lunes, 27 de septiembre de 2010

domingo, 26 de septiembre de 2010

:two extremes

Desde que el cine es cine siempre ha existido la figura de la película maldita (una aproximación interesante es la aportación de John Carpenter a la serie televisiva Masters of Horror, titulada Cigarrete Burns). Películas snuff, películas enfermas, películas prohibidas, películas descarnadamente explícitas sólo para conocedores, para iniciados, para connoisseurs, para sibaritas y degustadores del dolor y del mal. Películas proscritas que se pasan de mano en mano, en copias clandestinas que nunca salen de círculos íntimos.
Dentro del cine comercial, ese que se estrena en salas de cine, también existe la figura de la película maldita. La publicidad es la que crea ese malditismo, y para ello suele valerse de unos cuantos recursos.
Hace tiempo se informaba, abierta o veladamente, de que la película en cuestión incluía imágenes de violencia real (el ejemplo más paradigmático quizás siga siendo Holocausto Caníbal). Como el público se ha vuelto muy descreído con el paso del tiempo (sabemos que la violencia y muerte real se reservan para los noticiarios), pronto estas estrategias se volvieron
un poco naïf y se optó por aportar "datos" más difíciles de refutar.
Así nos encontramos con las "películas con rodaje maldito", con múltiples y variados ejemplos, desde Poltergeist a El Mago de Oz, pasando por Tres Hombres y un bebé (la escena del niño fantasma ya forma parte del folklore del siglo XX).


Pero quizás estas promociones, aunque rentables, no sean buscadas expresamente; de hecho, muchas leyendas son a posteriori.
Nos interesa más un tercer tipo de estrategia publicitaria: la que incide en las reacciones del público.
Ahora que no nos creemos nada de lo que aparece en la pantalla (sabemos que es ficción), ahora que no nos creemos nada de lo que dicen los críticos (sabemos que están contratados), sólo nos queda creer en las personas. El boca a boca (o boca a oreja, nunca he sabido cuál es la fórmula correcta) es el último reducto de credibilidad porque, aparentemente, es la única
información no interesada que queda.
La publicidad imita esa estrategia para simular que no es publicidad. Estas campañas parecen limitarse a notas de prensa en las que se hacen eco de los desmayos y vómitos en la platea, de las desbandadas en masa, de las protestas a la entrada de los cines. Recordemos la publicidad de una película como el primer REC, que no incluía ni una sola imagen de la película, sino las reacciones del público grabadas, supuestamente, con cámara oculta.
Este malditismo se fragua en los festivales del ramo, lugar donde se inician las carreras comerciales de este tipo de films.
La cosa comienza con advertencias del stuff del festival, que se prestan al juego (comentarios tipo "incluye un par de escenas difíciles de soportar" o "hasta yo he tenido que apartar la vista en más de una ocasión"), y la pelota es recogida por la prensa, encantada de que le den el trabajo hecho: se limitan a escribir los titulares según le son dictados, y a vender revistas.


Pases de medianoche, el equivalente legal y sindicado de los pases clandestinos, un par de reacciones exageradas del personal, nuevamente captadas por la atenta prensa... y ya está servida la leyenda, una bola de nieve imposible de parar.
Estas películas malditas con carrera comercial son como las canciones del verano: cada año hay una. Y te la encuentras por todas partes, sino en cada terraza de chiringuito, si al menos en cada comentario de cada foro.
Servidor, que es de estómago sensible, ha decidido realizar el experimento de ver las películas "malditas" de las dos últimas temporadas, Human Centipede y A Serbian Film. Las películas de las que todo el mundo ha hablado y habla, las películas que más ríos de tinta y vómito han hecho correr estos dos últimos cursos. Un par de chorraditas, me imagino, para almas curtidas a base de gore extremo austríaco o sado-porno filipino, pero un buen reto para una florecilla como yo que se hace caquita con Cazafantasmas II.
Pero, ¿serán para tanto? Esa es la incógnita que voy a tratar de resolver, para ahorrarles a ustedes tiempo. La responderé objetivamente, dejando a un lado leyendas, misticismos y chorradas extracinematográficas. Me las veré, eso sí, en dos días distintos y por la mañana (soy un cagueta, insisto), y en breve les contaré. Permanezcan atentos a esta sintonía. Glups.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

lunes, 20 de septiembre de 2010

domingo, 19 de septiembre de 2010

:initials B.B.

