domingo, 28 de septiembre de 2008

:Edika: la vieja carne

Este fenómeno de la naturaleza tocó tierra en Heliópolis (Egipto) un 17 de diciembre de 1940, llevando por nombre Édouard Karali. Tirando de wikipedia nos enteramos de que inició su carrera como dibujante publicitario en Egipto, pero pronto se traslada a Francia donde comienzan a publicar algunas de sus barrabasadas hechas cómic en revistas como Pilote, Charlie Mensuel y Psykopat (ésta última dirigida por su hermano Carali: ni los genios se libran del enchufismo). Pero pronto se pasa a la editorial Fluide Glacial, bajo cuya cabecera y paraguas publica el grueso de su producción desde principios de los 80.
Practicante de un slapstick desaforado, desmesurado; de un expresionismo feísta, demente, partiendo de donde Basil Wolverton lo dejó y a donde Boucq, Gotlib, Vuillemin o cualquier otro ser humano medio cuerdo nunca se atrevería a llegar, Edika realiza obras de un humor eminentemente físico, matérico: el material, en primer lugar, del cuerpo humano, objeto y motor de todas sus historias; cuerpos deshuesados, de goma y pelo, que se retuercen y deforman intentando amoldarse a un ideal estético impuesto por una sociedad pacata y convencional, quedándose siempre, en el mejor de los casos, a medio camino. Edika parece especialmente interesado en desmitificar nuestro cuerpo, dirigiendo su mordaz lente a los ángulos menos favorecedores: michelines, coronillas ralas, hombros velludos, pechos asimétricos, tetillas caídas, nalgas acnéicas... es muy difícil mantener la dignidad en tanga, parece advertirnos. Se centra, a la mínima oportunidad, en las acciones que nos hace más (patéticamente) humanos, en nuestras necesidades más primarias; es decir: sexo y escatología. La materia, en segundo lugar, del propio papel impreso, del propio cómic: pocos autores tan metalingüísticos se pueden encontrar en el panorama mundial. Sus personajes usan y abusan del gutter para sus propios intereses, violan el sagrado rectángulo de la viñeta al mínimo despiste del autor, no siendo extraño que interactúen con el propio demiurgo, demostrando una plena consciencia de su naturaleza bidimensional. El mismísimo Edika protagoniza muchas de sus historietas tras el alter ego de su personaje recurrente Bronsky Proko (y familia, de entre los que destaca el gato Clark Gaybeul, un icono a reivindicar).
Muchas de sus mejores historias parecen dibujadas sobre la marcha, improvisando en busca del más difícil todavía, de la vuelta de tuerca imposible, en un tour de force hiperbólico y excesivo que no busca la sonrisa del lector, sino la carcajada, la mancha en los calzoncillos. Son historias que crecen viñeta a viñeta, de forma natural, aunque a veces (a menudo) tengan que romper los presupuestos establecidos por el propio autor y la lógica de la historia: en el mundo de Edika no existe nada lógico.
Sus viñetas conforman estructuras autosustentantes: un sistema que se comprende a sí mismo, que diría Hofstadter. Frente a la tiranía del final de página, Edika abigarra sus figuras en diminutas viñetas (como camarotes de los Marx atravesados por líneas cinéticas), si le queda mucho que contar y poco espacio, comprimiendo líneas y dejándonos con un etcétera o unos puntos suspensivos que se pasan por el forro el giro final, el cierre redondo. Más próximo a la jam sesion jazzística que a la canción pop, aunque éstas tampoco se le den mal. El absurdo que parece sobrevolar toda su obra también se pone de manifiesto en los diálogos. Su obra está infestada de personajes verborreicos que parecen vivir en un perenne discurso, un nonsense con el que pretenden disimular sus verdaderas intenciones: de nuevo, sexo y escatología. Y es que el disimulo es uno de los principales leit motives de la obra de Edika: un disimulo que no engaña ni al autor, ni al lector, ni al resto de los personajes, sólo al actuante (y a veces ni eso).
Y llegamos a la única parte triste de esta historia: de su amplia obra (más de una treintena de álbumes), en España sólo se pueden encontrar (o se podían, hace años) algunas historietas sueltas en revistas como Humor a Tope, Tótem (época New Cómic) y, creo, Penthouse Cómix. Los de New Cómic le sacaron cuatro Tótem Extra (Los mejores cuentos de Edika) que se encontraban saldados no hace demasiados años; y los de Norma también publicaron (al menos) un par de Festivales Edika en su colección Humor a Tope. Poca cosa, en definitiva, y difícil de encontrar a estas alturas de milenio; se siente. Rebusquen de todas formas en librerías de saldo y similares (e-bay, entiéndase), y quizás se lleven una alegría. O si me conocen y me encuentran por la calle, pídanme que les preste lo que tengo, que la cultura es para compartir, coño.

