jueves, 25 de marzo de 2010

:all the wrong reasons

1. Hay muchas formas de equivocarse.
Después de tantos años comprando y leyendo cómics, uno se considera lo suficientemente experto en el tema como para saber qué llevarse a casa y qué dejar en la estantería de la tienda con apenas un vistazo.
Entre la experiencia acumulada y un gusto, si no refinado, sí al menos moldeado a base de miles de lecturas, no se suele necesitar más de unos segundos para sopesar una posible adquisición.
Una portada atractiva (por las razones que sean), un hojeo rápido primero, uno más detenido si pasa la primera criba, una lectura por encima a las solapas si no conocemos al autor, y por último: el precio.
Si pasa todas estas pruebas, se mete debajo del brazo hasta el momento de pagar, y para casa.
Qué placer dar con algo nuevo que te gusta. Es como descubrir una habitación nueva en tu casa. Encima: una habitación con ventana.
Uno de mis mayores logros sigue siendo haber descubierto la obra de Jaime Hernández. Con este señor no descubrí una habitación: abrí una puerta y descubrí un ala entera. Descubrí que mi casa era una mansión.
Esto fue hace muchos muchos años. Yo, por entonces, ya frecuentaba el quiosco Ártico (situado en la rúa do Vilar número 49. El mejor quiosco de prensa de Compostela, y el único dónde aún hoy compro de vez en cuando algún cómic, no sólo porque en los demás ya no hay, sino porque me apetece). El tomito editado por La Cúpula (no consigo recordar el título y lo tengo atesorado en casa de mis padres, así que ahora no puedo comprobarlo, pero era un cómic tipo novela gráfica, godito y pequeño, con portada en glorioso blanco y negro) llevaba varios días llamándome la atención desde la vitrina. No conocía al autor, de hecho pensaba que era un tipo español. Jaime Hernández, hasta me sonaba a catalán, no me pregunten por qué. En su tiempo también pensaba que Miguelanxo Prado era catalán, así que ya ven. El precio (995 pesetas... manda cojones que me acuerde del precio y no del título) era desorbitado para la época y para mi raquítica economía de adolescente temprano. Y aún así, me lo compré. Con un par.
¿Por qué? Pues no sabría decirles. Aunque salían chicas en la portada aquello no parecía del tipo Manara, una de mis compras habituales de aquella época (ejem). No era un cómic de superhéroes. No era aventura épica. No era álbum europeo.
No tenía ni idea de lo que era, pero como todavía era un lector inexperto tampoco resultaba tan extraño. Lo bueno del asunto es que a día de hoy sigo sin saber lo que era. O lo que es, mejor dicho.
Sólo sé que es una maravilla única, como toda la obra de Jaime Hernández.

