martes, 10 de febrero de 2009

:manuscrito hallado en una botella (de licor café)[54]

Paseándome por los interminables pasillos enmoquetados, disfruto del cosquilleo del final de la jornada, anunciado por megafonía como un Apocalipsis doméstico: los visitantes apresuran sus últimos instantes para llenar las alforjas, corriendo como hamsters de un mostrador a otro con los carrillos inflados y la mirada frenética. Un par de marchas por debajo, los observo con gesto analítico de empleado, y sólo añoro una cola de vaca para espantar moscas y desperdigar las flatulencias que prácticamente se me derraman a cada paso.
En el lugar convenido le entregamos nuestros resultados a Benito como exámenes a un profesor. Yo estaba exultante con mis ocho subscripciones, sintiéndome un poco rastrero por el servilismo que ese orgullo implicaba; pero el globo se me pincha al ver que sólo Rafaela y yo estamos por debajo de 10. En un aparte se muestra desdeñosa, pero no sé hasta que punto es un desdén simulado como el mío. Esquivo la mirada de Benito hasta que Damián me engancha por el brazo y me pide un favor: que vaya con la tropa a tomar algo. En esos momentos preferiría que me afeitasen los huevos con una cremallera, pero viendo su gesto de súplica, y recordando que me tiene que llevar en su coche, decido claudicar.
Nos dividimos por coches y nos vamos hasta el centro, esquivando transeúntes borrachos como muertos vivientes con bolsas de la compra. Los cláxones componen soniquetes festivos como en los aledaños de un estadio de fútbol; sólo faltan las banderas y las bufandas para completar el cuadro, pero reina una alegría desbordante, pues hoy todos hemos ganado.
En nuestro coche vienen Lucía y Bea. Se conocen de alguna asignatura de Derecho y no dejan de cuchichear en el asiento de atrás. Damián las observa por el retrovisor, siguiendo con la mano el ritmo machacón de alguna pulsión interna que yo no percibo. Pongo la radio para que las chicas tengan un poco de intimidad y Damián me guiña un ojo.
La primera parada es en un local de tapas donde nos llenamos el buche de forma rápida y no tan barata como podría parecer. Hago recuento: estamos Damián, yo y los otros dos comerciales (Ismael y algo con jota), y tres chicas: Lucía, Bea y Rafaela. Las cuentas están claras: sobra uno, y no voy a ser yo, me digo. Mi historial de sujetavelas es amplio y polivalente; todavía tengo pesadillas con la clase de baile en la que tuvimos que bailar un vals los dos únicos tipos que no habíamos logrado agenciarnos pareja femenina. Aquí lo tenía complicado, pues Lucía ya estaba cogida, y mis tres rivales tenían aspecto de amigos del novio, mientras yo parezco un edredón con falta de planchado.
Como las mesas son pequeñas y atornilladas al suelo tenemos que dividirnos en grupos, y yo aprovecho para romper el hielo con Bea mientras Lucía y Damián se comen la oreja mutuamente. No tenemos nada en común a parte de este trabajillo, del que hacemos un breve y tópico repaso. Le llega un mensaje, y aprovecha para hacerme una loa de su perro: su móvil es como un monumento erigido en honor al chucho: el fondo de pantalla es una foto de su perro, la mayoría de los dos gigas de la tarjeta de memoria están ocupadas con fotos y videos de su perro haciendo supuestas monadas, el tono de mensaje recibido (no así el de llamada, no sé por qué) es un aullido desafinado de su perro que le hace soltar un suspiro de ternura cada vez que recibía un sms. De hecho, si tiene preseleccionada a su madre en el número uno es porque el puto perro no tiene móvil. Agradezco esta charla aunque me resulte insoportable, pues un observador externo fácilmente deduciría cierta complicidad entre los dos, y aunque Bea no me interese lo más mínimo, ni como compañera de trabajo, ni como posible acoplamiento, ni siquiera como ruido de fondo, por alguna razón tenerla aquí al lado me hace sentir cierta superioridad social.
Tras el monólogo del perro, el silencio. Ismael se nos une y comienza a charlar con Bea y yo casi lo agradezco. Mi ánimo bascula de un entusiasmo infundado a un desánimo mortuorio sin parada intermedia. Probablemente el alcohol tenga parte de culpa. Me hago a un lado para que Ismael introduzca su taburete como una cuña y juego con los palillos de los montaditos hasta que nos vamos.
Siguiente parada: pafeto. Armado con una copa me acodo en la barra y sigo el ritmo con un pie y la cabeza: esto es lo más cerca que puedo estar de bailar. Los grupos se van escindiendo y rehaciendo. Ismael y Bea se ríen a carcajadas de algo que hay en la pantalla del móvil de ella, Rafaela y Jota asienten mirando al infinito o a la pared de enfrente, y Damián y Lucía se están dando el lote en un sofá. Me tomo una copa detrás de otra por hacer algo, por tener las manos ocupadas. En un momento dado Jota se va al servicio y Rafaela se me acerca y me da una patadita, como para despertarme de mi ensimismamiento (fingido desde el momento en que la vi acercarse). Me sonríe con la boca cerrada, para ocultar una mella que tiene en los dientes. Me resultan tremendamente atractivos los pequeños defectos en las mujeres, defectos que ellas se empeñan en disimular, creando todo un corpus de movimientos, posturas y gestos para ocultarlos a los demás. X era ligeramente estrábica, Z tenía una cojera casi imperceptible. ¿Era eso lo que las hacía perfectas?

2 comentarios:

Gretel dijo...

Hola, dejaste un comentario en mi blog en el que me contabas que te gustaba lo que contaba(gracias) y en el que me preguntabas cómo subía vídeos en la barra lateral.

Es muy fácil, en los vídeos de Youtube(o en la mayoría de las páginas con vídeos) hay, en la pestaña derecha un código HTML. Cuando entres en DIseño de tu blog, vete a añadir codigo html(o algo así) corta y pega el código del vídeo y ya está.

Saludos, espero que la explicación te sirva de algo.

Gretel dijo...

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Es muy fácil, en los vídeos de Youtube(o en la mayoría de las páginas con vídeos) hay, en la pestaña derecha un código HTML. Cuando entres en DIseño de tu blog, vete a añadir codigo html(o algo así) corta y pega el código del vídeo y ya está.

Saludos, espero que la explicación te sirva de algo.