miércoles, 25 de mayo de 2016

:el internet de Kubrick

Recientemente me he visto Las cajas de Stanley Kubrick, un documental televisivo en el que su director, Jon Ronson, nos cuenta su experiencia de cinco años revisando, tras la muerte de este, las más de mil cajas que el director había acumulado en su mansión inglesa. En tantas cajas Ronson se encontró de todo, y con esos hallazgos intentó reconstruir la metodología de trabajo y de vida de Kubrick, llegando a la manida y obvia conclusión de que "era un genio". Vaya, gran novedad. A ese respecto, en el apartado de conclusiones, el documental no aporta gran cosa, es más interesante por lo que muestra, por poder ver de primera mano (vale, de segunda) las intimidades del "genial" cineasta.

            
En las cajas de Kubrick, ya lo he dicho y lo recalco, había de todo, desde proyectos de películas que nunca llegó a realizar, algunos realmente avanzados (estuvo dos años documentándose, por ejemplo, para una película sobre el holocausto judío, tiempo en el que Spielberg preprodujo, rodó y estrenó La lista de Schindler, con lo que Kubrick sintió que el tema estaba agotado), hasta las cartas que le enviaban fans y haters, perfectamente catalogadas según el grado de animosidad/odio del remitente (en una escala que iba del "Rendido fan" a "My Own Private Mark David Chapman" que bien podría catalogarse en una Escala Kubrick), y de su localidad de procedencia.
            Llegados a este punto, la visión que se nos muestra de Kubrick es la del excéntrico maniático lindante con la psicopatía, el obsesivo del orden y la perfección que se acabó recluyendo en su casa, celoso de su intimidad, y bla bla bla. En realidad, solo era un tipo adelantado a su época, como ya demostró en otras varias ocasiones. "Llegó" a la Luna un año antes que la NASA, y de forma mucho más verosímil; a la propia NASA le pidió que perfeccionara unos objetivos ópticos con los que poder trabajar con escasísima luminosidad para poder realizar Barry Lyndon usando solo luz natural; en El Resplandor usó como operador de Steady-cam a su inventor, pues nadie más podía manejarla como él quería por entonces... Siempre puso la tecnología al límite, siempre pedía a los técnicos algo que no solo nunca nadie había hecho antes, sino que ni siquiera se lo habían planteado. Con ello, hizo avanzar el lenguaje cinematográfico, que durante unas décadas parecía ir siempre un par de pasos detrás de él. Y con sus cajas, lo que "inventó" fue internet tal como hoy lo conocemos. Un internet unipersonal, analógico y realmente aparatoso; un sistema carísimo, una red que solo alguien con una cuenta corriente saneadísima podía permitirse. Un internet que ocupaba varios trailers, no un simple disco duro.
            Ejemplos.
            Durante años, creó una empresa interpuesta que contrataba a lectores profesionales para que se leyeran prácticamente todos los libros que podían tener algún interés y le hiciesen un resumen y se lo remitiesen, con lo que podía leerse varios proyectos de una sentada, como el que echa un vistazo por amazon leyendo sinopsis y clicando enlaces.
            Tenía a un fotógrafo de mano que, cual google imágenes personal, sacaba fotografías de todo lo que Kubrick le pidiese. ¿Que le telefoneaba y le pedía que le fotografiase entradas de bares del sudeste de Londres? Pues una semana sacando fotos de puertas de pubs. Para preparar Eyes Wide Shut a Kubrick le interesaba una calle en concreto de Londres, y en lugar de salir de su casa y verla in situ, le encargó al tipo este que la fotografiase por él, con lo que se plantó allí con su cámara y una escalera de mano (por cosas de la perspectiva) y sacó una foto de la calle cada tres metros, pegándolas después en una tira de seis metros. Con el google street view hoy Kubrick lo tendría más fácil, pero el proceso sería mucho menos divertido de ver.
            ¿Guardar las misivas que uno recibe en carpetas clasificadas? Sí, qué gran excentricidad, Stanley, ninguno de nosotros lo hacemos. En una ocasión le escribió una carta a una fábrica de cajas porque quería que las tapas de sus cajas favoritas no estuvieran muy apretadas como para tener que forcejear con ellas, pero tampoco tan flojas como para que se soltaran a la mínima. Quería que fueran PERFECTAS. Vale, esto puede hacerlo parecer un pelín quisquilloso, pero ¿acaso no tenemos nosotros, simples mortales, preferencias en el interface de nuestros ordenadores? ¿No cambiamos el color o la forma de las carpetas? ¿El fondo de escritorio? ¿Nuestra foto de perfil? ¿Acaso no nos enerva hasta el infinito cuando el doble click para abrir un archivo va un poco más lento de lo que deseamos? Kubrick, simplemente, exigía del mundo real, analógico, físico y tangible, lo que nosotros le exigimos al virtual, electrónico y binario: un funcionamiento perfecto.  Kubrick lo quería todo, ya, disponible para él sin tener que salir de casa. Vaya loco.