2. La vida, sin embargo, se compensa.
No sé si hay alguna ley universal que lo explique, pero viene a ser lo de una de cal y otra de arena. Vaya, que por cada dos flores en el culo, una es un tojo.
Y aunque a un nivel cósmico sólo parezca un parpadeo, en una vida humana (en mi vida humana) los años transcurridos desde aquel feliz acontecimiento parecen situarlo en una lejana era geológica, cuando los trilobites dominaban la tierra.
Tanto tiempo ha pasado que ya no me acordaba. Y por tanto tampoco me acordaba de que faltaba su némesis oscura: el anti-hallazgo. El bluf. La gran cagada.
Pues sí, hay muchas formas de equivocarse, hay muchas razones incorrectas para hacer cualquier cosa. Para comprar un cómic también.
Veo en una estantería el número uno de El Llanero Solitario. No sé si tengo el día tonto, o si tengo prisa, o si me siento más listo de lo habitual o más rico de lo que soy; pero veo el nombre de John Cassaday en la portada, un tipo que, cuando le dejan tiempo para dibujar con calma me suele gustar bastante; veo que es un cómic del oeste y me viene a la mente Blueberry y Comanche y todas las horas de felicidad pura e incontaminada que pasé entre sus páginas (lo cual es un absurdo pauloviano como ver a Marianico el Corto y pensar en Buster Keaton, pero bueno).
Sea por lo que fuere, me compré el cómic.
Y si hay algo más absurdo que comprarse un cómic por el dibujante sin molestarse en echarle un ojo al interior, es comprar un cómic por el dibujante sin molestarse en echarle un ojo al interior y que resulte que en realidad no es el dibujante. Es el portadista.
Yo, el mayor experto mundial en cómic de mi escalera, he picado en el truco más vil, rastrero, capcioso y sucio que una editorial puede esgrimir para vender un tebeo: acreditar a la misma altura y tamaño de letra al famoso portadista junto a los nombres de los no-tan-famosos guionista y dibujante.
Comprar un cómic por su portadista, a sabiendas, debe de ser como casarse con una señora por sus tetas. Pero es que yo, encima, ni sabía que eran operadas.
(Ah, se me ha olvidado decir que el cómic es un horror, es una tortura y una tontuna llena de tópicos y lugares comunes, mal escrito y mediocremente dibujado. ¿Las portadas? Bien, gracias).
Ahora, por una parte, estoy tranquilo: mi ying ya ha encontrado a su yang.
Por otra parte, me intranquiliza comprobar que la experiencia no hace más difícil el equivocarse. De hecho, sólo hace que las equivocaciones sean más dolorosas.
P.D.: aunque nunca me deshago de un cómic (mientras en casa de mis padres quepa una caja más), con este he decidido hacer una excepción. En el colegio de la Profesora Espantajera han hecho un mercadillo para recaudar dinero para Haití y lo he donado. Si alguien se gasta un eurillo en él daré la experiencia por positiva. Aunque me da un poco de miedo introducir esta pequeña cuña de mal karma en una acción tan loable. ¿Me acabará pasando factura?
P.D.2: titulo este post como una canción de Tom Petty, y les dejo con otra, que no tiene nada que ver con todo esto, pero me apetecía escucharla.
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lunes, 22 de marzo de 2010

:marsella, que hermosa eres

Ayer llegamos a casa, la Profesora Espantajera y un servidor, de un maravilloso viaje a Marsella.

Allí nos acogieron en su cabañita de pescadores Irma y Miguel, que nos trataron a cuerpo de rey y reina.

(Un beso para ellos)

Aquí les dejo una foto de las vistas de el puerto de Les Goudes, el pueblecito marinero a las afueras de Marsella donde viven este par de superhéroes. Entre el mar mediterráneo y las montañas horadadas por los bunkers nazis de la Segunda Guerra Mundial, con la brisa casi perpetua del mistral y una pizzería a tres casas de distancia cuyo dueño parece el doble de Jean Renoir.

Una maravillosa vida la que se han montado Irma y Miguel, y que tuvieron la amabilidad de compartir con nosotros unos días.

Gracias.

domingo, 21 de marzo de 2010

:little star

Me entero con unos días de retraso del fallecimiento de Alex Chilton. Un par de minutos para volver a escuchar uno de sus emocionantes clásicos junto a los enormes Big Star.