Llevo unos días intentando, aunque sé que infructuosamente, ponerme al día con mis lecturas viñeteras. Y digo que infructuosamente porque los tomos (ahora los tebeos vienen en tomos, supongo que se habrán dado cuenta) se acumulan en las estanterías de casa como las denuncias a Telefónica en la Oficina del Consumidor: por cientos. Y en segundo lugar, porque al dedicar tiempo al pasado, uno descuida el presente; ergo, seguimos en las mismas.

Bendita maldición, por otro lado. En el estrato geológico perteneciente al año pasado, me encontré con dos tomos de dos series que sigo religiosamente: Powers y Criminal. El azar ha hecho que compartieran estantería tapa con tapa, y ahora me los he ventilado como dos platos de un mismo banquete.

Bendis y Brubaker, guionistas respectivos de estas dos series, comparten una serie de características, a parte de una amistad: ambos empezaron su carrera en el cómic alternativo (comprensible: pocos artistas dan sus primeros pasos en una de las majors), y en el género negro. Esto último ya no es tan habitual en el mundo del cómic, con lo que Bendis y Brubaker eran dos excepciones, dos pájaros difíciles de catalogar.

Ambos dieron el salto a las ligas mayores, con lo que tuvieron que adaptarse al género predominante y hegemónico: los superhéroes. Primero les dieron series híbridas, a medio camino entre las capas y coscorrones y el género policíaco, que ya habían demostrado que dominaban. Se ocupan de los iconos de Marvel y DC más noir: Daredevil y Batman, o al menos de sus entornos. Después de dar probadas muestras de solvencia, y resumiendo, ya les dan carta blanca y les dejan ocuparse de las series que deseen. Son guionistas hot, de esos que reverdecen laureles de series ya agotadas, que resucitan franquicias de las cenizas y salen en los telediarios por haberse atrevido a matar al superhéroe de turno. Al menos durante unos meses.

Lo de Bendis ya es de libro Guiness: da la sensación de ocuparse de prácticamente la totalidad de las colecciones Marvel del momento. El tío es una franquicia en sí mismo. Tanta producción hace, inevitablemente, que el resultado sea irregular. Pero parece que se guarda sus mejores bazas, sus mejores ideas, para las creaciones más personales. Verbigracia: Powers. A falta de leer los 3 ó 4 últimos arcos argumentales publicados en España (este tipo parece escribir más rápido de lo que yo leo), la media es notable.

Para el que no lo sepa, Powers narra las aventuras de un par de policías sin superpoderes en un mundo donde existen los tipos con superpoderes. La premisa no es demasiado original, pero su desarrollo sí, valiéndose del extraordinario dibujo de Mike Oeming, una especie de versión oscura de los cartoons de Bruce Timm, que le da un aire muy particular a la serie. La sempiterna verborrea de Bendis aquí no sobra, y el resultado parece la traslación al papel de una película de animación muy extraña, muy enferma, y rematadamente buena.

Brubaker, por el contrario, es famoso por su regularidad: no suele decepcionar, aunque algunos le acusen de tampoco deslumbrar. A mi modo de ver, algunas de sus obras (Gotham Central, fases de su Capitán América, Criminal…) sí alcanzan el sobresaliente… al menos dentro de lo que son: cómics comerciales de superhéroes.