jueves, 10 de marzo de 2016

:tópicos (segundo capítulo de una serie abierta y de improbable continuidad)


            A una persona le echan las cartas del tarot y, en un momento dado, le sale la carta de La muerte, con su calavera y su guadaña y toda la parafernalia.  Golpe de sonido, subidón de música, primer plano del cliente acojonado.  Pero no, tranquilo, le explica el/la echador/a de cartas: La muerte no es una mala carta, todo lo contrario; no significa que te vayas a morir: "La muerte significa cambio", esto se ha oído más veces en el cine que "Te amo" e incluso que "Nunca he estado tan seguro de nada en toda mi vida".  Después, sin embargo, puede haber una coda/apostilla/giro inesperado.  Sale una carta aparentemente anodina y benévola, pongamos por caso La mujer del cántaro de leche tibia o El oso amoroso regala besos, y ahora, sin embargo, es el primer plano del echador/a de cartas el que nos advierte de que algo va mal, agudos espectadores, que esa carta presagia algo tan espantoso que no existen palabras para describirlo, ni en un libro de Lovecraft.  Niega con la cabeza y le devuelve el dinero a su cliente.  No, no puede decirle lo que le presagia el futuro, y le hace salir de su barraca casi a empujones, tan terrible es su destino.  Hay una extraña lógica en devolverle el dinero al desafortunado, como si una prostituta devolviese el dinero al cliente si el polvo no estuvo a la altura; es más, como si el cliente recobrase la virginidad con la devolución del montante.

            Acabas de matar al monstruo y, justo al girarte, ves que el tipo del que nunca te has fiado del todo, ese tipo con el que tienes una cuenta pendiente que nunca se ha aclarado del todo, ESE TIPO te está apuntando con su arma.  No te da ni tiempo a decirle nada cuando dispara y, sorpresa, no te ha dado a ti, le ha dado al monstruo a tus espaldas, que no estaba muerto como tú creías.  El tipo del que nunca te has fiado ha estado apuntándole todo el tiempo, el tipo del que nunca te has fiado te ha salvado del monstruo, pero sigues sin fiarte de él, puto desconfiado. Eres lo peor.

lunes, 22 de febrero de 2016

:dormir vs. HBO

Mi modesta aportación a Mimos de rayas y flores, aquí.

domingo, 24 de enero de 2016

:repaso al 2015: cómics

Estos son los cómics que más me han gustado en el 2015. Normas: obras publicadas en España en el 2015, ni recopilatorios (esto me lo pasaré por el forro un par de veces) de obras antiguas, ni obras publicadas en el extranjero. Normas arbitrarias, sí, pero es lo que hay. Y lo que hay es lo que sigue, un top-ten con siete no-ganadores, y los tres medallistas. Después, un gran pelotón a los que les agradecemos la participación. Al tomate:


Sangre americana (2015) / C.A.U. (2015), de Benjamin Marra: incluyo aquí de forma tramposa los dos tomos que le han sacado Autsider al macarra de Marra y me quedo tan ancho, porque lo de Marra no es una obra concreta, un título en especial, una colección en particular: es una forma de hacer cómic, y así como en los listados de los mejores cómics de la historia siempre hay uno que se llama "Crumb", porque Crumb es su obra y su obra es Crumb, algo parecido pasa con Marra, salvando las distancias. Puede acabar incluyéndose, por error, en este revival ochentero irónico que nos asola (y desola), pero lo suyo es mucho más, hay mucho que rascar en estas epopeyas de violencia y sexo bien/mal dibujadas, anti-basura autoconsciente que los de Autsider han cubierto con la pátina lujosa de un catálogo de exposición subvencionada, en dos preciosas ediciones. Ellos entienden. Ellos saben.


