sábado, 24 de abril de 2010

:superpota


Los 17 empleados de Aluminios Fonollosa S.L. quedan para cenar en el restaurante El Caracol un jueves antes de un puente de fin de semana.

Encargan un menú de grupo consistente en: pulpo a la vinagreta, pimientos del piquillo rellenos de carne, ensalada de espárragos y langostinos, pez espada a la parrilla, escalope de ternera empanado en harina de maiz y postre de la casa (flan con nata). Vino de la casa, agua o refresco y café. Chupitos a parte.

Al salir del restaurante, los 17 compañeros se dirigen a la zona de copas para continuar con la fiesta, cuando a uno de ellos le entran unas nauseas repentinas.

Sin poder contener las arcadas vomita en medio de la calle. Un efecto dominó se propaga entre los demás, que de pronto siente que el estómago se les vuelve del revés. Para no vomitarse unos a otros en los zapatos, forman un círculo en cuyo centro vomitan la cena recién pagada.

Cuando al último de los comensales se le pasan las arcadas, se dirigen de vuelta a El Caracol a presentar una queja por el evidente mal estado de alguno de los ingredientes, dejando abandonada una imponente y homogénea pota de más de doce litros (a ojo).

Los que se la encuentran esa noche (así como el barrendero que la tiene que limpiar a primera noche de la mañana) no dan crédito a lo que ven. Parece como si un elefante o algún otro animal terrestre de gran tamaño hubiese vomitado en el bordillo de la acera.

Algunos conductores aminoran la marcha para intentar comprender qué es eso que ven. Nadie aparca sobre la pota, a pesar de no ser zona amarilla.

Algún transeúnte curioso se detiene a observar con detenimiento los restos mal masticados y apenas digeridos, tratando de dilucidar el menú que tan mal le ha sentado al hipotético paquidermo o mamífero mayor.

viernes, 23 de abril de 2010

:día del libro

Para un servidor, que (gracias a mis hermanas) ha vivido toda la vida rodeado de libros, todos los días son el día del libro. Pero no todos los días te hacen un descuento del diez por ciento en las librerías, así que, Simón dice, a comprar, que la industria no se mantiene sola.
Les dejo aquí nuestras últimas adquisiciones, recomendables ambas.
Aunque ahora que lo pienso, quizás ya sea un poco tarde y las librerías estén a punto de cerrar, así que dense prisa.
Mi recomendación:
Hervir un oso.

Una marcianada perpetrada por Jonathan Millán y Miguel Noguera. No tengo muy claro en que categoría colocaría este librillo, lo cual siempre es buena señal.
La recomendación de la Profesora Espantajera:
La ola, de Suzy Lee.

Otros difíciles de catalogar son los de Bárbara Fiore. ¿Son libros infantiles? Por el formato lo parecen, pero si se les echa un vistazo está claro que no.
Éste en concreto es una maravilla ilustrada para todos los públicos. Todos aquellos que alguna vez nos hallamos enamorado del mar, no podremos evitar sentir un pellizco de emoción.

jueves, 22 de abril de 2010

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [73]

5 de diciembre - Hoy por la mañana (he dormido unas dos horas y todo me empieza a parecer desacompasado, como si ciertas cosas sucedieran a cámara rápida y otras a cámara lenta, pero todo en el mismo plano) se me ocurre otra imagen para ilustrar el tema de la experiencia: recuerdo a mi abuelo echándose azúcar en el café. Las dos primeras cucharadas las vertía SOBRE el café, pero la tercera y última, unas veces mediada, otras colmada, la introducía EN el café con la propia cuchara, y con ese mismo movimiento de inmersión revolvía el café. No había vuelta atrás después de esa última cucharada: la cuchara ya estaba mojada de café. Era la experiencia la que le decía la cantidad exacta de azúcar que ese día necesitaba.

Sé que nada de esto le serviría a Damián, aún en el caso de que se lo llegara a contar algún día, pero me ha sentado bien recordar a mi abuelo. Bien a pesar de triste.

Casi todos los recuerdos que tengo del abuelo son en la mesa de la cocina: la vez que le vi sacarse los mocos cuando creía que nadie lo estaba mirando, las sopas de café con leche y pan de ayer que se tomaba para desayunar (pobre del que se acabase el pan del día anterior), su cuchillo para pelar el queso, las partidas de cartas cuando venía alguien de visita, o cuando se puso enfermo y bajaba a comer en pijama hasta que ya no pudo levantarse y mamá le tenía que llevar la comida a la cama.