Criminal es, como Powers en el caso de Bendis, una creación personal. En ella Brubaker no trabaja con franquicias ni con personajes ajenos, y quizás eso se note en un mayor cariño hacia la serie (aunque repito, Brubaker no suele entregar guiones “flojos”). El título se compone de historias autoconclusivas (aunque algún personaje pueda resurgir esporádicamente), arcos argumentales a modo de novelas policíacas. Como en Powers, aquí el guionista tiene la suerte de contar con la exquisita labor de un dibujante que se encarga de toda la serie y le da unidad de tono y de estilo. Le da una voz al guionista. Criminal está dibujada por Sean Phillips, un dibujante de estilo preciso, entre realista y expresivo, ideal para el mundo sucio, corrupto y condenado que retrata Brubaker.

Si nos centramos en el cuarto tomo, Mala noche, que me acabo de leer, nos encontramos con una trama asfixiante en la que un pobre perdedor (ese tipo de personajes que tan bien interpreta William H. Macy) se ve inmerso en un embolado aparentemente sin comérselo ni bebérselo. Por supuesto, nada es lo que parece, y las venganzas surgen de otras venganzas, y hay una mujer fatal, y un policía corrupto, y pasados oscuros, y hasta ahí puedo leer. Mala noche, como su nombre indica, está a medio camino entre la vigilia y el sueño, entre la realidad y la fantasía (algo que parece estar convirtiéndose en el zeitgeist de este cambio de milenio), en esa tierra de nadie que habitan los insomnes.

Ah, y el protagonista es un dibujante de cómics, lo cual, además de molar mucho porque sí, les da juego a los autores a ponerse referenciales.

Es un delito perderse estas series (tenía que decirlo o explotaba). Un saludo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

:el butano


Me tengo que hacer eco (tiene narices la expresión) de la reciente aparición de la revista (o algo) online El butano popular. En ella aparecen los popes de la Mondo Brutto más allegados, simpatizantes y, en general, mucha gente con criterio. Nombres como Mike Ibáñez, Miguel Noguera, Grace Morales, Raúl Minchinela, Nacho Vigalondo, Santiago Lorenzo, el Sr. Ausente, Rubén Lardín, Antonio Trashorras y un largo etc. Ahí es nada.
Sin haberlo leído todo (aún), se lo recomiendo sin paliativos.

:historia de amor (atormentado)

Esta es la historia de dos artistas jóvenes, talentosos pero, ay, un poco atormentados por sus cosas de artista, un poco de ir vestidos de negro.

Un día se conocieron y, como se admiraban mutuamente, llegaron a trabajar juntos.


La cosa fue a más, y hubo turrón.

Y más turrón.

Pero, como además de atormentados y eso, tenían unas agendas muy apretadas, se fueron distanciando.

Y al final ya sólo se hablaban por camiseta.

Así que rompieron, de forma atormentada... y él se fue quedando calvo y se dejó bigote.

Y ella aprendió a tocar el piano.

FIN.

viernes, 17 de septiembre de 2010

:tumblr


¿Cómo se pronuncia tumblr? Ni idea, pero ya tengo uno. No es la primera vez que tengo algo que no sé pronunciar, una vez me salieron unos sarpullidos donde me roza la goma de los calzoncillos y el nombre científico también era impronunciable.
Bueno, ¿para qué hacer el dichoso tumblr? ¿Qué me puede ofrecer el tumblr que no me ofrezca ya mi viejo blog?
Y yo que sé, no es más que un cachivache más para pasar el rato (yo, y espero que ustedes). La idea, en principio, es publicar en aquel las cositas cortas, las citas, las tonterías que uno se va encontrando por ahí, y dejar la reflexión más profunda (ay que me da la risa) para el blog.
Eso en teoría, porque en la práctica me da que todo va a ser un maelstrom de chorradas que irán apareciendo, indistintamente, aquí o allá.
Pero se lo voy a poner fácil: ahí al lado, en la columna de la derecha, tienen ustedes un enlace directo. Sólo tienen que seguir al pajarito.

jueves, 16 de septiembre de 2010

:3 cortos

Nos fuimos el otro día unos cuantos colegas a ver una sesión de cortos de género fantástico, dentro del festival Curtocircuito, que estos días se está desarrollando por toda la ciudad.
Aquí os enlazo algunos de los que vimos. Los dos primeros son mudos, y en el tercero no vais a tener ningún problema para entender lo que dicen, por muy básico que sea vuestro inglés.
El primero, desasosegante. El segundo, una marcianada surreal. El tercero, realmente divertido.
A ver si os gustan. Un saludo.