Hit emocional (2015), de Juanjo Sáez. Qué maravilla encontrarse de nuevo con el Juanjo más vital. Su obra es como un monólogo libre, sincero, como un niño corriendo cuesta abajo. La excusa aquí son sus páginas publicadas en el Rock de Lux sobre sus canciones favoritas, pero el resultado es una autobiografía desde la música, parte fundamental de la vida del autor, donde esas páginas son lo de menos, y las menos, de una obra vital y contagiosa. Una obra importante.
La casa (2015), Paco Roca. Este tío me ha ido ganando con el paso de los años. Como casi todo el mundo, lo "descubrí" con Arrugas, y supongo que estaba yo en una época un poco grinch de mi vida, pero no me pareció para tanto, y los parabienes que le caían de todos lados me dolían como insultos personales hacia mí. No supe ver lo importante que esa obra fue en su momento, por la apertura de fronteras que suponía, por poner a un autor (que no me parecía un genio, y además sonreía y parecía feliz hablando de su obra en público, horror) en los medios generales, un, por mucho que me pesara entonces, embajador de nuestro pequeño país en ese gran país de la cultura seria y elevada. Así de tonto era yo entonces. Sus siguientes obras sí me gustaron, ese mérito he de reconocerme: me tocaban la fibra con su aparente sencillez (un estilo depuradísimo, invisible), y con unas temáticas que ahora sí me emocionaban. La casa sigue en esta línea de excelencia, sigue engordando una carrera que no baja del notable alto ni queriendo, con un estilo más apresurado y fluido, supongo que por la necesidad imperiosa de exorcizar ese dolor y esos recuerdos. Me cogió este libro por sorpresa, me parecía demasiado próximo a su anterior obra, y por el formato y el dibujo creía que era un divertimento, una obra menor dentro de su trayectoria. Nada más lejos de la realidad. En pocas ocasiones llegará Roca tan alto y tan profundo. Perdona, y sobre todo, gracias.


¡García! (2015), de Santiago García y Luis Bustos. A falta del tomo segundo que concluya la obra, y que por ahí dicen que incluso sube el nivel y la intensidad de este, no puedo evitar meter este precioso tomito en el top-ten porque, básicamente, es uno de los diez cómics que más he disfrutado este año. Un agente durmiente del pasado franquista es reactivado en el presente, en nuestro presente, ahora, en un mundo de ebullición política muy similar al que vivimos, con lo que la visión, y los métodos expeditivos y en blanco y negro del agente García, contrastarán con la realidad multicolor, por así decirlo, del mundo que se encuentra en su despertar. Mucho humor y mucha acción en una trama perfectamente construida y dosificada por Santiago García, y dibujada como los ángeles por Luis Bustos (y por Manel Fontdevila en los flasbacks).
Last Man 5 (2015) de Balak, Sanlaville, Vivès. Porque uno no puede llegar a todo lo que se publica, esta obra me había pasado desapercibida, a pesar de estar metido en ella Vivès, uno de los autores más interesantes de los últimos años. Lo bueno de llegar tarde a ella es que me he metido un atracón de cinco tomos de este delirio que mezcla artes marciales y culebrón con una trama que no da pausa y un dibujo acertadísimo en su fluidez. Pese a jugar con referentes "menores", una obra mayor y, a falta de llegar a la conclusión, una de las mejores series que se están publicando en la actualidad.
El árabe del futuro (2015), de Riad Sattouf. Otra obra en curso, esta autobiografía del gran Sattouf, de nuevo mirando a la niñez y juventud, en este caso la suya. Divertido (mucho) y emotivo, aparentemente ligero y menos transcendente que otras autobiografías enmarcadas en los países de oriente medio, muestra sin embargo toda la problemática de aquellos países desde una perspectiva y una voz convincentemente infantil.