Un día subí a hurtadillas y los espié: hablaban como si tal cosa, pero mi madre le llevaba la cuchara hasta los labios como si fuera un bebé: sin la dentadura postiza masticaba la papilla con las encías, una servilleta a modo de babero y los brazos, inútiles, caídos a los lados.

Me metí en el cuarto de baño llorando, y ese lloro se me mezcla en la memoria con el entierro del abuelo, con el féretro con la ventana de cristal reposando en el mismo sitio exacto en que estaba su cama. Me acerqué otra vez a hurtadillas y miré su cara a través del cristal: parecía más vivo que la última vez porque el maquillaje le disimulaba el color amarillento de muerto, y la dentadura le devolvió a su estructura ósea la compostura y elegancia que siempre había tenido.

Fin.

El plato con restos de pescado está vacío. Vacío de pescado, quiero decir, pero lleno de agua. Caen chaparrones a cada hora, luego sale el sol. Y vuelta a llover.

Me paseo por la casa imaginando complejos juegos: partidos de baloncesto con un balón que me paso por debajo de las piernas mientras camino (cosa que nunca he sabido hacer), canastas de tres desde un extremo del pasillo hasta el otro, pases imposibles entre varios contrincantes. Estoy pensando en poner una mini canasta encima de la puerta de la cocina.

Subo hasta el piso de arriba. En una de las habitaciones que no uso hay una mancha de humedad que juraría que antes no estaba. La toco y está mojada. Mierda. Tiemblo de pereza sólo al pensar en todo el trabajo de ingeniería para arreglar una gotera. No me extraña que en las películas se limiten a poner una cacerola debajo. El problema es que aquí la gotera es en un rincón, y la humedad baja directamente por el interior de la pared. ¿Cómo se le pone una cacerola a eso?

Veremos como evoluciona. Con suerte sólo quedan tres o cuatro meses de temporada de lluvia.

Me llama mi madre por teléfono. Una vez más, para hacer de intermediaria entre mi padre y yo. Me ha llegado un paquete a casa y sólo estaba mi padre, que le ha dicho al mensajero que yo no vivía allí. Me pregunta que cuando voy a ir a comer y todo eso.

Llamo a MRW y pregunto por el paquete. Me cuentan la misma historia, pero sustituyendo “tu padre” por “un señor”. Les digo que me envíen el paquete a esta dirección. Mañana por la mañana estará aquí.

Me pregunto qué será y me viene a la cabeza Z. A la menor excusa vuelve a aparecer. Pero esta vez la historia tiene un cierto sentido que la extrae del mundo de las fantasías (auque no el suficiente como para atreverme a decirlo en voz alta): se ha olvidado de devolverme algo y como no sabe mi nueva dirección me lo envía a casa de mis padres.

No, no suena disparatado.

He dejado libros míos ex profeso entre los suyos, como agentes dobles que puedan servirme en el futuro. Pero dudo que sea eso.

Ojeo la carpeta de fotos en el ordenador. Otra vez.

La mayoría ahora me parecen mentiras: de tanto verlas ya parecen ficción, así que trato de encontrar pequeños detalles que hasta ahora me pasaron desapercibidos. Difíciles de falsificar.

Veo un tirante del bañador retorcido en su hombro. Veo a un tipo que mira directamente al objetivo desde el fondo de una foto. Veo el complejo juego de vigas y artesonado en el salón de la boda de alguien que no recuerdo. Veo un cubo y un rastrillo de juguete a nuestro lado en la arena de la playa. Veo un cuenco de patatas fritas en la mesa de al lado.

Amplío una imagen hasta ver sólo su cara, hasta ver sólo sus ojos. Puedo ver reflejado lo que había enfrente, una ventana con las cortinas descorridas y la silueta del fotógrafo, y todo me parece más real que su cara y que todos los recuerdos que tengo de nosotros.

domingo, 18 de abril de 2010

:dos libros

Una de cal y otra de arena. No sé si es la cal o la arena, pero empezamos por lo malo.

