jueves, 26 de febrero de 2009
lunes, 23 de febrero de 2009
:apocalipsis y nicotina
Por el contrario, Chantilly Bridal & Mr. Tux (Santa Clarita, California de nuevo), una macroempresa especializada en bodas, ha comenzado a ofrecer parches de nicotina en lugar de los tradicionales puros como agasajo a los invitados masculinos. Los parches vienen, por supuesto, en unos coquetos sobres con los nombres de los contrayentes y un elegantísimo motivo decorativo a elegir. Personalmente, parecen condones diseñados por los Legionarios de Cristo, valga la paradoja.
Sin duda Joss Whedon tenía razón: la Boca del Infierno está en la soleada California.
domingo, 22 de febrero de 2009
:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [55]
Última parada, discoteca outlet: aquí sólo quedan los restos saldados por los que nadie ha mostrado interés en la temporada alta. Hacemos un corro a modo de fuerte defensivo para separarnos de las baratijas. Con nuestros trajes parecemos exactamente lo que somos.
Rafaela se me pega, creo que más huyendo de Jota que por interés hacia mi persona. Jota, despechado como un adolescente, se muestra indiferente y socarrón: dice, a todo el que lo quiera oír, que está saliendo con una arqueóloga; con una carcajada añade: le interesa sobre todo el homo erectus. Seppuku sexual. Rafaela y yo nos miramos y nos reímos de él sin disimulo, con las despreocupación que otorga el alcohol. Nada une más que el desprecio compartido. Comprendo que he ganado la batalla de las afinidades justo cuando alguien propone dejarlo por hoy y que nos vayamos a dormir. Fantástica idea para las cinco de la mañana. De camino a los coches me apuro en buscar rincones de Rafaela que mirar de reojo, hallazgos a través de su traje pantalón. Pero como en los Phoskitos, sólo encuentro siga intentándolo, hay miles de regalos. Una nueva batalla se libra dentro de mí, entre mi instinto reproductor y mi balcón con vistas al jardín romántico. Y de entrada intuyo cual va a ganar.
Nos separamos en los mismos grupos en los que hemos venido, por algún tipo de camaradería impostada que a estas alturas ya no tiene sentido. Dejamos a las chicas en casa primero y Damián y yo tenemos una conversación de machos mamíferos en edad de apareamiento: chabacana y básica, muy básica. Me pregunta por Bea, y yo le hablo de Rafaela llamándole Bea mientras pienso en Z. Un lío, vaya.
Y en esto ya son las ocho y tengo que afeitarme y ducharme para no llegar simplemente a tiempo. Me alegro de que sea una hora tan intempestiva, porque por un segundo se me pasa por la cabeza llamar a Z, y lo que mi sentido común no es capaz de rechazar lo hace mi sentido del decoro. Me alegro de que vivamos en una sociedad tan reglada, porque mi pensamiento se está volviendo tan abstracto que la mayor parte del tiempo no sé ni lo que estoy pensando. Supongo que la falta de sueño me hace soñar despierto. Fin del día.
martes, 17 de febrero de 2009
domingo, 15 de febrero de 2009
:repronteces
Reflexiones de Repronto: capitulo 5
sábado, 14 de febrero de 2009
:hacia la alienación por la depilación
La industria porno como zeitgeist capilar:
Esta evolución hacia la pérdida total de cubrimiento piloso se puede apreciar, en tiempo real, en el verdadero cine de anticipación: el porno. El porno nos muestra, nos advierte, cómo será el futuro. Un futuro inmediato, apenas el mes que viene, pero futuro al fin y al cabo. Si un historiador se armase de valor y de cleenex y revisara toda la producción pornográfica del último siglo, podría hacer un gráfico de nuestra evolución psíquica y sobre todo, para que nos vamos a engañar, física: en qué momento dejaron de llevarse las mujeres rellenitas, en qué punto los hombres con la espalda velluda se convirtieron en una filia, en qué mes exacto de los años ochenta el 99% de las mujeres se volvieron rubias y con mamas de silicona, en qué momento los huevos afeitados fueron un requisito sine qua non, en qué momento el pelo del coño se convirtió en una excentricidad... en definitiva, la historia de nuestros cuerpos a través de la introducción de implantes y complementos artificiales y de la pérdida del vello. Una huída de nosotros mismos.