sábado, 27 de septiembre de 2008

:eructos de coliflor [2]


1. Si aquí al lado hubiese un apartado de Libro de la semana (si no lo hay es porque las portadas suelen ser poco significantes), el de ésta sería, por unanimidad del jurado: Ravel, de Jean Echenoz. En este brevísimo tomo, el escritor galo narra de una forma muy sui generis los últimos diez años de vida del genial compositor. En una tierra de nadie entre la biografía y la ficción, esta novela está apuntalada por hechos reales y verificables, rellenando el autor los huecos con su imaginación y su meticulosa y escrupulosa búsqueda del detalle. Una lectura contagiosa, absorbente, vigorosa, que sin hacer excesivo ruido alcanza una profundidad a la que sólo se llega a través de la modestia. El mayor flechazo que he tenido con un escritor francés desde Toussaint.

2. The freakiest show: Mientras desayuno he tomado la fea costumbre de ver Espejo Público; concretamente el apartado de sucesos y charcutería, conducido por la rubia y dos expertos en no sé qué: un tipo canoso con coleta que le da un aire de monitor de Proyecto Hombre, y otro tipo con gesto perpetuo de estar aguantándose un pedo doloroso, que cumplen las funciones de poli malo y poli peor. Para este par, la profesionalidad de todos los jueces está en entredicho (que ambos estén en la calle es un claro indicativo), todas las investigaciones policiales o bien son chapuceras o bien son manejadas por alguien desde la sombra con oscuras intenciones, y todas las penas carcelarias son insuficientes, menos cuando alguien es encarcelado injustamente, en cuyo caso ha sido desmedida. El equivalente chacinero y castizo de Prison Break.

3. Amok: Curioso que consideren un arrebato de locura pasajera un exhimiente: no sé ustedes, pero yo casi prefiero que esté en la calle un tipo que ha planificado meticulosamente un asesinato por motivos crematísticos, que no uno que sufre ataques de locura transitoria en los que se lleva por delante a quien tenga a mano sin ningún motivo o razón. Lo que tengo claro es que en el primer caso yo estoy fuera de todo peligro. No sé ustedes.

4. Los de Cameo (la mejor editora de DVDs del país, para un servidor) nos sorprende con una nueva colección, B-SIDE, descrita por ellos mismos en estos términos: “Recoge una selección de grandes obras cinematográficas poco conocidas en nuestro país, inéditas hasta ahora en DVD, pese a haber sido firmadas por eminentes directores. Con B-Side, Cameo quiere hacer justicia a aquellas grandes filmografías que, por diversas y casi siempre desafortunadas razones, permanecían incompletas.” Encomiable iniciativa, qué duda cabe, que nos permitirá rellenar huecos en las estanterías a base de (buen) cine europeo. Entre lo publicado y lo prometido, encontramos referencias de Doris Dörrie, Volker Schlöndorff, Neil Jordan, Mike Leight o Alan Clarke. Más información en http://www.cameo.es/

5. De la primera hornada, un servidor se ha agenciado El Castillo (de Franz Kafka), del enorme Michael Haneke. Producción de 1997, al igual que su clásico Funny Games, supone ésta una curiosa entente cordiale entre los universos creativos de ambos artitas. Siguiendo de forma estricta el texto del checo (con una recurrente voz en off incluida), Haneke no se aparta un ápice de sus habituales intenciones éticas y estéticas: esta historia sobre la alienación y los entramados sociales es narrada a base de elipsis cortantes, fueras de campo, travellings de seguimiento e interminables planos secuencia, con precisión y sequedad y un humor irónico que no es extraño a la obra del alemán, a poco que uno escarbe en la desasosegante superficie de sus filmes. Sin ser una de sus obras maestras, que no lo es, recomendable sin paliativos.