sábado, 20 de marzo de 2010

jueves, 18 de marzo de 2010

:spam

En este fragmento de Postpoesía, de Agustín Fernández Mallo, el autor habla del concepto de spam llegando a, según nuestra opinión, acertadas conclusiones.
El concepto de postpoesía (estructura fractal/antilineal, naturaleza bastarda y fronteras difusas, en esa tierra de nadie entre la ciencia, la tecnología, la publicidad y la poesía ortodoxa), bien podría aplicarse a muchos works in progress que proliferan por la red; también conocidos como blogs.
“Entiendo por spam, o basura informativa, no algo que es basura en sí misma, sino aquella información que puntualmente, en un momento determinado, no nos vale de nada, no nos aporta nada. Un trozo de conversación que oigo por la calle al pasar, cinco segundos de teleserie que veo mientras hago zapping, o todas las marcas de alimentos en conserva, coloridas, en diferentes tipografías y con sus correspondientes eslóganes, que veo al vuelo cuando tengo que atravesar la sección conservas en el supermercado si lo único que quiero es comprar yogures. La postpoesía utiliza esas zonas de la realidad, esas informaciones, que habitualmente estaban al margen; ese trozo de conversación, esos cinco segundos de zapping, ese mosaico de latas de conserva que es un cosmos en sí mismo. Es algo similar a lo que ocurrió con la irrupción en el mercado de las cámaras de fotografía digitales. Hasta entonces, con las cámaras de película, fotografiábamos cosas y momentos muy determinados, no nos permitíamos el lujo de gastar carretes en objetivos que no estuvieran muy pensados de antemano o que correspondieran a estereotipos. Con la cámara digital, fotografiamos cualquier rincón, cualquier objeto, cualquier situación por absurda que parezca a priori; experimentamos. Hemos conocido así toda una zona de la realidad que antes teníamos negada, una zona que era basura informativa visual, era spam. Toda esa zona spam de la realidad ha emergido ante el objetivo redefinida en material de trabajo tan noble como el clásico.”

martes, 16 de marzo de 2010

:tonight show with yo la tengo

Pues sí, esta noche, en la sala Capitol, Santiago D.C., concierto de Yo La Tengo. Para los que no la tengan (la suerte y/o la entrada), aquí les dejo un video bastante gracioso de una de las perlas de su último disco. A los demás, espero que lo disfrutemos.

lunes, 15 de marzo de 2010

:visto hoy

Ayer se estrenó, con bombo y platillo, el primer episodio de The Pacific en Estados Unidos. Hoy por la noche, en Canal+.
Parece que, poco a poco, las cadenas de televisión convencionales se van enterando de cómo funciona el asunto audiovisual éste, y se dan prisa en emitir la versión española de la series americanas.
Lost, doblada, es emitida una semana después de su estreno americano. Y ahora, The Pacific, sólo 24 horas después.
Me temo, sin embargo, que no es suficiente. La serie ya estaba disponible para su descarga directa hoy cuando me levanté (sobre las 9:30). Un par de horas después, ya estaban los subtítulos en español de españa.
Mientras no hagan estrenos simultáneos en todos los países que han comprado la serie, lo de las descargas seguirá. Sobre todo si las cadenas que lo emiten son de pago.

Visto el primer episodio, ejem, ¿qué decir?
Servidor es muy muy fan del cine bélico, así que mal lo tenían que hacer para no contentarme.
De factura más clásica, más eastwoodiana que su hermana mayor Band of Brothers, trata los temas habituales del cine bélico post-segunda guerra mundial: el sinsentido de la contienda, que ambos bandos son lo mismo con distintas banderas, exaltación de la amistad masculina... nada nuevo. Se evita el patrioterismo demagógico, pero se obvia toda la ficción realmente crítica sobre el conflicto bélico de las últimas cuatro décadas: no se llega al nihilismo. Es como volver a ver una película de guerra de los años 50. Hay un mensaje progresista de centro-izquierda, pero no se hace sangre, valga la paradoja.
¿Por qué verla, entonces? Pues porque aunque, al menos por ahora, no aporte nada ya visto, es la única manera de ver cine bélico de calidad a día de hoy. Sí, sé que es televisión, pero ya me entienden.

Aunque este primer episodio presenta a unos cuantos personajes que tendrán importancia en el desarrollo de la serie, se centra en el soldado Bob Leckie, el típico héroe americano moderno: el intelectual rudo, que lo mismo te cita a Jack London que se queda mirando al infinito después de matar a un japonés. Bob somos nosotros: no vive la contienda en presente, sino que reflexiona sobre el horror desde la trascendencia. No se asusten, esto no es La delgada línea roja. La trama avanza sin apenas demora, esquivando la épica, que siempre aparece rondando el fuera de campo; al menos por ahora. Describe el conflicto como uno supone que es: arrítmico y anticlimático.
Momentos cumbre los hay para elegir: el desembarco (irónico) en Guadalcanal, la primera baja del pelotón, el superviviente japonés...
En dos palabras: la seguiremos.

