Santiago García ve la historia del cómic como un movimiento pendular, como un viaje de ida y vuelta: el cómic nace como un medio adulto, se hace fuerte y masivo como medio infantil y juvenil en las décadas centrales del siglo pasado para, recientemente, y a medida que pierde volumen de consumidores, volver a reivindicar su espacio como medio adulto y para adultos con el movimiento de la Novela Gráfica que da nombre al volumen.
El título, visto así, quizás sea un poco capcioso y coyuntural, pero sin duda llamará más la atención que un genérico y aséptico Historia del cómic, que es lo que viene siendo. Una historia parcial, como todas; y positivista: el autor se esfuerza en encontrar ese hilo conductor que vertebre su discurso y que va desde los pioneros decimonónicos hasta la actual novela gráfica: una búsqueda de la legitimidad del medio.
Y esa legitimidad parece pasar forzosamente por una búsqueda del formato adecuado para desplegar todo el potencial narrativo, metodológico y artístico que el cómic posee. No es sólo una legitimización del contenido a través de una legitimización del continente, sino un ansia de páginas, de tiempo y espacio para explayarse, para desarrollar un discurso propio.
¿Se imaginan una historia del cine en la que las películas se vieran limitadas a doce minutos? ¿O una literatura capada forzosamente a las sesenta páginas? Habría multitud de obras magistrales, sin duda, pero nos estaríamos perdiendo voces, discursos, ideas, tramas, universos y ritmos que han cambiado el pensamiento humano.
El cómic apenas está alcanzando esa etapa de madurez, ese estadio de excitación y efervescencia en el que parece que todo es posible. Leyendo a Santiago García uno se reafirma en una idea tremendamente gozosa: qué maravilloso momento éste para el mundo del cómic.
Una historia muy compleja y con numerosas ramificaciones (y eso que “sólo” se centra en los mercados dominantes: Estados Unidos, Europa y Japón); tantas, que pareciera que algunas pertenecieran a otros árboles (esas novelas en imágenes de Masereel o Ward parecen un punto y final en sí mismas).
Una historia apasionante a poco que te interese el mundo de las viñetas: el autor encuentra el equilibrio perfecto para no insultar la inteligencia del docto en la materia, ni abrumar al lego. En cada página, Santiago demuestra un conocimiento de la materia y una claridad expositiva al alcance de pocos, y una pasión y un amor por lo que cuenta contagiosos.
Un objeto, por lo demás, maravillosamente editado (¡esa portada de Max!), en un ejercicio metalingüístico en el que más parece una novela gráfica que un tratado teórico sobre novela gráfica.
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