sábado, 26 de febrero de 2011

:la crítica policial de Pierre Bayard

Un libro de Pierre Bayard titulado El caso del perro de los Baskerville tenía que leerlo, porque Sherlock Holmes es mi personaje de ficción favorito, y Bayard me parece un pensador original y divertido (además de riguroso). ¿Y de que va el libro? Principalmente, es una relectura crítica y activa de la novela de Conan Doyle. Bayard, en su célebre Cómo hablar de los libros que no se han leído, ya defendía una lectura iconoclasta y particular de los clásicos, tan particular que no era necesario “leerlos” en el sentido estricto de la palabra. Con la novela de Conan Doyle sí ha hecho un estudio exhaustivo, pero, como ya decíamos, no es una lectura pasiva, en el sentido de que no se cree a pies juntillas lo que aparece impreso en sus páginas.

Bayard defiende que los mundos creados en los textos literarios son incompletos, poseen múltiples huecos que el lector rellena formulariamente, o bien decide ignora dejándose llevar por el flujo de la narración. Pero “el atenerse exclusivamente a lo que el texto dice puede conducir a lecturas indiscutibles pero carentes de interés.” Le interesa más al pensador francés una lectura intervencionista, que en el caso paradigmático de las novelas policíacas le lleva a destapar varios crímenes en los que se acusó de forma falsa a un inocente. Esto le lleva a crear el concepto de la crítica policial.

El perro de los Baskerville de Conan Doyle es idónea para poner en práctica esta estrategia. El libro se escribe en una encrucijada personal del escocés, que años antes había “matado” a su personaje Sherlock Holmes en un relato, cansado de la sombra alargada que el detective de Baker Street hacía planear sobre el resto de su obra literaria (que Conan Doyle tenía en mayor aprecio), y lo que es peor, sobre su propia persona. Por petición popular y de su editor, decide “resucitar” a Holmes en esta novela pero, de una forma consciente o inconsciente, Doyle sabotea a su protagonista. No sólo Holmes está ausente en la mayor parte de la novela, sino que desde el principio los errores de apreciación del detective son contínuos.

¿Y por qué esos errores de apreciación no pueden extenderse a la resolución del misterio? Esa es la premisa de Bayard, que realiza una lectura paralela de lo relatado por Conan Doyle, con unos interesantísimos hallazgos (ecos y resonancias casi poéticos), y sobre todo, un crimen que nos pasa desapercibido debido a los crímenes más evidentes del primer plano. Para Bayard, ese crimen oculto es el verdadero objetivo del criminal que se esconde en la novela, y que no es el que Holmes señala como culpable. Todos los demás acontecimientos son parte del plan de ese criminal para enmascarar su crimen. Y lo ha hecho tan bien, que un siglo después no sólo nadie lo había descubierto, sino que nadie entendió que hubiese un crimen.

Hay que reconocer que la explicación de Bayard, a los ojos actuales, resulta más plausible que la que esgrimió Conan Doyle. Hombre de ciencias que en un momento dado se entregó con pasión al ocultismo y al espiritismo, Doyle siempre se mostró positivista y científicamente riguroso en sus relatos de Sherlock Holmes. Sin embargo, esta novela posee un tono muy diferente: desde el principio está poseída de un hálito gótico, adjetivada como una narración fantasmal; un tono que parece pegársele a los protagonistas, tan racionales en el resto de sus pesquisas. Recordemos, como recuerda Bayard, que esta novela no es la recreación objetiva de unos acontecimientos, sino la percepción que de los mismos tiene Watson, que narra los hechos en primera persona. Y como Watson no sólo no es un narrador omnisciente, sino que como mero testigo es bastante negligente (por no decir que no se entera de nada), quizás los huecos de la narración sean más significativos que lo narrado.

“La experiencia demuestra que es posible releer el mismo texto durante años sin ser capaz de percibirlo bajo el ángulo idóneo.” Y Pierre Bayard encuentra ese ángulo inédito, no sabemos si el idóneo o no, pero sí uno que ilumina zonas oscuras del relato, elementos que estaban ahí, bien a la vista (Bayard no se “inventa” nada, sólo analiza lo que hay), pero que nadie se había molestado en prestarles atención. Con ellos saca a la superficie una narración apasionante que Conan Doyle parecía estar escribiendo inconscientemente, ya que todos los elementos apuntan hacia esa verdad, hacia esa resolución, mientras la narración principal está llena de contradicciones y absurdos.

Un libro realmente fascinante, que te da un toque de atención como lector.

martes, 22 de febrero de 2011

:un par de lecturas

La cena, de Herman Koch. La novela de Herman Koch transita unos temas y territorios similares a los del grueso de la producción del cineasta Michael Haneke: la podredumbre de una clase media acomodada europea, moralmente anestesiada. Sin entrar en demasiados detalles, que mucha de la gracia del libro está en ir viendo como la historia se va desplegando ante nosotros, la historia comienza cuando dos matrimonios (emparentados sanguíneamente) quedan para cenar en un restaurante pijo. Los temas vanales van dejando paso a una conversación que tienen pendiente, sobre algo (algo realmente jodido) que los hijos de ambos matrimonios han hecho.