Otoño (2015) de Jon McNaught. Por fin se publica a este autor en castellano, por fin alguien se ha atrevido con una de sus preciosas filigranas, otra de sus historias sin apenas historia. Influido por Chris Ware, directa o indirectamente, McNaught resalta la belleza del objeto que es el libro en sí, juega con su materialidad, con su textura y su diseño, todo ello integrado en una obra que parece desprender silencio, calma, sosiego. Se centra, como Ware, en el paso del tiempo, en cambios minúsculos, en el paso de las horas y los minutos, un día en la vida de gente corriente, anodina, casi anónima, fijándose y centrándose en los pequeños detalles, en los pequeños movimientos que suceden como milagros entre las viñetas. Más cercano a la poesía que a la narrativa, McNaught es un autor necesario, de los que limpian los ojos.

Los medallistas:

 


3. Chapuzas de amor (2015), de Jaime Hernandez. Lo del Xaime es para investigarlo. No se me ocurren más autores que hayan mantenido una obra durante tantos años (décadas) como es su gran epopeya Locas, de la que este tomo es el más reciente capítulo, no solo manteniendo el nivel, sino subiéndolo con cada apuesta. Ya hace mucho que Hernandez ha alcanzado la excelencia, ya solo le quedaba quitar, no podía añadir nada a su estilo ni a su concepto narrativo. Y eso es lo que viene haciendo de un tiempo a esta parte: quitando poco a poco lo accesorio hasta que lo que queda es pura esencia, diamantes; cada página, cada viñeta, cada bloque de tinta, cada línea, cada elipsis, tiene su razón de ser, y no podría ser de otra forma. Sí, hace tiempo que Hernandez ha alcanzado la perfección, y ahí se mantiene, con sus personajes que están más vivos que la mayoría de la gente que vas a conocer en tu vida.

 

2. Bahía de San Búho (2015), de Simon Hanselmann. Siendo coherentes, si el primer tomo de las aventuras de Megg y Mogg nos había robado el corazón, este segundo no podía ser menos, cuando lo que Hanselmann ofrece es más de lo mismo: es decir, más páginas de la misma maravilla. Eliminado el factor sorpresa que supuso el primer recopilatorio, en este disfrutamos con los adorables (sí) personajes, con la maravillosa técnica de Hanselmann, y con su extraña facultad para capturar el momento actual mediante las desventuras escatológicas, psicodélicas y surreales de una pandilla de freaks de Tasmania. La vida es exactamente esto.


1. Aquí (2015), de Richard McGuire. A este hombre ya se le adoraba en esta casa desde hace tiempo, por su primer Here, por sus contados cómics, por sus ilustraciones y portadas, por sus animaciones, por sus diseños, por sus juguetes... Este segundo Here no se limita a ampliar el primero, a convertir aquellas pocas páginas en blanco y negro en un tomo en color. No ha inflado aquel hallazgo, para que nos entendamos. Un autor con tan poca obra y tan arriesgada no podía dedicar tanto tiempo de su vida a una obra derivativa. Este segundo Here amplifica el primero y alcanza cotas que en aquel apenas se intuían, e introduce muchos otros elementos; uno de ellos, la emoción: el primer Here era un experimento clínico, este segundo es una gran novela, y el tiempo amplificado en sus cientos de páginas permiten a McGuire jugar más a las repeticiones, a las rimas, a los personajes y situaciones recurrentes. Esto crea momentos cargados de humor, otros de tensión, y otros de emoción, como ya he indicado. Con pocos cómics he llorado en mi vida, y este es uno de ellos. La fragilidad de la vida humana, el parpadeo que dura una civilización, lo diminuto de nuestros dramas, contado desde un rincón, una esquina que se forma en el vértice de este libro, aprovechando la forma del continente para introducir el contenido. Una obra mayúscula, irrepetible, única y perfecta.


