A una persona le echan las
cartas del tarot y, en un momento dado, le sale la carta de La muerte, con su calavera y su guadaña
y toda la parafernalia. Golpe de sonido,
subidón de música, primer plano del cliente acojonado. Pero no, tranquilo, le explica el/la
echador/a de cartas: La muerte no es
una mala carta, todo lo contrario; no significa que te vayas a morir: "La
muerte significa cambio", esto se ha oído más veces en el cine que
"Te amo" e incluso que "Nunca he estado tan seguro de nada en
toda mi vida". Después, sin
embargo, puede haber una coda/apostilla/giro inesperado. Sale una carta aparentemente anodina y
benévola, pongamos por caso La mujer del
cántaro de leche tibia o El oso
amoroso regala besos, y ahora, sin embargo, es el primer plano del
echador/a de cartas el que nos advierte de que algo va mal, agudos
espectadores, que esa carta presagia algo tan espantoso que no existen palabras
para describirlo, ni en un libro de Lovecraft.
Niega con la cabeza y le devuelve el dinero a su cliente. No, no puede decirle lo que le presagia el
futuro, y le hace salir de su barraca casi a empujones, tan terrible es su
destino. Hay una extraña lógica en
devolverle el dinero al desafortunado, como si una prostituta devolviese el
dinero al cliente si el polvo no estuvo a la altura; es más, como si el cliente
recobrase la virginidad con la devolución del montante.
Acabas de matar al monstruo y, justo al girarte, ves que
el tipo del que nunca te has fiado del todo, ese tipo con el que tienes una
cuenta pendiente que nunca se ha aclarado del todo, ESE TIPO te está apuntando
con su arma. No te da ni tiempo a
decirle nada cuando dispara y, sorpresa, no te ha dado a ti, le ha dado al
monstruo a tus espaldas, que no estaba muerto como tú creías. El tipo del que nunca te has fiado ha estado
apuntándole todo el tiempo, el tipo del que nunca te has fiado te ha salvado
del monstruo, pero sigues sin fiarte de él, puto desconfiado. Eres lo peor.