Para ver el tercero, pinchad AQUÍ

lunes, 13 de septiembre de 2010

: Velocidad moderna, de Blutch

Al comienzo de Fargo, la magistral película de los hermanos Coen, se nos indica que todo lo que vamos a ver a continuación está basado en hechos reales. Eso nos predispone, como espectadores, a emocionarnos con más intensidad si cabe con lo que vamos a ver. En los créditos finales, sin embargo, encontramos la fórmula habitual de que cualquier parecido entre la historia que acabamos de ver y personas y situaciones reales, es pura coincidencia. O sea, que todo ha sido una broma (otra) de los hermanísimos Coen. Entre esas dos fórmulas contradictorias, excluyentes, se desarrolla Fargo: en tierra de nadie, como todas las obras pioneras.

Ese equilibrio, ese juego entre la realidad y la ficción que es toda obra de arte, nos lo encontramos también en Velocidad Moderna, última obra (por ahora) del francés Blutch publicada en nuestro país. Casi desde la primera página un aire de ensoñación tiñe la historia: ni el tono, ni el colorido, ni la lógica del relato se nos presentan como “reales”. En la portada vemos a dos muchachas dormidas, dos muchachas que pronto conoceremos como Lola y Renée, las protagonistas. La imagen no remite a ninguna escena que luego encontraremos en el interior del tomo. ¿Es acaso una escena perdida? ¿Es acaso una explicación o una advertencia? ¿Es toda la obra el sueño conjunto de las dos jóvenes? Cerrando el paréntesis, en la contraportada, un texto nos informa de que “La historia que acaban de leer es verdadera, los acontecimientos descritos sucedieron tal cual en la vida real.” Sólo un cachondo mental como Blutch puede cerrar un álbum como el presente de esa forma.

Velocidad moderna es una obra de ficción, por si les quedaba alguna duda. Una obra de ficción que, además, nace de otras obras de ficción, del placer que siente Blutch por reescribir, por revisitar, por reinterpretar obras que le han marcado. Aquí hayamos ecos del aire malsano y enrarecido de La estrella lejana de Hergé, el placer de dibujar y contemplar figuras femeninas presentes en Barbarella o en la obra de Pichard, el surrealismo subterráneo y feroz de Buñuel

El viaje que nos propone Blutch, aunque está cargado de humor (sin humor no se entiende el surrealismo), no resulta complaciente. A Blutch le interesa suscitar preguntas en el lector, más que ofrecer respuestas. “Las visiones surrealistas me han supuesto siempre el acceso a algo. Lo que me gusta es lo incongruente, alternar lo caliente y lo frío, hacer aparecer una faceta inesperada… Hacer un libro donde el lector no pueda imaginar lo que va a ocurrir a continuación. Aunque sé que esto puede ser abrupto para muchos lectores, que desistirán de la lectura en la primeras páginas…” Aquel que espere respuestas concretas, ocultas pero a la vista, como La carta robada de Poe, sin duda se sentirán decepcionados. No está dentro de los intereses del francés: “Cuando la historia empieza de manera misteriosa, o angustiante, cautivadora, cuando nos intriga, la resolución del misterio casi nunca funciona.” ¿Cuál es la única forma, entonces, de resolver un misterio satisfactoriamente? No resolviéndolo, manteniendo la incógnita y con ella la magia: sustituir un misterio por otro. Claro que, para que uno no se sienta estafado en este trato, o bien hay que ser un genio como Lynch, o hay que dejar muy claros las cláusulas del negocio desde el primer momento. Blutch, en ese sentido, no engaña a nadie, desde el momento en que una marabunta de monjas enanas irrumpe en un restaurante (página 17).

