lunes, 28 de diciembre de 2009

:bootleg series [III]

Ted Danson, como muchas otras estrellas televisivas, no ha tenido demasiada suerte en el cine. Pero a quién cojones le importa el cine (comercial americano) hoy en día. De hecho, los actores parecen darse de hostias para salir en la televisión.
Y Ted ha puesto su cara (rara) al servicio de unos cuantos personajes carismáticos en la pequeña pantalla, desde el ya lejano Sam Malone de la mítica Cheers, hasta ese médico con mala hostia (antes de House) que era Becker.
En los últimos años parece en racha, prestado sus canas a algunos memorables secundarios en grandes series.
Por ejemplo, el malo malísimo de la primera temporada de Damages, donde logra competir en magnetismo y peso específico con ese monstruo (interpretativo, no sean malos) que es Glenn Close.
Por ejemplo, practicando ese deporte nacional americano que es hacer de sí mismo, en su caso en esa obra maestra de la comedia moderna (por ponerle adjetivos a algo que no lo necesita) que es Curb Your Enthusiasm.
Por ejemplo, haciendo del jefe del prota de Bored to Death, donde vuelve a demostrar, cada vez que le dan un minuto en pantalla, que es un actor cómico extraordinario. En el episodio 6 (buenísimo), encima nos suelta la frase que se ve en la foto y entonces, ya, nos ha robado el corazón.
Por dios, lean tebeos. Si no lo hacen por mí, si no lo hacen por Ted Danson, háganlo por estar a la moda, algo que no ocurría desde los lejanos ochenta, y que no volverá a ocurrir hasta dentro de veinte años (efectivamente, las tendencias visitan el planeta cíclicamente, como el cometa Haley. La cuenta atrás para el revival grunge está llegando a cero…).


También nos ha llegado al corazoncito esta imagen, perteneciente a la cuarta temporada de The Wire (descomunal), en la que el churri de Omar está leyendo con gran concentración un libro de George Pelecanos, el cual, además de extraordinario novelista, es productor y guionista de la serie. Un bonito guiño a un tipo que ha escrito alguno de los mejores episodios de la serie, o al menos en los que se desarrolla un enfrentamiento con alta carga dramática, hacia el final de cada temporada.
Para más información sobre Pelecanos, no dejen de leer este par de posts de Óscar Pálmer, una perfecta introducción a los bajos fondos de Washington D.C.
Pienso, por otro lado, en si un ganster de suburbio se leería libros sobre suburbios y gansters, pero la respuesta me viene sola, en forma de pregunta retórica: ¿acaso los futbolistas no pasan las horas muertas jugando al Fifa en la Play?


Para finalizar, este tubo de Padre de familia, de uno de mis momentos favoritos. Sí, a mí Rock Lobster, y en general todo el primer disco de B-52, me sube el ánimo.

jueves, 24 de diciembre de 2009

:espantajeras navidades

Con la cuenta atrás llegando a su fin para la siguiente bacanal...

...y con la mitad de las compras sin hacer, el Doctor Espantajero, su humildérrimo servidor, todavía tiene la fuerza de ánimo y la generosidad suficientes para hacerles un par de regalitos para los ojos y las meninges.
El primero, un maravilloso dibujo alusivo a lo que se nos avecina esta noche, perpetrado por ese par de dos que son Dupuy y Berberian.

El segundo, el especial navideño de Las Reflexiones de Repronto, para que ustedes se lo piensen bien. Una de cal y otra de arena, efectivamente.

Que ustedes lo pasen bien.

jueves, 17 de diciembre de 2009

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [70]

3 de diciembre - Durante la noche escampa y bla bla bla. Cuando la muerte se inmiscuye en la vida todo se vuelve banal, aunque sea la muerte de alguien que no conoces o de alguien que no te importa. No es el caso, porque todavía no está muerto y sí lo conozco.

Me llama mi madre y después de una retahíla de lugares comunes que hace que parezcamos un anuncio demasiado largo, se calla un segundo, como para coger carrerilla mental, y me dice lo que quería decirme desde el principio: el tío Gabriel vuelve a estar mal, lo que quiere decir que vuelve a tener cáncer, o que recayó o como coño se diga.

La primera vez, debe de hacer unos siete u ocho años, tuvo cáncer de colon, creo. Por alguna alusión, alguna conversación telefónica oída a medias, llegué a la conclusión de que tuvo cáncer de colon y que, aunque al principio pintaba mal (lo suficiente como para que volviera a hablar con mi padre) al final parece que “se lo cogieron a tiempo” y “salió adelante”.

Qué recuerdos tengo de mi tío Gabriel: la mayoría, de una época que vivió con nosotros en casa, no recuerdo por qué ni por cuánto tiempo. En mi memoria aquello pareció durar un año, pero probablemente fueron dos o tres semanas, un mes como mucho. La conclusión a la que llegué fue que tuvo algún problema con su mujer, Matilde, sobre todo porque una noche ella vino a casa y estuvieron todos hablando en el salón y por la mañana el tío Gabriel se fue. Por aquel entonces todo eran problemas de trabajo o problemas de mayores, y aquello tenía pinta de problema de mayores. De hecho, a los pocos años se divorciaron.

Mi tío Gabriel fue la primera persona que conocí que se divorció. Para mí era un pionero, un adelantado a su época, porque trabajó en Alemania y se trajo un video VHS cuando sólo algunos por aquí tenían un Beta, porque en las fotos de la boda de mis padres llevaba un traje de terciopelo, y porque tenía un pendiente.

Cuando vivió con nosotros dormía en mi habitación, en mi cama. Yo dormía en un colchón en el suelo, un colchón de cuna que me dejaba los pies afuera. Antes de dormirnos reinaba un aire de campamento, con pedos y chistes verdes. Todo se acababa cuando apagábamos la luz.

A los pocos minutos, supongo que cuando se creía que yo ya estaba durmiendo, él se ponía a sollozar, a llorar con la cara pegada a la almohada. Así estaba un tiempo que se me hacía interminable, hasta que se quedaba dormido y empezaba a roncar. Creo que de ahí viene mi animadversión hacia los sonidos de origen humano, a esas noches interminables de insomnio en que sólo lograba dormirme al alba, ya por puro agotamiento.

También recuerdo “El misterio del azafrán en el lavabo”, uno de los primeros misterios reales que resolví en mi carrera de detective privado infantil (sin contar la tuerca de pendiente desaparecida, porque simplemente la encontré y eso no supone ningún ejercicio deductivo, sólo recorrerse toda la casa a cuatro patas): tardé como tres días en darme cuenta de que aquellas hebrillas rojas no eran azafrán, sino pelos de me tío. Eso explicaba que apareciesen por la mañana, justo después de que él se afeitara (nunca he dicho que yo fuera un niño inteligente).

Recuerdo que dibujaba muy bien, y mientras lo miraba garabatear él me decía que era descendiente de Van Gogh. Yo no entendía muy bien como él podía ser descendiente de Van Gogh y mi padre y yo no, pero eso explicaba que dibujase bien y fuese pelirrojo, y nosotros no.

Recuerdo estar toda la familia viendo una comedia romántica, una de Rod Hudson o alguien así, y una chica está en la bañera leyendo un libro y mi tío, que está sentado a mi lado, me dice en petit comite, agrio, resentido, que eso es una tontería porque las manos siempre se te humedecen con el vapor y el libro se moja y se arruga y se echa a perder. No se si de ahí me ha quedado cierto escepticismo hacia cualquier tipo ficción, y la costumbre de cuidar en extremo los libros.

Mi madre me dice que mi tío Gabriel está ya internado y que no saben cuanto durará, pero que de ésta parece que no va a salir. Cuantas palabras para hablar de la muerte. Yo hago mi gran viaje mental hasta casa, hasta el funeral, hasta todos los familiares y conocidos y me produce tanto hastío, tanta pereza, que casi desearía morirme yo para ahorrármelo.

