domingo, 19 de diciembre de 2010

:D.H. Lawrence, cap.1

Todavía no tengo claro a dónde me llevará esta serie, ni si tendrá demasiada continuidad... por ahora lo cuelgo aquí y en mi tumblr, a ver dónde encuentra su espacio natural.

jueves, 16 de diciembre de 2010

:vida, obra y muerte de Ricardo Expósito Luarca [1 de 2]

Ricardo Expósito Luarca era el menor de catorce hermanos. Su padre, Ismael Expósito Vidal, invidente de nacimiento, nunca reconoció a ninguno de sus hijos salvo a Olivia, la única chica, y sólo porque tenía la voz más aguda. Así que en su partida de nacimiento Ricardo figura como "Hijo de madre soltera".
Cuando Ricardo cumplió los 9 años, su padre adoptó a los 13 hijos varones, convirtiéndose en padre adoptivo de sus hijos carnales. Lo hizo, principalmente, para cobrar el subsidio por familia numerosa. De hecho, tenía tanta descendencia que a la mitad los adoptó como hijos suyos y de su cuñada: su prole daba para dos familias numerosas y para dos subsidios.
La cuñada les salió rana y se largó de un salto con los ahorros de dos años. Dos años después volvió aparantemente arrepentida y a los pocos días se volvió a largar con los ahorros de esos dos últimos años. Repitió la jugada en seis ocasiones hasta que Ismael se hartó, al mismo tiempo que comprendió que se había casado con la hermana equivocada, o mejor, que se había equivocado de cuñada.
La familia Expósito Luarca era tan humilde que para pasar hambre tenían que trabajar todos los hermanos. Ricardo empezó a trabajar a los once años como aprendiz de una carpintero, un tal Fernando, conocido como "El cojo" a pesar de ser manco, que a la sazón contaba con trece años, sin que ese detalle fuera óbice para que peinase un imponente y poblado mostacho negro como el azabache. Ricardo aprendió su oficio con celeridad, no por nada los niños asimilan los conceptos nuevos con más rapidez que los adultos.
Con doce años recién cumplidos, Ricardo montó su propio taller de carpintería y ebanistería, para el que contrató a un ayudante aprendiz, Carlos, de diez años y diez kilos de peso. En la práctica, se pasaban la mayor parte de la jornada laboral jugando a las canicas en el patio trasero del taller, con lo que el negocio acabó por resentirse y hubo que cerrarlo. Sin embargo, Ricardo y Carlos continuaron jugando a las canicas en el patio hasta que empezó la temporada de trompo.