1001 Anécdotas del mundo del cómic (o casi), de Raúl J. “Shogun” Sinovas Gómez.

La cosa ya pinta mal desde la portada, de subproducto en toda regla; el problema es que los aficionados a esto del cómic somos unos gregarios y nos cuesta decir que no a cualquier libro teórico (?) que salga al mercado dedicado al mundo de las viñetas.

Hace unos días nos metimos entre pecho y espalda esa maravilla (bien escrita, bien documentada, bien articulada, bien argumentada) que es La novela gráfica de Santiago García, y esta semana nos ha tocado este jarro de agua fría. Por verle algo positivo al dislate, nos congratulamos con la idea de que el universo cómic ha alcanzado unas dimensiones como para incluir en su interior obras teóricas serias (que no aburridas), y soberanas gilipolleces (que no divertidas) como la que hoy nos ocupa.

En el prólogo leemos esto: “la redacción corre por cuenta de este que os escribe, pero la información la encontrareis fácilmente. Simplemente dejad correr los dedos sobre el teclado, poned el nombre de vuestra obra favorita y la palabra anécdota y hallareis miles de ellas”. Eso es una declaración de intenciones en toda regla. A ver si nos entendemos: lo que nos va a contar lo podemos encontrar fácilmente y gratis, con lo que el único supuesto valor de este libro radica en... ¿qué? ¿La redacción? ¿El estilo? ¿La coherencia? ¿El discurso?

Pues no. Coherencia y discurso no se aprecian por ninguna parte; esto es como uno de esos libros de “1001 chistes de Guardias Civiles” que encuentras en un puesto de libros en la feria del pueblo, entre la caseta de la churrera y la de los Vinos de Aragón.

Podríamos encontrar un principio de redacción y estilo si aceptáramos el presupuesto de que no saber escribir ni redactar es un rasgo estilístico. Pero va a ser que no.

Iba a copiar un párrafo al azar para que se hicieran una idea, pero me resulta imposible, tal es la acumulación de disparates sintácticos, faltas de ortografía y atentados a las leyes de la redacción. Si en la editorial Medea hay, ya no digo un corrector de estilo, sino un simple corrector ortográfico, se debe de estar partiendo el ojete cosa fina.

Como soy incapaz de leerme esta sucesión de despropósitos de un tirón, ha ido de cabeza a mi Biblioteca de Porcelana, ya que cumple la premisa de los textos breves, a la que le sumo el papel satinado y la broma metalingüística de ser una hez y estar escrito con el orto.

Simón dice: huir y no mirar atrás.

Otros gregarios de cojones somos los fans de Dylan. Y de un tiempo a esta parte no pasan dos meses sin que nuestra bibliografía dylanita crezca. Esta semana con el esperadísimo Like a Rolling Stone. Bob Dylan en al encrucijada, del gran Greil Marcus.

El libro se centra en el período mágico en que Dylan compuso y grabó su gran obra maestra. No sólo él se encontraba en una encrucijada, también lo estaba la música pop. O mejor dicho: Dylan puso a la música pop en una encrucijada. Nada volvió a ser lo mismo desde que Like a Rolling Stone salió a las hondas: se convirtió en la vara de medir de todo lo que salió posteriormente, de Dylan o de cualquiera.

Los que amamos ese período de Dylan (1965-1966) llevamos ese sonido fluyendo por nuestra sangre. Para mí no hay música comparable a ese jingle-jangle, a ese ruido entre el caos y la matemática que lograron Dylan y adláteres (ese Michael Bloomfield que tocó el cielo con los dedos), ese sonido mercurial que Bob tenía en la cabeza y que logró sacar al exterior. Un milagro irrepetible. Literalmente: Marcus transcribe las sesiones de grabación de Like a Rolling Stone como una lucha ardua por capturar ese sonido esquivo y huidizo, un compuesto químico tan voluble que se metamorfoseaba al contacto con el aire: “(...) acabaron por atrapar la canción dando vueltas en torno a ella como cazadores rodeando a un animal escapado una docena de veces. Eso es después de todo lo que define un acontecimiento: sólo puede ocurrir una vez. Cuando ya ha sucedido parece inevitable, pero ni las mejores razones del mundo puede provocarlo.”

La carrera de Dylan se basa en esa idea de irrepetibilidad, de momento único, de obra viva y en progreso. Su misma figura es volátil y cambiante (muchos dirán contradictoria). Su rostro cambia según la foto, porque las fotos atrapan momentos estáticos, muertos, momentos del pasado; y Dylan siempre está en presente.