Por lo demás, me han dejado publicidad en el buzón: ¿Vacaciones en Rumania? Claro, por qué no.

jueves, 3 de diciembre de 2009

:el círculo [2 de 2]

[Primera parte, aquí]

Tres motivos para odiar a mi doppelganger: uno, se ha sacado unas oposiciones para bedel en la administración, con lo que tiene una vida laboral más saneada que la mía; dos, en los ratos libres se dedica al humor gráfico (el sueño de mi vida), y ya ha logrado colar unos cuantos chistes en publicaciones de ámbito local. Su último chiste: una marquesina que anuncia «Esta noche, gran estreno: Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir». Dos tipos de entre el público decimonónico que sale del cine están comentando la jugada; uno le dice al otro: “La mejor película que he visto en mi vida.”
Hasta aquí, los motivos de mi odio son producto de la envidia pura y dura. Lo admito. El tercero no: el hijoputa se dedica a pasearse por su piso en zapatos de tacón. Tapas de madera contra tarima flotante, háganse una idea. No me puedo ni imaginar de dónde ha sacado unos zapatos de tacón del número 45, ni por qué se los pone para estar en casa, pero está acabando con mi salud mental.
Me lo encuentro una semana antes en el ascensor, está leyendo su último chiste publicado en el Enfermos Coronarios Digest. Como un anciano sabio, me alecciona: las ideas hay que saber conjurarlas, pero también hay que saber conjugarlas, dice. A pesar de que odie las aliteraciones, y más aún que un ser que han fabricado a partir de mi sebo me dé consejos, tomo buena nota: una idea brota en mi mente, primero como una nube informe que después se enfoca y adquiere los rasgos rubicundos, salpicados de marcas de viruela, de un comercial del Círculo de Lectores. En esos momentos el interfecto está en el baño, en medio de una emergencia, y yo aprovecho para leer la sinopsis de “La lágrima del Arlequín”, el nuevo best-seller de Walton Farber-Jones tras el rutilante éxito de “La hija del payaso”: el protagonista es un anciano millonario que el único movimiento que hace es el de accionar una manivela. Con una manivela abre y cierra el toldo de la terraza, iza las velas del yate, sube y baja el minibar de la piscina... podría meter un mecanismo electrónico en todos esos artilugios, pero le gusta ese movimiento circular al que su cuerpo, sus músculos y sus articulaciones, se han ahecho. Le recuerda su primer trabajo, con ocho años, haciendo sonar un organillo en el circo...
Lo que sí suena es la cisterna, y cara-de-charco vuelve al comedor e interrumpe mi lectura, con lo que me quedo sin saber que coño pinta el arlequín en toda esta historia. Me pregunta si he encontrado algo que me pueda interesar y respondo con un claro y prístino SÍ. Estoy muy interesado en realizar un pedido; el único inconveniente, improviso, es que en breve me mudaré de casa. Le comento, todo candidez, si sería posible que me enviasen el pedido a mi nueva residencia.
¿Conozco ya la dirección?
Sí, claro.
¿Podría facilitársela?
Por supuesto: es, curiosamente, el piso justo encima de éste.
¿4º-B?
Ahá, 4º-B.
Oigo el taconeo sobre mi cabeza y me refocilo en mi venganza como el que engulle el consomé pensando ya en el postre. Me envalentono y le digo que quiero hacer un pedido mayor. No quiero mirarlo fijamente, pero juraría que algo crece en su entrepierna cuando digo esas palabras: pedido mayor. Ojeo el catálogo y voy dictándole sobre la marcha:
365 cócteles sin alcohol.
La ley de Murphy de los Deportes de Invierno.
1001 Chistes de secretarias judiciales.
Origami para zurdos.
Y en general, todo lo que lleva el círculo rojo brillante de novedad o el círculo dorado brillante de best-seller, sobre todo si en alguna parte bajo el título aparece resaltada la palabra mágica “trilogía”.

De diez a doce días después llaman a mi puerta justo cuando me estoy limpiando el culo. Y menos mal que la descarga fue generosa, porque lo que veo me quita las ganas de cagar para dos semanas. Me da tanta vergüenza que a partir de ahora lo contaré en tercera persona:
En el umbral de la puerta está el comercial de Círculo de Lectores, sonriente, sentado sobre una caja de cartón del tamaño de un Wolsvagen Escarabajo. Como ya es tarde para echar un vistazo por la mirilla y guardar silencio hasta que se vaya, su primer impulso es tirarse al suelo en posición fetal y llorar hasta que todo se solucione por sí solo. Masculla unas palabras ininteligibles, en un idioma pre-humano que el comercial, misteriosamente, parece entender. Le dice que la señora del 4º-B ya le explicó que se había atrasado la mudanza. Repite lo de señora con retintín, el tipo de “señora” que se afeita dos veces al día y mea de pié.
En ese momento, como si la “señora” estuviese oyendo la conversación, en el piso de arriba se oye un zapateo frenético, arrítmico e insistente, como si un bailarín de claquet acabase de sufrir un ataque epiléptico. Nuestro protagonista grita para dentro, y el roce de su bramido contra las cuerdas vocales producen un susurro que resuena en sus entrañas y se repite en un eco que sólo él puede oír. El comercial le pasa la factura para que la firme.
Ya a solas abre el Wolsvagen y saca un libro al azar. La ley de Murphy hace que ese libro sea La ley de Murphy de los Deportes de Invierno. Abre de nuevo el libro al azar y lee:
“Tercera ley de Newton de las batallas con bolas de nieve: Todo proyectil lanzado contra un enemigo desprevenido se vuelve contra uno mismo multiplicado por diez en tamaño y compactación.”
El único consuelo que le queda es robarle a su doppelganger el Enfermos Coronarios Digest del buzón.
La realidad dibuja extrañas y complejas filigranas que algunos gustan de llamar destino y otros azar. Yo ni idea, oigan, pero la cosa es que me leo el número de Julio-Septiembre, Especial Miocardiopatias, un poco por curiosidad, un poco por llevarme algo ligero al cagadero, y oh sorpresa, doy con algo que probablemente me salva la vida: un artículo sobre la miocardiopatia restrictiva. En la descripción de síntomas me siento retratado como en un fotomatón, por lo que decido ir a un especialista.
Tras mil pruebas me diagnostican, efectivamente, una miocardiopatia restrictiva sumamente avanzada. A pesar de la medicación y de la terapia antiestrés (complicada cuando mi “vecina” de arriba y su nuevo “amigo”, un rocker con sobrepeso, parece que se han apuntado a unas clases de baile acrobático que me hacen desear, en comparación, volver al Dachau para mongólicos de mi infancia), la única solución viable es el trasplante.
Me ponen en una lista de espera y, adquirida la deseada categoría de minusválido, me puedo quedar todo el día en casa esperando a que el corazón de mi doppelganger diga basta y dé su última cabriola.
Tengo todo el tiempo del mundo y libros de sobra para no aburrirme mientras tanto.

lunes, 30 de noviembre de 2009

:bootleg series [II]

Sin más preámbulos, les dejo con unas citas de Los Testamentos Traicionados, de mister Milan Kundera:

-“El sentido de la historia de un arte se opone al de la Historia a secas. Gracias a su carácter personal, la historia de un arte es una venganza del hombre contra la impersonalidad de la Historia de la humanidad.”

-“El humor: el rayo divino que descubre el mundo en su ambigüedad moral y al hombre en su profunda incompetencia para juzgar a los demás; el humor: la embriaguez de la relatividad de las cosas humanas; el extraño placer que proviene de la certeza de que no hay certeza.”

-“Cuanto más ajenas son las cosas entre sí, más mágica es la luz que brota de su contacto.”

-“Es profundo lo que atañe a lo esencial.”

-“Como sí, detrás del arte de la melodía, se ocultaran dos intencionalidades posibles, opuestas entre sí: como si una fuga de Bach, al hacernos contemplar una belleza extrasubjetiva del ser, quisiera hacernos olvidar a nosotros mismos nuestros estados anímicos, nuestras pasiones y penas; y, por el contrario, como si la melodía romántica quisiera que nos sumergiéramos en nosotros mismos, hacernos sentir nuestro yo con una terrible intensidad y hacernos olvidar todo lo que se encuentra fuera.”