jueves, 25 de septiembre de 2008

:El Horror de Nerja


Nunca he entendido por qué esa animadversión hacia Verano Azul, esa identificación de la serie de Mercero con el buenrollismo y la comedia pacata... Cuando leo referencias o críticas a este mítico serial, creo que no se están refiriendo al mismo que yo he visto. ¿Existen dos series tituladas Verano Azul y yo no me he enterado? Porque la que yo vi, reví y sufrí en mis tiernas carnes, estaba trufada de referencias desconcertantes, momentos terroríficos, detalles crípticos que la convierten en punto de inflexión en la vida de cualquier prepúber con un mínimo de sensibilidad. También es cierto que mi recuerdo se encuentra velado y deformado por el paso del tiempo; pero prefiero quedarme con esa visión primigenia e iniciática, con la escalofriante sensación de que el terror puede aparecérsenos encarnado en las formas más insospechadas... y a pleno sol. Para un servidor, una clara actualización de los mitos lovecraftianos: Nerja es nuestro Dunwitch.
A continuación, una serie de recuerdos inconexos y reflexiones a bote pronto sobre esta obra maestra del horror hispano:
Chanquete: un ser siniestro que gustaba de rodearse de niños. Con las palabras “angina de pecho” escritas en la frente, y esa respiración asfixiada, como si le hubiese entrado arena en la maquinaria, ¿a alguien le pareció raro que acabase muriendo? A mí lo que me extrañó fue que aguantase hasta el penúltimo episodio. Lo normal habría sido que Tito y Piraña se lo hubiesen encontrado sin vida en el primer capítulo, acostado en la cama de la Dorada, semidesnudo, con una media de red atada al cuello, rodeado de viejos ejemplares del Lib. Eso sí habría sido un buen comienzo.
Julia la pintora: un ser depresivo y deprimente, con ojillos de valium. Uno se la imaginaba, con su chándal Adidas rojo o en pareo, pintando payasos tristes y arlequines llorosos con mariposas al fondo. Incluso siendo un crío, uno intuía que había algo extraño en un adulto que se siente a gusto en compañía de niños. Vaya par de dos.

Pancho: atrapado en un pueblo subdesarrollado y una vida claustrofóbica de recados y vueltas del pan, como el Jimmy Stewart de Qué vello es vivir (otra cima del terror incomprendida), acabó peor que Tino de Parchís (¿o es una leyenda urbana? Por la foto diría que no).
Javi hace un stripteasse en la piscina de un amigo del padre. Cuando se quita los calzoncillos, en una escena de un homoerotismo turbador incluso para un prepúber asexual como yo, uno podía mascar la tragedia. Y como no: Manuel Gallardo, el padre de Javi, un tipo de bigote y perenne mala hostia que encarnaba ciertas tendencias y tics preconstitucionales no del todo superados, lo pilla con la pita al aire y le cruza la cara de un bofetón que nos dolió a toda una generación y que, a título personal, me impactó más y me dejó más mal cuerpo que lo del otro tipo de bigote el 23-F.
A Bea le baja la regla: un episodio enigmático y hermético como una película de Lynch, construido y argumentado en torno a un hecho esquivo e inexpugnable para un niño de 6 años. Y encima resuelto entre líneas: a Bea le pasa algo, a Bea le duele algo y no quiere jugar ni bañarse; y de pronto todo son sonrisas y miradas de comprensión y yo no entiendo qué coño ha pasado entre medias, pero Bea ya no es la misma. Ríase usted de Los ladrones de cuerpos.
Barrilete-Telerriba, un policía con obesidad mórbida persiguiendo cuesta abajo a los pequeños hijos de puta, con las carnes bamboleándose a base de adoquín, mientras el personal se parte el eje a su costa. Muy políticamente incorrecto, oigan.

Piraña: hablando de obesidad mórbida, un crío con una cara como un saco de arenas movedizas en los que se le hundían irremisiblemente los rasgos, con un serio problema glandular que le obligaba a estar permanentemente engullendo alimentos, con una especial predilección por esa generalidad llamada bocadillo, es decir, cualquier cosa dentro de un pan. Uno de los tonos de voz más desagradables y una de las imágenes más desasosegantes y abofeteables de la historia de la televisión mundial (junto con las dos bolas de sebo que salían en algún episodio de La Pandilla). Tras pegar el estirón salió como detective en chándal y gabardina, comiendo tostadas con margarina en una de las secciones más aburridas de La bola de Cristal. Carrerón.
Dessi: para cualquiera con dos dedos de frente, la belleza de la serie. Si uno se abstraía de la ortodoncia, las gafas y la trenza, podía ver que estaba claramente mucho más buena que la plana de Bea. Y encima tenía moto. En una posible subtrama en la que desarrollasen su personaje como Dios manda, uno bien podía fantasear con una relación hard con Quique (el niño invisible) y un fatal accidente con la mobilette. Ah, rebelde sin causa.
Un tipo misterioso escribe mensajes no menos misteriosos en la arena de la playa. Mercero da una lección de modernidad mostrando que los extraterrestres no son enanos plateados venidos de Ganímedes VI, sino fans de Triana con el globo subido recién llegados de Ibiza. El hecho de que el misterioso paisano luciese una frondosa barba no ayudaba mucho a sobrellevar el mal rato: siempre me han dado pavor los tipos con barba: los reyes de la baraja, Papá Pitufo, Serpico o ZZ-Top, que encarnaban mis pesadillas pop en lugar de los melifluos Thriller de Michael Jackson o el video de la telaraña de The Cure. Pero esto, ya digo, es algo personal.
El episodio del mago: el más tradicional, el más abiertamente vinculado a una estética terrorífica. Lluvia incesante, tormenta eléctrica, niños disfrazados, una mansión abandonada... y un prestidigitador venido a menos recién llegado de la dimensión desconocida. La escena del agua en la cara me hizo recelar de mi, hasta ese momento, adorada caja de Magia Borrás. ¡Cuantos futuros tamarices se perderían a causa de este episodio!
El episodio de la cueva: Ay, ay, ay... ¿el detonante de mi paralizante claustrofobia? Probablemente. Desde luego, la convicción de que no me iba a dedicar a la espeleología, centrando mi emergente carrera en la investigación criminalística y la cosmonáutica.
El episodio en el que salvan la Dorada de las fauces de los bulldozers de la especulación inmobiliaria a golpe de cumbayá, anticipando momentos de Horreur-Pop tipo Live AIDS y similares. Visionario.
Y podríamos seguir y seguir y seguir. Sólo recordar, por último, a la pléyade de secundarios (esta era una serie coral, al más puro estilo berlangiano), a cual más bizarro y descolocante: Frasco, el buzo, el poli Floro, los padres de Piraña, Epifanio el alcalde, el teen-idol Iván, Carlos Larrañaga en bragafaja y un larguísimo etc.
Lo dicho: un horror.