Y en eso estamos ahora, a punto de dar el paso definitivo hacia el futuro-futuro, el futuro de las películas del pasado: Depilación Total: películas pornográficas con hombres y mujeres calvos y, un mes después, calles atestadas de hombres y mujeres calvos. Si un Apocalipsis no lo remedia.
El octavo peluquero: cuando una película de anticipación aspira a ser realista, a mantener una ligazón con el presente y no convertirse en una abstracción intelectual, basta con que uno de los personajes principales tenga barba. Esta vellosidad facial no sólo nos retrotrae al hombre actual, sino a nuestros ancestros y mitos creadores: al hombre prehistórico, a los dioses patriarcales, a los sabios griegos, a Freud, a Marx, a Papá Noel, al viejo de Érase una vez el Hombre... nos guste o no, el vello está inscrito en nuestro A.D.N.: somos animales peludos. Los androides no son peludos, los aliens no son peludos; nosotros sí. La ciencia ficción depilada trata de borrar todo lo que nos hace humanos: los sentimientos, los errores, la violencia, la corrupción, las risas a destiempo, los eccemas, y sí, también el pelo. En el cine de ciencia ficción se usa el rayo láser como arma contra el enemigo alienígena, mientras que en la vida real el láser ha evolucionado hasta convertirse en el sistema depilatorio definitivo. Efectivamente: el pelo es el enemigo. Nosotros somos el enemigo.
martes, 10 de febrero de 2009
:manuscrito hallado en una botella (de licor café)[54]
En el lugar convenido le entregamos nuestros resultados a Benito como exámenes a un profesor. Yo estaba exultante con mis ocho subscripciones, sintiéndome un poco rastrero por el servilismo que ese orgullo implicaba; pero el globo se me pincha al ver que sólo Rafaela y yo estamos por debajo de 10. En un aparte se muestra desdeñosa, pero no sé hasta que punto es un desdén simulado como el mío. Esquivo la mirada de Benito hasta que Damián me engancha por el brazo y me pide un favor: que vaya con la tropa a tomar algo. En esos momentos preferiría que me afeitasen los huevos con una cremallera, pero viendo su gesto de súplica, y recordando que me tiene que llevar en su coche, decido claudicar.
Nos dividimos por coches y nos vamos hasta el centro, esquivando transeúntes borrachos como muertos vivientes con bolsas de la compra. Los cláxones componen soniquetes festivos como en los aledaños de un estadio de fútbol; sólo faltan las banderas y las bufandas para completar el cuadro, pero reina una alegría desbordante, pues hoy todos hemos ganado.
En nuestro coche vienen Lucía y Bea. Se conocen de alguna asignatura de Derecho y no dejan de cuchichear en el asiento de atrás. Damián las observa por el retrovisor, siguiendo con la mano el ritmo machacón de alguna pulsión interna que yo no percibo. Pongo la radio para que las chicas tengan un poco de intimidad y Damián me guiña un ojo.
La primera parada es en un local de tapas donde nos llenamos el buche de forma rápida y no tan barata como podría parecer. Hago recuento: estamos Damián, yo y los otros dos comerciales (Ismael y algo con jota), y tres chicas: Lucía, Bea y Rafaela. Las cuentas están claras: sobra uno, y no voy a ser yo, me digo. Mi historial de sujetavelas es amplio y polivalente; todavía tengo pesadillas con la clase de baile en la que tuvimos que bailar un vals los dos únicos tipos que no habíamos logrado agenciarnos pareja femenina. Aquí lo tenía complicado, pues Lucía ya estaba cogida, y mis tres rivales tenían aspecto de amigos del novio, mientras yo parezco un edredón con falta de planchado.
Como las mesas son pequeñas y atornilladas al suelo tenemos que dividirnos en grupos, y yo aprovecho para romper el hielo con Bea mientras Lucía y Damián se comen la oreja mutuamente. No tenemos nada en común a parte de este trabajillo, del que hacemos un breve y tópico repaso. Le llega un mensaje, y aprovecha para hacerme una loa de su perro: su móvil es como un monumento erigido en honor al chucho: el fondo de pantalla es una foto de su perro, la mayoría de los dos gigas de la tarjeta de memoria están ocupadas con fotos y videos de su perro haciendo supuestas monadas, el tono de mensaje recibido (no así el de llamada, no sé por qué) es un aullido desafinado de su perro que le hace soltar un suspiro de ternura cada vez que recibía un sms. De hecho, si tiene preseleccionada a su madre en el número uno es porque el puto perro no tiene móvil. Agradezco esta charla aunque me resulte insoportable, pues un observador externo fácilmente deduciría cierta complicidad entre los dos, y aunque Bea no me interese lo más mínimo, ni como compañera de trabajo, ni como posible acoplamiento, ni siquiera como ruido de fondo, por alguna razón tenerla aquí al lado me hace sentir cierta superioridad social.