-“Desde siempre odio, profunda, violentamente, a aquellos que quieren encontrar en una obra de arte una actitud (política, filosófica, religiosa, etc.), en lugar de encontrar en ella una intención de conocer, de comprender, de captar este o aquel aspecto de la realidad.”

-“Para conocer a fondo este o aquel fenómeno hay que comprender su belleza, real o potencial.”

-“Sólo el retorno al país natal tras una larga ausencia puede revelar la extrañeza sustancial del mundo y de la existencia.”

-“Hay cosas que no se pueden sino callar.”

-“La riqueza del vocabulario en sí no representa valor alguno.”

-“Todo autor de cierta valía transgrede el ‘gran estilo’ y es en esa transgresión donde se encuentra la originalidad (y, por lo tanto, la razón de ser) de su arte.”

-“Nos hemos resignado a la pérdida de lo concreto del tiempo presente. Transformamos inmediatamente el momento presente en su abstracción.”

-“Si se estudia, discute, analiza una realidad, se analiza tal como aparece en nuestro espíritu, en nuestra memoria. No conocemos la realidad sino es en tiempo pasado. No la conocemos tal como es en el momento presente, en el momento en que está ocurriendo, en el que es. Ahora bien, el momento presente no se parece a su recuerdo. El recuerdo no es la negación del olvido. El recuerdo es una forma de olvido.”

-“El hombre es el que avanza en la niebla. Pero, cuando mira hacia atrás para juzgar a la gente del pasado, no ve niebla alguna en su camino.”

viernes, 27 de noviembre de 2009

:cuba

Si se habían estado preguntado por dónde me había metido entre los dos últimos posts, que sé que no, truhanes, que sepan que me he estado dando un garbeo por Cuba.
Nada que añadir sobre ese país que ustedes no sepan ya o se imaginen; sólo recomendarles que vayan cuanto antes si no lo han hecho ya, porque ahí viven algunas de las mejores personas de este puerco mundo. Pura magia, palabra.
Les dejo aquí un par de fotos que no les servirán para hacerse una idea, pero que satisfacen mi ego de fotógrafo aficionado. (Click en las imágenes para verlas en grande. A mi me gusta especialmente la tercera)

jueves, 26 de noviembre de 2009

:el vecino 3

Alcanzan con esta tercera entrega de El Vecino su cenit creativo conjunto Santiago García (al guión) y Pepo Pérez (al dibujo). Y no es que las entregas anteriores fueran desdeñables, todo lo contrario, pero en esta se desatan con un tomito de factura precisa y acabado precioso.
El formato novela gráfica (pequeño y gordo, para entendernos), sin los condicionantes de los álbumes europeos, les da espacio a los autores para explayarse, para que cada secuencia respire y se construya con su propio ritmo (la del hospital, por ejemplo, sería impensable en un álbum de 48 páginas).
Debe de ser complicado hacer un cómic de superhéroes en España (sólo hay que ver lo que se ha hecho hasta ahora), pero Santiago y Pepo han logrado con esta serie en general, y este tercer volumen en concreto, un equilibrio perfecto entre géneros y elementos aparentemente inconexos: slice of life y paranoia superheroica, queso del pueblo y luchas por el merchandising.
El asunto superheroico, es cierto, aparece prácticamente en off, a pesar de inmiscuirse en la trama en forma de uniforme rojo, un retazo de cuatricomía en el blanco y negro, fragmentos de superhéroe en un slice of life. Por debajo de esta superficie superheroica, que nunca es una anécdota folclórico porque los autores aman y dominan el tema en profundidad, este vecino nos habla de las relaciones de pareja, de por qué mentimos a quien amamos y demás miserias de treintañeros.
Sí, el tema principal es la mentira, la simulación... para lo que la metáfora superheroica les viene que ni pintada; una dicotomía ya explícita desde la propia portada: todos tenemos una identidad secreta, todos tenemos una máscara, un alter ego y unos enemigos invisibles a los que nadie ha visto nunca, valga la redundancia.
A pesar de que el cómic se articula en una retícula de viñetas de tres por tres, el ritmo nunca es monótono, si no que los autores manejan diversos tempos a su antojo, con un dominio abrumador de los diálogos, los silencios, las elipsis, los encadenados. Todo con un dibujo dinámico, de fácil lectura, con el detallismo y la expresividad justas, perfecto en su equilibrio de masas blancas y negras.
Uno de los dos o tres mejores tebeos nacionales del año. No lo duden.

domingo, 15 de noviembre de 2009

:Living on the Far Side

Conocí la obra de Gary Larson (Tacoma, 1950), me imagino que como muchos otros compatriotas de mi generación, a través de una selección que de su The Far Side hicieron los de El Víbora; una paginita de vez en cuando, pero lo suficiente para evidenciar que estábamos ante uno de los grades del humor gráfico de nuestro tiempo, heredero de esa vertiente incómoda que sublimó Charles Adams (post pendiente, lo prometo). Parafraseando a Breton, el humor ha de ser convulso o no ser. Y con Larson, joder si lo es.
Poseedor de un universo particularísimo, donde todo es susceptible de ser antropomorfizado (no sólo los animales, en el Far Side hasta un sacacorchos tiene vida, cuñado y una idiosincrasia inesperadamente compleja), y poblado de seres frágiles que viven en la cuerda floja: viven disimulando sus propias debilidades con la mayor dignidad posible.
Las escenas de Larson nos enfrentan a sentimientos contradictorios: por un lado, esos pequeños dramas de barrio residencial nos hacen gracia porque dejan al aire nuestros mecanismos de comportamiento (nos dejan con el culo al aire, vaya); pero por otro lado resultan casi aterradores, ya que nos muestran que todo es transitorio y mucho menos trascendental de lo que creemos; de hecho, somos unos seres insignificantes destinados a convertirnos en fósiles, en curiosidades arqueológicas; Larson nos advierte: las vacas son el cenit de la evolución, no los humanos.
Les dejo aquí una brevísima selección hecha casi casi al azar de uno de sus tomos recopilatorios. Que conste que no es especialmente brillante (uno de estos días le meteré mano a mis Víboras y les colgaré otra más enjundiosa). Perdonen la calidad del escaneado, pero es la primera vez que me enfrento a este aparato demoníaco. La tipografía es también un desastre, pero sólo tenía a mano el Paint. Obviando estos detalles técnicos, que ustedes lo disfruten.



jueves, 12 de noviembre de 2009

:películas iguales.

1. Acerca de Lost Highway, Andrés Hispano apuntaba en su magnífico libro sobre David Lynch (“David Lynch, claroscuro americano”), un dato que ilumina una de las múltiples facetas de esa inabarcable película, aportando una (otra) posible interpretación; y digo posible porque esta película, como el grueso del corpus lynchiano, bordea la abstracción, se resiste terca a cualquier teoría formal que la englobe en su totalidad.
Hispano recordaba un episodio de Twilight Zone, An Ocurrence at Owl Creek Bridge (Suceso en el puente sobre el río Owl), basado en un relato de Ambrose Bierce. La historia, ambientada en la Guerra de Secesión, comienza cuando un joven confederado es condenado a muerte por espionaje. Cuando lo ahorcan sobre el puente que da título al episodio, la cuerda se rompe en el momento de tensarse y él cae al río. Sin otra idea en mente que la de volver junto a su familia, el joven huye durante todo el episodio hasta que llega al porche de su casa. Allí, justo cuando ve a su esposa, oye el chasquido de su propio cuello rompiéndose. Efectivamente, todo el episodio no ha sido más que la ensoñación que la mente del protagonista ha construido en esa fracción infinitesimal de segundo en que su vida expiraba.
Andrés Hispano superpone esta plantilla sobre Lost Highway, ofreciendo sorprendentes resultados: ¿Y si, en la obra de Lynch, la metamorfosis del protagonista no es más que una fantasía escapista en ese último instante antes de que la silla eléctrica le fría el cerebro? (Eso explicaría las caídas de tensión eléctrica durante las transformaciones).
Si la entendemos así, resulta quizás más terrorífica que la historia de Bierce: mientras en el relato realidad y ensoñación discurren por caminos perpendiculares (se cortan en un punto, pero siguen trayectorias divergentes), en la obra de Lynch esa Carretera Perdida del título, ese purgatorio que sólo habita la mente desquiciada del protagonista, se superpone a la realidad objetiva (si tal cosa existe) haciendo imposible distinguirlas: realidad y locura son lo mismo. Por encima de “el mito de la incomprensibilidad", Lost Highway nos muestra la realidad a través de un filtro distorsionado: la mente de “el otro”, llevado hasta sus últimas consecuencias, sin medias tintas ni concesiones. En la obra de Bierce la muerte aparece como un mazazo, truncando toda esperanza con un final negrísimo y pesimista; en Lynch, el infierno es un bucle eterno en el que el protagonista no hace más que escapar.