No están en el top-ten, pero son la pera:
La formidable invasión mongola (2015), de Shintaro Kago. Una historia paralela de la humanidad desde la mente desquiciada de Kago. Unas manos-caballo (no me pregunten) cambian por completo el devenir de la historia humana. Hilarante.
Orgullo y satisfacción (2015), VV.AA. Siguen ahí, mes a mes, a lo tonto, publicando a algunos de los mejores autores españoles, que con el tiempo se han ido apartando de la actualidad sociopolítica (aunque esa sigue siendo la excusa) para volver a sus temas recurrentes y sus series y personajes. Aquí brilla Paco Alcázar, Manel Fontdevila, Alberto González Vázquez, Luis Bustos, las Pacheco o Albert Monteys... No sé que más se puede pedir por un euro y medio.
¡Universo! (2015), de Albert Monteys. Y hablando de Monteys, si el desmantelamiento de el Jueves ha servido para que este tipo se haya desatado y comience a hacer lo que de verdad le apetece, para mí ya está bien. Lo demuestra mes a mes en Orgullo y Satisfacción con el muy disfrutable El show de Albert Monteys, y ya en ¡Universo! llega a su cénit, dando rienda suelta a una de sus pasiones, la ciencia ficción, con historias autoconclusivas dibujadas que ni te lo puedes creer, con humor y poso, eso tan grimoso de "te deja pensando".
Submun-dos (2015), de Kaz. Otra ración, otro tocho impepinable de Autsider. Si te leíste el primero, no tengo nada que añadir que no sepas ya. Si no lo leíste, que te den.
Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora (2015), de Tom Gauld. Para sonreír con batín de seda y pipa de brezo, junto a la chimenea. Gauld tiene una extraña facilidad para concentrar en cuatro viñetas tantas referencias cultas sin resultar pedante, que parece una ducha templadita de autoestima con final feliz. No tengo ni idea de lo que significa lo que acabo de escribir, pero el cómic me ha gustado mucho y me he reído un montón.
Fragmentos del mal y Hellstar Remina (2015) de Junji Ito. Dos por el precio de dos. Dos idas de bola de Ito, tienen que estar aquí y aquí están.
Julie Doucet cómics 1986-1993 (2015), de Julie Doucet. Rompo mi propia norma de no incluir recopilatorios de obras antiguas porque Julie Doucet fue uno de mis primeros amores en esto del cómic adulto, allá en los lejanos años noventa, una época de pedidos por correo y leer con el diccionario al lado. La recopilación de Fulgencio, modélica, perfecta... pimenteliana, o sea. El contenido: el Big-Bang, ni más ni menos.
Cráneo de azúcar (2015), Charles Burns. Ay, quería que esta obra estuviera en el top-ten, y muy arriba, pero se ha caído hasta aquí porque me ha parecido que los hallazgos de los dos primeros tomos se han descalabrado un poco, solo un poco, en esta resolución. Demasiados fuegos de artificio para una obra que apuntaba a grande y se ha quedado en mediana. Mediana a nivel Burns, es decir, muy grande.
Las migajas (2015), de Peeters y Al Rabin. Obra primitiva de Peeters, con aspecto de divertimento y resultado divertido. Un no parar de situaciones absurdas, como si los Hermanos Marx se hubiesen colado en una obra de Chejov.
Zanardi (2015), de Pazienza. Sigo cagándome en mi norma: otra recopilación, otra obra maestra, otra maravilla que no está en el top-ten porque no es actual, ya ves tú qué tontería.
Por sus obras le conoceréis (2015), de Jesse Jacobs. Una cosmogonía hecha cómic, o viceversa. Una maravilla.
Silvio José rescatado (2015), de Paco Alcázar. Alcázar es de lo mejor que hay en este país, así en general, y hasta que ha recuperado a su Silvio José en las páginas de Orgullo y Satisfacción, esto era lo que quedaba de su personaje más carismático, las migajas finales. Cotejando páginas primerizas con las últimas podemos ver que el personaje, el autor y la obra han evolucionado, y sí, han mejorado. Nuestro tiempo será estudiado por los arqueólogos del futuro, si tienen luces, en estos tomos, no en los periódicos.
El hombre sin talento (2015), de Yoshiharu Tsuge. Una obra autobiográfica muy amarga, labrada desde cierta apatía y, como su propio título indica, desde la modestia. Porque aquí no solo hay talento, hay genio.
Jupiter's Legacy tomo 1 (2015), de Millar y Quitely, por Quitely, claro.
Rituales (2015), de Álvaro Ortiz. Mira que sus dos obras anteriores, laureadas y celebradas, me habían dejado tibio. Pero con esta me ha ganado, la he disfrutado hasta el último trago: donde antes veía artificio e influencias demasiado claras, ahora veo fluidez y sinceridad. No tengo ni idea de cómo va a superar este listón el bueno de Ortiz, pero espero que él sí lo sepa.
Oh diabólica ficción! (2015), de Max. Otra maravilla del maestro Max, otro de los elegidos (como ya he dicho en referencia a Jaime Hernandez), que va a más con el paso de los años. Solo que el culo inquieto de Max le obliga a cambiar continuamente, siempre empezando, como si cada viñeta fuese la primera que dibuja en su vida, pero con toda su vida, y la sabiduría que ha adquirido, plasmada en ella.
Lose (2015), de Michael DeForge. Recopilatorio de su monografía Lose, donde podemos apreciar su evolución gráfica y temática, hasta llegar a ese compost, a ese estado en descomposición que parece su dibujo actual, todo hueso y cartílago.