martes, 23 de septiembre de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [45]


Damián me convence para comer algo por ahí; él invita. Me sorprende semejante dispendio en él, que vive a salto de mata, haciendo números hasta para dejar propina. Al momento comprendo que lo hace para compensarme por la bajada de sueldo con respecto a lo que él me había prometido. Acepto la invitación y él añade que el único requisito es picar algo de pié: hoy tiene la almorrana tigre especialmente rebelde. Por un segundo creo que es una excusa para gastar menos, pero después recuerdo sus cambios de postura durante la reunión: pensaba que estaba inquieto por algo, pero ahora ato cabos.
Vamos a una tasca reconvertida en tapería vasca de cadena. Elegimos unos cuantos pinchos (lacón, tortilla, pimientos rellenos, bravas, anchoas con queso, etc) y él me pregunta que qué me parece; yo le pregunto que qué me parece lo qué: el sitio, la comida, el trabajo o Lucía. Él me contesta con un gesto vago con el palillo, un poco diciendo que todo viene a ser lo mismo. Así que le respondo que me parece bien.
Noto que está pensativo; no le digo nada: nuestra relación va así. Al final arranca y me dice que ya sabe que Lucía es una cría, que tampoco quiere tener nada con ella. Guardo silencio, le dejo seguir. ¿Cuál ha sido mi relación más desastrosa?, me pregunta. Sé por donde va, así que respondo, desganado: Fátima. Esta parte ya me la sé, así que desconecto: es la única persona de nuestra edad con la que ha salido (incluso llegaron a vivir juntos unos meses). ¿Y por qué rompimos?, me pregunta: por las mamadas, me responde. Se fijó en ella, en un primer momento, por sus labios. Unos labios como si se hubiera comido medio kilo de higos verdes (sic). Durante toda su relación trató de convencerla para que le hiciera una felación, a lo que ella se negaba aduciendo que tenía intolerancia a la lactosa. Fue inútil tratar de convencerla de que la lefa no es un derivado de la leche, o de que no era imprescindible que se la tragase. Pero no hubo manera. Fin.
Ahora llegamos a una parte inédita, una coda que nunca le había oído y que le da la vuelta a todas sus reflexiones anteriores: si esta fábula siempre tenía como moraleja la idea de que la única persona adulta de la que se había enamorado había resultado ser una cretina, ergo todos los adultos son unos cretinos, pasa a la idea de que romper por algo tan trivial como una no-mamada una relación que, por todo lo demás, es perfecta, deja al desnudo una personalidad infantil e inmadura, con lo que se puede concluir que, a pesar de sus treinta y un años, todavía es un crío y, por lo tanto, con quien se siente más cómodo y con quien empaliza más es con otros críos. En este caso crías. Me parece la salida más fácil, o la segunda más fácil, y se lo digo. Se encoge de hombros y dejamos la conversación.
Aprovechando el impasse, me escabullo al baño a echar un pis. Un baño todavía nuevo, casi impoluto, con olor a frescor oceánico o a cualquier otra abstracción similar. Una fachada rota por el puñado de bello púbico atascado en el meadero.
Cuando Damián va a pagar descubre que no ha traído dinero suficiente. No aceptan tarjeta así que pagamos a escote. Él me asegura que al salir sacará dinero en un cajero y me devolverá mi parte. Yo le digo que da igual, pero lo peor de todo es que no me da igual.
Por el camino me pregunta que qué tal con la “innombrable”. Le digo que mejor, pero por un momento estoy a punto de contarle lo del mensaje en el móvil, lo de que no dejo de pensar en ella, lo de este diario que comenzó como un remiendo y ya parece un tapiz, lo de que no puedo dormir y lo de que me pongo a llorar en cualquier momento sin saber por qué; pero al final no le digo nada: nuestra relación va así. Mucho mejor, la verdad, le digo.
Nos despedimos hasta el día siguiente. Me recuerda que tenemos que ir de traje y me vuelvo y le digo que ya lo sé, y casi corro hasta casa para comprobar si me he traído el traje de casa de mis padres. Y sí, menos mal.
Por delante me espera una tarde inabarcable en la que no puedo pensar en nada que no sea Z. Es como una canción que se me ha metido en la cabeza y vuelve, una y otra vez, al menor descuido. Un estribillo coagulado en mi cerebro como un trombo: la imagen de Z haciéndome el amor, con gotas diminutas de sudor sobre el labio superior, se me adhiere a la piel como hielo seco. Ojalá pudiese dormir hasta mañana.
Para sacarse una canción de la cabeza, sólo se me ocurre una solución: tararear otras canciones. [Continuará]