2. Es de sobras conocido el modus operandi hollywoodiense de estrenar las películas de dos en dos. Si esta temporada toca Meteorito contra la tierra, pues dos; si toca Western crepuscular, pues dos; si Volcán en erupción, pues etc. Eso es lo que pasa cuando se hacen películas para rellenar metros cuadrados de marquesina (o de estantería de videoclub).
A priori no parece tan común encontrarse con tres películas iguales (por iguales entiéndase: variaciones de un mismo argumento, de una misma intención, de unas mismas reglas, de una misma atmósfera, de un mismo tema) separadas por cinco años: El despertar (2003), Tránsito (2005) y Passengers (2008).
Tres producciones, más o menos costosas, con sus circunstancias y particularidades, para contarnos tres veces las misma historia: una variante literal del relato de Ambrose Bierce. Pero, mientras en el caso del relato breve o del episodio de Twilight Zone (25 minutos de metraje) la cosa se sostiene y el final sorprende, en un largometraje uno acaba con la sensación de que le han tomado un poco el pelo. La cosa funciona si la estructura es la de una fuga musical, pero no si es la de una ópera: un corpus demasiado complejo y elaborado que sólo sirve para evidenciar su propia falta de rigor interno. El final, superada la “sorpresa”, sólo sirve para airear la incoherencia y falsedad del conjunto.
En otras palabras: los sueños, incluso los de Jerry Bruckheimer, no tienen la estructura de un blockbuster.
Más o menos en tercero de EGB comprendes que terminar una historia con “y todo era un sueño” no es una genialidad, sino un lugar común. Hay que tener mucho talento, o mucha mala leche, para terminar así una historia y que el espectador no se sienta timado.
Bierce, a parte de que este final en el siglo XIX aún podía resultar sorprendente y novedoso, lo hace con la sequedad y contundencia de un hachazo de verdugo. Lynch, si de verdad nos está contando esta historia, lo hace dándole una vuelta de tuerca: no nos descubre que al final todo es un sueño... simplemente porque no hay final. Bierce nos habla desde una perspectiva social, desde la misantropía; Lynch nos habla desde una perspectiva psicológica. Bierce, como Sartre, nos dice que el infierno son los demás; para Lynch, el infierno está dentro de nosotros.

3. ¿Qué sentido tiene que haya dos (o tres, o cuatro...) películas iguales? Sólo uno: pecuniario. Se crea una dicotomía que funciona como simulacro de libre albedrío: más donde elegir, aunque siempre sea lo mismo. No hay ningún ingrediente secreto que haga que la Coca-Cola sea mejor que la Pepsi. El secreto está bien a la vista: la etiqueta roja frente a la etiqueta azul.
Intercambien a los actores de El despertar, Tránsito y Passengers; intercambien los decorados, y verán que son la misma película con distintas carátulas.
Lynch, como el vino, no puede reproducirse industrialmente. Por eso no hay fábricas de vino, ni películas de Lynch de dos en dos. Porque no hay ninguna película igual a una de Lynch; ni siquiera otra de Lynch.

domingo, 8 de noviembre de 2009

:Nacho y Miguel

1. Con Nacho Vigalondo me pasa un poco lo que a Ned Flanders:
“Me encantan las películas de Woody Allen, menos por ese odioso personajillo que sale en todas ellas.”
Como actor, lo reconozco, Nacho me resulta ligeramente irritante; pero como creador, como cronista, como “pensador” (con perdón), me parece un tipo valiente, talentoso y agudo. Parece buscar una parcela propia sin que parezca desesperado por ser original. No parece querer ser el Charlie Kaufman español, para entendernos.
Su carrera mediática es de lo más marciana: de los tres en un burro a la ceremonia de los Oscar, y tiro por que me toca. Por el medio, y antes y después, mucha obra interesante, muchas buenas compañías, mucho movimiento: como cerebro parece obsesionado por salir movido en la foto; como rostro, no para de chupar plano.
Una perla aquí.
2. Películas imperfectas: hace unos años, en una clase de Diálogo de David Muñoz, no sé muy bien a cuento de qué, se empezó a hablar de Donnie Darko, film que yo desconocía. A David se le iluminó la mirada cuando oyó esos dos vocablos: le parecía una película grandiosa, enorme, apasionante... aunque imperfecta. Y su grandeza, matizaba, quizás residiese precisamente en su imperfección. Comprendí a qué se refería cuando la vi unos días después.
El primer largometraje de Vigalondo, los Cronocrímenes, en su escala es también una película imperfecta, un artefacto hecho de jirones y de impulsos, una superficie porosa que respira y deja pasar la luz; lejos de los inanes mármoles “perfectos” de Amenábar y sucedáneos (sucedáneo de sucedáneo, que triste signo). Mejor nos iría en este país (como espectadores; los productores opinarán distinto) con más películas imperfectas.
3. Curioseando por el blog de Nacho me encontré con unos videos de un tal Miguel Noguera.
Su cara ya me sonaba de un video de los Venga Monjas que precisamente ya había colgado por aquí. Si en aquella píldora ya me había dejado desconcertado, en estas dos horas de Ultrashow el viaje mental al que le somete a uno como espectador va del delirio al miedito sin solución de continuidad. Por los comentarios que deja la peña al final del post, uno deduce que la mayoría no lo pilla (esto es como en los viejos comix de Mr. Natural: o lo pillas o no lo pillas).
Mi conclusión es que el humor, el verdadero humor, el humor realmente valioso y perdurable, está muy próximo al terror en cuanto a pretensiones y resultados: ambos cuestionan los límites de lo asumible, ambos tensan los márgenes de lo que, como sociedad, podemos admitir.
Lejos de imposturas intelectuales y de maniqueísmos técnicos, lo de Miguel Noguera asusta porque nos pone en evidencia.

viernes, 6 de noviembre de 2009

:el círculo [1 de 2]

Llaman a la puerta cuando ya estoy remangado para fregar los cacharros. Es un tipo trajeado, con una carpeta de piel con cremallera, una carpeta de viajante. Tiene la tez grisácea con irisaciones verdes y azules: tiene una cara como una mancha de gasolina en un charco de agua. Antes de que pueda mediar palabra me saca una revista de Círculo de Lectores y me explica, desde una mirada que está a años luz de mi descansillo, que tienen una oferta y van a repartir la revista de forma gratuita en mi edificio durante dos años. Esa es la primera buena noticia; la primera de muchas.
Me habla como si fuéramos compadres de toda la vida, y a mí se me acaba pegando el tono íntimo y sólo hay un detalle que me impida darle un cachete cariñoso en el hombro: que la revista esté ajada por el uso.
Centra su discurso, sobre todo, en los libros, en los nombres que aparece encima del título, y en el material con el que están construidos: best-sellers con tapa de cartoné y sobrecubierta. Esas palabras, cartoné y sobrecubierta, en su boca suenan cándidas y fuera de lugar, como un niño de cuatro años hablando de pagarés al portador. En definitiva, su discurso automático me hace sentir snob y decido seguirle el juego sin darme todavía cuenta de que el palo con la zanahoria lo sujeta él. ¿Qué zanahoria?, me pregunto. Ven, a eso me refería.
Conozco el Círculo de Lectores, sí, desde mis tiempos del Ku Klux Klan y convivencias parroquiales. Los domingos después de misa dábamos de comer a retrasados mentales que vivían en un centro para retrasados mentales a las afueras de la ciudad, adonde la gente decente sólo se aventura cuando es estrictamente necesario (para comprar muebles de cocina, para acostarse con prostitutas...). Aunque durante la semana comían a las dos, el domingo tenían que amoldarse a nuestro horario de niños bien y comer a la una. Total, no se enteran, le oí decir una vez a una de las monjas. Y lo dijo en voz alta, delante de una mesa llena de mongólicos profundos, de casos de hidrocefalia tan acusados que te daban ganas de llorar, delante de retrasados tan extremos, tan alejados de su entorno físico, que tenías que darles bofetadas para que abriesen la boca y así meterles la cuchara con la comida.
Todo esto no se lo explico, me quedo en el “sí”. Se ofrece a entrar para cubrir un formulario, un engorroso requisito sin la menor importancia, por otro lado. Hago pasar a su estela mientras él ya está barriendo unas migas de la mesa del comedor.
Cubierto el formulario, llegamos al punto de inflexión, al truco que éste prestidigitador ambulante venía intentando colarme desde que pulsó el botón 3 del ascensor. Tengo que elegir un libro de bienvenida, un libro que me llegará en el primer pedido por el módico precio de 12,95.