Por eso Like a Rolling Stone sigue vigente: porque sigue viva, porque se ha grabado hace sólo un segundo, eternamente.

Gran libro para entender la bisagra que articuló el pop del siglo pasado (y lo que llevamos de este).

martes, 13 de abril de 2010

:la originalidad

Vamos a empezar con un tópico: decía Hitchcock que era mejor partir de un tópico que acabar en él. Efectivamente, temas nuevos quedan pocos. Zonas vírgenes e inexploradas las encontramos en los resquicios de la personalidad de cada autor. Es decir, sólo queda innovar en la forma.
Aquí les dejo con dos chistes iguales. Sí, hasta dos GENIOS como Otto Soglow y Charles Addams repiten esquemas (y además trabajando los dos para el New Yorker), repiten exactamente el mismo chiste (bueno, técnicamente sólo lo repitió uno de ellos, pero no sabría decirles cuál fue el primero).

A lo que vamos: partiendo del mismo chiste, de la misma situación cómica, cada uno de los artistas lo lleva a su campo y crean dos obras gráficas originales y únicas.
Este es el consejo (de alguien que no tiene ni la capacidad ni la autoridad para darlo): no busquen la originalidad, limítense a contar lo que quieran contar desde su propia experiencia. Nadie, y digo nadie, es igual a nadie; y si uno es sincero con lo que hace, el resultado, por fuerza, será algo que nunca hayamos visto antes.
Un saludo.

lunes, 12 de abril de 2010

:it's only rock'n'roll

¿Existe mayor topicazo que el título de este post para titular un post sobre rock'n'roll?
Qué coño, hoy no me siento vertebrado, me siento rockero.
Debe de ser porque llevo casi dos meses sin afeitarme, y por el hilo musical de radiofórmula que me llega por la ventana desde el centro comercial de abajo.
Hay que aprovechar mientras a uno aún le ponga cachonda esta música, antes de que empiece a vibrar por las músicas del mundo como Diego Manrique (horror!) o con New Age de geriátrico como Ramón Trecet (doble horror!). Señores, si algún día me oyen loando las virtudes de Lito Vitale o Enya, por favor, cómprense una pistola si no la tienen ya, y péguenme un tiro a bocajarro (para asegurarse).
Aquí les dejo unas cuantas tonadillas. No hay discurso, sólo es para desfogar. Suban el volumen al 11 (mira, este también era un título topiquísimo) y pulsen play.


jueves, 8 de abril de 2010

:La Novela Gráfica de Santiago García

Santiago García ve la historia del cómic como un movimiento pendular, como un viaje de ida y vuelta: el cómic nace como un medio adulto, se hace fuerte y masivo como medio infantil y juvenil en las décadas centrales del siglo pasado para, recientemente, y a medida que pierde volumen de consumidores, volver a reivindicar su espacio como medio adulto y para adultos con el movimiento de la Novela Gráfica que da nombre al volumen.

El título, visto así, quizás sea un poco capcioso y coyuntural, pero sin duda llamará más la atención que un genérico y aséptico Historia del cómic, que es lo que viene siendo. Una historia parcial, como todas; y positivista: el autor se esfuerza en encontrar ese hilo conductor que vertebre su discurso y que va desde los pioneros decimonónicos hasta la actual novela gráfica: una búsqueda de la legitimidad del medio.

Y esa legitimidad parece pasar forzosamente por una búsqueda del formato adecuado para desplegar todo el potencial narrativo, metodológico y artístico que el cómic posee. No es sólo una legitimización del contenido a través de una legitimización del continente, sino un ansia de páginas, de tiempo y espacio para explayarse, para desarrollar un discurso propio.

¿Se imaginan una historia del cine en la que las películas se vieran limitadas a doce minutos? ¿O una literatura capada forzosamente a las sesenta páginas? Habría multitud de obras magistrales, sin duda, pero nos estaríamos perdiendo voces, discursos, ideas, tramas, universos y ritmos que han cambiado el pensamiento humano.

El cómic apenas está alcanzando esa etapa de madurez, ese estadio de excitación y efervescencia en el que parece que todo es posible. Leyendo a Santiago García uno se reafirma en una idea tremendamente gozosa: qué maravilloso momento éste para el mundo del cómic.