Tras el monólogo del perro, el silencio. Ismael se nos une y comienza a charlar con Bea y yo casi lo agradezco. Mi ánimo bascula de un entusiasmo infundado a un desánimo mortuorio sin parada intermedia. Probablemente el alcohol tenga parte de culpa. Me hago a un lado para que Ismael introduzca su taburete como una cuña y juego con los palillos de los montaditos hasta que nos vamos.
Siguiente parada: pafeto. Armado con una copa me acodo en la barra y sigo el ritmo con un pie y la cabeza: esto es lo más cerca que puedo estar de bailar. Los grupos se van escindiendo y rehaciendo. Ismael y Bea se ríen a carcajadas de algo que hay en la pantalla del móvil de ella, Rafaela y Jota asienten mirando al infinito o a la pared de enfrente, y Damián y Lucía se están dando el lote en un sofá. Me tomo una copa detrás de otra por hacer algo, por tener las manos ocupadas. En un momento dado Jota se va al servicio y Rafaela se me acerca y me da una patadita, como para despertarme de mi ensimismamiento (fingido desde el momento en que la vi acercarse). Me sonríe con la boca cerrada, para ocultar una mella que tiene en los dientes. Me resultan tremendamente atractivos los pequeños defectos en las mujeres, defectos que ellas se empeñan en disimular, creando todo un corpus de movimientos, posturas y gestos para ocultarlos a los demás. X era ligeramente estrábica, Z tenía una cojera casi imperceptible. ¿Era eso lo que las hacía perfectas?
sábado, 7 de febrero de 2009
jueves, 5 de febrero de 2009
:garbage man
miércoles, 4 de febrero de 2009
:la escepción que confirma la regla
Pero para seguir viviendo en la feliz inopia se han inventado una serie de artefactos, ya sea Eurodisney o la carrera de Económicas, a la que ahora se suma un nuevo gadget que hará las delicias de ustedes, los superdotados de imaginación. La empresa holandesa Gglot, especializada en parafernalia y juguetes sexuales (dildos, columpios, bolas chinas…qué les voy a contar que no sepan ya) con un moderno diseño y cuidadísimo acabado, se han sacado de la manga una regla mágica (o trucada, aunque así suena más prosaico) donde los centímetros se reducen de forma imperceptible hasta los 7 milímetros, con lo que una pirula estándar de 13 centímetros se convierte en un respetable morcillón de 17. Ya sólo tienen que dejar el artilugio tirado “descuidadamente” por el dormitorio… y esperar a que llegue el momento de usarlo. Y los Reyes Magos existen.
lunes, 2 de febrero de 2009
:manuscrito hallado en una botella (de licor café)[53]
7 de noviembre - Escribir por la noche se ha convertido en el equivalente a dormir, como para otros es el equivalente a soñar; la única forma de separar los días. Y el día de hoy ha sido extraño y beodo. En el último amanecer me había quedado amodorrado aquí mismo, en la mesa de la cocina, ansiando una ducha y, sobre todo, la fuerzas necesarias para tomarme una ducha. Me cambié la ropa interior, la camisa y la corbata y me puse otra vez el mismo traje, mi único traje. Damián me recoge sentado de medio lado en su Lancia y nos vamos a Eurodisney a vivir otro día de magia, colores y comida gratis.
Otra vez nos están esperando todos, que parecen tener algún tipo de fobia a llegar simplemente a la hora, con la salvedad de Benito. Nos introducimos en el corro, que está a medio tramar un plan: alabar el peinado de Benito, como si se hubiese hecho algo nuevo pelo. Desconcertar al jefe es el único consuelo que nos queda.