Aquí hago un inciso (si fuese un buen narrador, esta subtrama estaría perfectamente hilvanada con la principal y no sería este pegote que parece que me he inventado sobre la marcha. Yo soy más del XIX, pero siempre me sale esta mierda años veinte): con mi trabajo sedentario de oficina y de probador de magdalenas a media jornada para redondear el sueldo, últimamente había cogido unos kilitos de más. Concretamente 28. Un representante con una carpeta de piel con cremallera de un centro de estética y belleza se pasa por nuestra oficina para hablarnos de unas ofertas. La última novedad: Liposucciones Inteligentes.
En vez de hacer cestas de jabones para bodas y comuniones con la grasa que te quitan, moldean un pequeño homúnculo al que recubren con una capa de tu propia piel que previamente te han exfoliado (todo incluido en el precio), y al que le implantan una pequeña parte de tu cerebro que no uses con asiduidad; en mi caso, que caí en la oferta, la parte del cerebro encargada de las divisiones con decimales y la de la orientación con los ojos cerrados. El resultado es un doppelganger a escala, un gemelo blando y sonrosado, con olor a nuevo, como si lo acabases de sacar del blister, y que es un hacha jugando a la gallinita ciega. Si sigues las indicaciones en cuanto a alimentación, a las pocas semanas alcanza tu estatura y complexión, nunca más.
Así que, una vez curados los puntos y todavía con una faja ortopédica que hace que respirar parezca una película nueva de Indiana Jones, me veo con este embolado en casa, este “yo” sentado todo el día en el sofá mirando al gotelé. Cuando pedimos pizzas nos es de gran utilidad para saber cuánto tiene que poner cada uno, pero por lo demás, es un engorro. Así que, paradojas, me veo obligado a gastar mi sobresueldo en alquilar un piso para que el muy inútil se mude. Concretamente, alquilo el piso inmediatamente superior al mío. Fin del inciso.

martes, 3 de noviembre de 2009

:bootleg series [I]

Os damos aquí la bienvenida, amatísimos lectores, a una nueva y efímera sección de este blog río, otra de esas secciones que, como las ganas de trabajar, tan pronto vienen como se van, tan pronto nacen cual prístinos y cristalinos chorros alpinos, como mueren enfangados en uno de esos meandros en que se bifurca la vida, esa gran puta. Ejem.
Lo primero, no se pierdan la nueva temporada (la tercera ya) de las Reflexiones de Repronto. Cierto es que unas clases de dicción no le vendrían nada mal, y si quisiera triunfar en Cuatro tendría que arreglarse los dientes, pero es uno de los tipos más lúcidos e inteligentes que flotan por la blogosfera.
La temporada empezó potente, pero es en este segundo capítulo (el 26 del total) donde de repronto me he acojonado porque, como ya es habitual en esta serie, me he sentido más retratado de lo deseable por las ideas expuestas por el señor Minchinela y su Equipo-A.
Si le tienen un mínimo de estima a este su fiel servidor, o a su cerebro (de ustedes), no se lo pierdan.
Simón dice: pinchar aquí.

Hablando de cerebros y de tipos inteligentes y lúcidos, aquí les dejo una cita del maestro Jordi Costa (¿he oído aplausos?), extraído de ese manantial de sabiduría esquinada con forma de libro titulado ¡Vida mostrenca! (las exclamaciones no son mías, aunque lo podrían ser); recopilatorio de sus artículos para El País fechados en torno al último cambio de milenio, es de lectura obligatoria para este trimestre en Educación para la ciudadanía. Que lo sepan.
"El sampler, que es algo así como el equivalente sonoro a la cita textual, tiene tras de sí un lardo pasado que precede a su propia existencia como recurso expresivo dentro del ámbito de la música electrónica. De hecho, como bien sabían James Joyce y Dennis Potter, nuestro cerebro lleva “sampleando” desde tiempo inmemorial esos retazos de memoria sonora que, ante cualquier estímulo, nos llevan a sublimar, relativizar o, simplemente, acompañar las emociones que nos provoca cualquier experiencia del mundo físico. No hay que llevarse a engaño: muy rara vez somos capaces de alumbrar una idea elevada e inédita bajo las bóvedas de nuestros cráneos. Es mucho más frecuente que nuestro íntimo proceso mental para descifrar el mundo que nos rodea consista en una desordenada sucesión de chorradas: coletillas de humorista televisivo, jingles radiofónicos, el último chiste guarro que nos hayan contado, algún ripio chusco o la más atormentante canción del verano. Desde que sabemos que el pensamiento es –simple y llanamente- lenguaje, no tiene demasiado sentido que digamos auto-engañándonos con inexistentes elevaciones del espíritu: lo que se nos pasa por la cabeza es una papilla mental elaborada básicamente con materiales ajenos y cuya composición es primordialmente... ¡chorra! Pero tampoco hay que deprimirse, porque ahí reside la grandeza del ser humano: en llegar adonde ha llegado teniendo el cerebro que tiene."

Primero nos quitaron las cabinas de teléfonos y las sustituyeron por esa especie de secadores de peluquería.
Y ahora se nos ha ido don José Luis López Vázquez (¿he oído una ovación?). Alguien parece empeñado en que nuestras vidas sean más tristes y aburridas, y lo está consiguiendo, vive Dios.

jueves, 29 de octubre de 2009

:rayos-x

Los rayos-x son los rayos por antonomasia, junto con los láser, que nos han acompañado toda nuestra vida simbolizando un futuro de tecnología hiper-avanzada que no acaba de llegar. Es como si nuestra intuición nos dijese que no le estamos sacando todo el provecho a estos artilugios.
Vemos y leemos historias de robots, de androides, de replicantes que compiten en inteligencia y en apariencia con los humanos y claro, nos hacemos ilusiones.
Y sin embargo, ¿qué son los robots en el mundo real? Una noticia de cierre de telediario, un artilugio blanco hecho por japoneses que anda (oooh) y sube escaleras (aaaaah). ¿Cuántos años llevamos enquistados en eso? ¿Para cuándo un robot que después de subir las escaleras entre en la alcoba de su dueño y lo asesine a sangre fría para usurpar su puesto?

Del mismo modo, que los rayos láser nos sirvan para realizar precisas intervenciones quirúrgicas de córnea, o leer códigos de barras, no parece suficiente: queremos espadas láser, queremos Estrellas de la Muerte.
Y qué decir de los rayos-x, que nos han acompañado desde nuestras primeras visitas al pediatra corroborando diagnósticos. Había cierto misterio en esos mandiles de plomo y en tener que quitarte la medallita del Niño Jesús pero... ¿es suficiente? No. Queremos... queremos ver a la peña desnuda.
Igual que la queríamos ver hace años.


