viernes, 29 de enero de 2010

:la biblioteca de porcelana

No nos gusta perder el tiempo. No nos basta con mirar el paisaje por la ventanilla del tren, preferimos llevar el portátil para ver un episodio de Breaking Bad.
En la cocina hemos colgado ese pequeño plasma regalo de Navidad porque cocinar y comer no tiene por qué significar silencio, ni hastío, ni pensamiento propio.
Otra pantalla en el dormitorio para ese tiempo muerto antes de caer rendido. Y hasta un curso de italiano para aprender mientras duermo.
Ya sólo nos queda por cubrir el tiempo del excusado, esos cinco minutos diarios (si uno es afortunado) empujando afuera la basura.
Si todavía no tenemos un plasma en el baño es por la humedad. Así que lo más recomendable es una buena y variada Biblioteca de Porcelana: una selección de lecturas para esos breves momentos de intenso silencio.
Se prefieren lecturas:
a) No demasiado transcendentes y/o complejas: la sangre se acumula en partes del cuerpo a medio camino entre el cerebro y los pies, y las sinapsis bajan su rendimiento. Algo ligero es más recomendable, y si te hace soltar una carcajada de vez en cuando, mejor: ayuda al movimiento intestinal.
b) Breves: es difícil seguir el hilo de una novela río con 34 personajes principales en lapsus de cinco minutos diarios (si eres afortunado). Algo fragmentado es más recomendable: perlas breves con su inicio, su desarrollo y su final. Cualquier cosa que te mantenga más de cinco minutos en el trono debe ser descartado.
c) Si eres hombre: evita las lecturas de contenido erótico. A parte de que no se puede estar a todo, el efecto palanca contra la taza del water puede ser muy desagradable e incómodo.
d) Ediciones baratas: el vaho del agua caliente de la ducha crea humedad, uno de los peores enemigos del papel. No dejes esa primera edición de Las Flores del Mal sobre la cisterna.
Por si te lo habías preguntado alguna vez, que lo sepas: estar mucho tiempo sentado en el water puede producir hemorroides. Si quieres saber por qué, léete ¿Por qué los hombres tienen pezones?, de Mark Leyner y el doctor Billy Goldberg, que además es nuestra primera recomendación para tu propia Biblioteca de Porcelana: aprender un poco de medicina mientras nos echamos unas risas está al alcance de tu mano.211 cosas que un chico listo debe saber, de Tom Cutler, es otra buena recomendación: estar con los pantalones bajados no significa que uno no pueda culturizarse; de hecho, algunas de las mejores cosas de la vida se aprenden con los calzoncillos por los tobillos. Si quiere usted saber cosas tan útiles como el mejor método para pesarse la cabeza, las reglas del polo con elefantes, patinar hacia atrás o defenderse con un paraguas, éste es su libro. Estará deseando que le entre un apretón para aprender más y más.
Para cagar con fundamento: El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, de Philippe Delerm. Entre esos placeres no incluye leer su libro mientras se jiña, pero les aseguro que es una experiencia muy gratificante. Para aprender a disfrutar de esos pequeños milagros que la vida nos ofrece en el momento más insospechado.Apartado de comics: hay mucha gente que cree que un tebeo sólo se puede leer en el retrete. Craso error. Pero vamos con un par de excepciones:
90 Clásicos de la literatura para gente con prisas, de Henrik Lange, es lo que parece: 90 libros, más o menos clásicos, diseccionados en cuatro viñetas (cada uno). Y eso que la primera viñeta es el título del libro. Es verdad que en algunos te quedas como estabas, pero en otros da en el clavo y, sinceramente, después de unos años, lo que uno recuerda de un libro bien puede resumirse en cuatro viñetas (una con el título).La vida secreta de los jóvenes, de Riad Sattouf: observaciones a vuela pluma, plasmadas prácticamente tal cual, sin una mayor intención que el apunte antropológico. Para cagar con una ventana abierta a la realidad.Un tipo muy de toilet es Mauro Entrialgo: como prácticamente toda su obra es de corto recorrido (tiras cómicas, historias de una página con gag final...) es ideal para esos breves momentos íntimos. Uno de sus viejos álbumes ya se subtitulaba Chistecillos para leer en el W.C., pero como me temo que está descatalogado, puestos a leer otro, me quedo con Herminio Bolaextra: humor tan basto y escatológico que en comparación tus deposiciones te parecerán magdalenas con topping de frutas del bosque. Te reirás y te sentirás mejor.Estas son algunas de mis recomendaciones, pero lo mejor de una Biblioteca de Porcelana es que tú elijas tu propia aventura. Ya me contarás.

