martes, 31 de agosto de 2010

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [76]


8 de Diciembre- Me he obligado a salir de casa. Suena a frase de señora mayor con problemas de depresión, una se esas señoras que toma pastillas para dormir y lo único que hacen en todo el día es tomar café con las amigas.
Salvo por la edad, el sexo y las amigas, yo soy esa señora mayor. Es triste, pero ni siquiera tengo alguien con quien tomar el café. Doy un paseo mirando escaparates, pensando en los regalos de Navidad que tendré que comprar en breve, y me meto en una cafetería cara.
Me gusta consumir en sitios caros que me puedo permitir, formar parte de una elite aunque sólo sea por unos minutos. Una cafetería cara, una pastelería cara... Pagar dos euros por un café por estar sentado junto a gente con un piso de trescientos metros cuadrados en el centro y un coche de ochenta mil euros.
La camarera es preciosa: una morenita muy muy delgada. No es mi tipo, definitivamente, pero me sonríe cálidamente al traerme el café y ya me tiene ganado aunque sé que esa sonrisa es parte de la compensación por los dos euros del café. Cuanto más caro es el café, más cercanos están a la esclavitud los que te lo sirven.
En la mesa de al lado, una señora que parece, y huele como, una gallina a medio desplumar, si bañases una gallina a medio desplumar en agua de colonia Cacharel, entretiene a toda la cafetería con un monólogo por teléfono móvil, un monólogo desbocado y salvaje, sin espacio para la réplica ni para respirar, como si los labios y la lengua de la señora fuesen los engranajes maestros de una máquina de movimiento perpetuo. Ignoro el contenido del monólogo con toda mi fuerza de voluntad, pero no puedo evitar enterarme del meollo del asunto, que se puede resumir en el axioma: ya nada es como antes. Ni los viejos de ahora son como los de antes, podría añadir yo. Me voy a por la prensa.
Los periódicos son los mismos que los de un bar barato, nada de esa dicotomía que uno podría esperar entre ricos y pobres, izquierda y derecha. No: los dos periódicos locales, dos deportivos y un par de nacionales. Me hojeo uno de los locales, donde pasan por encima de las noticias internacionales y dedican más espacio a curiosidades y sucesos.
Leo que una universidad de Suecia ha realizado un estudio que relaciona de manera directamente proporcional el consumo de chicle con la inteligencia. Según este estudio, las personas más inteligentes del mundo serían los adolescentes y los jugadores de la NBA, y eso no me cuadra. Paso, no sé por qué, a la sección de anuncios inmobiliarios. Aunque dan a entender que son anuncios de particulares, sólo hay dos teléfonos diferentes, de las dos agencias que copan el mercado.
Me da por pensar en los pisos de amigos donde he pasado algún tiempo, fíjate que tontería.
Viví unos días en casa de D, entre dos alquileres, mientras no encontraba dónde instalarme. Aunque él no paraba de repetirme que estaba encantado de tenerme en su casa, yo sólo podía pensar qué le parecería si me instalase allí indefinidamente. No le haría ni puta gracia. Entendí que entre el D encantado y el horrorizado, entre el comprensivo y el hastiado sólo había una cuestión de tiempo, y yo no podía dejar de pensar en que cada día me estaba acercando más a esa frontera invisible.
Con R fue mucho más sencillo: el día que entré en el baño y lo vi limpiándose el culo, decidí que mis días en su casa habían llegado a su fin. A pesar de que ignoramos el tema y nunca hablamos en voz alta sobre ello, como si la imagen de R limpiándose el culo fuese un cervatillo que había entrevisto de reojo desde el coche, un relámpago rojizo que no estás seguro de haber visto en realidad o soñado... la imagen estaba ahí, entre los dos.
Por la tarde el cielo se cubre de nubes negras. Parece un eclipse, parece una noche en mitad del día, así que aprovecho que mi mente está confusa e intento dormir un rato. Lo consigo a medias: duermo sólo con la mitad del cuerpo, o con la mitad del cerebro o lo que sea que uno use para dormir, como cuando te sientas sobre una nalga cuando tienes prisa por levantarte, o cuando te ríes con la mitad de la boca porque no te ha hecho gracia, o das un abrazo con un solo brazo porque no sientes demasiado afecto por esa persona.
Tengo otro sueño erótico: mi yo durmiente trata de compensar la abstinencia de mi yo insomne con polvos rápidos, aprovechando el poco tiempo que le concedo. Nota mental: tengo que masturbarme más. Más a menudo, quiero decir.
El sueño es confuso, un barullo de situaciones que deriva en mí intentando penetrar a una chica morena y delgada, trasunto de la camarera de la cafetería cara, aunque sólo puedo apreciar el parecido una vez despierto. Y digo que trato de penetrarla no porque tratara de violarla, sino porque su vagina rasurada parece encoger y estrecharse a ojos vista, hasta que hacen la penetración más complicada que metérsela a otra polla por el agujero del capullo. Una cosa muy muy frustrante, sobre todo porque en el mundo real me sobreviene una eyaculación incontrolable, aún apretándome la polla en el último milisegundo como una tubería que pierde. Otro calzoncillo acartonado: podría ser el título de mi autobiografía.
Peor aún, me siento culpable por serle infiel a Z. Infiel con otra camarera, para más inri, aunque ya no tenga ninguna relación con Z y el sexo haya sido soñado, inconcluso y frustrado. Un lío del que no me libro ni después de despertar, ni después de escribirlo y leerlo en voz alta y comprender que es un disparate.
Supongo que toda mi vida es ahora un disparate, y lo disparatado se ha convertido en norma y rasero.
Si cuentas los días que vivirás o el dinero que acabarás ganando y gastando, el tiempo y el dinero que pasará por tus manos, te das cuenta de lo limitado que eres. ¿Me queda tiempo para encontrar a alguien? ¿El número de parejas, como el de días y el dinero, será limitado?
A veces me gustaría tener el cuerpo de un atleta, pero después lo pienso y me digo: ¿para qué?, si en dos meses ya volvería a tener mi cuerpo. Estoy a dos meses del cuerpo de un atleta de elite; pero no dos meses de entrenamiento duro, sino dos meses de sofá y comida de mierda.