Ricardo intentó suicidarse dos veces. La primera a los 17 años, tras leer "Vida, obra y muerte de los poetas románticos" de Hipólito Grande de la Hoz: se quiso pegar un tiro frente a un espejo, pero se confundió y le descerrajó el tiro al espejo. Su vida había sido tan miserable hasta ese momento que no notó ningún cambio de suerte en los siguientes siete años. Hay que tener algún golpe de fortuna de vez en cuando para ser supersticioso.
Se dedicó a la delincuencia juvenil hasta que tuvo edad para ponerse pantalones largos y decidió que, ya que pasaba media jornada en los juzgados, podía buscar un trabajo allí a jornada completa y sacar rendimiento a esas cuatro horas. Se dirigió al director de personal, Trajano Figuere Gómez (poeta simbolista en los fines de semana, con una vida azarosa y apasionante. Baste decir que murió a los 106 años, intentando atravesar el Istmo de las Radonas cargando con un bloque de 25 kilos de hielo). Había puestos disponibles, le dijo a Ricardo, pero Trajano, hobre de fuertes convicciones, y propensión a las dolencias renales, aunque no venga mucho a cuento, le dijo que tenía que empezar desde abajo: limpiando suelos. La paga no era gran cosa, así que comenzó a compaginar su carrera de limpiador con la de testigo falso, puesto para el que no le pidieron abales.
Como mientras limpiaba todo el mundo le miraba al mocho, nadie le reconodió en los primeros juicios, en los que tuvo la previsión de dejar el mocho en la puerta. Cuando empezó a resultar sospechosa su ubicuidad en escenas de delitos, por contagio se le trató a él mismo de delincuente, de la misma forma que un fumador pasivo puede desarrollar enfermedades propias de los fumadores activos. La cosa no tendría por que ir a más sino fuera porque Ricardo creyó que la expresión utilizada por el juez "conditio sine qua non" era una forma culta de poner en duda su hombría, y le partió la cara a la susocicha señoría antes de que los alguaciles pudieran detenerlo.
Pasó ocho meses en prisión por agresión, tiempo suficiente para conocer a una troup de ladrones especializados en obras de arte (especializados en robarlas, se entiende). Al salir libre tenía las suficientes recomendaciones como para entrar en una de estas cuadrillas, con la que estuvo planificando durante 10 meses el robo de un Juan Gris, pero no a robarlo, por lo que no se le podría acusar de ladrón de obras de arte.
Un día de lluvia y viento entró en una biblioteca. Había una vacante de buscador de libros descolocados, y aunque Ricardo no tenía nada claro en qué consistía el trabajo, aceptó. El bibliotecario jefe, un tipo con la verdad por delante y un bulto de grasa por detrás, justo sobre el homóplato derecho, siempre decía que, entre setecientos mil volúmenes, un libro fuera de su lugar era un libro perdido; pero la clase de objeto perdido más recóndito de todos: el que nadie sabe que se ha perdido. Tan perdidos que Ricardo ni se molestó en buscarlos.
En los 14 meses que estuvo en nómina de la biblioteca ni siquiera llegó a aprenderse el orden alfabético. De hecho, siempre creyó que la y griega era un tipo de llave inglesa. A pesar de que había ido cuatro años a la escuela, no había aprendido a leer ni a escribir, ni siquiera unas nociones básicas. No escribía, copiaba las letras en su cuaderno como si dibujase caras que veía por la calle, y nadie en su sano juicio se molestaría en memorizar todas las caras que ve, se decía. Ya con siete años, Ricardo tenía las cosas muy claras.

sábado, 11 de diciembre de 2010

:comer en Manhattan

Para comer en Manhattan hay donde elegir hasta aburrirse, dependiendo de la zona por donde te muevas, el dinero que te quieras gastar, el tipo de cocina que te apetezca... Aquí os reseño unos cuantos lugares donde nos paramos a comer, lugares que nos gustaron tanto como para recormendarlos a cualquier amigo. Los precios no son excesivos en ningún caso, oscilando el cubierto entre los 10 y los 20$ (al cambio en euros, son bastante económicos).

MoMA -11 West 53 Street. A parte de museo, por el (enorme e impresionante) edificio tienen repartidas algunas cafeterías y rincones de esparcimiento. Además, al menos, un par de restaurantes, uno con aspecto lujoso, y otro, en el que comimos nosotros, más bohemio.

El local está amueblado con mesas corridas (con perdón de la expresión) en donde te sientas en los huecos que encuentres, codo con codo con los demás comensales. El servicio es rápido y amable (esto último es una constante en New York) y la carta se compone de platos ligeros: ensaladas, tostas, pasta... Comida de autor, pero sin pretensiones y en un entorno inmejorable.

Lombardi's
- 32 Spring Street (Little Italy) Considerada la primera pizzeria de la ciudad. Las pizzas tienen un tamaño considerable (las de la foto son el tamaña "pequeño"), con lo que son ideales para compartir. Productos naturales, masa casera... una pizza muy rica. El ambiente es agradable, y el aspecto se aleja de los acabados de restaurante de cadena, pero tampoco es una tasca familiar.
Ojo con la propina, que en algunos locales no va incluída en la factura (como fue nuestro caso aquí), y según cómo les pilles el día, los camareros pueden ser muy poco comprensivos con según qué despistes.