Magistralmente dibujado, como todo lo de Blutch, esta obra es un festín para los sentidos y para la mente, cercana en intención y resultados a esa otra maravilla titulada La voluptuosidad, aunque aquella volaba, en trazo y en argumento, más libre. Esta Velocidad moderna resulta más formalista, más pensada (es el resultado de dos años de trabajo), hay en ella una búsqueda del detalle que lo aproxima, paradójicamente, a la abstracción: “La lógica querría que el lector entendiese lo que pasa, pero para mí es menos importante. Prefiero dar toda la importancia a la atmósfera. Ése es el objetivo de Velocidad Moderna.” Y a fe mía que lo logra.

La edición de La Cúpula, correcta. Al basarse en la reedición francesa, incluye bocetos y una aclaratoria entrevista a Blutch (de la que están extraídas todas las citas de esta reseña). Muy muy recomendable.

:adiós, Claude

Se nos fue otro de los grandes de la nouvelle vague; ya sólo nos queda Godard (toco madera). Chabrol, a sus 80 años, seguía muy activo y prolífico, con lo cual uno no siente que se haya ido una vieja gloria que ya había dejado atrás sus momentos de espledor, sino un artista que todavía estaba desarrollando su discurso con energía.

Puede que no fuese tan reconocido como sus compañeros y coetáneos Truffaut o Godard, quizás porque su cine era más de género, o quizás por ese humor socarrón y vitriólico que le ponía a todo. Ya se sabe que si hay algo que la crítica menosprecia es el humor y la ficción de género. Pulió su estilo hasta convertirse en una revisión francesa de su admirado Hitchcock (salvando las distancias, entiéndanme: una versión desmadejada y con flecos sueltos del genio inglés), y dejó un puñado de obras magistrales, algunas de ellas formando pareja artística inmortal con su musa (y una de las mejores actrices de la historia), Isabelle Huppert.

Personalmente, siempre me calló bien, con ese aire de señor travieso que no se toma demasiado en serio a sí mismo, y ese perfil tan francés, como de dibujo de Sempé. Qué triste noticia, Claude. Hasta siempre, y gracias.

viernes, 10 de septiembre de 2010

:safari fotográfico #4




(Especial retratos de familia)

miércoles, 8 de septiembre de 2010

:el deporte nacional

“La envidia es el deporte nacional” ¿Ustedes también odian esta frase? Yo no la soporto.

Como yo nunca he vivido en otro país (los he visitado, pero nunca los he habitado) desconozco si en otras latitudes no se estila lo de la envidia, pero me extraña. Pero obviando esto, sigue habiendo un par de imprecisiones en la dichosa frase.

En primer lugar, la envidia no es un deporte. Sería, en todo caso, un arte menor, una artesanía, algo que uno practica de puertas adentro, que perfecciona y aprende a dominar sin un fin ulterior, como el ganchillo o la marquetería. Considerar la envidia como una competición es un oxímoron.

En segundo lugar, no tengo claro que lo que la mayoría de la gente entiende por “envidia” sea en realidad envidia; yo lo calificaría más bien de “sospecha”, “reticencia”, o quizás simplemente “sentido común”.

Vivimos en un país cuyo personaje más emblemático e internacional, Don Quijote, era un tarado, un perdedor. Eso ya dice mucho de nosotros. Vivimos en el país de la picaresca, del caradura entrañable, del pelotazo, de las oposiciones amañadas, de los concursos amañados, de los juicios amañados, del cohecho, del pelotazo, del amigismo, de la cuenta en b, de los favores devueltos. En este país entendemos perfectamente cómo funcionan las cosas, y no nos llevamos a engaño: no somos héroes, pero tampoco somos gilipollas; así que no nos traten como a tales. Sabemos qué hace falta para triunfar, y sabemos que el talento no está entre los requisitos.

¿Tienen Fernando León de Aranoa o Alejandro Amenábar más talento que Óscar Aibar o Santiago Lorenzo, por poner un ejemplo? Ni de coña. Sólo se sentaron junto a la persona indicada, como diría el Roto. Así que si digo que Princesas es un insulto a la inteligencia y una de las peores películas que ha filmado y distribuido comercialmente un ser humano, o que la filmografía de Amenábar en su conjunto es el equivalente cinematográfico a una paella congelada recalentada en el microondas, no se confundan, no son comentarios motivados por la envidia. ¿Envidia de qué?