domingo, 21 de septiembre de 2008

:le ballon

Aquí teneis un anuncio de una cadena de programación infantil francesa. Un corto espectacular. Ay, que me pongo tierno.

Le ballon
Cargado por ddbparis

sábado, 20 de septiembre de 2008

:eructos de coliflor [1]

1. Fiambrera: Se ha fundido la luz de la nevera y ahora, cada vez que la abro, se me presenta como lo que siempre ha sido: una caja hermética llena de cadáveres; es decir: un féretro. Quizás si los ataúdes incorporasen luces sería más llevadera la idea de morirnos.

2. Se ha terminado la cuarta temporada de Weeds y, como siempre, la espera hasta la siguiente se hará larga, muy muy larga. No puedo decir que la serie haya mejorado con el tiempo, porque ya empezó con un nivel sólo a la altura de los elegidos; pero esta temporada ha resultado especialmente brillante: redonda, compacta, sin subtramas de relleno, sin episodios de transición... sin respiro. Impresionante último capítulo: “el Andy” entra en el cuarto de baño; “Te puedo ver las tetas”, le dice a Nancy; “”Bien por ti”, responde ella; y bien por nosotros. Doug compra una soga y nos da el susto de la temporada, que acaba convirtiéndose en uno de los chistes del año. Cómo no pensar en la almorrana de Jim Morrison que cantaba en INXS. Última secuencia: antológica, resolviendo la trama principal de una bofetada, con una partida de póquer metafórica, anticipando tantos buenos momentos que se me hace la boca agua. Grande.
3. El que sí llegó hasta el final con la soga fue David Foster Wallace. Su mujer lo encontró ahorcado el pasado día 12 de septiembre. Tampoco se me ocurre mucho más que decir, salvo que se lean ustedes todos sus libros. Qué bueno era, y que raro se hace hablar de él en pasado. Me lo dio a conocer el compañero de piso del exnovio de una amiga de mi novia. Me prestó Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer y aún no se lo he devuelto; con lo que me jode que me lo hagan a mí. Durante un tiempo, cada vez que nos veíamos me miraba con ansiedad hasta que le decía que aún no lo había terminado, y al despedirnos me recordaba que no me olvidase de él (del libro). Si lees esto, Jose, tranquilo, está a buen recaudo y en perfecto estado. Como no sé cuando volveré a Madrid (las tarifas aéreas están por las nubes, con perdón del chiste) acabaré por mandártelo por correo; a ver si averiguo tu dirección. La idea de meter el libro en una caja y mandártelo me recuerda, otra vez, a un féretro. Descanse en paz.

