En Pensar/Clasificar, de Georges Perec, en el capítulo "Consideraciones sobre las gafas", leo:
"Hay varias cosas que sin duda no haré. Es muy improbable que un día vaya a la Luna, que viaje en submarino o que aprenda chino, saxófono o ergódica, aunque tenga muchas ganas. Tampoco es muy probable que un día me vuelva oficial en actividad, estibador en Valparaíso, apoderado de un gran banco, cajero, explotador agrícola o presidente de la república.
En cambio, es casi seguro que un día, como al parecer lo hace un tercio de los franceses, llevaré gafas. Mi músculo ciliar, que gobierna las modificaciones de curvatura del cristalino, perderá poco a poco su elasticidad y mis ojos ya no serán capaces de acomodarse. Dicen que eso ocurre en todos los adultos a partir de los 45 años, y yo tengo 44 y medio...".
Me produce una profundísima tristeza saber que, poco después de escribir esto, se le diagnosticó un cáncer terminal inoperable y murió en apenas un mes, con 45 años, solo cuatro días antes de cumplir los 46, sin llegar a usar nunca gafas.
lunes, 16 de julio de 2018
lunes, 26 de marzo de 2018
:Garden, de Yuichi Yokoyama
Garden no se aparta de las premisas estética y narrativas habituales de Yokoyama: personajes
asexuados, inexpresivos, en constante movimiento, una extensión del Desnudo
bajando una escalera nº2 de Duchamp desplegado en viñetas; pero lleva esa
premisa a sus máximas cotas de precisión y maravilla. Un número indeterminado
de personajes anónimos, que son multitud y, por tanto, son uno, se cuelan por
una grieta del muro que cierra un jardín, el Garden titular, que bien podría
ser un continente o un planeta, ya que su extensión es infinita y los prodigios
que allí se tienden, innumerables.
A partir de ahí, Yokoyama deja que los personajes, ejes de
coordenadas en movimiento, trayectorias, vectores mas que seres humanos, avancen
con la inercia del ímpetu que les posee: la curiosidad. Solo dos propiedades
los caracterizan: la curiosidad y la culpa; la primera se percibe en su deseo
de ver, la segunda en el recelo a no ser vistos, por miedo al castigo: Garden, como el jardín del edén, castiga la curiosidad, las figuras han entrado
ilegalmente en él, y se esconden de los vigilantes que lo recorren, o lo que
ellos creen que son vigilantes, ya que ese continente parece deshabitado a
pesar de estar repleto de edificaciones y estructuras complejas, que uno
imaginaría llenas, si no de residentes, sí al menos de encargados de su
mantenimiento. Pero el jardín parece una extraordinariamente enrevesada máquina
de movimiento perpetuo que no necesita causa ni razón: existe porque sí.
No hay más argumento que este: Yokoyama libera su obra de esa
necesidad de contar y se queda con la esencia: el movimiento congelado en
viñetas, una especie de cubismo dinámico, en constante avance. No hay trama, no
hay personajes tal cual, ya que son cambiantes y anónimos, no hay principio ni
final. Comienza in medias res y termina tres veces, es decir, el fluir se
divide en tres afluentes.
¿Es pues, Garden, legible? Por extraño que parezca, resulta
fascinante, una lectura absorbente que, al igual que sus protagonistas, no
puede detenerse. Yokoyama despliega una sucesión de espacios a cual más
extraordinario, un planeta extraterreste que produce una sensación constante de
maravilla, como el Cuarto Mundo de Kirby o Las ciudades oscuras de Schuiten y
Peeters, pero despojado de la necesidad de contar algo. Privado del argumento,
liberado del peso de la historia, el autor se recrea en la plasmación de
extraordinarias mecánicas y de lugares asombrosos. Y no solo nosotros, como
lectores, nos sentimos impresionados por lo inusual de lo que aparece ante
nuestros ojos, los propios personajes también se ven superados por los
prodigios de los que son testigos, y de hecho no dejan de reiterarlo: el
asombro ante lo que ven, la maravilla de lo que perciben les impulsa a seguir
en su avance, a no detenerse, a ver lo siguiente. La obra no es más que una
cartografía, una descripción del mundo y sus maravillas, como un Marco Polo
múltiple. En un momento dado unos aviones que sobrevuelan el jardín sueltan al
aire, como pasquines, fotografías aéreas que, convenientemente reordenadas, se
convierten en un mapa del territorio, una cartografía en tiempo real, donde los
propios personajes se ven fotografiados, capturados en su movimiento clandestino. La obra
es, pues, una cartografía de sí misma, un espejo borgiano que se retroalimenta
y repite hasta el infinito.