viernes, 22 de enero de 2010

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [71]


4 de diciembre - Hoy he realizado tres trabajos de arqueología que paso a detallar a continuación.
Mi historia con los gatos amenaza con salir a la luz. Ya no se oyen más que quejas en el vecindario por la nueva invasión de felinos. Lo que aun no sabe la gente es que, espero que sólo en parte, la culpa es mía.
Tengo que retrotraerme un par de décadas; lugar: la antigua casa de mis padres; contexto histórico: Primera Invasión Gatuna. Uno de los puntos calientes era nuestra huerta, concretamente el altillo del gallinero, que utilizábamos para guardar la hierba seca, y donde se metía una gata a parir y a criar sus camadas. Con lo pequeña que era, siempre paría en abundancia, la muy hija de puta, amenazando con sobrepoblar el vecindario.
Lo normal era que mi padre esperase a que la gata saliese a dar una vuelta a hacer sus cosas de gato, y aprovechase su ausencia para coger a sus crías y meterlas en una caja.
En cualquier historia esta caja acabaría en un río, pero ninguno de nosotros se atrevía a realizar el infanticidio, y tampoco había ningún río a mano. Así que mi padre se llevaba la caja de paseo y la dejaba abandonada en algún rincón: en una obra, en una casa medio derruída... lugares donde un gato callejero pudiera medrar y llevar una buena vida.
El instinto maternal, sin embargo, todavía tenía algo que decir, e indefectiblemente, en un lapsus de tiempo de entre unas horas y un par de días, la gata volvía a traer a sus crías al altillo: las traía, todavía ciegas, colgando de sus fauces, de una en una. Por mucho que nos tocase la moral, había que admirar su tesón.
En otro despiste, mi padre las volvió a coger, las volvió a meter en una caja y, esta vez, me tocó a mí llevármelas. La consigna de mi madre: esta vez, más lejos. Así que cruce un par de carreteras, atravesé un parque conteniendo el aliento para que la caja no se pusiese a maullar al cruzarme con alguna persona, evité a la gente que paseaba perros... y llegué a un bosquecillo de acacias cerca de unas casas donde abandoné la caja. En un momento de debilidad desaté la cuerda que la cerraba.
Un par de días después, mi madre veía a la gata con algo colgándole de la boca. Rezamos para que fuese un ratón muerto, pero de el altillo salian maullidos de crías. Habían vuelto.
En otro despiste, mi padre las volvió a coger y, esta vez, metió la caja en el coche y salimos de la ciudad. Recorrimos unos buenos quince kilómetros y nos detuvimos en una carretera sin asfaltar, bajo una farola fundida, a una distancia prudencial de las casas habitadas más próximas. Apagamos las luces del coche, sacamos la caja del maletero y la dejamos en la cuneta. Me alegré cuando vi que mi padre rompía la cuerda que la cerraba.
Esta camada no volvió, pero la gata tuvo varias más antes de desaparecer. Y todas acabaron en esa cuneta que tan buen resultado nos había dado.
Menos una de las crías, que se nos coló entre la paja y creció lo suficiente como para abrir los ojos y salir al mundo exterior y se nos metió en casa en busca de comida. Mientras su madre la observaba aterrada desde el patio, ella se metia en la cocina y nos miraba como a curiosidades de la naturaleza absolutamente inofensivas. Y cuando te miran asi, es muy difícil hacer daño.
La adoptamos y le llamamos Carmen, como a la tía Carmen, porque también apareció en casa sin que nadie la hubiese invitado. Era una broma privada que nos dió más de un disgusto; pero esa es otra historia.
Le seguimos llamando Carmen incluso cuando le salieron los testículos, y me alegre cuando en un cómic de Lobezno averigüé que el padre de Gata Sobra (todo tenía relación) se llamaba Carmen. Efectivamente, Carmen en los paises anglosajones podía ser un nombre masculino.
Pero me estoy yendo del tema. [Continuará]

lunes, 18 de enero de 2010

:listado 2: siete canciones que me ha apetecido escuchar hoy por la mañana

Kevin Ayers: Singing a Song in the Morning


The Beatles: She Said


The Rolling Stones: Monkey Man


Moby Grape: Hey Grandma

The Feelies: The High Road


Galaxie 500: Blue Thunder


Nick Drake: From the Morning


domingo, 17 de enero de 2010

:domingueando again

1. Hace algún tiempo nos hacíamos eco de un curioso concurso que combinaba dos de las facetas que más admiramos en una persona humana: un peinado estúpido y la capacidad para exponer en público un comentario musical igual de estúpido sin pestañear ni sonrojarse, muy apropiadamente llamado Peinado estúpido/comentario musical estúpido combinados". Como las sutilezas del humor norteamericano a veces se nos escapan (¿lo de Prison Break iba en serio, por ejemplo?) no tenemos muy claro si este tinglado busca ser la parodia de algo, o el epítome de ese mismo algo.