Y sin embargo, que destrempante, que prosaica, que pragmática, que fea, que antigua es la realidad. El futuro que esperamos va mutando en su superficie, pero básicamente es el mismo de siempre. Un futuro de Space Opera que más tiene que ver con nuestro pasado que con nuestro futuro, que más parece replegarse hacia nuestros deseos ancestrales que avanzar en la dirección que la tecnología de vanguardia parece apuntar. Se siente.

martes, 27 de octubre de 2009

:naves espaciales

Hace años: siendo niños, mis vecinos y yo nos instalábamos en mi terraza entre una compleja maraña de sillas de playa, aparatos eléctricos destripados y taburetes con apliques de plastilina que, en nuestra ingenua e imitativa mente infantil, se aproximaba bastante al concepto “interior de nave espacial”.
Star Wars, (la primera) Galáctica, Ulises 31, Buck Rogers... eran nuestros referentes. Los anclajes narrativos de nuestra épica eran sencillos: formábamos parte de una facción humana bondadosa que se enfrentaba en cruenta y eterna batalla contra una facción humana malvada. Todo era sencillo entonces, antes de que nos atacaran pensamientos impuros e incómodos, como que los indios quizás fuesen los buenos, o que los vietnamitas quizás tuviesen razón.
Las bandadas de palomas de un vecino, que volaban cíclicamente siguiendo una ruta fija, encarnaban a los escuadrones de naves enemigas. El vecino golpeaba el tejado del palomar con un palo al que había atado una bolsa en un extremo, y las palomas despegaban. Ese golpeteo rítmico del palo contra la uralita era la señal de alarma en nuestra nave, la que nos hacía abandonar nuestros quehaceres rutinarios y lanzarnos a nuestros puestos de combate con profesional diligencia: el piloto, el copiloto, el cañonero y el de la radio (el equivalente en guerra interestelar al portero en una pachanga de fútbol).

Hoy: nos hemos instalado, la Profesora Espantajera y un servidor, en un piso sobre un centro comercial. La mitad de las ventanas dan a una plaza cerrada, la otra mitad, al susodicho centro comercial, recubierto con una estructura de cristal y acero. Mirando por estas ventanas al no-exterior uno tiene la sensación (uno que haya visto y leído mucha ciencia ficción, supongo) de que vive en el interior de una inmensa nave espacial que viaja hacia un lugar remoto del universo en el que los humanos podrán repoblar un planeta acorde a sus necesidades, una vez que la Tierra se ha ido al garete debido a nuestro abuso o a un colapso solar, lo que ocurra primero. Esta historia ya nos la conocemos; pero lejos de ser una nave con una marcada estructura político-militar que mantenga los estamentos sociales férreamente jerarquizados, esta nave es, ya lo he dicho, un centro comercial, con sus restaurantes de comida rápida, sus multicines, sus tiendas de Inditex y su hipermercado Alcampo.

No me cabe duda de que si la humanidad realiza en el futuro un éxodo interestelar de varias años luz, las generaciones que nazcan, vivan y mueran dentro de esa nave lo harán en un centro comercial volante porque, más importante que perpetuar la especie, más importante que transmitir unos principios regidores cuyos orígenes se remontan al albor de la civilización humana, más importante que todo eso es que los que pusieron la pasta para construir la nave recuperen su inversión y saquen beneficio.
En esto estoy pensando cuando veo que una paloma se ha colado en uno de los pasillos principales y se pasea por entre las mesas de un bar y, de nuevo, oigo los tambores de guerra que nos llama a la batalla. Banzaiiiiiiiiiiiiii!!!

lunes, 26 de octubre de 2009

:naked and famous

"Queréis la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar. Con sudor." Lydia Grant. Fama.


“Mayumi confesó a los responsables del caso que ella y su marido mintieron a las autoridades, ya que sabían que su hijo de seis años, Falcon Heene, estaba escondido en el ático de su casa mientras se realizaba la búsqueda. Según el documento, el objetivo de la familia con este montaje era obtener popularidad en los medios de comunicación (...).” Elpaís.com




“(Paul) Dirac también era modesto en extremo y detestaba la publicidad. Cuando fue galardonado con el premio Nobel de Física consideró seriamente la idea de rechazarlo por la notoriedad y las molestias que le supondría. Pero cuando se le hizo notar que rechazar el premio Nobel generaría aún más publicidad, decidió aceptarlo.” Michio Kaku. Física de lo imposible.

“Uno puede quitarse la vida, pero no puede quitarse la inmortalidad”. Milan Kundera. La inmortalidad.

sábado, 10 de octubre de 2009

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [69]

2 de diciembre - Cuando por fin logro conciliar el sueño, o su equivalente mustio, pálido y desinflado, me despierta un sonido cavernoso y retumbante. En mi cabeza, en mi sueño recién desprecintado, aquello crea imágenes de orquesta sinfónica afinando, pero resulta ser el aire de las tuberías dejando sitio de nuevo al agua.

Decido darme una ducha para celebrarlo. Dejo correr el agua un rato, que pasa de marrón a amarilla y por fin a incolora. Me la meneo un rato pero no logro emocionarme ni siquiera de forma refleja. Mi ducha no me pone.

Salvo el paréntesis Rafaela, mi vida sexual parece la de una vaca lechera. Una vaca que se ordeñase a sí misma, claro.

Encuentro una báscula en el baño, al fondo de una alacena misteriosa. La envuelvo en plástico de envolver para evitar las manchas marronáceas que la cubren y me subo: peso 78 kilos, 8 por encima de mi peso ideal según una revista que ojeé hace mil años mientras le cortaban el pelo a Y. Me quito el pantalón vaquero y bajo a 77 kilos. Respiro aliviado, no sé por qué. Hago cálculos: ¿el peso de las gafas se puede incluir en el peso corporal si sólo te las quitas para dormir y ducharte?

Nunca he hecho propósitos de año nuevo, pero hoy he decidido que el año que viene voy a adelgazar hasta 70 kilos. Me siento un poco convencional por el mero hecho de pensarlo, pero me agrada la idea de que algo en mí sea ideal, aunque sólo sea el peso.

Me queda, pues, un mes para comer lo que quiera. Después, puerros con queso fresco y cosas de esas.

Peso las gafas en la báscula de la cocina. Peso también mi orina en una baso (96 gramos), pero en la báscula del baño sigo pesando lo mismo que antes de mear: es como si mi cuerpo se adaptase, se amoldase y siempre fuese igual, haga lo que le haga: un objeto perfecto.

Como si Damián me estuviese espiando con una cámara oculta, me llama por teléfono en ese momento y, sin mediación, reflexiona en voz alta sobre la orina y sus variantes: la orina de la mañana, la orina de mitad de la noche, la orina de resaca, sus olores, sus matices, sus colores, su densidad.

Después (en el tiempo, lo que quiere decir “antes” en su cabeza), me dice que sus vecinos de arriba están a punto de parir, y que reza todas la noches, antes de dormir, para que el futuro bebé no sea llorón. Damián y yo compartimos una fobia a los ruidos de origen humano, así que entiendo perfectamente la situación de angustia por la que está pasando. Sin embargo me temo que está introduciendo poco a poco un tema: quiere pedirme que le deje mudarse a mi casa. Lleva un tiempo haciendo alusiones veladas: la cosa del trabajo está jodida, cuánto espacio libre tienes, en que buen vecindario has acabado, siempre he soñado con vivir en una casa, etc, etc... pequeñas cuñas casi imperceptibles pero que juntas sólo pueden ser eso: una intención.

Ya compartí piso con Damián (y con Lepo) y sé que somos compatibles, pero me he acostumbrado a vivir solo y estoy demasiado cómodo.

¿Se puede estar demasiado cómodo? Supongo que sólo cuando estás a un paso de estar incómodo.

