas. Cuando llego al momento del beso, espero con delectación sus carcajadas, pero nadie se ríe. Ni siquiera la típica sonrisa falsa, social, de compromiso. No, porque a nadie le pareció lo suficientemente gracioso como para considerarlo un chiste. Les pareció un giro más del argumento. Estoy rodeado de gente a la que les parece la cosa más normal del mundo que un masajista les bese el culo al terminar la sesión. Voy a repetir esta frase entre signos de admiración, porque creo que no he sabido captar mi momento de angustia: ¡¡ Estoy rodeado de gente a la que les parece la cosa más normal del mundo que un masajista les bese el culo al terminar la sesión!!

Horror. Una comedia de altura genera pesadillas en mi cerebro. Sólo falta el Waka Waka de música ambiente.

(Se me ocurre la idea para una serie: unos amigos comentan el episodio de esa semana de The IT Crowd. Tendría seis episodios por temporada. Sería la única serie cuyos spoilers son necesarios para entender la propia serie).

Afectuosamente suyo:

T.


martes, 13 de julio de 2010

:dos meñiques

No sólo encontramos lo cómico en los detalles, también lo trágico. Para entender el gran tapiz de una tragedia hay que detenerse e inspeccionar minuciosamente cada tejido que lo compone. De lo contrario todo se convierte en espectáculo.
La lectura simultánea de dos grandísimas obras me ha mostrado un interesante paralelismo.
La primera es Operación Muerte, un manga en el que Shigeru Mizuki narra de forma desapasionada, y con un resultado apasionante, sus experiencias como soldado en el frente del pacífico en la Segunda Guerra Mundial. Tras las ficciones propagandísticas en la época del conflicto, hace ya tiempo que la postura más habitual a la hora de representar la guerra sea desmitificadora: la guerra es un infierno, la guerra no tiene nada de heroico, la guerra aliena, la guerra destruye al ser humano. Nada nuevo aporta, en ese sentido, esta obra. Quizás ver al bando japonés desde la mirada de uno de ellos, humanizando a unos soldados que desde la visión occidental eran poco menos que desalmadas máquinas de matar a las que no les importaba autoinmolarse por la causa de su imperio. Pues, oh sorpresa, resulta que a los soldados japoneses no sólo no les hacía una especial ilusión morir, sino que se escaquean del trabajo duro a la mínima oportunidad, se vengan de los mandos despóticos y cagan y mean como todo hijo de vecino occidental.


Un episodio estremecedor, uno entre los muchos que esta extraordinaria obra nos ofrece, se titula El meñique. El más pequeño de nuestros dedos, un fragmento minúsculo de carne y hueso en mitad de esa inabarcable máquina de picar carne y hueso que es la guerra. Ha caído un compañero, herido gravemente en mitad de la jungla. El médico y el protagonista, trasunto de Mizuki, se acercan hasta el cuerpo, y el galeno le dice a Mizuki que deben de cortarle un meñique al soldado caído. Esto lo hacen por dos motivos; uno religioso: el resto del cuerpo se perderá, pero ese fragmento conservado hará que su espíritu alcance la paz del más allá. El otro es logístico: ese dedo convencerá a los mandos de que el compañero, efectivamente, ha caído en combate. Mientras el médico sujeta la mano al herido, le pide a Mizuki que le corte el dedo con un golpe de su pala. Y digo bien: herido, no muerto. El médico sabe que no hay nada que hacer, que las heridas son mortales y que, además, arrastrar el cuerpo hasta zona segura es, además de un engorro, peligroso para él. Así que le cortan el dedo a su compañero mientras este suplica para que lo ayuden.
Realmente aterrador.
Otro meñique me lo encuentro por sorpresa en Necrópolis, la cruda y escalofriante novela (perdón pero ya no se me ocurren más adjetivos) del esloveno Boris Pahor, que narra sus experiencias como prisionero en el campo de concentración nazi de Natzweiler-Struthof. La novela es un río caudaloso sin freno al que uno se ve arrastrado como lector, que comienza cuando Pahor regresa entre un grupo de turistas al campo de concentración, y que activa una serie de recuerdos que lo llevan a rememorar el horror allí vivido. Si lo que sufrieron los prisioneros recluidos en el campo se puede llamar vida.