Señores, pueden tener ustedes todos los premios que les dé la gana y más audiencia que la final del mundial; pero cuando estamos a solas en la oscuridad, ustedes y yo, su obra y yo, ahí no hay engaño posible. Ahí no hay lugar para los oropeles, el glamour y su puta madre.

¿Envidia? Lo que tenemos ejercitado hasta límites insospechados en este país es la paciencia y unas tragaderas como una boca de alcantarilla. Si no ibais apañados, pandilla de “triunfadores”.



martes, 7 de septiembre de 2010

:ciudadano Trecet


Ramón Trecet, así, sin conocerlo de nada, da la impresión de ser un tipo peculiar. Que sea un periodista especializado en disciplinas tan dispares como deporte y música popular hace que sea el único (ahora que Andrés Montes ha pasado a mejor vida) que podía apodar Jordanaires a Michael Jordan y reírse, aunque nadie entendiese por qué.

Por edad no le llegué a conocerlo en su faceta de cronista y crítico pop-rock, en programas de televisión que con el tiempo han acabado por convertirse en míticos, como Musical Pop o, sobre todo, Popgrama. Con el tiempo le debió de dar una pájara y pasó de fumarse porros escuchando discos de Cream, a fliparlo con Enya y otras flojedades new age. Esto parece ser algo habitual entre los críticos rock: supongo que se cansan de los patrones rítmicos y temáticos repetitivos del pop occidental, y se lanzan a por las músicas del mundo para oxigenarse. Es el llamado Síndrome Manrique, del que no vamos a hacer chanza porque ninguno estamos libres de caer en él.

Pero no es la faceta musical de Trecet (o 13t, como se autodenomina en el mundo virtual) la que nos interesa, sino la de cronista deportivo. Concretamente, nos interesa por ser el que retransmitió el primer partido de la NBA en esta piel de toro llamada España. Bueno, el primero y los que le siguieron.

Uno, por aquel entonces (1988) era un yogurín prepúber y, lo reconozco, aquellos atletas negros me ganaron. Y también me ganó la forma de vivirlo y de narrarlo del señor Trecet. Bueno, miento: en el momento me parecía un poco cargante, siempre pisando e interrumpiendo al erudito Esteban Gómez (un dueto cómico que marcó la tendencia a seguir; sólo hay que ver a sus sucesores Montes/Daimiel) o a quien se pasase por el plató a secundarlo.

El programa, con el poético nombre de Cerca de las estrellas, fue un éxito porque tenía que serlo, porque la gente le tenía muchas ganas a la NBA; y también, claro, porque Trecet y compañía lo hacían con un profundo conocimiento de la materia y con sentido del humor.

La cadena, sin embargo, no debía de tener mucha confianza en la cosa: la ponían los sábados de madrugada en la segunda cadena, y además era como muy baratilla. Tras la cabecera a ritmo del Faith de George Michael (glups) aparecía Trecet y sus invitados en el “estudio”, en realidad un rincón de un pasillo de TVE con una mesa de cristal como de sala de espera de dentista y un póster de la NBA pegado en la pared para que aquello pareciese un programa sobre baloncesto americano y no, pongamos por caso, la sala de espera de un dentista. En la década que estuvo el programa en antena, apenas varió en concepto y en atrezzo: quizás un jugador troquelado, quizás unas cortinillas propias en vez de fusilar las del programa original americano... Era, como todos los paraísos, inmutable. Hasta que llegaron los cabrones de Canal+ y se compraron los derechos de la NBA y la codificaron sólo para la gente bien, deslumbrada por esos enormes platós blancos con pantallas gigantes de fondo y demás distracciones.

Allí se acabó mi romance con Trecet y con la NBA.

La trayectoria de los saltimbanquis norteamericanos la seguí de reojo, como el que sigue las novedades de una ex: por terceros. Pero de Ramón, ay Ramón, nunca volví a saber nada.