4. El bocadillo de la semana: huevo cocido, anchoas y queso San Simón. Gratinar y servir al dente. Delicioso.

5. Nunca fui mucho de siesta, pero le estoy empezando a coger el truco. He comprendido que es un gusto adquirido, como las aceitunas, las anchoas o las aceitunas rellenas de anchoa. Es cierto que todavía me levanto con cierta desorientación y flojera en las rodillas, pero como ritual me parece a la altura de la liturgia cristiana: divide el día en dos días más pequeños, más asimilables y más fáciles de manejar; hace la vida más sencilla, en definitiva. Así que recuerden: de cuatro a cinco, no me molesten, por favor.

jueves, 18 de septiembre de 2008

:poliomielitis


Un matrimonio de no tan jóvenes y exitosos actores, a punto de entrar en una decadencia física que combaten con militancias medioambientales (ella) y una productora de nombre ridículo (Bianca Lightning, Pretty Duck, Moustache films, etc) (él) con la que reorientar el caudal y desgravar. Sus agentes de prensa para Europa se encargan de difundir la información una vez ya se han ido, como si el hombre del tiempo nos avisase de un huracán al día siguiente de asolar el país. Han estado en una zona premeditadamente imprecisa del noroeste, en una casa rural aislada; fin de semana en familia, con la recua de hijos y guardaespaldas: paseos a caballo, gastronomía de la zona; “son gente normal”, alejarse de los circuitos habituales, etc. Han tenido que coger un vuelo privado desde California hasta Madrid, con escala en New York; un Hammer y cuatro Audis desde Madrid hasta la casa rural; alquilar tres casas rurales para mantener la discreción e instalar a los 18 empleados que transportan con ellos a todas partes; pagas extras, gastos varios, etc. Mi sueldo de dos años para una escapadita de fin de semana.
Dos años después se divorcian. Ella hace una película de ciencia ficción post-Matrix que nace obsoleta, en la que se descubre un implante en la columna vertebral. Ni siquiera hago el esfuerzo de intentar entender el argumento, pero la película tiene cierto éxito (sobre todo como búsqueda de entradas en Google) porque presenta su primer desnudo parcial: el breve plano sub-iluminado aparece desglosado fotograma a fotograma en miles de páginas. La secuencia entera no dura más de 28 segundos, incluyendo el antes y el después para que parezca un clip de video y no una fotografía. En términos objetivos se ve un pecho desinflado desde un lateral, y uno sólo puede preguntarse por qué ahora, por qué desnudarse cuando ya nadie te lo pide.
Él produce sus sagas cada vez menos rompetaquillas. Da la impresión de querer enganchar a una nueva generación de consumidores, pero éstos ya están a otra cosa y él no parece entenderlo. Su primer papel de padre. Implantes capilares que le hacen parecer un replicante, alguien casi humano. Un papel de moralidad difusa en un intento desesperado de volver a obtener el respeto de la crítica. Vive en su rancho de Montana, llamado Bianca en honor a su abuela: una mujer adusta y mormona, que siempre pareció vieja, hasta en una foto en la que apenas tiene tres años y se apoya en el respaldo de una silla donde está su hermano recién nacido, Thomas, que muere de poliomielitis a los 8 años. Quiere hacer una película sobre Jacob Heine, el tipo que descubrió la polio. Transforma este arrebato en un “proyecto largamente acariciado” en todas la entrevistas que concede en los siguientes tres meses. Su productora compra los derechos de la biografía de Heine y su plantel de guionistas se pone con el tratamiento. Por desgracia, no encuentran en la biografía de Rudolf Chelius nada interesante sobre la vida de Heine: años encerrado en un laboratorio, contrastes, pigmentos, bacilos y, por fin, la descripción de la poliomielitis. Ni siquiera la cura. Ahora entendía por qué había conseguido los derechos por sólo 30 mil dólares.

Piensan en introducir una subtrama sentimental; pronto se va esbozando: una madre soltera (¿viuda?), un hijo enfermo de polio, etc. Lo demás es sencillo, sólo rellenar huecos: obsesión por encontrar la cura, amor trágico, muerte del infante, sobreponerse gracias al amor que resulta ser, no la cura para la poliomielitis, pero sí para la obsesión enfermiza de Heine. Todos coinciden en que, a parte de ser una exhumación y violación anal de los restos mortales de Jacob Heine, se trata de una historia objetivamente oscarizable. Una major muestra interés; proponen a tres directores (europeos). Nuestro protagonista se ofrece para interpretar a Heine, algo que nadie dudaba que acabaría ocurriendo, pero se hace oficial y todos respiran aliviados y comienzan a hacer números. Trabajará por el salario mínimo pero obtendrá una porcentaje de los posibles beneficios. Su agente, tras una velada bañada en whisky Highlands y salpimentada con prostitutas de lujo, le propone algo que le viene rondando desde hace semanas: ¿qué tal tu ex como coprotagonista?
Tras descartar la idea (eufemísticamente hablando) en un primer momento, sopesa los pros: morbo = dinero. Vale, el pro. De él sale la siguiente propuesta: uno de nuestros hijos como hijo de la coprotagonista. Hablan con el agente de su ex. Reuniones, negociaciones, castings. De entre los 13 hijos descartan, por obvios motivos, a los 8 de etnias subecuatoriles. Descartan a las 3 niñas y sólo queda elegir entre Dakota Dean y Sunflower Phoenix. Acaban decantándose por el segundo por los problemas de hiperactividad (eufemísticamente hablando) del primero.
El rodaje se realiza en los estudios Kinepolis a las afueras de Toronto, donde se recrean calles de Stuttgart, el laboratorio de Heine, la casa de su amante y un parque de atracciones que usarán en dos conmovedoras escenas: él y ella se enamoran mientras el niño da vueltas en el tiovivo; y la escena del clímax, tras la muerte del crío.
La película supone un relativo fracaso en taquilla (recauda 34 millones en todo el mundo; lejos de los 62 que ha costado). Pero lo peor es que no se la considera para ninguna categoría en los Oscars. Se lamentan de un estreno demasiado alejado de las nominaciones. En cualquier caso, en la mayor parte del mundo, a pesar de los trailers anunciando “sólo en cines”, se saca sólo en DVD.
“De nuestro amor sólo queda esto”, se dice él con un vaso de Highlands mediado: “directamente a DVD”.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [44]