La novela trata sobre la educación que estamos dando a la nuevas generaciones, sobre esa entente enfermiza llamada familia, y sobre lo que uno puede olvidar (o simular que ha olvidado) para mantener un estatus de aparente felicidad. La felicidad, como la normalidad, es una convención que sólo se mantiene en pie si nadie se hace demasiadas preguntas.

Koch , además de un estilo directo, conciso y límpido, posee un gran talento para estructurar la trama, dosificando la información para que se nos muestre en el momento preciso, cuando más daño hace. Está también especialmente dotado para los cliffhanger, esos remates de los capítulos con frases gancho que te hacen querer seguir con la lectura. Buen libro, pero incómodo.


Prison Pit Book One. Johnny Ryan parece dibujar desde el subconsciente. Mediante el humor, Ryan viola y defeca encima de todos los convencionalismos morales que se le ponen por delante. No sé si a su edad se le podrá considerar un enfant terrible, así que diré que es simplemente terrible: su obra posee una fuerza catártica que te arremolina la mente dejándote una única opción: reírte.

En Prison Pit su estilo se polariza hacia la violencia desatada: encontramos en estas 120 páginas una bacanal de amputaciones, desmembramientos y exudaciones sin sentido; o con un sentido que no solemos concederle a la violencia escenificada: el lúdico. Aquí todo es gozoso debido a lo estilizado de la propuesta: nadie puede encontrar un doble sentido ni una lectura entre líneas a esta sucesión de viñetas sanguinolentas. Aquí no hay metáfora, es la violencia por la violencia, dinámica narrativa en estado puro, como esas películas mudas de persecuciones.

La historia es muy sencilla, como de preadolescente con un par de lecturas de ciencia ficción: un ser antropomórfico es arrojado a un extraño planeta prisión, donde todos los demás seres que se encuentra parecen poseer su misma sed de violencia, con lo que los enfrentamientos y luchas no sólo son el leit motiv, sino que lo son todo.

La gracia del invento reside en el grado de depravación al que llegan los personajes, en una violencia hipervólica y extrema casi inédita, con una sucesión de ocurrencias en una escalada hacia el delirio que parece no tener fin. Y por otra parte, en las sentencias y frases lapidarias que sueltan los personajes, puros haikus descerebrados. Muy divertido.

lunes, 21 de febrero de 2011

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [78]

[Continuación] No tengo ni idea de qué hacer. Miro a mi alrededor pero no hay nadie a quien pueda pedir ayuda. Me acerco a él despacio, con movimientos lentos y romos, como si me acercara a un pequeño animal salvaje al que quisiera acariciar. Comienza a llover lijeramente.
Le pregunto qué le pasa y se me queda mirando un rato, en silencio. Después me habla como si me conociera, no como si me reconociera. Farfulla algo de que se ha perdido, disimulando la vergüenza, como si ciertos sentimientos sobreviviesen a la demencia. Esos sentimientos que te mantienen humano, supongo: la dignidad y la vergüenza.
Le digo que venga conmigo y camino unos pasos delante de él. Se queja de que lo han cambiado todo, de que lo han dejado todo irreconocible. No sé quienes son "esos" que lo han cambiado todo, pero se agarra a esa idea y empieza a despotricar: no hay derecho, árboles cortados, el camino desviado, lo han hecho todo sin permisos... un discurso atropellado y sin sentido al que me agarro como la única forma que encuentro en estos momentos para medir el tiempo, para dejar de sentir que este instante se ha detenido y cristalizado fuera de la corriente temporal. Tenso la distancia que me separa de mi vecino, como una correa invisible. Tiro con todas mis fuerzas, pero parece que no nos acercamos nunca a su casa, como si caminásemos en círculo.
Y sin embargo, allí estamos, en su huerta. Me adelanta, ya en terreno conocido, y me advierte (no: me ordena) que no pise las plantas que casi se han comido el camino. Así que ando con un pie delante del otro, como un funambulista, siguiendo a duras penas sus pasos precisos de botas de pocero. En el patio se gira y me pregunta si quiero unas botellas de aguardiente, ya que he venido hasta allí. Señala el hueco debajo del lavadero. Echo un vistazo y solo veo una caja llena de sifones vacíos, cubiertos de telarañas y tierra seca.
Entra en casa y yo meto la cabeza. La cocina está hecha un desastre. Papeles de periódico sucios por todo el suelo, platos manchados de comida reseca, bolsas de basura, un televisor con la pantalla agrietada, ropa acartonada formando una montaña en un rincón... sin embargo, mi vista se detiene sobre una mesa que hay junto a la ventana. Como un bodegón abandonado, la mesa está cubierta con un mantel de hule tan viejo que su estampado ya ha vivido un par de revivals, y en el centro, una sartén oxidada llena de huevos. Mientras mi vecino me pregunta si quiero tomar un café, yo sólo puedo mirar esos huevos. Sólo unos segundos después me doy cuenta de que me ha llamado Tino: ¿Tino, quieres un café? Le digo que no, que gracias. Él desaparece por un pasillo y me dice que siempre he tenido una voz muy bonita, que debería de haberme dedicado a cantar. A cantar de verdad, no en verbenas.
Espero un rato allí parado, en la entrada de la cocina. Nada. Después me parece oír agua corriente. Atravieso la cocina hasta la otra puerta. La abro y veo un pasillo en penumbra y una puerta iluminada al fondo. Voy hasta ella, entornada. Echo un vistazo rápido: es un cuarto de baño. Me parece ver a mi vecino al fondo, de pie delante de un espejo, desnudo de cintura para arriba. Echo otro vistazo más detenido, asomando un ojo con cautela: se está restregando la mugre con jabón lagarto en el lavabo. Se ha quitado la parte de arriba, y se ha atado una toalla a la cintura, que recoge los chorretones de agua negra.
Vuelvo a la cocina. Antes de salir cojo uno de los huevos. No pesa nada, como si estuviera hueco. Lo rompo contra el borde de la mesa y dentro no hay nada, sólo las paredes internas cubiertas de polvo.
Tiro la cáscara en un rincón del jardín y me vengo a casa. Está en completo silencio. Me siento en mi cocina, con una planta y una distribución igual a la de mi vecino. Sólo se oye el tic-tac del reloj colgado encima de la silueta que ha dejado un televisor en la pared. El reloj ya estaba aquí cuando llegué. Como si un inquilino antetior hubiese dejado el tiempo funcionando, un tiempo antiguo que ha seguido en marcha desde entonces, un tiempo ruidoso.
Pienso en Z, en tenerla frente a mí, tan cerca que desde esta distancia no pudiese ni mirarle a los ojos. Es decir, que no pudiese mirarle a los dos ojos a la vez, sino que tuviese que dirigir mi mirada alternativamente a uno y a otro. Buscando alguna señal casi imperceptible en ellos, el temblor de una risa incontrolable, el principio de una lágrima. Pero no hay nada que mirar.
Establezco unos objetivos de aquí a que se termine el año. Propósitos para este año, sólo que se está acabando en lugar de empezando. Lo dejo por escrito aquí, en mi diario, para que quede constancia de mi premeditación si lo consigo, mi fracaso si no lo consigo, o de mi falta de carácter si ni siquiera lo intento. Zancadillas que me pongo a mí mismo. Mis objetivos, como en un manual de guión cinematográfico:
1. Recuperar a Z.
2. conseguir ayuda para mi vecino.
3. Que el gato coma de mi mano.
Me quedan tres semanas.