Los diálogos, escuetos, desapasionados, casi
mecánicos, no hacen más que reforzar lo que vemos: los personajes señalan lo
que observan, se complacen y refocilan en su propio asombro, se recuerdan que
tengan cuidado ante el eventual peligro, como una mente colmena que necesita,
continuamente, reforzar sus conexiones, en lo positivo y en lo negativo. Estos subrayados, lejos de ser
reiterativos, intensifican la sensación de maravilla, pues, por un lado, nos
hace empatizar con los personajes, pues su asombro y el nuestro nos unen; y por
otro lado hace que nos detengamos: las palabras son pequeños baches, hitos que
impiden que el fluir de la narración se vuelva un paisaje borroso e indeterminado. En los cómics sin diálogo se corre el peligro de dejarse llevar, de pasar las páginas de forma automática. Yokoyama pisa el freno y nos hace avanzar al paso. Las viñetas son
fotografías como las que realiza uno de los personajes, quizás el único que
podemos reconocer a lo largo de toda la obra: una figura de vestimenta rallada que
se parapeta tras una cámara fotográfica. Cada flash de su cámara cristaliza uno
de estos momentos, los congela y hace reales, deja constancia de su existencia,
y cuando esas fotografías se positivan se convierten en recordatorio de lo
sucedido. Si no fuera por ellas, podríamos considerarlo todo como un elaborado
sueño, pues la lógica que lo sustenta (su falta de funcionalidad, su transición
de espacios cerrados, casi amnióticos, a otros inabarcables, las maquinarias
sin finalidad…) parece onírica.
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lunes, 15 de enero de 2018
:repaso al 2017: cine
No ha sido
un año espectacular cinematográficamente hablando, para mi gusto.
Afortunadamente, no hay que vivir en la ola del presente, y la historia del
cine está ahí, bla bla bla. Pero vamos con el ranking de lo que más me ha
gustado de este año pasado (más alguna cosita del 2016 que no se estrenó hasta
el 2017). El pelotón del 10 al 4, y después, sí, el pódium de los tres
medallistas.
-Bamui Haebyunaeseo Honja (2017) Hong Sang-soo. Sigue en plena
racha Sang-soo, añadiendo metraje a una obra que parece una película eterna,
que nos va entregando por capítulos. Otra maravilla, incrustando en la ficción
partes de su vida, como no podía ser de otra forma debido a su modus operandi
de ir escribiendo el guión del día al levantarse cada mañana, antes de ir al set
de rodaje, mientras los demás desayunamos y miramos el facebook.
-Fe de
etarras (2017) Borja Cobeaga. Me he reído bastante con esta película, con una
premisa muy buena y un desarrollo sin estridencias, de perfil medio, pero
tampoco con descalabros. Todo muy bien, todo correcto, no se me ocurre ninguna
pega.
-Thelma
(2017) Joachim Trier. El Trier se mete en pantanos fantásticos (con una carga
metafórica evidente y poderosa, pero fantástica) y sale muy airoso, aún más,
sale victorioso, con una película febril y concreta. Muy bien interpretada,
además.
-Colossal
(2016) Nacho Vigalondo. Otro, Vigalondo, que se marca una metáfora fantástica
para explicar lo más miserable, y tiene la facultad y el talento para que una
premisa tan potente (e inverosímil) se mantenga ahí durante hora y media, sin
caerse de la mesa, bien erecta y juguetona.
-La región
salvaje (2016) Amat Escalante. Si a Lovecraft le hubiese interesado el sexo, y
fuese un director de cine actual mexicano, podría haber rodado algo así.