Cuando estoy tirando los folletos en un contenedor junto a la oficina, se me acerca Damián y me pregunta, con una sonrisa mal contenida, si tengo algún plan para antes de comer. Le respondo que no, más como una interrogación que como otra cosa. Pues nos vamos a tomar algo con unas amigas, me dice. Las amigas en cuestión son dos de las crías con las que vamos a trabajar el fin de semana, que en ese momento salen de la oficina ojeando los folletos y planeando estrategias de abordaje.
Damián ha elegido, o al menos lo ha intentado, a las dos más jóvenes; no creo que tengan ni veinte años. Para Damián esto ya es un avance: nos alejamos ligeramente del terreno de la ilegalidad que ha insistido en transitar todos estos años. Damián justifica sus excéntricas preferencias por las adolescentes, aduciendo que a partir de los veinte, las mujeres son todo microarrugas, estrías y poros, que se convierten en seres paquidérmicos, como dinosaurios calientes. Huelen diferente, tienen un tacto diferente, un timbre de voz diferente. Para él, las mujeres son la niñas, y lo que el resto de los humanos consideramos “mujeres”, para él son un tercer sexo a medio comino de los dos conocidos. En círculos íntimos lo llamamos Damián-Damián.
Mi teoría: Damián no se comió nada ni en el instituto ni en la facultad, con lo que esos objetos de deseo (todas y cada una de sus compañeras) se quedaron enquistados en su cerebro como un ideal ético y estético. Su lívido permanece atrapada en el gimnasio del instituto. Casi me daría pena si no utilizase unas tácticas tan insultantemente insultantes para lograr sus propósitos. Por lo general ataca a sus objetivos con una verborrea pseudoculta, plagada de citas y referencias que le cubren las espaldas en caso de dar con un hueso demasiado duro de roer.
Por ejemplo, hoy nos sentamos en la terraza cubierta de un bar para poder fumar. Su mente atenta, despierta, buscando un resquicio por el que poder introducirse. Y Lucía, una de las estudiantes de derecho de flequillo, leggins, Ray-Ban en la frente y piercing en el labio, le abre esa puerta: un tipo pasa con una motocicleta trucada petardeando frenéticamente a nuestro lado, y ella le llama cavernícola (curioso insulto). Damián reacciona a la décima de segundo: dice que según los últimos estudios paleontológicos (sic.) del profesor Montgomery Brockman (todos sus nombres inventados son combinaciones de personajes de los Simpson) de Standford (todos sus sabios inventados tienen una cátedra en Standford), los hombres prehistóricos no vivían en realidad en cavernas, sino en una especie de tiendas de campaña hechas de ramas, o paja, o barro, dependiendo de la zona. La idea errónea de que vivían en cuevas viene de que en ellas, al estar a cubierto, han quedado vestigios de su paso, sobre todo en forma de pinturas. Pero colegir que vivían en esas cavernas sería como si los hombres de dentro de 50 mil años supusieran que nosotros vivíamos en los museos, sólo porque hay cuadros en las paredes. Así que no deberíamos llamarlos cavernícolas, sino algo así como tiendistas, o cabañícolas. Suelta una risa explosiva que nos contagia a todos. Ya la tiene en el bote.
Suena mi teléfono móvil. Número oculto. Contesto con cierta cautela, y al otro lado oigo una voz que tardo unos segundos en ubicar: es Benito. Por teléfono tiene voz de dentadura postiza. Parece nervioso. Me dice que han cometido una pequeña equivocación en la reunión: que no quedamos el sábado, sino el viernes. Yo ya me había dado cuenta, pero no dije nada. Tampoco le digo que estoy con Damián y dos de las chicas, así que en los siguientes minutos sus móviles van sonando y van recibiendo la corrección como si no supieran nada y nos tomamos una segunda caña a la salud de Benito. Nada une tanto como el desprecio por un jefe común.
Nos despedimos un poco achispados hasta el día siguiente. Damián, no sé como ni en qué momento, ya tiene el número de Lucía. [Continuará]

martes, 2 de septiembre de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [43]


