martes, 19 de febrero de 2013

:Hitchcock x2


1. Existe este extraño fenómeno pop: las películas de grandes estudios que nos llegan de dos en dos.  Ya saben: después de años sin rodarse un western de alto presupuesto, de pronto un año se ruedan dos biopics sobre Wyatt Earp, otro año tocan dos superproducciones de meteoritos acercándose a la tierra, o dos películas sobre terremotos, o dos películas sobre submarinos, o dos películas sobre ladrones de coches albinos, o lo que toque.
Este curso cinematográfico le ha tocado el turno a Alfred Hitchcock, con el producto HBO titulado The Girl, y con Hitchcock, que me temo se ha llevado toda la publicidad debido al plantel de estrellas que lo puebla.



2. No existen los finales felices, sólo los fundidos a tiempo.  Toda ficción comprende un pedazo de realidad, una fracción temporal de las vidas de unos personajes.  Pero sabemos que toda historia de amor, tras el y fueron felices y comieron perdices y fundido a créditos, incluye momentos amargos y sinsabores.  Lo sabe por ejemplo Haneke, que en su Amour comienza donde las demás historias de amor suelen terminar.

Una oportunidad perfecta para apreciar esta impostura de los falsos finales felices se nos presenta con el visionado conjunto de Hitchcock y The Girl, exactamente en ese orden.



3. Hitchcock, la película, se centra en el período en que Hitch preparaba y rodaba Psicosis, un film a la postre tremendamente exitoso, pero que le supuso un gran riesgo económico y personal llevarla a cabo.  Hitchcock, la película, es un producto con una pátina hollywoodiense almibarada que convierte la oscuridad de Hitch en poco más que caprichos.  Un sobreactuado Anthony Hopkins, maquillado como un villano de Dick Tracy, da vida a un Hitch de chichinabo, cuyos únicos problemas parecen ser cierta tendencia a comer y beber de más, y a encapricharse con sus actrices.  Los responsables de la película se esfuerzan en crear una historia de amor entre el director y su esposa y colaboradora, Alma Reville, con un juego de celos cruzados que termina con un Hitch claudicando a sus caprichos y aceptando que su esposa es su verdadero amor.  Vaya paparrucha.
La película concluye con un Hitchcock hablando a cámara, como en su célebre serie televisiva, preguntándose cuál será su próximo proyecto.  Un cuervo se posa en su hombro, un guiño a cualquiera que sepa dos palabras sobre cine de que Los pájaros será su siguiente obra maestra.  Y así concluye esta película fofa, llena de estrellas desaprovechadas, de personajes que van y vienen sin aportar nada, una película falsa y mentirosa como sabrá cualquiera que haya profundizado un mínimo en la personalidad del director británico.

4. Y The Girl comienza exactamente donde Hitchcock termina, ya que es una crónica de las vicisitudes del rodaje de Los pájaros (y en menor medida de Marny la ladrona, su siguiente proyecto).  Aquí, con un menor despliegue monetario, pero con la sobriedad de los productos HBO, si se nos presenta a un Hitch oscuro, obsesivo, sádico, inseguro, caprichoso y, por todo ello, complejo y humano.  Absolutamente obsesionado con Tippi Hedren, la destruye física y mentalmente para reconstruirla a su gusto, como un Pigmalión psicópata.  La relación con su esposa, estupendamente interpretada por Imelda Staunton, resulta mucho más dolorosa y creíble con sólo un par de escenas, con sólo un par de miradas, que en toda la película de Hitchcock.  Al tratarse de una tv-movie el acabado no es tan almibarado, y hay momentos de verdadera desazón, de una crueldad y un sadismo impensables en un producto Hollywood para el gran público.  Toby Jones hace un trabajo soberbio encarnando a Hitchcock, demostrando que, teniendo menos nombre que otros divos, tiene un talento interpretativo de primer nivel. 
Esta película, que puede parecer una coda de la primera, es en realidad la demostración de la falsedad de aquella, de lo impostado de su final feliz.  Deja con el culo al aire a Hollywood.

jueves, 7 de febrero de 2013

:¿Qué hicieron los banqueros estadounidenses tras el crac de Wall Street de 1929?

"Sólo dos personas se suicidaron tirándose por la ventana.  Y ninguna de las dos eran banqueros.
La prosperidad de la década de 1920 animó a millones de estadounidenses a comprar acciones y participaciones y a utilizar el valor de las acciones que compraban como garantía de los préstamos que necesitaban para comprar esas mismas acciones.  Fue una burbuja económica clásica, que estalló definitivamente el Jueves Negro, el 24 de octubre de 1929, cuando el valor de todas esas acciones cayó en catorce mil millones de dólares en un solo día.  El pánico hizo que las ventas fueran tan rápidas que la Bolsa de Nueva York fue incapaz de seguir el ritmo de las transacciones que se hacían.
En unas horas ya se había forjado la leyenda: los periodistas corrían por Wall Street a la caza de historias sobre inversores arruinados que saltaban de los rascacielos.  El New York Times del día siguiente informaba de que se estaban difundiendo rumores "desenfrenados y falsos", incluida la creencia popular de que once especuladores ya se habían suicidado, y que la multitud se había agrupado al confundir un hombre que trabajaba en una azotea de Wall Street con un banquero a punto de saltar.


Los cómicos empezaron inmediatamente a contar chistes sobre los supuestos suicidas, y Will Rogers declaró, con elegancia, que "había que hacer cola para poder llegar a una ventana desde la que saltar".
Nada de esto era cierto.  Aunque sí hubo mucho pánico e incertidumbre, quince días después del crac, el médico forense de Nueva York anunció que los suicidios durante ese período se habían reducido respecto al año anterior.  El economista John Kenneth Galbraith lo corroboró en su contrastada historia El Crac del 29 (1954), que concluía: "La ola de suicidios que siguió a la caída de la Bolsa forma parte de la leyenda de 1929.  No existió".
Un estudio detallado de los registros de suicidios de la época, llevado a cabo en la década de 1980, lo confirmó.  En el Nueva York de entre 1921 y 1931, saltar desde un lugar elevado era el segundo método más frecuente de suicidio.  Entre el Jueves Negro y el final de 1929, el New York Times informó de de cien intentos de suicidio, ya fueran consumados o no.  De ellos, sólo cuatro fueron relacionados con el crac, y sólo dos se dieron en Wall Street.
Las dos personas que saltaron en Wall Street lo hicieron en noviembre.  Hulda Borowski, un corredor de bonos de cincuenta y un años de edad, estaba "al borde del agotamiento por exceso de trabajo", sgún se dijo; George E. Cutler, un exitoso mayorista de verduras, se sintió muy frustrado cuando le dijeron que su abogado no podía atenderlo y saltó desde la séptima planta del edificio de su letrado.
De todos modos, es cierto que las recesiones llevan al suicidio.  Durante la Gran Depresión, que siguió al crac de 1929, se registró un aumento del 30 por ciento en la tasa de suicidios en Estados Unidos y Gran Bretaña, y la misma pauta se ha visto repetida en crisis económicas más recientes.  The Lancet publicó un estudio en 2009 en el que se analizaban veintiséis países europeos y detectó un aumento del 0'8 por ciento en el número de suicidios por cada punto porcentual de aumento del desempleo.
Durante la crisis que siguió a la debacle financiera de 2008, los psicólogos estadounidenses inventaron un término para describir el fenómeno: econocidio. "
El nuevo pequeño gran libro de la ignorancia, John Lloyd y John Mitchinson (Paidós, 2012)