Vivíamos en un piso que parecía una cueva con paredes empapeladas y muebles viejos, no antiguos; paredes desalineadas en las que no encajaba ninguno de los muebles, repintados tantas veces que parecían acolchados. Además de con una colonia de carcoma y una familia de ratones compartíamos el piso con Lepo (no recuerdo cómo se llamaba de verdad; un nombre compuesto no demasiado común, tipo Carlos Antonio). Tenía labio leporino, de ahí el sobrenombre, y Damián estaba convencido de que era contagioso, por lo que tenía un juego de vajilla para él solo: baso, plato, cuchillo, cuchara y tenedor. Todo lo lavaba y lo guardaba a parte; Lepo creía que simplemente estaba obsesionado con la higiene, lo cual no casaba demasiado con la falta de higiene de Damián en todos los demás campos. Lepo no era especialmente agudo.

Cuando los vecinos de arriba follaban siempre ponían una casette de Juan Pardo a todo volumen. Como perros de Pávlov, Damián se pone cachondo cada vez que oye a Juan Pardo; yo sólo puedo recordar a Lepo haciendo el pino-puente en el sofá en su imitación de actor porno en plena faena, dando cachetes a un culo imaginario y pasándose la lengua por los labios.

Tanto pensar en dietas me ha dado ganas de comer. Salgo a hacer la compra. Empiezo a pillarle el truco a la cerradura: empujar la puerta hasta completar el primer giro de la llave, y después tirar ligeramente, no hasta el límite.

Unas vecinas están hablando sobre la invasión de gatos. Saludo pero no me paro: es un tema en el que prefiero no entrar.

Me equivoco en el pin de mi tarjeta de crédito y no puedo sacar dinero para la compra. Como es por la tarde me quedo sin nada hasta mañana: un flashforward de mi vida, como no encuentre pronto trabajo.

A Damián siempre le queda un comodín: Carpintería de aluminio Cajaraville. A mí me queda pescar monedas en las fuentes.

Empieza a llover; cuento el dinero que me queda en la cartera y entro en una cafetería. Me quedo mirando a una chica preciosa que habla por el móvil. Ella me mira y pone los ojos en blanco y dibuja una espiral en el aire con el dedo índice en un gesto cómico y adorable que hace que me enamore de ella durante un minuto. Después entra un tipo que se sorprende al verla allí y se sienta a su mesa. El tipo lleva una badana en la cabeza, algo sólo aceptable si tienes cáncer.

No deja de llover, así que vuelvo a casa casi corriendo. Al llegar me doy la segunda ducha del día. En el silencio de la noche oigo a mi vecino hablando a voces y a los gatos maullando bajo los aleros de las casas, esperando a que escampe.

lunes, 28 de septiembre de 2009

:bruce willis y la lechuga


El término “subliminal” se lo inventó un tal Johann Friedrich Herbart (1776-1841) para designar a los átomos del alma (?) que son rechazados en el umbral de la conciencia.
Sin embargo, a día de hoy, lo “subliminal” parece estar inextricablemente unido a la “publicidad”. Sintomático, qué duda cabe: lo subliminal nació referido a la religión y acaba yendo de la mano de la publicidad, dos formas de sacarnos los cuartos.
Hoy tengo un sueño inquietante; inquietante cuando me despierto, no mientras lo sueño; verán: sueño que un señor de traje con acento británico pero amplio vocabulario español (el señor, no el traje), llama a mi puerta y me cuenta esta milonga: un benefactor norteamericano que prefiere mantenerse en el anonimato me ha escogido a mí, aleatoriamente de entre toda la población mundial, para recibir una cuantía anual de treinta mil euros. Así, por la cara, sin que tenga que hacer nada a cambio.
De primeras me muestro un poco escéptico: éste me quiere vender un curso de inglés en mil palabras o una nueva edición revisada y corregida de la Biblia Nácar-Colunga. Pero me lo empiezo a creer cuando me entrega un sobre reventón lleno de billetes de cincuenta euros.
El tipo, supongo que feliz de poder dar una buena noticia por una vez en su vida, observa mi perplejidad con media sonrisa mal contenida y los ojos húmedos por la empatía. Son esos ojos los que me indican que no me está mintiendo, que esta no es la versión 2.0 del timo de la estampita.
Ante mi incredulidad, con gesto confidente, de don nadie a don nadie, me explica que el anónimo benefactor puede ser benefactor, e incluso anónimo, pero lo que no es es imbécil: por complejos vericuetos legales que yo nunca podría llegar a entender y que por lo tanto no se va a molestar en tratar de desentrañarme, el desembolso de estos treinta mil euros anuales en concepto de becas de formación y ayudas a necesitados, le reportarán a su anónimo cliente unos beneficios netos, en forma de desgrabación fiscal, de más de un millón y medio de dólares anuales. Soy, me explica, el equivalente fiscal de una lechuga: un alimento de engorde negativo, con el que gastas más calorías digiriéndolo de las que proporciona su ingestión.
Me pide que firme el “recibí” y me entrega una copia dónde se puede leer con letra clara (Times New Roman) el nombre del benefactor: Bruce Willis. Vaya mierda de anonimato, pienso. A continuación el tipo se larga: hasta dentro de un año, me dice.
Aquí me despierto, y durante ese tiempo de duermevela en el que los sueños aún parecen tener cierto sentido, me envuelve una cálida sensación de gratitud hacia Bruce Willis; y mientras me ducho y me visto, y mientras salgo a la calle, pienso: qué buen tipo Bruce Willis, vale que es un poco derechón y que siempre pone la misma cara de estreñido, pero qué buen tipo. Y hasta planeo una maratón de Bruce Willis mental para esta noche, en plan El gran halcón, La jungla III, La muerte os sienta tan bien y El último boy scoutt. Lo mejor de lo mejor.
Y es aquí cuando entro en una cafetería a desayunar y hojeando el periódico veo que Bruce Willis ha estrenado película nueva y comienzo a inquietarme: ¿será mi sueño parte de una elaboradísima y novísima campaña de publicidad viral?
Por favor, si alguien ha soñado lo mismo, que me lo comunique, por que lo único que puedo pensar desde esta mañana es: dale tu dinero a Bruce Willis, dale tu dinero a Bruce Willis... él también lo haría si pudiese...

domingo, 13 de septiembre de 2009

:mercado blanco

1. Con el furor consumista instalado en nuestro A.D.N. la publicidad ya no necesita ofrecernos razones para aflojar la mosca, ahora lo que nos suministra son excusas.
Un anuncio de una empresa que ofrece conexión a internet está protagonizado por un parado, que no sólo no se plantea prescindir de su ADSL por ser un gasto superfluo, sino que lo reivindica como herramienta necesaria para buscar (y encontrar) un nuevo trabajo. Ja.
En otro spot un chaval defiende su conexión a la red como un medio para intercambiar apuntes y así mejorar en las materias en las que anda más flojo. Ja ja.
Estos anuncios parecen excusas dramatizadas, escenificaciones dirigidas, no al parado o al chaval, sino a la parienta del parado y a los padres del chaval, para que no sigan insistiendo en cortarles la conexión y así poder seguir bajándose series, discos, películas, seguir viendo porno y partidos de fútbol, seguir comentando cosillas en el facebook y en el tuenti y bueno, todo eso que conforma la vida, que no todo va a ser estudiar y trabajar.

2. ¿Recuerdan ustedes aquellos lejanos tiempos en que se defendía a la publicidad como ese laboratorio de experimentación narrativa y formal del que salían hallazgos que luego se trasladaban a otros medios audiovisuales más respetables (verbigracia: el cine)? ¿Recuerdan ustedes esas hordas de directores provenientes de la publicidad (y de ese otro híbrido entre publicidad y cine que es el videoclip), gente como Ridley Scott o David Fincher, que “revolucionaron” la narrativa cinematográfica tiempo ha, a base de planos esteticistas y fragmentación extrema?
Pues olvídense de esos tiempos: ahora todo hallazgo, toda idea nueva, toda ocurrencia que uno pueda encontrar en la publicidad está saqueada de algún video del youtube.
Y no porque el genio se haya democratizado, sino por simple estadística: millones de personas tienen más posibilidades de dar con una genialidad a base de prueba-error que unos cientos de creativos y publicistas.
Internet se está convirtiendo en un banco de ideas y los creativos en historiadores. Ya lo apuntó alguien: con tanto material a nuestra disposición, ahora más que nunca es necesaria la figura del crítico; es decir, de la persona con criterio.