Algo que seguimos con entusiasmo desde hace ya tiempo son las Reflexiones de Repronto. Grande no, grandiosa la última, donde dirime las diferencias entre alta y baja cultura, llegando a la conclusión que todos hemos pensado pero nunca habíamos verbalizado, y menos con la agudeza y precisión de maese Minchinela: la altura de la cultura depende del contexto, no del texto, depende de la forma, no del fondo. Muy cateto hay que ser para hacer distinciones (ya hace más de un siglo Nietzsche dijo eso de que la forma es la parte visible del fondo), y ahí está Mr. Repronto para meter el dedo en la yaga que haga falta.
Si no ves este episodio, un angelito del cielo perderá sus alas.



viernes, 12 de marzo de 2010

:extraños fenómenos pop: hidden track

Aunque los C.D.’s se desarrollaron como producto en los ochenta, tardaron en encontrar su idiosincrasia como soporte musical. En cuanto a sonido, los puristas del ídem acusaban a los posavasos de tener un sonido más plano que el vinilo, menos vibrante, que si fallaba en los agudos, que si sonaba a lata, que si bla, bla, bla. Es cierto que si uno escucha C.D.’s prensados en los ochenta el espectro sonoro es limitadillo, al ser una mera traslación digital del original analógico.

Lo dicho, tardan en cogerle el puntillo hasta los noventa, era dorada del C.D. Aquí también parecen darse cuenta de otra cosa: así como los vinilos tenían una duración máxima de cuarenta y pico minutos, los C.D.’s pueden llegar a los 80. Pero como los artistas tampoco dan como para sacar hora y media de música genial cada año (ni cada dos), nos encontramos con que los discos siguen durando ese estándar de cuarenta/cincuenta minutos, desaprovechando una buena media horilla de espacio digital virgen en el C.D.

Como resultado de lo cual, en cierto momento de los noventa, se puso de moda incluir en ese espacio baldío un guiño, una sorpresa, una canción oculta: un hidden track.

Si tiramos de wikipedia nos dice que esto ya viene de antiguo, de los Beatles, para variar. Vale, pero aquí no estamos hablando de ramalazos de inspiración, ni de genialidad, ni de excepciones.

Hablamos de extraños fenómenos pop.

Y el extraño fenómeno pop ocurrió hacia mediados de los noventa, y consistió en que, de pronto, prácticamente todos los cedeses que te comprabas tenían una dichosa hidden track.

Como el puro en la boda, como ese churro raquítico que te regala la churrera a mallores... esos hidden tracks solían ser una birria y te dejaban mal sabor de boca... pero no por ello dejaban de alegrarte la compra. Era como si el C.D. de pronto se hubiese revalorizado, se hubiese vuelto más rentable por el simple método de dividir el dispendio por el número de canciones. Pura lógica matemática.

Si uno llegaba al final de la última canción indexada en la contraportada y el reproductor, con un zumbido sordo, volvía al cero, uno no podía evitar sentir cierta amargura cargada de rencor. Como si te dijesen que ya no queda tiramisú. Pues nada, tráigame la cuenta. No, no quiero café.

Excepciones las hay (a la wiki les remito), pero no nos engañemos: los hidden tracks eran, en su gran mayoría, una mierda. Conversaciones de estudio, cancioncillas a medio hacer, efluvios etílicos, voces como ecos lejanos, todo a medio producir... chistes, vaya. Pero, así como en las cassettes de Eugenio no hay una canción al final, ¿por qué este empeño de meter un chistecillo al final de los discos?

Como documento puede tener su interés, como anticipo de ese otro fenómeno de los bonus tracks, o de las sesiones completas con que nos inundarían en la siguiente década. Si eres muy muy fan comprendo que te pueda poner bravo escuchar un one two three y una cancioncilla de un minuto que acaba cuando al cantante le da la risa y el batería se va del tempo. Pero al común de los mortales esto se la suda.

