miércoles, 29 de julio de 2009

:find in translation


Un cantante norteamericano llamado Wazmo Nariz.
Un dibujante norteamericano llamado Greg Capullo.
Una periodista australiana llamada Charity Follar.
Un diseñador finlandés llamado Matti Culo.
El cineasta Hayao Miyazaki, experto en poner de los nervios a los traductores españoles. “Kiki's Delivery Service”, tiene que rebautizarse como “Nicky aprendiz de bruja” en la edición hispana, y “Laputa” como “El castillo en el cielo”.
¿Cómo imaginar que nuestro apellido se pronuncia igual que “fosa séptica” en tambotalo, y que esa coincidencia fonética es la causante de nuestra halitosis hereditaria incurable?

sábado, 18 de julio de 2009

:Dylan (I)

“¿Me contradigo? ¿Y qué si me contradigo? Soy inmenso, contengo multitudes.” Walt Withman.

Leyendo y releyendo la literatura que Dylan ha generado se aprecia a primera vista una personalidad compleja, llena de contradicciones; como debería ser todo ser humano: miedo dan las personas clarividentes y unidireccionales: en algún momento de sus vidas tiene que haber algo de renuncia o de impostura. En Dylan, no. En Dylan hay una búsqueda continua.

“Cuando nadie sabe nada no tiene ningún sentido cambiar de idea”. Bertrand Russell.

Es habitual afirmar de Dylan que es el mayor compositor de la historia del rock (sobre todo por sus letras “complejas”; es decir, que van más allá del I love you and I wanna hold your hand), pero no se suele resaltar su faceta de intérprete. Pues ahí vamos: Dylan es el mayor intérprete de la historia del rock, no sólo por cantidad (que no es baladí: ahí está el Never Ending Tour), sino por calidad.
Del resto del triunvirato de emperadores del pop, los Beatles podían ser despreocupados, irónicos o melifluos. Los Stones podían ser canallas o vulnerables. Pero nadie ha expresado con su música y su voz todos los aspectos del ser humano como lo ha hecho Dylan; puede ser cínico y confesional, hiriente y cálido, enamorado y rencoroso, ingenuo y aleccionador en una misma canción, en una misma estrofa, coño, en un mismo verso. Y eso está al alcance de muy pocos.

“Un disco es el registro de lo que grabaste un día concreto. ¿No querrás repetir ese mismo día una y otra vez, verdad?” Bob Dylan.

Nadie desde el pop deconstruye sus composiciones cada vez que las interpreta, buscando sus aristas, sus hoyos, sus rincones ocultos. Nadie respeta tanto sus propias creaciones como para tratarlas como a seres vivos que crecen y maduran (literalmente) hasta que se le escapan de las manos. Cuando la mayoría de los intérpretes se limitan a ser jukeboxes vivientes, Dylan interpreta sus canciones cada noche como si fuera la definitiva. No hay concesiones ni para él, ni para su banda, ni para el público, ni para la NOSTALGIA.
Porque Bob niega la mayor dentro del circo pop: sus canciones e interpretaciones fluctúan y hierven de vida, incontrolables. Como el título del documental más famoso sobre su figura, Dont look back, Dylan no mira atrás, rechaza los fáciles dividendos que desde el pop se suelen amasar recurriendo al mínimo común denominador: el pasado.

sábado, 11 de julio de 2009

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [67]