Sea como fuere, después de un triste hiato de diez años, el concurso ha vuelto a realizarse, como siempre en la tienda de discos Manhunter Records, de San Diego. En esta reentré la ganadora ha sido Fany “Girly” Appleton, con una extraña combinación: un peinado que parece una peluca beatle puesta del revés, y un comentario-río (se dice que tuvieron que quitarle el micrófono de las manos para que se callase) sobre PJ Harvey. Una mezcla entre look de los sesenta revisionado desde ese estado de descomposición que son los ochenta, y un comentario sobre la musa de los noventa, que aún sigue viva artísticamente en los dos mil. Efectivamente, cuanta tontería. Su discurso (perdonen la traducción):

“PJ Harvey parece empaparse de sus musos, de sus colaboradores, absorbiendo su esencia, su sonido, para filtrarlo a través de esa picadora de carne y alma que parece ser su vida. No es tan feminista como femenina, pero casi una caricatura de ideales masculinos, unas veces más próxima a la vampiresa inaccesible, otras a la amante fiel, otras a la vagina dentata. Siempre como un personaje femenino de una novela masculina. Pero siempre mutando, moviéndose, mostrándose entre líneas. En sus sutilezas la encontrarás, no en sus aspavientos.”

2. Que a Paco Alcázar se le admira en esta casa es de sobras conocido (un enlace a su página personal está desde hace eones en la columna de la derecha para su disfrute de ustedes). En papel ya lo seguimos desde sus tiempos fanzinerosos, desde Escarba Escarba, desde que lo comparaban con Miguel Ángel Martín (?), hasta que se pasó al color y se convirtió en una figura mediática (ejem).

Aunque su obra nos gusta prácticamente sin excepción, al corazón nos ha llegado esta viñetita en la que deja en evidencia a Fernando León de Aranoa. Lo que por estos lares sentimos por el hirsuto cineplasta es algo similar a lo que Jordi Costa siente por Amenábar: esa sensación de estar rodeado de ultracuerpos a los que les han sorbido las meninges y se las han sustituido por leche merengada que lo único que hace es soltar loas y reverencias. La indignación que me embargó visionando un insulto a la inteligencia y a la verdad que es Princesas sólo lo sé yo.

Gracias, señor Alcázar, ahora sé que no estoy solo.

jueves, 14 de enero de 2010

:mis 90's [1 de 3]

La era dorada del pop siempre coincide con la adolescencia. Cada uno vive sus particulares años 60, esa década que por consenso cuasi general supone la verdadera cima histórica del invento, quizás porque la mayoría de los críticos e historiadores que todavía manejan el timón se hicieron las primeras pajas y los primeros porros en esa década.
Todo el mundo vive una época de efervescencia musical en la cual todo parece nuevo, excitante, inédito, y nada es imposible. Más tarde llega el momento de echar la vista atrás, de establecer paralelismos, de buscar influencias, de situar cada elemento en su lugar. De hacer historia, vaya.
Esa época de descubrimiento continuo es la que le marca a uno: lo anterior es prehistoria, sonidos inconexos elegidos por otros; y lo que viene después es arqueología: ciencia. Solo en tu adolescencia vives a fondo el zeitgeist, porque no existe nada anterior ni posterior.
Pero estos párrafos que siguen, intercalados entre capturas del youtube, no tienen nada que ver con la VERDAD HISTORICA, sino con lo que un servidor vivió en esa ya lejana década de los 90’s, que por fortuna o por desgracia fueron mis 60’s.

Les dejo aquí tres cancioncillas de mi particular búsqueda de identidad. Nada especialmente underground: para escapar del mainstream en provincias uno tenia que tirar de amigos enteradillos, de esos que acumulaban vinilos, pues aquí solo llegaba la prensa generalista, pocos fanzines y, atención, todavía no había internet (sí había automóviles y penilicilina, para que se hagan ustedes idea del contexto histórico).