Excepciones las hay, ya lo he dicho: gente que se guarda verdaderos regalos para sorprender al oyente. Pienso en el Euro-Trash Girl de Cracker al final del Kerosene Hat; pienso en las dos canciones al final del Broken de Nine Inch Nails...

Pero, incluso en estos casos, las sorpresas sólo son sorpresas la primera vez; después son un engorro, no nos engañemos. Tener que darle para adelante a cincuenta y cinco tracks en blanco de un segundo de duración para escuchar el puto hidden track, o darle para adelante a veinte minutos en blanco al final de la última canción para escuchar el hidden track que es la coda... pues toca los huevos.

Otro momento irritante: estás escuchando un disco mientras haces cosas por la casa. Pones la música a un volumen considerable porque estás yendo continuamente de una habitación a otra. Se te va el santo al cielo y ni te enteras de cuando se termina el disco. Hasta que de repente, tras dieciocho minutos de silencio, empieza el hidden track con una risilla y un sonido de afinar una mandolina, y te mete un susto que hasta se te escapa una gotita de meo.

En estos casos sí, impepinablemente se te olvida que había una canción extra. Muchas gracias, banda, muchas gracias: aunque todas vuestras canciones tratan sobre suicidio, angustia y aburrimiento de extrarradio, habéis demostrado que tenéis sentido del humor.

Muchas gracias, Nirvana o quien fuera, por poner de moda esta absurdidez.

Muchas gracias, grupos y solistas del mundo, por vuestra creatividad que desborda los límites del vinilo y os lleva a explorar los confines de la vergüenza ajena.

Muchas gracias, productores e ingenieros de sonido, por no pulsar el stop entre toma y toma y seguir grabando a la espera de un instante de genialidad irrepetible que nunca llega.

Dos consideraciones finales:

1. Todo lo que es gratis es una mierda.

2. Si lo has pagado ya no es gratis.

3. Así que, asumámoslo: hemos pagado por mierda (sí, esta consideración es un hidden track).

jueves, 4 de marzo de 2010

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [72]