Nada, hasta que el otro día me vi el partido de octavos de final del Mundial de Baloncesto que enfrentaba a Croacia y a Serbia (qué pasa, cada uno hace con su tiempo libre lo que quiere), y entre el trío de comentaristas reconocí la peculiar y nasal voz de Ramón, Ramón Trecet. No había cambiado nada con los años; ahora hablaba de Ukic y de Teodosic en vez de de James Worthy y de Kevin McHale, pero era indudablemente la misma voz, la misma persona. El mismo humor socarrón e irónico, la misma forma de interrumpir a sus colegas, la misma visión clarividente del juego... y las misma idas de bola. Cuando al finalizar el encuentro, que Serbia ganó in fraganti, el comentarista principal pidió un titular para resumir el partido, Ramón se quedó callado un segundo y medio, meditando, (que raro, por cierto, que alguien se calle o medite en la televisión, y no digamos ya las dos cosas a la vez), y después soltó su perla: “Los héroes siguen despiertos.” Ahí es nada. Creo que su colega esperaba algo más del tipo “Serbia gana con oficio” o “El arbitraje define el resultado”. Pero así es Ramón, Ramón Trecet: siempre saliéndose por la tangente. Qué tío.



Actualización: me acabo de ver el extraordinario partido de cuartos de final entre Argentina y Brasil. De nuevo Trecet desatado. Dos detalles: una cita de Leonard Cohen (!), y la frase del día (porque la semana todavía es joven): (a voz en grito) Scola, si me dices que la tienes cuadrada, ¡¡¡¡te creeeeeeeeeeeeeo!!!!

lunes, 6 de septiembre de 2010

:el funcionario desnudo

Lectura gozosa y desde ya recomendable El funcionario desnudo, de Quentin Crisp. Primer volumen de su autobiografía, y por ahora, en nuestro país, último y único. Ya se queja Jesús Palacios en el prólogo de la falta de ediciones patrias de la obra de Crisp, y desde 2001 la cosa sigue igual. No nos quejemos, y lancémonos con fruición y delectación sobre este tomo.

Quentin Crisp fue todo un personaje, un homosexual declarado desde que le dio la gana (de declararlo, no de serlo), y le dio la gana en el período de entre guerras, cuando no debía de ser muy sencillo. El ir a su aire, el vivir una vida excéntrica y libre le reportó insultos, hostias y hasta una breve entrada en prisión.

Pero él nunca dio un paso atrás. Se teñía el pelo de rojo, se pintaba las uñas, se maquillaba y se vestía y se movía con ademanes femeninos. ¿Por qué?, le interpela alguien en un pasaje del libro. “Porque así es como soy. Y no me gustaría que ni usted ni nadie pensara que estoy avergonzado por ello.”, le responde Crisp.

Teniendo claro desde muy joven lo que era, lo que más le costó fue decidir a qué dedicarse, de qué vivir. Y esta autobiografía bien parece una búsqueda de un sueldo, de una remuneración, teniendo siempre presente que “Lo que se hace por dinero, sea lo que sea, es sagrado.”

Así, el bueno de Quentin se busca la vida en lo que buenamente encuentra, desde el diseño comercial (“Dibujar es una ciencia; pintar es, sencillamente, algo que se hace para pasar las largas noches de invierno.”), el mundo del cine (“El negocio del cine tenía cierto genio para extraer una especie de caos a partir del orden.”) y mil y un negocios y absurdos quehaceres. Pero el oficio que más años desempeñó, y el que más le satisfizo, fue el de modelo en escuelas de arte, quizás porque no tenía que hacer nada, salvo permanecer. Como él mismo dice: “Si algún talento tengo en absoluto, no es para hacer sino para estar.” Ciertamente, la gran obra de arte de un artista tan dotado como Quentin Crisp, fue él mismo.