lunes, 18 de enero de 2016

:repaso al 2015: cine

Ahí vamos con las películas que más he disfrutado este 2015. Como siempre, películas de este año, más alguna del 2014 que no se han estrenado hasta el 2015 y por tanto incluyo en la lista. Si no podemos ser flexibles con estas tonterías, apaga y vámonos. Como es habitual en mis repasos, dentro del top-ten hay un pelotón de 7 que me cuesta posicionar, y las tres primeras, que sí, están por ese orden porque en ese orden me han gustado y he hecho el esfuerzo (de nada) de analizarlas y puntuarlas dentro de mi corazoncito. Afuera llueve, vamos allá.
Pelotón, sin orden de ningún tipo:
Whiplash (2014) de Damien Chazelle. Sí, ya parece antigua, pero se estrenó en el 2015. Sí, ya lo ha dicho todo el mundo, es el "Karate Kid del jazz", pero me logró mantener en tensión todo su metraje, los conflictos están bien planteados, y las interpretaciones son de aúpa.
Mistress America (2015) de Noah Baumbach. Este tipo ya solo debería hacer películas con Greta Gerwig, porque las demás le salen como acartonadas. Esta es fresquita, ligera, y tiene un largo acto de comedia de puertas ambientado en una casa que es de lo más gracioso que he visto este año.


Slow West (2015) de John Maclean. Este año (y el 2016 parece que apunta a que seguirá así) marca una vuelta al western. Esta película es eso, una del oeste, modernita y rarita, siempre cerca de la impostura pero sin caerse nunca por ese pequeño barranco, lenta (el título no miente), pero no aburrida, con pequeños grandes detalles, con un humor muy particular, y con un acto final antológico, un tiroteo filmado con gran hermosura.
Ex machina (2015) de Alex Garland. Poca ciencia ficción de calidad he visto en pantalla grande este año. Esta pequeña obra de cámara se salva, y llega a un digno notable aunque los giros se vean venir como si una señal de tráfico fluorescente los anticipase. Tiene un toque philipdickiano no demasiado obvio, y los actores están muy bien. Y las actrices mejor.
It Follows (2014) de David Robert Mirchell. Vale, me he tragado el hype hasta el fondo. Me la vi con ganas pero con la mosca detrás de la oreja por tanto consenso. Por una vez estoy de acuerdo con las alabanzas: un nuevo giro al slasher, sí, una película realmente inquietante. Vale que en el páramo del segundo acto pierde algo de fuelle, y en general se la nota descompensada, como si necesitase un nuevo re-montaje... Pero tiene algunos de los mejores momentos del cine de terror que he visto en años, y una atmósfera general muy lograda. Y no comete la estupidez de sobre-explicar.


Force Majeure (2014) de Ruben Östlund. Ja, menuda película, menuda patada en los mismísimos al concepto de familia, del amor y de todo lo que se le pone por delante. Qué divertida por momentos, y qué mensaje más incómodo y que bien/mal se queda uno después de verla.
Schneider vs. Bax (2015) de Alex van Warmerdam. Soy fan de Warmerdam, en general, y cuando las películas le salen bien, las disfruto como un cochino. Esta me ha gustado mucho, aunque sigue con su estilo (particularísimo) sin aportar ninguna novedad: autoconsciencia, acción rodada con tiralíneas, historia que comienza in media res para desconcertar al personal, giros raros, y una extrañeza que no se va diluyendo a pesar de su ya larga trayectoria.