Jeff Buckley fue un caso extraño de consenso general: lo reverenciaban en todas partes, desde el programa de Ramón Trecet (ay), hasta la Popular 1. La cosa daba para desconfiar, pero aún así me compré su primer L.P. con un dinerillo que me gané en un concurso literario (esa es otra historia). Por aquel entonces la compra de un CD era casi asunto de estado: tres mil pesetillas costaban de media, como para comprar a la ligera.
Grace, el disco en cuestión, es una absoluta obra maestra, y uno de los más influyentes de los últimos años, desde ese timbre de voz tan imitado, hasta ese aire de romanticismo y fragilidad que desprendía Jeff, tan natural en él y tan impostado en sus imitadores. Pero no le culpemos por sus sucedáneos.
El día que murió fue uno de los más tristes de esa década (musicalmente hablando): la noticia me pilló comiendo, y todavía pienso en él cuando hay spagettis.



Crecer, supongo, es ir despojándose de la idea de infinito: no se puede abarcar todo. En retrospectiva, hubo un día, a mediados de la década, que tomé una decisión aparentemente intrascendente pero muy significativa: de nuevo con un poco de dinero extra en el bolsillo me encontré en la disyuntiva de elegir entre dos discos (no había para todos): el Roots de Sepultura o el Wowee Zowee de Pavement, ahí es nada. Al final me decanté por el segundo, finiquitando mis ilusiones de ser un metal boy. Eso sí, me negaba a ser considerado un indie, o un popie, a pesar de disfrutar tanto con los discos de Pavement (sobre todo los primeros).
Aquello era punk y no Green Day y similares (ya se ha visto donde han acabado): sonaban como si estuviesen inventado la música. Mucho, mucho más complejos de lo que parecen a simple vista, y de lo que ellos pretendían mostrar. Como debe ser.




De primeras, los Black Crowes me cayeron gordos: los hermanos Robinson, líderes de la banda, despotricaban, cada vez que les ponían un micrófono delante, sobre el resto del mundillo como si lo suyo hubiese surgido por generación espontánea de la nada (lo cual tenía su gracia, siendo un grupo tan “clásico”).
Con el tiempo, a medida que sus discos vendían menos millones, se relajaron en sus declaraciones, se sinceraron, y veneraban en público lo que antes sólo hacían en privado. Se nos revelaron como lo que ya suponíamos que eran: grandes musicólogos; pero no se quedan en el refrito setentero: no son un grupo retro, son el vagón de cola de ese tren que pusieron en marcha unos cuantos negros hace más de medio siglo, y que alimentaron con brasas al rojo vivo chavales como los Rolling Stones o los Faces. Siguiendo la madeja de los Crowes se llega, literalmente, a Muddy Waters o a Otis Redding. Palabras mayores.

lunes, 11 de enero de 2010

:adiós a un genio

No me gustan las necrológicas, pero no puedo evitar hacerme eco del fallecimiento de Eric Rohmer, uno de los directores de cine que más placer me han provocado a lo largo de mi vida. Desde que el maestro Hueso Montón, en alguna clase de Historia del cine, me puso tras la pista de su obra al decir que era su director favorito, sus películas han ido cayendo una tras otra ante mis hipnotizados ojos. La primera fue Cuento de verano; una película rara para introducirse en su obra, la verdad: para ser uno de los maestros de la palabra filmada, era curioso que tardasen unos diez minutos en abrir la boca.

Desde entonces, lo dicho, el aliento contenido de emoción en películas como Mi noche con Maud, La rodilla de Clara, El rayo verde, La coleccionista, La mujer del aviador, Cuento de otoño, de primavera, de inviertno, El amigo de mi amiga, El árbol, el acalde y la mediateca y bueno, prácticamente todas. Porque, a diferencia de otros de sus compañeros de la Nouvelle Vague, léase Truffaut, Godard o Chabrol, su carrera apenas sufrió altibajos desde los lejanos tiempos de El signo del león (1959). A pesar de que Rohmer no era un jovenzuelo (nació en 1920: era el más veterano de la nueva ola), y ya tenía un corpus teórico y estético sumamente elaborado, esta ópera prima todavía estaba lastrada por cierta indefinición. El propio Rohmer, que de tonto no tenía un pelo, se percató y decidió echar el freno y dar marcha atrás: se curró un par de cortos (La panadera de Monceau y La carrera de Suzanne) a modo de obras-manifiesto, donde sus ideas teóricas ya se veían reflejadas en la pantalla sin artificio, puras y prístinas, en uno de los estilos cinematográficos más personales e inimitables (y aún así tantas y tantas veces imitado).