Uno de los pasajes bien podría titularse también El Meñique, si Pahor hubiese fragmentado su obra y les hubiese puesto título. El joven Pahor tiene una herida infectada en la mano que necesita de ayuda de un doctor, el jovencísimo doctor Jean, tan joven que más parece un estudiante de medicina que se ha autodenominado doctor para evitar los trabajos forzados. Esta actitud parece común a todo ser humano enfrentado a una situación tan extrema. Lejos del heroísmo y el sacrificio, lo habitual es la pillería, el egoísmo, la supervivencia a cualquier precio y a costa de quien sea. Pahor tiene el meñique vendado a pesar de que la herida ya se ha cerrado. Mantiene esa venda como salvoconducto para evitar los trabajos forzados. El doctor Jean lo comprende al echar un vistazo a la herida, pero vuelve a vendarle el dedo y sonríe en silencio. Sabe que Pahor domina varios idiomas y le pregunta si habla alemán, pues necesita un traductor para los informes médicos. Pahor responde que sí, sabiendo que eso puede salvarle del horno que a tantos compañeros se ha llevado.
Ese dedo meñique atrofiado, encorvado como un gancho el resto de su vida se convertirá con los años en motivo de vergüenza para el escritor, un recordatorio de su miseria, de su, en definitiva, instinto de supervivencia. Un garfio, un “gancho clavado en la pared de un precipicio que había salvado al alpinista del vacío de la nada.”
Dos meñiques...

domingo, 11 de julio de 2010

:naranjito

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [75]

7 de diciembre - La mancha de humedad ha crecido hasta ocupar todo el rincón. El papel de pared está empezando a despegarse, a descolgarse por arriba. Se ve la pintura que hay debajo, azul celeste, de cielo de verano.
Apago el móvil la mitad del día porque no me apetece hablar con nadie. Cuando lo conecto, ya entrada la tarde, unos críos me han dejado mensajes en el buzón de voz. A saber cómo han llegado hasta mi número. Hacen, sobre todo, rimas obscenas con mi apellido. Alguna hasta tiene gracia, si no fuera porque ya las he oído mil veces en el colegio y en el instituto.
Esto me recuerda que yo también hice algo parecido. Dejar mensajes en un contestador, quiero decir. No recuerdo quién (Cabeza, Junquera, uno de esos) filtró a todos los de la clase el número de teléfono de un tipo con contestador automático. Por aquel entonces era algo poco habitual, como de película americana, como de persona importante que tiene que estar siempre en comunicación, un piloto, un ministro, un cirujano... Durante unos días nos turnamos para llamar, cada uno desde su casa, y dejar mensajes obscenos. Pero yo no fui capaz de soltar ninguna obscenidad. Sólo fui capaz de decir: perdón, me he equivocado.
La voz de un niño diciendo serio, grave, circunspecto, en tú contestador, perdón, me he equivocado, probablemente sea más perturbador que todos los insultos, gritos y risas de todos mis compañeros.
Hago que desconecten, o lo intento, no lo tengo claro, la función de buzón de voz. Con el móvil en la mano me llama Damián. Me repite por tercera vez en poco más de un mes su metáfora de la pastilla de jabón. Usas la pastilla de jabón, que se va gastando hasta que sólo queda un pequeño trocito romo, un pedazo minúsculo que se te mete entre los dedos y que al final acaba por caerse por el desagüe o lo acabas tirando.
Esa metáfora le sirve para todo. Es como una plantilla en la que puede colocar cualquier contingencia, cualquier circunstancia, cualquier variable. Se puede aplicar a todas las enseñanzas básicas de la vida. En este caso: la vida no da marcha atrás.
Que gran novedad.
No sé ni a cuento de qué venía, pero a mí sólo me recuerda a Z.
Sí, otra gran novedad.
Pero tengo que asumirlo de una vez: quiero que Z vuelva. No quiero volver ni que volvamos, quiero que vuelva ella. No quiero hacer el esfuerzo logístico ni poseo la buena voluntad para dar un paso, pero quiero que vuelva.
Si yo tuviese una enfermedad mortal podría llamarla por teléfono y decirle que lo siento sin ser cierto. Algo enigmático, sin esperar respuesta. Simplemente eso: lo siento. Y la frase se quedaría ahí, flotando en el espacio, después de colgar el teléfono, hasta que unos meses después se enteraría por alguien de que yo me he muerto y recordaría la frase, lo siento, que ahora adquiriría nuevas resonancias, un nuevo valor, como las palabras de un difunto, que siempre son verdaderas y siempre hacen referencia a una realidad más profunda y solemne. Como si los fantasmas no pudiesen mentir o ser banales.
Sólo dos cosas y sigo: no sé si lo siento porque no recuerdo haber incumplido ninguna ley básica del tratado de la vida en pareja; segundo: mis fantasías parecen de adolescente alimentado a base de folletines.
Sigo: vuelvo a lo de siempre: mi relación con Z sería perfecta si me eliminase a mí mismo de la ecuación. Si soy un difunto, un recuerdo, parte del pasado. Todo parece mejor en el recuerdo, así que ¿por qué esforzarse? ¿Por qué intentar que vuelva al presente? ¿Para follar? ¿Es sólo eso? ¿Tanto lío por una terminación nerviosa que produce efectos placenteros por frotación? Toda la parafernalia que le rodea me parece como las subtramas amorosas de las películas de Hollywood: material para rellenar hora y media, pasos intermedios entre las escenas clave.
Entonces, ¿por qué ahora no hago más que volver a los tiempos muertos? ¿Por qué en mi recuerdo nuestra historia parece una película nouvelle vague?
Recuerdo que vamos a la playa en un autobús caliente como una sauna. Cada vez que el conductor detiene el autobús en una parada y abre las puertas, una corriente de aire fresco recorre el interior. Nos miramos a los ojos y nos regocijamos cada vez que aminora la marcha, cada vez que alguien hace una señal con el brazo desde una marquesina. A cada parada el viento huele más a salitre. Nunca lo podré olvidar.
Tenemos una fuerte discusión en un bar, esperando a que empiece una película para la que hemos comprado entradas en el cine de al lado. Entramos en la sala en silencio. Esperamos a que empiece la película sin decir una palabra, como si viniésemos solos y nos hubiesen tocado butacas contiguas por casualidad. Hacia la mitad de la película ella empieza a llorar en silencio, y yo no sé que hacer, así que apoyo mi cabeza en su hombro hasta que deja de sollozar y de sorberse los mocos. De pronto la película, que hasta ese momento era una banalidad ligera con musiquilla pop subrayando las situaciones cómicas, se vuelve algo grave y de impostada transcendencia. A los dos nos da la risa, como si cada frase de los actores fuera un chiste privado que sólo ellos y nosotros dos entendemos. Nos pasamos el resto de la película luchando por contener las carcajadas y los ataques de histeria entre los ssshhhh del resto de la platea.
Etc.
Le he dejado un poco de comida al gato en el pasillo. Mientras estaba entretenido comiendo salí por la ventana al patio y he cerrado la puerta por fuera. He vuelto a entrar por la ventana hasta el pasillo, arrinconando al gato contra la puerta cerrada a sus espaldas. He hecho ruidos conciliadores mientras me acercaba, en una evidente postura de caricia, pero el gato me ha recibido con una actitud defensiva, bufando con la boca abierta, enseñándome los dientes y con una pata elevada con las garras fuera. Parecía un león en miniatura, con el pelo erizado. Era exactamente como un león a escala, la maqueta de un león atacando.
Me ha producido una tristeza insoportable, enorme, insostenible.
He vuelto a hacer el viaje a la inversa para abrir la puerta, y ha salido corriendo como un rayo. No creo que vuelva.