-Madre!
(2017) Darren Aronofsky. Mira que el tipo este me carga, pero esta película le
ha salido tan desmesurada, tan absurda, tan evidente, tan subrayada, que me lo
he pasado teta. No tengo muy claro si es una comedia involuntaria o no, pero me
he reído mucho. No quiero resultar cínico: la he disfrutado.
-Okja
(2017) Joon-ho Bong. Sobre el papel esta película no tendría que interesarme,
pero por el currículum del director le eché un vistazo y, oh sorpresa,
peliculón. Nada melifluo ni complaciente, nada maniqueo ni panfletario, no es
un ghibli de serie B en carne y hueso. Muy buena.
Y el
pódium, los ganadores, los elegidos, los afortunados que pasarán a la historia
de este humilde blog…
3- Lady
Macbeth (2016) William Oldroyd. Primer largo del amigo Oldroyd, y menudo primer
largo. Puesta en escena elegante y concisa, sin aspavientos, sin veleidades de
primerizo. Al grano. Y aquí hay mucho grano. A pesar de tener base literaria no
peca de verbalizar el drama, y los silencios y el encuadre de la cámara le
bastan al director para transmitir todo el desasosiego y claustrofobia de esta
mujer del siglo XIX.
2- Brawl in
Cell Block 99 (2017) S. Craig Zahler. Ya en Bone Tomahawk se intuía que en
Zahler había madera de gran narrador, de cineasta, pero me alegra confirmar con
este segundo largo, que esa intuición no era errónea. Aquí se marca otra
película larga y agónica, otra tortura visual en la que el protagonista (aquí
más individual y concentrado que en Tomahawk) sufre lo indecible, y nosotros
con él. Sádica, seca, frontal, dura… La película parece ir descendiendo capas
de infierno hasta un final hiperbólico, casi insoportable. Si no ha quedado
claro por lo dicho, la disfruté como un marrano.
1- A Ghost
Story (2017) David Lowery. Película que ha polarizado las opiniones, como toda
obra importante. Y como toda obra importante ha creado su propia gramática, su
propia estructura, su propia poética y su propia forma para contar lo que, como
todo, ya se ha contado mil veces. Hipnótica y maravillosa rareza, concita en su
recuadro achaflanado el dolor y el terror, la belleza y la extrañeza de la
vida, a pesar de estar protagonizada por un muerto, por una sábana con dos
agujeros.
No están
entre los diez, pero me han gustado:
Suntan
(2016) Angyris Papadimitropoulos, otra patada en las partes blandas desde
Grecia; La fille inconnue (2016) Jean-Pierre y Luc Dardenne, siguen los belgas
en buena forma; One More Time With Feeling (2016) Andrew Dominik, o el elefante
en la habitación de Nick Cave; Personal Shopper (2016) Olivier Assayas, una
historia de fantasmas por watsapp; O Ornitólogo (2016) Joao Pedro Rodrigues,
nos mete en unos meandros de los que es difícil salir una vez se han ollado; Silencio
(2016) Martin Scorsese, otra clase magistral del maestro; Better Watch Out
(2016) Chris Peckover, divertido y elegante, futuro clásico de noches de terror
para todos los públicos; The Little Hours (2017) Jeff Baena, comedia con monjas
y brujas, qué más añadir; The Meyerowitz Stories (2017) Noah Baumbach, movidas
de neoyorquinos; Brigsby Bear (2017) Dave McCary, como Room más El show de
Truman; Good Times (2017) Ben Safdie, Joshua Safdie, un título anodino para una
película nada anodina; Creep 2 (2017) Patrick Brice, si te gustó la primera,
supongo que te gustará la segunda, como a mí; Wind River (2017) Taylor Sheridan,
un thriller clasicorro pero bien, muy bien; The Killing of a Sacred Deer (2017) Yorgos Lanthimos, un poco en cuesta abajo, pero al menos la
primera hora a mí me descolocó; The Trip to Spain (2017) Michael Winterbottom, que cada vez que se
junta con Steve Coogan y Rob Brydon me recuerda la alegría de vivir.
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