Y desde ahí, cuatro décadas de excelencia, desde La coleccionista hasta El romance de Astrea y Celadón. Cuatro décadas profundizando en las relaciones humanas con una profundidad, una hondura y una sinceridad prácticamente sin parangón en la historia del cine. Olvídense de los prejuicios, olvídense de sus imitadores que creen que una película de Rohmer es: tipos con pinta de franceses hablando sin parar y citando a Pascal cada cuatro frases. Olvídense de todo y sumérjanse en alguna de sus películas. O mejor, sumérjanse en una de sus películas y olvídense de todo.

Incluido que Eric Rohmer ha muerto.

domingo, 10 de enero de 2010

:listado 1: los restos del naufragio

Si hay algo que me gusta son las listas (los listados, y las mujeres inteligentes, aunque en este caso me refiero a lo primero).
Ya se ha quedado atras la navidad. Aqui les dejo una lista parcial (¿acaso no lo son todas?)de algunas cosas que ha dejado atras (con una camara de fotos que me dejaron las navidades pasadas). Perdonen que me ponga sentimental sin avisar, y tambien que no ponga ni una sola tilde, pero el ordenador y yo estamos un poco tontos estos dias.
1.Libros: aqui les muestro unos pocos en representacion.


2. Animales: un par de adquisiciones para mi (mini) coleccion pajaros de Sargadelos, y tres peces de verdad. No tenemos ni idea de cual sera su sexo, asi que nos ha costado ponerles nombre. Eso si, una vez puestos, sus idiosincrasias se han hecho evidentes. Se los presento: la naranja es Carlota, el rojo y blanco es Lolo, y el pequeño negro (mi favorito, pero no se lo digan a nadie) es Cheap.
3. Nevada: oh, blanca navidad. Los Reyes Magos tambien nos dejaron dos dias de nieve. Como turistas en nuestra propia ciudad, salimos a la calle con nuestras camaras a fotografiar todo eso que vemos todos los dias, pero cubierto de agua conjelada. Pura magia.

Oooooooooooh...
Aaaaaaaaaaaaaaah!

Y ya; nadie dijo que fuera una lista larga.

domingo, 3 de enero de 2010

:charlie brown


Llevo unos días disfrutando como un enano de la lectura conjunta de la biografía de Charles Schulz y los recopilatorios de las tiras protagonizadas por Charlie Brown, Snoopy y sus amigos. Un universo de ficción coherente y complejo como pocos se han construido en el siglo XX, en cualquier disciplina artística.
La biografía perpetrada por David Michaelis (una delicia editada por Es Pop Ediciones) ahonda en la personalidad de Schulz para tratar de desentrañar esa maraña que es la vida de una persona, en este caso una persona que se describía a sí misma como sencilla, pero que nada más lejos de la realidad.
Cuesta imaginar que la vida de una persona que se pasó más de cincuenta años encorvado sobre una mesa de dibujo dé para una biografía de 600 páginas (llevo más de cien y Schulz todavía están en el instituto, y no es que tuviera la infancia de Guillermo el travieso precisamente); de hecho, la única forma de lograrlo es con una minuciosidad rayana en lo patológico, una búsqueda del detalle que lleva a Michaelis a establecer apasionantes relaciones entre los acontecimientos de la vida de Schulz y su obra, tiras cómicas que reflejaban, casi literalmente, casi sin maquillaje ni artificio, las frustraciones y cicatrices de su autor.
Todo ello en grupos de tres o cuatro viñetas con un chiste al final.