domingo, 4 de julio de 2010

:the christian life


-Una selecta minoría de la población mundial, principalmente de Europa y Estados Unidos, vivirá eternamente en la gloria celestial después de la muerte.

-La gran mayoría de la población mundial sufrirá eternamente las espantosas torturas infernales porque nunca ha declarado su fe en Jesucristo (o tal vez por no haber oído hablar de él).

-Dios distinguió a los judíos como “pueblo elegido” y los ayudó a aniquilar a otros pueblos que eran igualmente producto de su creación.

Ring Lardner Jr.


-En el siglo XX, según demuestra la arqueología, el catolicismo estaba muy extendido en el planeta Tierra. En lo que concierne al hemisferio occidental, parece haberse caracterizado por un complejo sistema de tabúes y ritos sexuales. La relación sexual entre esposos estaba limitada a ciertos periodos, fijados por el calendario y por la temperatura corporal de la hembra. Los arqueólogos marcianos son capaces de identificar los domicilios de los católicos por la presencia de un abundante número de complicadas gráficas, calendarios, folletos llenos de números y grandes cantidades de termómetros rotos, que demuestran la importancia atribuida a esta convención. Algunos estudiosos han indicado que se trataba simplemente de un método para limitar la descendencia, pero dado que se ha demostrado de manera concluyente que los católicos solían tener más hijos que ningún otro segmento de la población, la explicación parece insostenible. Entre otras creencias católico-romanas se contaba la fe en la existencia de un divino redentor y de una vida después de la muerte.

David Lodge.


-Clérigo: hombre que se encarga de administrar nuestros negocios espirituales, como método de favorecer sus negocios temporales.

-Cristiano: El que cree que el Nuevo Testamento es un libro de inspiración divina que responde admirablemente a las necesidades espirituales de su vecino. El que sigue las enseñanzas de Cristo en la medida que no resulten incompatibles con una vida de pecado.

Ambrose Bierce.


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Banda sonora aquí.