Y el top tres, las medallas, los jefes de este año:


3. Bone Tomahawk (2015) de S. Craig Zahler. Otra muestra de que el western vuelve con fuerza, esta vez mezclado con otro género que no quiero adelantar para los que no la hayan visto (solo les advierto que mejor que tengan las pupilas curtidas). Una película desesperantemente dolorosa, una persecución acuciante, angustiosa (como una revisión de Centauros del desierto), en la que nos arrastramos por los pedregales y los matojos acompañando a los protagonistas en busca de... del puto infierno, no les voy a engañar. Buf.


2. The Duke of Burgundy (2014) de Peter Strickland. Este director ya nos venía avisando de que la iba a liar, y lo ha hecho con esta película buñueliana embebida en LSD. Una historia de dominación y placer con vuelta de tuerca (no digo más), bellísimamente rodada, como un artefacto salido de otra época. Una cosita extraña, que se refleja en sí misma, atípica y difícil de catalogar (¿Viridiana + Picnic en Hanging Rock?). Un peliculón, vaya.


1. Mad Max: Fury Road (2015) de George Miller. Poca sorpresa aquí. Yo también me rindo ante la machada de Miller, una oda al dinamismo, a la acción desenfrenada, al bizarrismo 2000 AD. Una película que hay que verla (y oírla) para creerla; una superproducción con sentido: todos esos medios son necesarios para contar esta historia, para sumergirnos en ese mundo absolutamente loco que no da respiro desde el segundo uno. Vista por segunda vez... pues sí, hay un pequeño bajón en la (por otro lado casi insoportable) tensión hacia el final del segundo acto, supongo que una exigencia de los consejeros médicos de la Warner para evitar infartos en la sala, porque esta película es como el mayor y más aparatoso accidente de tráfico jamás rodado. Parece como si el cine se hubiera inventado solo para hacer algo así.

Y ya fuera del top-ten, pero disfrutables:
Hits (2014) de David Cross, por defecarse en la mismísima boca de los modernitos de Brooklyn; Inherent Vice (2014) de Paul Thomas Anderson, porque parece que cada vez se la sopla más todo; Réalité (2014) de Quentin Dupieux, porque aunque ya se repite, a mí me sigue divirtiendo; Near Death Experience (2014) de Benoît Delépine y Gustave Kervern, por ver a Houellebecq en pantalones de ciclista durante una hora y media; Les combattants (2014) de Thomas Cailley, porque es una historia de amor divertida y, finalmente, conmovedora; When Marnie Was There (2014) de Hiromasa Yonebayashi, porque Ghibli hace maravillas aun sin Miyazaki; Queen of Earth (2015) de Alex Ross Perry, porque es preciosa y desgarradora, y Elisabeth Moss borda el papel de loca del coño; Creep (2014) y The Overnight (2015), ambas de Patrick Brice, la primera por inquietante, la segunda por hilarante (la escena de micropene vs. macropene en la piscina es para mearse); Goodnight Mommy (2014) de Severin Fiala y Veronika Franz, porque aún siendo tramposa tramposa, deja un mal cuerpo que dura unos días (eso para mí es un acierto, apunto); Negociador (2014) de Borja Cobeaga, porque trata un tema peliagudo con un humor muy personal, muy sutil, y con una limitación de elementos que, en lugar de empequeñecerla, la hace más grande; Cop Car (2015) de Jon Watts, porque, aunque la modestia no tiene porque ser una virtud, si logras una buena historia con tan pocos mimbres, a mí me tienes medio ganado; Youth (2015) de Paolo Sorrentino, porque Sorrentino es Sorrentino; The Salvation (2014) de Kristian Levring, otro western atípico (por su nacionalidad) pero clásico en sus formas, y con un arranque (los 20 primero minutos) antológicos; Victoria (2015) de Sebastian Schipper, por el alarde técnico del plano secuencia de dos horas, pero también por lo que cuenta en esas dos horas; The Wolfpack (2015) de Crystal Moselle, porque sí; The Lobster (2015) de Yorgos Lanthimos, porque un Lanthimos a medio gas y un poco redicho sigue estando por encima de la mayoría; Sicario (2015) de Denis Villeneuve, porque no cuenta nada nuevo, pero lo parece.

P.D.: Aunque su fecha de estreno es en el 2016, ya se han podido ver por ahí The Hateful Eight de Tarantino, y Anomalisa, de Duke Johnson y Charlie Kaufman, y ambas me han entusiasmado. Por si se me olvida incluirlas en el ranking del año que viene, dejo aquí constancia.