lunes, 30 de agosto de 2010

:dos avisos

El primero sólo sirve para aquellos que tengáis máquina del tiempo (aunque espero que los que la tengáis la uséis para acciones más nobles, como matar a Hitler antes de que invada Polonia, o a Kiko antes de que entre en Gran Hermano). Y es que el pasado día 28, para conmemorar el nacimiento de Jack Kirby, a unos tipos se les ocurrió crear la jornada de leer cómics en público. Servidor de ustedes se leyó en la playa el Parker de Darwyn Cooke, un señor tebeo que les recomiendo encarecidamente. No tengo fotos que lo demuestren, así que tendrán que creerme.

La cosa, me temo, dicha así, sin más, suena un poco a día del orgullo friki 2.0, a sacar a la luz el superhéroe que llevamos dentro (de la ropa). Si quieren que nos pongamos más serios, más cool, el año que viene celebremos el 17 de julio, día del nacimiento de Lyonel Feininger.

Otro aviso comiquero: seguro que habrán visto anunciado el coleccionable de Batman de Planeta de Agostini. No voy a ser yo el que les empuje a comprarse una colección de sesenta (60) números, a diez (10) euros el fascículo (echen cuentas), sobre todo porque la mitad de las historias incluidas son de relleno, nada de imprescindibles ni demás adjetivos que les vayan a poner en la publicidad. Pero miren ustedes por donde, el primer número, además de costar dos con noventa y nueve (3) euros, incluye una de las mejores historias de Batman jamás escritas y dibujadas: el Batman Año Uno, con guión de un inspirado y contenido Frank Miller, e ilustrada por un inspirado y desatado David Mazzucchelli en la que es, para un servidor, su mejor obra en el mundo del cómic de superhéroes. Para completar páginas, incluyen una historia escrita por Ed Brubaker que todavía no me he leído, pero siendo de Brubaker estará entre lo correcto y lo muy bueno. Así que si todavía está en los quioscos, no se lo piensen. Si estuviese agotado, usen la máquina del tiempo, caramba, que se lo tengo que decir todo.


lunes, 23 de agosto de 2010

lunes, 16 de agosto de 2010

:Sherlock x2

Si yo fuese famoso (Dios me libre), o me pillaran los de cualquier revista de tendencias por la calle y me preguntasen “¿Cuál es tu personaje de ficción favorito?”, respondería sin dudarlo “Sherlock Holmes”. Ya lo he comentado por aquí recientemente: desde que me leí los relatos y novelas originales de Conan Doyle ya no he podido sacarme el vicio. Y es un vicio complicado, porque uno se chuta nueve dosis de heroína de la buena, y debe pasarse el resto de su vida a base de metadona de dudosa calidad. Uno no puede fiarse de la mandanga que le pasan, ni siquiera conociendo al camello.