Como aquella cuerda que desaté, y como todas aquellas cuerdas que desató mi padre, sigo dándoles una oportunidad a los gatos.
Uno (o una) se acerca de vez en cuando a mi patio. Se estira al sol encima del tejadillo del gallinero, se pelea con las malas hiervas, se queda mirando fijamente a la araña del hueco del lavadero...
Me deja un margen de maniobra cuando está rondando la casa: me puedo acercar a un par de metros mientras simulo hacer algo; si sobrepaso esa frontera, se larga de un salto.
Como un benefactor anónimo, le dejo sobras junto a la puerta. Primero fue en el suelo, después en un pedazo de papel de aluminio arrugado, ahora en una bandeja de poliespán. El día menos pensado le compro un platillo en un chino.
Vale, mi aportación a la invasión felina no es abrumadora, pero ¿qué pasaría si cada vecino alimentase a un gato? Y aún así, siendo como soy un Judas, soy capaz de participar en el corrillo a la salida del colmado, o mientras espero mi turno en la furgoneta del pescado. Me he dado cuenta de que, desde que “tengo” gato como más pescado, y estoy atento por la mañana para oír el claxon de la pescadera.
Soy el único hombre en el corro, el resto son señoras mayores y una chacha con uniforme rosa que nunca dice nada y siempre parece tener prisa. Bueno, supongo que sí debe de tener prisa. Las demás, yo incluido, le cedemos con gusto nuestro turno.
Desde que salgo a los recados en zapatillas de andar por casa noto que me miran con más respeto. Me estoy integrando en el grupo. También influye el hecho de que crean que estoy ayudando a mi vecino, lo que me convierte en un “buen muchacho”.
Pero, ¿soy un buen muchacho? Ni idea.
La cosa es que hoy voy a por pescado; espero mi turno; le miro, a mi pesar, las piernas a la chacha cuando se estira para oler la caja de los mejillones; compro un par de jureles grandes, para asar; me voy a comprar el pan acompañando, en cámara lenta, a dos vecinas: una sé que se llama Rosalía porque la otra no para de llamarla por el nombre, pero la otra ni idea.
Sacan el tema del vecino otra vez. Yo, de verdad, no tengo nada que decirles que no sepan ya. De hecho, les tiro un poco de la lengua para que me cuenten algo a mí (segundo trabajo de arqueología). Y ellas encantadas, sobre todo no-Rosalía, que habla por los codos. Noto que me mira con complicidad cuando entra en materia.
Lo que me cuentan tampoco es gran cosa: mi vecino sólo tiene un hijo (Rosalía añade que tenía otra hija pero murió hace mucho, pero no-Rosalía dice que no era su hija, era su sobrina pero como si fuera su hija), y que vive en Zurich, en Alemania (sic), trabajando como ingeniero en la industria farmacéutica. Está casado con una alemana y tiene dos (o tres) hijos. No se habla con el padre desde hace años; parece ser que se llevaba mejor con la madre. Es una pena (sic).
Lo que colijo de todo esta historia es que mi vecino está más solo que la una.
En casa limpio el pescado y echo las sobras en la bandeja de poliespán. Damián se acerca a casa para tomar el café y me dice que ha tenido una revelación (tercer trabajo de arqueología): viendo un magazine matutino en la tele se ha enterado de que las hemorroides son hereditarias; de pronto ha visto su vida pasada en perspectiva y una de las imágenes más potentes de su pasado era la de su padre viendo el fútbol de pie, en el salón, mientras se fumaba sus Cohibas siglo VI. Una imagen de tensión, de poder, de dinamismo, que ahora se ha venido abajo como un castillo de naipes al comprender que no se sentaba porque le dolían las almorranas.
Toda su trayectoria vital ha avanzado en pos de esa bandera, una guía de masculinidad desatada que ha resultado ser una vena varicosa rebelde.
Trato de consolarlo, porque supongo que soy un buen muchacho, y le digo que llegado cierto momento todos nos quedamos sin referente, que debemos de orientarnos por nosotros mismos. Le explico que si uno se pierde y no tiene brújula hay una forma de encontrar el norte con el reloj: un complejo sistema en el que entran en juego las agujas del reloj, el sol, el número doce, una mediatriz y el horario de verano.
Pretendía ser una metáfora sobre la experiencia y la madurez, pero al final me lié y me limité a levantarme y tomar el café de pié con Damián.

miércoles, 3 de marzo de 2010

:el horror!


La verdad, como la belleza, dura un instante.

Por eso la moda cambia cada temporada. Por eso la publicidad se queda obsoleta tan rápido.

En un breve lapso de tiempo, todo se convierte en mentira, todo se convierte en horror.

(El horror, por si alguien tiene alguna duda, es una cuestión estética, no ética).

Como si la realidad sufriera un complejo edípico, se ve impelido a matar a su padre cada X meses para sustituirlo y convertirse a su vez en víctima propiciatoria.

Lo nuevo sepulta a lo antiguo.

Dashiel Hammett escribió: “Prefiero mentirle a que crea que le miento”. Sin embargo, a nosotros nos mienten continuamente, sólo cambiando la superficie de la mentira para hacerla novedosa, es decir, para hacerla pasar por verdadera. En la proposición de Hammett había una implicación ética; la realidad, ya lo hemos dicho, sólo maneja valores estéticos. Toman el dinero y corren.

La publicidad, la moda, la cultura popular… realizan una panorámica sobre la realidad circundante.

Frente al panorama de 360º, acotan una pequeña parcela, un fragmento no hollado recientemente.

Eso se convierte en verdadero, o al menos en verosímil.

Eso es hermoso.

Lo que queda fuera de plano es el horror.

En este carrusel, en este esquema cíclico de “verdad-mentira-verdad”, “belleza-horror-belleza”, o si ustedes lo prefieren “in-out-in”, la única redención posible es el revival.