25 de noviembre - Otra noche en vela. Cansado de estar acostado en cama, de mirar los faros de los coches deslizándose por el techo, me he levantado y me he paseado por la casa en lo que parecía la reposición de la reposición de un déjà vu. He recorrido un par de veces la parrilla televisiva, primero hacia arriba y después hacia abajo; me he leído un periódico de hace un par de semanas y he descubierto que pasaron por televisión Hanna y sus hermanas sin que me enterara; y ahora lo sé y no sirve de nada, pero aumenta la sensación de desincronización, de descompensación, de jetlag en la que parezco habitar desde no sé cuando.
Después me acuesto en la cama de la habitación de invitados, un bulto ruidoso de ochenta centímetros, simulando ser otra persona cualquiera, no me importa, quizás una que logre dormir. Y por unos minutos casi lo consigo y sueño, no sé si despierto o dormido, que Z y yo damos una fiesta y preparamos una cena para nuestros amigos y estamos en la cocina, como tantas veces, discutiendo por cada centímetro en una mezcla de baile y armisticio.
Me paso el resto de la noche con ganas de llorar, no sé si por falta de sueño o por qué. El amanecer se alarga durante horas interminables con una luz gris y lechosa que se cuela por las rendijas de la persiana. Me arden los ojos.
Me afeito y me alegro de tener hoy la reunión con Damián para poder salir de casa. El aire es aquí tan denso que casi no logro abrir la puerta.
Me dejo mecer por el traqueteo del autobús. El quejido ensordecedor del motor en cada cuesta me empuja y me alienta como un compañero optimista y ruidoso al que se le perdona todo. Llego a la cita con veinte minutos de antelación, así que espero hasta que veo llegar a Damián y lo abordo. Se lleva un buen susto; me dice que parezco el zombi de un yonkie, y yo le digo que él parece el pedo de un yupie. Le digo que me estoy recuperando de un virus, de una gripe o algo parecido. Me pregunta si estoy bien, y si no será contagioso. Le respondo que sí y que no, por ese orden, lo que le tranquiliza.
A la reunión asistimos cuatro tipos (Damián y yo y dos comerciales con aspecto de comerciales) y cuatro tipas que compaginan sus estudios de derecho con trabajos esporádicos de azafatas. Este trabajo les parece una buena oportunidad de hacer algo diferente, pero a mi me parece como un diorama del hundimiento del Titanic. La cosa empieza mal cuando me entero de que el coordinador del proyecto será Benito, alias el Tunante. Miro de reojo a Damián, que evita mi mirada.
Trabajamos juntos, Damián, el Tunante y yo, hace unos años en un gran centro comercial cuyo nombre prefiero olvidar; y él es el único que sigue tragando y ascendiendo como buen hombre de empresa. Hasta lleva un pin con el logotipo del centro comercial en la solapa de la chaqueta los día libres. Era el hazmerreír de todo el departamento, y sospecho que todavía lo sigue siendo, con sus cejas depiladas y su voz de general Patton castrado. En su momento pasamos de llamarle Benito a Bonito; de Bonito a Atún; de Atún a Tuna, y de Tuna a Tunante. Y esa es la historia de cómo el ser menos tunante de la historia de la civilización humana acabó llamándose el Tunante.
En un aparte nos dice que confía en nosotros (sé que en mí no, que alguien los ha dejado tirados y Damián me ha propuesto como sustituto), que necesita que esto salga bien para ganar puntos de cara a ciertas personas y bla bla bla. Me río por dentro, mientras asiento comprensivamente, mientras me prometo que haré todo lo que esté en mi mano para que salga todo mal.
El jefe del proyecto nos explica lo que tenemos que hacer: básicamente conseguir subscripciones para un club de gourmets en una convención de gourmets. Sobre el papel parece tan sencillo que no puede evitar reírse; nosotros, contagiados, reímos con optimismo. El sueldo base serán cincuenta euros, no los sesenta que me había dicho Damián (que vuelve a apartar la mirada), y una retribución por cada subscripción a partir de la veinte (diaria). Nos reparten unos folletos informativos para que les echemos un ojo en casa, y quedamos en tal puerta, el sábado por la mañana, a tal hora. [Continuará]