Friend of a farmer- 77 Irving place. Este sítio es famoso por su brunch (esa comida que los americanos se inventaron entre el desayuno y el almuerzo, pero que no se parece en nada a nuestro vermú y aperitivo de toda la vida), aunque nosotros fuimos a media tarde: con el cambio horario ya no sabíamos si era un almuerzo tardío o una cena temprana; da igual, el local estaba lleno.
El sitio desprende encanto y autenticidad por los cuatro costados, con un comedor en el primer piso con chiminea y cestos de productos agrícolas en cada rincón. La comida, sencilla pero deliciosa, toda cocinada con productos naturales y ecológicos. Yo me pedí un sandwich de pollo con batatas fritas, y os aseguro que fue uno de los bocadillos más deliciosos que comí en mi vida. Y no he comido pocos.

Carnegie Deli
- 854 7th Avenue at 55th Street. Local famoso por su pastrami. Tiene un glamour decadente, como de superviviente de otra era más gloriosa, con las paredes completamente cubiertas de fotos de celebridades que se pasaron por allí a comer (bueno, celebridades que pueden variar desde Christopher Lee hasta el gobernador de Arkansas, que con todos mis respetos, lo conocerán en Arkansas adiós y gracias). Le preguntamos al camarero cuál era la persona más famosa que había comido allí, y el tipo nos debió de entender la más famosa de ese día, y nos dijo que dos horas antes había estado Jack Nicholson.
Los bocadillos de pastrami, como saltar en paracaídas, están bien como experiencia, pero como costumbre me parece un sinsentido. Como ninguna persona en sus cabales se puede terminar uno entero, te cobran tres dólares extra si pides uno para compartir entre dos. A eso se le llama previsión. Lo que te sobre, eso sí, te lo puedes llevar en una bolsita.
El cúlmen, el Everest del sandwich de pastrami es el Woody Allen (ver foto). Sospechamos que no se llama así porque Woody lo coma habitualmente, ni porque lo hiciera mundialmente famoso con su película Broadway Danny Rose. Es porque lleva el equivalente al peso de Woody Allen en pastrami. Sólo dos personas se lo han logrado terminar, según el camarero, y ninguna era Soon-Yi.

Ess-a-Bagel - 831 3rd Avenue /359 1st Avenue. Los bagels han sido una de mis perdiciones en este viaje. Son una especie de rosquillas de pan que te abren por la mitad y te las rellenan con algún producto, normalmente una convinación de untable con ahumado y verdura, como queso philadelphia con salmón y tomate, por ejemplo.

Este local es mítico, y se nota: la cola de gente caracolea a lo largo de todo el establecimiento, una clientela autóctona y veterana y unos dependientes más veteranos y resabiados que convirtieron el hecho de hacer el pedido en toda una experiencia. Entre tantas variedades de panes y rellenos, al final me decanté por lo más básico: pan normal calentado en la plancha, y (una generosa capa de) queso de untar. Eso sí, no tengo ni idea de por qué había pasas en mi pan. Si no quieres que te arrastre la marea humana, vete fuera de las horas punta (nosotros fuimos a la hora del desayuno).

Sylvia's
- 328 Lenox Avenue. Famoso restaurante del Harlem para comer la Soul Food (comida sureña hecha por negros). A la Sylvia debe de irle bien el negocio, porque ya posee tres locales adyacentes, así como sus propios productos en el mercado (sobre todo salsas). La base de la comida es bastante sencilla, buenas piezas de carne, sin más; el secreto está en el condimento, especiado y sabroso. Con cada plato, además, se incluyen dos guarniciones a elegir entre una buena docena.

No puedo decir si sabe a auténtica Soul Food, pero entre la clientela no había turistas (a escepción de nosotros), y sí muchos afroamericanos de la zona y un par de predicadores que parecían habituales, lo que me dio buena espina (sí, se que ya no te puedes fiar de estos indicativos. Antes se decía que donde hubiera camiones aparcados delante, es que se comía bien; pero un experto en el tema me dijo que donde hay camiones aparcados delante, es que hay un parking grande. Sin más).
Y sin más, yo también me despido. Buen provecho.