Heredero de la tradición británica de escritores ingeniosos (“No sabía que la reputación de ingenioso suele deberse no tanto a las bromas y los chistes que puedas contar como a reír los cumplidos de los demás.”), léase Wilde, Shaw y compañía, con un estilo claro y engañosamente sencillo, siempre fluido y vivaz, Crisp relata sus vivencias y ocurrencias con ligereza y mucha ironía, nunca con cinismo o acritud (a pesar de los palos que la vida le dio).

“La vida es una cosa curiosa que me sucedía en el camino a la tumba.” Su vida, o al menos su autobiografía, parece en ocasiones una búsqueda de un gran resolución, de un buen redoble final. Deseaba morir en la guerra, pero por su orientación sexual tan evidente, fue rechazado como soldado. Ya sexagenario, mientras redacta este volumen, se siente viejo, un superviviente de otra era, una anomalía. Poco sabía él que aún le quedaban un par de décadas de vida, en las que sería reivindicado por nuevas generaciones.

“Una autobiografía es un obituario en forma seriada al que le falta el último capítulo.” Intuyo que Crisp siempre quiso escribir ese último capítulo, ese final a una vida que es una obra de arte por sí misma, pero sobre todo por como nos la cuenta.

Les dejo aquí algunas reflexiones y ocurrencias extraídas del libro. Que las disfruten.

-El vicio es una recompensa en sí mismo. Es la virtud, por el contrario, la que debería estar marcada con etiquetas de advertencia si se quiere promocionar para el consumo.

-Si uno no puede tomar las precauciones necesarias para evitar tener padres, al menos ha de encargarse de educarles.

-Tal y como sabemos por haber observado los devoradores celos de los maridos que nunca son fieles a sus esposas, la gente no se limita a las emociones a las que tiene derecho.

-No podía permitirme el lujo de la virtud, de modo que me conformé con indignarme ante el vicio. A grandes rasgos servía al mismo propósito y me resultaba más barato.

-Todas las reacciones que otra gente me ha descrito que experimentaron al encontrar alguien con el que vivir (la percepción aumentada del mundo que les rodea, la incapacidad de refrenarse de dar saltitos de alegría mientras andan), todas eran mías al darme cuenta de que, con un poco de suerte, nunca más tendría que volver a vivir con nadie.

-La esencia de la felicidad es al absolutez. Se convierte automáticamente en el estado esencial de aquellos que viven plenamente en el presente continuo. No se requiere ningún esfuerzo para definir o incluso obtener la felicidad, sino una enorme concentración para abandonar todo lo demás.

-Ya es suficientemente difícil compartir la riqueza sin verse envuelto en escenas indignas; compartir la pobreza no consiste en otra cosa.

-La decencia, en todo caso, deber de ser un estado mucho más agotador de mantener que su opuesto. Aquellos que lo consiguen parecen necesitar una cantidad de sueño entumecedora.

-Tenía la opinión de que por muy bajo que caiga un hombre, nunca alcanza el nivel de la policía.

-Un pesimista es una persona que, si está en el baño, nunca sale para coger el teléfono.

-“Inmadurez” es otra palabra que necesita una buena definición. En el caso de los hombres, significa la incapacidad para mantenerse erguido sin buscar apoyos. En el de las mujeres, implica arrojarse ante los pies de alguien que no quiere casarse con ellas.

-Empecé a sentir que el arte no era solamente superfluo sino además insultante para la vida. Su implicación es que el mundo visible resulta intolerable a menos que un grupo de aficionados al negocio de la creación le dé unos empujones.

-Los jóvenes siempre tienen el mismo problema: cómo rebelarse y conformarse al mismo tiempo. en la actualidad han resuelto este dilema desafiando a sus mayores y copiándose entre sí. De este modo aparecen ante los adultos como unos brutos y unos estirados al mismo tiempo.

-Resulta bonito viajar en el mismo barco que aquellos a los que consideras mejores que tú, sobre todo si se está hundiendo.

-La tolerancia no es el resultado de una iluminación repentina, sino del aburrimiento.

-Aunque la inteligencia es incapaz de modificar el carácter, resulta útil a la hora de encontrar eufemismos para sus debilidades.