3. Este blog es exclusivo; no fabrica para ninguna otra marca.

domingo, 6 de septiembre de 2009

:domingueando

El aburrimiento es lo que tiene.

Tony Defries, manager de David Bowie, le vino a decir a principios de los 70 a su protegido algo así como que para ser una estrella tienes que comportarte como una estrella (antes incluso de ser una estrella, se entiende; lo contrario no tendría mérito). Pero viendo la “carrera” previa de Bowie, creo que este consejo no era necesario: en 1969, cuando sólo había sacado un par de discos titubeantes que no se había comprado ni John Peel, y era más conocido en los medios por su peinado (verídico) que por su música, ya lo habían contratado para promocionar unos polos helados a nivel nacional. Nivelón.

Parece que de un tiempo a esta parte se ha puesto de moda hablar de The Wire, serie de cinco temporadas ya terminada hace tiempo y que de pronto parece haber descubierto medio planeta (la mitad que tiene blog personal). No seré yo quien le lleve la contraria a Obama: The Wire mola, pero mola mazo, que diría Camilo Sexto. Aquí les dejo una secuencia antológica de la primera temporada (¿cuarto episodio?): a los dos polis, el blanco y el negro, les han dado el chivatazo de que un antiguo asesinato no resuelto puede estar relacionado con un caso que se traen entre manos. Se van a la escena del crimen para reconstruir el asesinato, y eso es lo que pasa en la secuencia: una pequeña (por tamaño) obra maestra que vale por todas las producciones de Jerry Bruckheimer juntas y por todas las producciones audiovisuales españolas desde Anillos de oro hasta la actualidad (sí, incluído Hermanos de leche). Esto es economía de lenguaje y lo demás son tonterías. En serio, quien no se esté viendo esta grandísima serie no sé a qué está esperando. ¿A que la recomiende Zapatero?

jueves, 27 de agosto de 2009

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [68]


Me hago una paja en la ducha de Carlota. Esto tiene visos de convertirse en una costumbre: correrme en las duchas ajenas.
Tras el desahogo, las cuestiones vuelven a agolparse en mi cabeza pero, afortunadamente, acaban respondiéndose solas. Eso sí, otras ocupan su lugar.
Carlota insiste en preparar un par de tazas de café (yo insisto en que prefiero té). Veo el ordenador en pausa sobre la mesa y le pregunto si puedo usarlo y ella me responde desde la cocina que sí. Me conecto al wifi del vecino y consulto mi correo electrónico, el equivalente digital del correo basura que me llega en papel a casa: saldos de ropa, boletines de noticias del club de garage y psicodelia al que estoy subscrito y del que me da pereza darme de baja, últimos movimientos de mi tarjeta, etc. En un rapto de frenesí creo una cuenta, ay, a nombre de “pisamierdas_con_ositos_de_ganchillo”.
Desde la cocina Carlota me pregunta si quiero leche. No. ¿Azúcar? Sí.
Ya con el google encendido aprovecho para mirar lo de Damián. Su enfermedad se llama erotomanía. No está solo.
Sin ser yo de natural curioso decido echar un vistazo a una carpeta que me mira desde el centro de la pantalla del ordenador. Su título: FOTOS (las mayúsculas no son mías). ¿Qué espero encontrar? La prueba fehaciente y palpable de que Damián y Carlota están confabulando a mis espaldas; o al menos de que están liados. Necesito un complot en mi contra.
Sólo tengo tiempo de ver unas pocas fotos. Carlota y una amiga (Tania, Antía, Tatiana... no sé, una chica esquelética que me han presentado un par de veces y que tiene un piercing encima de la boca que de lejos parece una verruga) de viaje por Londres. En la mayoría aparecen fotografiadas en un salón de actos con los participantes de un concurso de dobles de famosos. Una tipa supuestamente parecida a la Reina de Inglaterra le entrega el primer premio al ganador: un tipo mayor con la calvicie engominada hacia atrás y que no deja de sonreír enseñando los dientes y que, imagino, debe de ser un doble de Jack Nicholson aunque sólo se le parece en las Ray-Ban. No puedo preguntarle a Carlota que narices hacía en Londres en un concurso de impersonators porque sabría que le he estado curioseando las fotos; así que, o bien saca el tema ella, o me iré a la tumba con la duda. Buff, qué ansiedad.
Vuelve de la cocina con una taza de café, una de té y un popurrí de pastas, y pone un popurrí de éxitos de los ochenta en el equipo de música a medio volumen. Su forma de conversar me pone de los nervios: nunca te dice directamente lo que quiere, sino que comienza in media res, como si entrases en el cine cuando ya llevan veinte minutos de película, lo que convierte la conversación en una sucesión de flashbacks que van conformando un entramado de apariencia complejísima y que sólo al final puedes observar en toda su estúpida integridad. Pero sólo porque tú, en primera instancia, has preguntado.
Cómo puedo ser amigo de alguien tan retorcido, eso es lo que yo me pregunto.
No puedo dejar de mirarle los dientes mientras habla: los tiene grises y gastados, casi translúcidos. Carlota “coqueteó” (sic) durante un tiempo con la anorexia. Decía que era como comer con condón. Me ofrece pastas: las ha traído de Londres; el té es de Carrefour.
Pasamos así un rato intrascendente. Alabo las pastas, ella me pregunta por mi jersey nuevo.
Saca el tema de Rosendo, pero yo no tengo ánimos para seguirle el juego, así que la conversación entra en vía muerta. Hablando de personas con tonterías encima del labio: cuando conocimos a Rosendo tenía una herida justo debajo de la nariz, una herida que se le complicó y se le infectó y que tenía una costra realmente fea. La cosa es que con eso debajo de la nariz parecía Hitler, y comenzamos a llamarle Adolfo. Por lo demás, tiene aspecto de relaciones públicas de una discoteca, de persona que trabaja de noche y duerme de día, con su barba perfilada, los dos botones superiores de la camisa siempre desabrochados y la mano adaptada al contorno de un vaso de tubo.
Saltamos cuatro años hacia el futuro, a hoy por la tarde. A Rosendo sigue sin salirle pelo donde la herida (con lo que se parece más a Cantinflas que a Hitler), y Carlota me habla de él como si hubiésemos estado hablando de él ayer mismo, cuando en realidad no lo hacemos desde hace, no sé, nunca. Resulta que al final ha conseguido la beca y ha entrado en el grupo de posgrado de psicología donde trabajan con ciegos de nacimiento para tratar de dilucidar qué gestos son aprendidos y cuáles innatos. Yo, de verdad, no tengo nada que decir sobre Rosendo; soy del tipo de persona que se hace una opinión rápida de los demás basada en detalles nimios y superficiales. Sé que es injusto y que probablemente en la mayoría de los casos me equivoque (de hecho, lo sé: todos mis amigos me cayeron mal en un primer momento), pero no puedo evitarlo. De Rosendo sólo podría decir que tiene unos codos feos, huesudos y rojos, como dos rábanos, y que es de los que pone una pelota de tenis en el enganche del remolque, y que por esos dos motivos no lo soporto. La única conversación que mantuvimos sin un tercero mediante fue acodados en la barra del Atasquito, entre dos bailes (él) y dos copas (yo); nunca lo olvidaré: se me acercó y me dijo que se follaría hasta a una bicicleta si tuviesen coño.
Carlota intenta sacar el tema “Rosendo” adelante, bregando, empujando, bombeando, pero yo me muestro tozudo como una montaña. Como corolario de este sinsentido y anticipo de mi marcha, le pregunto si Rosendo sigue con Domenica, y Carlota salta y dice que la idiota esa se ha vuelto a su país y demás cosas que no vienen para nada a cuento, como que tiene las tetas tan caídas que cuando se pone en bikini las dos piezas se tocan y parece que lleve bañador.
Me vuelvo a casa con el coche resollando. Desde que como rico en fibra mi mierda es tan dura, tan compacta, que ni mancha el culo. Cagar vuelve a ser uno de los puntales del día.