Una historia muy compleja y con numerosas ramificaciones (y eso que “sólo” se centra en los mercados dominantes: Estados Unidos, Europa y Japón); tantas, que pareciera que algunas pertenecieran a otros árboles (esas novelas en imágenes de Masereel o Ward parecen un punto y final en sí mismas).

Una historia apasionante a poco que te interese el mundo de las viñetas: el autor encuentra el equilibrio perfecto para no insultar la inteligencia del docto en la materia, ni abrumar al lego. En cada página, Santiago demuestra un conocimiento de la materia y una claridad expositiva al alcance de pocos, y una pasión y un amor por lo que cuenta contagiosos.

Un objeto, por lo demás, maravillosamente editado (¡esa portada de Max!), en un ejercicio metalingüístico en el que más parece una novela gráfica que un tratado teórico sobre novela gráfica.

:escalas

1. Desde la antigüedad el hombre ha tratado de encontrar una relación mensurable, una proporción que lo englobe todo.

Se buscó en Dios, se buscó en la ciencia, se buscó en el hombre, a medida que el pensamiento evolucionaba del misticismo al humanismo, pasando por el cientifismo.

Pero ríase usted del número aureo, de Plotino, de Pitágoras, de Leonardo, del hombre de Vitrubio, de Le Corbusier y de la madre del cordero.

La medida de todas las cosas se fraguó lejos de los centros académicos del conocimiento, y en fecha tan reciente como 1914, cuando la Western Union emitió la primera tarjeta de crédito.

Sí señores, ese recuadrito de 8’5 x 5’5 cm se ha acabado por convertir en la unidad modular universal: la medida que lo relaciona todo.

Si hay un elemento capaz de estandarizar, de universalizar, de uniformar... ese es el dinero. En cuanto el mercado se ha vuelto especulativo, no “real”, en cuanto el intercambio de bienes tangibles se ha transformado en intercambio de información, por así decirlo, la pluralidad de monedas, la pluralidad de tamaños y formas se ha difuminado y ha desaparecido, sustituido por ese monolito kubrickiano que anuncia una nueva era de la evolución humana: la tarjeta de crédito.

Por simpatía, ha ido modificando la forma y el tamaño de todo lo que entra en contacto con ella. Nuestras carteras y nuestros bolsillos han cambiado, y por extensión, como en un torrente fractal, todo va amoldándose a esa unidad indisoluble de 8’5 x 5’5 cm.

La medida de todas las cosas.

Ya ha modificado el tamaño, la forma y la constitución de nuestro Documento Nacional de Identidad. El siguiente paso es que modifique nuestra identidad.

Que nos modifique a nosotros.



2. Siguiendo esta lógica, proponemos tarjetas de crédito paralelas para las personas que todavía no son ciudadanos de pro (ni votan ni pagan impuestos): tarjetas de crédito para niños.

Que los niños viven en un universo paralelo es evidente. Para ellos se fabrican todos los objetos imaginables a escala: coches, trenes, aviones, gafas de sol, cocinas, pistolas, etc. No nos referimos a los juguetes en los que uno se proyecta (Playmovil, Barbie...) sino los juguetes en los que uno habita y te ayudan a materializar un rol. Atrezzo en miniatura.

Pero, ¿a qué escala se fabrican estos adminículos? Pues siguiendo unos patrones de edad y crecimiento, una cosa como muy matemática y muy nazi a la que pocos zagales se acoplan al dedillo. ¿”La medida de todas las cosas” basada en conjeturas pediátricas, valga la redundancia? Seamos serios: necesitamos una unidad de medida universal para los infantes.

Necesitamos una tarjeta de crédito para niños.

Pero esta tarjeta no puede tener una relación matemática directa con la de los adultos. Debe de funcionar en paralelo, sin puntos de contacto. Una pequeña tarjeta de crédito que uniformice su universo, que lo delimite de forma taxativa e inequívoca.

Así se acabaran las elucubraciones y vaguedades.

¿Cuándo un chaval debe entrar en prisión? ¿A partir de que edad una cría puede abortar? ¿Cuándo pueden votar? ¿Y conducir? ¿Y beber alcohol?...

Sencillo: cuando tengan tarjeta de crédito de 8’5 x 5’5 cm.