sábado, 19 de febrero de 2011

:remodelaciones

Hemos estado de obras por el laboratorio.
Lo aviso porque seguro que si no, nadie se da cuenta.
Hemos quitado alguno de los enlaces de aquí al lado, algunos compañeros de celda se han marchado. Ya son libres.
Básicamente he eliminado páginas que llevaban meses, o incluso años, sin actualizarse, con lo que estaban más obsoletas que una Larousse de los años ochenta.
He añadido alguna página nueva que espero que os gusten.

De las bajas, sólo una la he eliminado lleno de pesar: el cierre del blog de Nacho Vigalondo alojado en la página de El País. A estas alturas supongo que todos sabréis la historia: Nacho suelta una boutade de las suyas en el twitter, tocando un tema que a estas alturas todavía está prohibido como motivo de chascarrillo: el holocausto. A alguien con mucho poder y poco sentido del humor (algo que suele ir de la mano) no le hace gracia y le cierran el blog, y el ronroneo mediático hace que se caigan varios proyectos del director cántabro, y otros peligren. La historia de siempre. Sólo desearle suerte a Nacho en esta cruzada (involuntaria) contra la cerrazón y el fascismo disfrazado. Cuando tenga un blog nuevo, aquí se enlazará.
Prometo prometo prometo postear con más regularidad, y cambiar las recomendaciones de la semana como mínimo una vez al mes.
Si en algún momento les entra la duda de si sigo con vida, o con ADSL, visiten mi tumblr. Allí si posteo a diario. Es lo que tiene el cut and paste, que no necesita de demasiada meditación.
Un saludo!

jueves, 3 de febrero de 2011

:D.H. Lawrence parte 1

Aquí les dejo los 25 primeros capítulos de las aventuras y (sobre todo) desventuras de D.H. Lawrence. El que quiera estar al día de tan magna obra puede visitar con regularidad el tumblr de un servidor, donde los capítulos son serializados con una periodicidad asombrosamente regular, para lo que suelo acostumbrar. Si es usted, por el contrario, de los que espera a atesorar buenas cantidades para darse atracones, los 25 capítulos siguientes (Dios mediante) aparecerán primorosamente recopilados por aquí a su debido tiempo. Y algún día, por qué no, "D.H. Lawrence: la novela gráfica". Y después, déjenme soñar, "D.H. Lawrence: la miniserie de Antena 3". Y después la Concha de plata de Sundance, y el Oscar a los mejores efectos de sonido... y el mundo estará a mis pies, y ustedes recordarán que estaban ahí cuando todo empezó, cuando todo era el hermoso sueño de un joven modesto y de pueblo que tanto y tanto les hacía reír. Nunca les olvidaré.