A los pocos minutos llega Benito, y Rafaela, una de las chicas, se le acerca y le susurra que le gusta lo que se ha hecho en el pelo. Puedo ver el gesto descompuesto de Benito durante un segundo, tras el que carraspea figuradamente, como si se ajustase interiormente la corbata, y nos dice que ha estado hablando con los jefes y están descontentos con los resultados. Han rebajado a diez subscripciones el límite que debemos superar cada día. Por debajo de eso, no nos garantiza el sueldo íntegro. La gente protesta pero Benito se disculpa con vaguedades y balones fuera. Yo no tengo ni energías para enfadarme; a estas alturas ya sólo quiero que pasen rápido estos dos días para recuperar mi libertad. Incapaz también de mentir, le miro el pelo a Benito y asiento admirado, mientras Damián le pone el brazo sobre el hombro y le dice que ese peinado le queda mucho mejor.
La jornada se me hizo más liviana que la de ayer. Desde el principio decidí cambiar mi modus operandi: nada de permanecer quieto en el mismo lugar, por mucho que las órdenes directas así nos lo indiquen; y nada de agobios. Le cogí un buen fajo de folletos a Benito y los repartí con alegría y despreocupación. Los resultados no fueron muy brillantes, pero hice un par de subscripciones antes del mediodía que mantuvieron mi nivel de entusiasmo ligeramente por encima de la reserva, lo cual ya es mucho. Me siento especialmente orgulloso de la primera subscripción: viendo que el target al que yo creía iba dirigido el tinglado no respondía positivamente, decidí diversificar. Así abordé a un sexagenario despistado, con una cara que parecía un culo con cejas, pero que resultó ser un profesional del ramo (de algún tipo indeterminado, pero profesional), que no sólo se mostró interesado en lo que yo le decía, sino que quiso pagarme en efectivo, sin intermediarios bancarios. Ante esta variante inesperada decidí llamar a Benito, que se personó a los pocos minutos y se llevó la minuta. Antes de irse me echó una mirada de reojo que yo quise entender como de cierto respeto, pero pudo ser por cualquier otro motivo. A lo mejor me miró el pelo. Y yo sólo podía pensar en quién me iba a abonar el dinero de la llamad (antes de las cuatro y a otra compañía: no es ninguna nimiedad).
Me pasé la mañana así, dando sorbos de vino, oliendo copas de vino, mirando a trasluz copas de vino. Borracho le empecé a encontrar el punto a toda esta parafernalia. Se respiraba un compadreo en el ambiente la mar de cálido, un pillaje de baja intensidad sin consecuencias negativas ni daños colaterales (sólo alguna discreta rabada por los rincones). El hilo musical, de pronto, me pareció una oda pop al caradurismo, y ya sólo podía sonreír hasta que me dolía la cara.
De esta guisa me presenté a la hora de comer en mi puesto. Juraría que nadie se dio cuenta de mi estado, así que probablemente todos lo notaron. Le dije a Damián que no pensaba gastarme ni un duro en comer, que mi plan era irme por los stands a picar. Se apuntó, y me dijo que me limpiara los restos de tintorro de las comisuras. Con un par de vasos de cerveza nos metimos entre el gentío de las tapas. Ambos convenimos en que la tortilla de microondas no estaba tan mal como a priori podría parecer, y repetimos hasta donde nos dejaron. Nos plantamos frente a un cortador de jamón como si aquello fuese un concierto para violín y esperamos nuestro turno para degustar una lasca salada y entreverada que alabamos con sonoras onomatopeyas.
La tarde: ídem. Más tiempo en el baño que en los pabellones. Cuatro subscripciones mas dos en el aire (pero que a efectos de contabilidad tuve en cuenta), e intercambio de números de móvil con un representante de vinos de Toro, que no sé por qué razón llegó a la conclusión de que yo era un mayorista de bebidas alcohólicas. No hice mucho esfuerzo en sacarlo de su error, y probé todos sus “caldos”.
Hacia el final de la tarde, una paloma se cuela en el pabellón y nos sobrevuela entre risas y palmadas. Los de seguridad hacen amago de pillarla cuando se posa en un pasillo, pero al sentirse arrinconada remonta otra vez el vuelo y desaparece entre unas vigas y unos carteles publicitarios. Durante un instante, viéndola sobrevolar nuestras cabezas, todo ha adquirido un sentido claro y enfocado, como en una pintura prerenacentista. Hasta espíritu santo teníamos.