No sé a ustedes, pero a un servidor, esa monumental obra que es el Peanuts en su conjunto, le parece una de las piezas artísticas capitales del siglo pasado, una catedral erigida en honor a la angustia del ser humano.
En grupos de tres o cuatro viñetas con un chiste al final, repito.
Les dejo con un párrafo de la biografía de Michelis que me resultó especialmente conmovedor. Con su estilo barroco y un pelín engolado, que a veces se puede hacer pesado, describe aquí con una sensibilidad y precisión casi táctiles la visita de Sparky (apodo de infancia de Charles Schulz) a una exposición de originales de autores de cómic; un momento clave, casi epifánico, en que al joven Schulz se le revela de un vistazo el pasado (la técnica y tradición de un oficio), y el futuro: que él será un eslabón más en esa cadena; que él será dibujante de tiras cómicas profesional.
“Sparky nunca había visto antes cómo eran los originales de los profesionales. Sólo conocía su obra tal y como aparecía impresa en los periódicos, no como crudas extensiones de la mano del artista. Allí sin embargo colgaban varios cientos de estratificadas páginas cubiertas de tinta densa, más pura, negra, cálida y viva de lo que era capaz de reproducir la imprenta. (...) Alrededor de las viñetas, se sucedían instrucciones crípticas escritas con lápiz; flechas azules dispuestas para llamar la atención de los editores. Dentro de las viñetas, quedaban inesperadas muestras de denuedo: manchas accidentales, restos de pegamento y trozos de celo, tiras de papel superpuestas sobre el texto para corregir errores, letras sin borrar, marcas de registro, residuos de gouache blanco, pentimenti para disimular todo tipo de fallos y falsos comienzos... todo un mundo invisible de razonamiento y revisión plasmado en la página antes de que la reproducción mecánica redujera y estrechara las líneas. También allí destacaban los fluidos efectos del pincel, la delicada rotulación, las translúcidas aguadas, toda la teatralidad y la destreza oculta del arte de la historieta.”

sábado, 2 de enero de 2010

:gimnasia comprensiva

Se suele decir, asi, en general, sin mirar a nadie, que se lee poco, más bien poco, muy poco.

Pero, por otro lado, ¿no se escribe demasiado?

Nunca, en la historia de la humanidad ha habido tal cantidad de material escrito a nuestra disposición.

Este mundo paralelo digital, además de salvar los bosques tropicales, ha multiplicado exponencialmente las palabras, no sé si despertando vocaciones o abriendo nuevos canales de comunicación; supongo que un poco de todo.

Se ha terminado el año y uno, aunque no quiera (y no quiero), no puede evitar mirar atrás, sopesar, hacer balance.

Perdido entre montones de papeles he encontrado mi “Diccionario de Excusas”, un compendio de citas estratificadas, citas encontradas en lecturas de las que sólo quedan estos retazos: fósiles que intentan explicar edades geológicas completas.

Los libros, aunque los ponemos uno al lado del otro, en realidad se amontonan en nuestra memoria uno encima de otro, siempre a la altura de nuestros ojos mientras vamos creciendo.

Algo que los no lectores nunca entenderán: mientras leemos, en silencio, todo el ruido que hay en los libros.

De mi “Diccionario de Excusas” extracto, en esta ocasión, citas sobre la creación literaria.

Leídas en el orden en que están quizás cuenten una historia, pero podrían estar en cualquier otro orden y contar otra historia distinta, o ninguna.

Un abrazo a todos, los veteranos y los recién llegados. Se les quiere.

“El arte no constituye un poder, no es más que un consuelo” Thomas Mann

“Para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo.” J. P. Sartre

“El genio consiste en el poder reflectante y no en la calidad intrínseca del espectáculo reflejado.” Marcel Proust

“Las ideas inventadas no son algo inútil. Son precisamente ellas las que hacen de nuestras casas hogares.” Milan Kundera

“Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo.” Julio Cortázar

“Nadie puede decir de dónde proviene un libro, y menos que nadie la persona que lo escribe. Los libros nacen de la ignorancia, y si continúan viviendo después de escritos es sólo en la medida en que no pueden entenderse.” Paul Auster

“No entiendo por qué el público espera que el arte tenga sentido cuando aceptan que la vida no lo tiene.” David Lynch

“A menudo he pensado que los periodistas viven obsesionados en descubrir hechos reales a fin de poder contar una mentira, y que, contrariamente, el novelista se somete a la esclavitud de su dueña y señora, la imaginación, con el fin de descubrir la verdad.” Norman Mailer

“Hay muchas cosas de las que escribir, pero no de las que hablar.” Charles Bukowski

“No hay nadie que haya jamás escrito, o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado, a no ser para salir del infierno.” Antonin Artaud

“Uno escribe siempre contra la muerte.” Rosa Montero

“Todo escritor es un chivato. Toda literatura es delación. No veo el interés que puede tener escribir libros si no es para morder la mano del que te da de comer.” Fréderic Beigbeder.

“¿Escribiría en una isla desierta? ¿No se escribe siempre para ser leído?” J. P. Sartre

“Antes de que alcance a secarse la tinta, ya me produce repulsión.” Samuel Beckett

“Cuando menos, los años me han enseñado esto: si llevas un lápiz en el bolsillo, hay bastantes posibilidades de que algún día te sientas tentado de utilizarlo.” Paul Auster