1 de diciembre - Carlota es pelirroja, y siempre va vestida con combinaciones de verde y/o violeta, como una villana de Marvel. Y algo de genio maligno tiene, una décima de segundo de demora en cada respuesta que da y que le confiere una segunda intención a todo lo que dice; o quizás soy yo, que soy un desconfiado. Pero lo que es indudable es que Carlota es la típica persona que te lía para que le hagas favores al tiempo que te convence de que es ella la que te lo está haciendo, con lo que una relación con ella acaba convirtiéndose en una telaraña confusa de favores que le debes.
Después del asunto del jersey y, sobre todo, del affaire “apuntes para las oposiciones”, le “debía” dos favores recientes, lo sabía, así que cuando hoy me llamó me temí que querría cobrarse uno, sobre todo cuando insistió después de que la primera vez no le contestase. Contesto y es para ofrecerme su ducha. No sé cómo se ha enterado de que la mía no funciona; bueno, sí se cómo: sólo ha podido ser Damián. Lo que no se es por qué.
En los viejos tiempos de solteros formábamos los tres una relación triangular. Un triángulo de camaradería, no sexual; un triángulo rectángulo en que Carlota era la hipotenusa y Damián y yo los catetos, en todas sus acepciones. Si había confabulaciones y confidencias eran entre Damián y yo, nunca con Carlota. O eso creía.
Me pregunta qué tal estoy con un énfasis especial. Le respondo que bien pero no le pregunto cómo está ella: la típica cortesía que no me surge de forma natural porque en realidad no me importa cómo pueda estar ella ni casi nadie.
Quiero ir a su casa tanto como arrancarme una tirita del antebrazo, así que tengo que hacerlo cuanto antes y de un tirón. ¿Una ducha a las cuatro de la tarde? Por qué no. Cuando estoy terminando de acicalarme como un gato, intentando lograr la apariencia de no necesitar una ducha a base de agua mineral y desodorante, suena el timbre, otro restallido eléctrico que rompe mi tibia y plácida existencia. Es una de las vecinas, que me llama don Emilio y me habla como si fuera el médico del pueblo; me dice que va a bajar a la fuente a por unos cubos de agua y que si quiero puede traerme de paso. Que una anciana de setenta años (por lo bajo) me carrete cubos de agua hasta casa me suena demasiado feudal, así que le digo que voy con ella y cojo unas botellas vacías y un cubo.
La fuente está calle abajo, escondida detrás de unos setos que cierran el parking improvisado en que se ha convertido un solar en eterna futura construcción. Atravesamos una zona embarrada por unas piedras estratégicamente colocadas y entramos en un paraje a medio camino entre la Tierra Media y donde se pinchan los yonkies. El manantial surge gélido y sin brío de un canalón oxidado en mitad de un muro de piedra. El único elemento que me recuerda que seguimos en el siglo XXI es el cartel de No potable clavado encima del canalón. La vieja (creo que Engracia) se agacha antes de que pueda ofrecerme a echarle una mano, mostrándome sus medias hasta las rodillas y una porción de pierna desnuda, blanca como el requesón, y unos huecos poplíteos inflados y llenos de venas. Sentí un escalofrío entonces y lo siento ahora al acordarme. Dejo que el agua me corra por las manos hasta que se me quedan insensibles, rojas como las de una pescadera, para limpiarme de todo lo que no puedo limpiarme.
A la vuelta, bamboleándonos con el peso, Engracia me pregunta qué tal está mi vecino. La pregunta me descoloca un poco, pero lejos de querer establecer un diálogo a cámara lenta le digo que bien. La miro de reojo y la veo negar con la cabeza. Hasta mañana. Aquí todo el mundo se despide “hasta mañana”.
Tengo una ocurrencia feliz: intento encender el coche para dejarlo morir en soledad en el parking junto a la fuente pero, milagro, responde con ronco entusiasmo y me atrevo a ir en él hasta casa de Carlota. Ella me recibe ligerita de ropa, con una especie de vestidito verde sin mangas, por la mitad del muslo. Me da un abrazo y dos besos como si me acabase de quedar viudo.
Que me tome una ducha parece de repente una cuestión de vida o muerte, así que me lleva antes de nada hasta el cuarto de baño, que huele intensamente a rosas, no como el mío, que huele intensamente a puerto de mar. Cuando se agacha para coger una toalla de un cajón se le sube el vestido y veo como me mira de reojo para ver si yo le estoy mirando las piernas. Yo, que sí se las estaba mirando, aparto la vista en el último instante y simulo mirar las fotos que tiene colgadas a los lados del espejo. ¿Es una locura pensar que ella pueda estar interesada en mí? Carlota apenas conocía a Z de vista, pertenecían a dos facciones distintas de mi grupo de amistades, así que no creo que en ella haya camaradería post-ruptura. Envalentonado con el reciente éxito con Rafaela pienso que tal vez sí haya cierta tensión sexual en el ambiente. Me miro, me sopeso en el espejo: mi look Bob Dylan de las viejas fotos ha tenido que ir evolucionando por culpa de las gafas de alta graduación, las entradas más que incipientes y la tripa, hacia un look Godard.
¿Es Carlota una chica Godard? ¿A quién puedo preguntarle? A Damián, descartado. Primero: porque las recientemente descubiertas conversaciones entre ellos lo señalan como agente doble. Segundo: cree que todas las mujeres están enamoradas de él. Eso es una enfermedad, estoy seguro. Para Damián, hasta su madre está enamorada de él, y en su mente enferma no sólo no resulta descabellado, sino que hasta tiene cierta lógica: su madre se enamoró del padre de Damián, y él es igual que su padre sólo que joven y con menos nariz.

domingo, 5 de julio de 2009

:arritmia


A una cierta distancia y con la velocidad ligeramente acelerada para que todo parezca más cómico que dramático, desde el vacío del espacio el ritmo del planeta es silencioso, un parpadeo de hemisferios iluminándose y oscureciéndose. Un ritmo de flujos eléctricos activándose y desactivándose, de información concretándose, codificándose y decodificándose. Desde esta distancia no importa tanto la naturaleza exacta de esa información como la cantidad, el caudal del torrente y el instante en que se convierte en luz, en electricidad, en que se abren los portones y sale del flujo neuronal y entra en el planetario: dos hemisferios complementarios en ambos casos. Es necesario que uno vigile mientras el otro duerme, que uno haga ruido mientras el otro calla, escuche o ignore. El flujo, en cualquier caso, tiene que interrumpirse: como los fotogramas de una película tienen que intercalarse con vacío para que el flujo de imagen sea comprensible, siendo tan importante la imagen como el vacío.
Así que: sí, tenemos que callarnos de vez en cuando; pero por favor, leñe, no se callen todos el domingo, que uno trabaja y se aburre.