Como las putas, que si llegan a cierta venerable edad se vuelven dignas, las antiguas mentiras pueden convertirse en verdades. O al menos en tradiciones.

Los antiguos horrores pueden volverse hermosos. O al menos kitsch.

martes, 2 de marzo de 2010

:oído en


Oído en un bar:
-El órgano sexual más grande es el cerebro.
-Eso es que no me has visto la polla.

Oído en la cola de una carnicería:
-Cada uno de mis hijos es una bendición, pero todos juntos son una maldición.

Oído en una cola esperando taxi:
-¡Mira que eres gilipollas!
-Y aún así me quieres. Eso no te deja en muy buen lugar.

Oído en una cafetería:
-(A un niño) Esta es una moneda mágica, porque en vez de cara (enseñándole la cruz) tiene una cruz, y en vez de cruz (girando la moneda) tiene una cara.

Oído en televisión:
-Conocí a una que estaba muy contenta y se murió.

lunes, 1 de marzo de 2010

:Richard McGuire

1. ¿Por qué tantos dibujantes son además músicos? O viceversa, claro.
Richard McGuire (1957) es un ejemplo más. En cualquier biografía, lo primero que se destaca es que toca el bajo en Liquid Liquid.

2. Lo segundo, su seminal cómic "HERE", publicada originalmente en RAW vol. 2 no. 1, de 1989. Una obra breve, seis páginas, pero importantísima por los caminos que abre. Si no, que se lo pregunten a Chris Ware, al que no se le caen los anillos por admitir que la obra de McGuire cambió su vida. Artísticamente hablando, suponemos.
En esta obra McGuire rompe la viñeta, y con ella el mínimo elemento significativo de la narración. Divide la viñeta estableciendo en su interior relaciones, diálogos, rimas... construyendo una narración prismática, tridimensional.
Otorga importancia al espacio, como ya se explicita en el título. Si el cómic es un arte narrativo, se sobreentiende que lo fundamental en él es la coordenada temporal; pero aquí se le da la vuelta, y la narración se establece a partir del espacio. Niega el principio esgrimido por Eisner: el tiempo es algo que sobrevuela al espacio, que es lo que permanece: la historia, el tiempo (y con él nuestras vidas), es un aleteo, un parpadeo que apenas deja mella en el espacio. Bajo el punto de vista omnisciente del autor, todo lo que ocurre en ese rincón que enfoca la “cámara fija”, entre el principio del planeta y el 2033, pierde su trascendencia.
3. En tercer lugar, se suele destacar su labor como ilustrador (en cabeceras como el New Yorker o libros para niños) y diseñador, donde se aleja de ese estilo “realista” esgrimido en “HERE”, buscando una simplificación a través de la geometría, una esencialización de las formas donde nada sobra.

4. Y se hizo el movimiento: McGuire se introduce en el mundo de la animación. Cortinillas para cadenas especializadas en dibujos animados y algún corto. El trazo sigue profundizando en la geometrización, lo que le permite resaltar las relaciones espacio-temporales, las coordenadas de movimiento.
De nuevo, el ilustrador es narrador omnisciente: guarda una distancia con lo representado a través de un punto de vista cenital que lo relativiza todo, jugando casi con los límites de la abstracción, obligándonos a replantearnos los conceptos de representación asumidos. Un punto de vista nuevo hace que todo parezca nuevo, virgen, inexplorado. Es una de las cualidades de los genios.

Micro Loup from Richard McGuire on Vimeo.


5. Su obra maestra animada, la aportación al largometraje hecho de cortos Fear(s) of the Dark. Su capítulo, que no por nada cierra el conjunto, es lo mejor, y eso que otros colaboradores son luminarias del calibre de Charles Burns, Lorenzo Mattotti o Blutch.
McGuire convierte la economía de medios (blanco y negro puro, ausencia de diálogos) en virtud: juega de nuevo con los límites de la representación, con figuras que se confunden con la oscuridad, que brotan de ella como espectros del pasado.
Magistral, digno de ver y rever.

Peur du Noir from Richard McGuire on Vimeo.