Sherlock Holmes es como esas grandes canciones, que admite diversos arreglos, incluso dispares, y sigue siendo reconocible. Sherlock Holmes puede ser vintage, puede ser manga, steam-punk, animal antropomorfizado y lo que uno quiera, que seguirá siendo Sherlock Holmes si se hace con talento.

Aquí les comento las dos últimas dosis que me he metido en vena, una clásica y otra recién cocinada. Empecemos por la clásica:

Novísimas aventuras de Sherlock Holmes, un tomito de los Breviarios de Rey Lear (originalmente incluido en el Libro del convalenciente), de Enrique Jardiel Poncela. En el prólogo Rafael Reig apunta un par de claves para entender esta libérrima revisión del detective de Baker Street (menudo trabajo para no estar repitiendo continuamente “Sherlock Holmes”) perpetrada por el autor de Eloísa está debajo de un almendro (ídem): Jardiel era enemigo de las tesis, y su concepción del mundo era cómica (palabras textuales suyas, o sea, de Jardiel: la realidad es cómica). Un tipo que se choteó de todo y que no se tomó en serio ni a sí mismo, mucho menos va a reverenciar con gravedad y espíritu revisionista a la principal creación de Conan Doyle. Es decir, Jardiel toma el personaje de Holmes y se lo lleva a su terreno: no pretende ser fiel a los relatos originales de Conan Doyle ni en el contenido (por ejemplo, Sherlock vive en Baker Street, pero en el número 57), ni en la forma. Mientras las narraciones del escocés eran juegos de lógica, las del madrileño son juegos de palabras, juegos formales en busca del absurdo. Conan Doyle buscaba una lógica ulterior, un orden del que las palabras eran una mera descripción; en los relatos de Jardiel no hay nada más allá del texto. Si el Sherlock Holmes de Conan Doyle se mueve en un mundo de raciocinio, de claridad meridiana, de actos que llevan a consecuencias a través de trayectorias que es posible observar, estudiar, medir, analizar... el detective de Poncela vive en un universo absurdo, un sinsentido a medio camino entre una película de los hermanos Marx y un caso de El Inspector O’Jal, donde las palabras tienen el mismo peso específico que un objeto material. Si todo texto es un intento de crear orden, si todo texto es un mapa, la obra de Jardiel es un mapa de sí mismo.

Jardiel se coloca a sí mismo como ayudante de Holmes, sustituyendo a Watson como comparsa y cronista de estos novísimos casos, unos disparates plagados de comparaciones desternillantes y frases agudas. Se nota que Jardiel conoce la obra de Conan Doyle, pero se sirve de sus elementos tópicos para crear chanza, no mímesis: la capacidad deductiva de Holmes llega a límites inhumanos (como inferir que alguien se llame Enrique porque lleve calcetines grises), y toca el violín y se inyecta morfina en los momentos, y en las partes del cuerpo, más insospechados.

Resumiendo: sin ser una de las recreaciones más interesantes de Holmes, y sin ser una de las grandes obras de Jardiel Poncela, se lee con agrado y se echa uno unas risas.

Ah, las ilustraciones que acompañan a los relatos, son del propio Poncela.

Caballo del bueno el que nos ofrecen los británicos de la BBC en la primera tanda de episodios (3 de hora y media) de Sherlock. La serie está creada por Steven Moffat y Mark Gatiss, que además escriben un episodio cada uno. Los ingleses sí que saben de la importancia del libreto, y así los nombres de los guionistas aparecen bien grandes, justo antes del título (donde los americanos suelen poner Tom Cruise, para entendernos). Estos escribanos son los principales artífices de la serie, y como a tales se les trata y reverencia (y espero que también se les pague).

De Moffat ya me he declarado también recientemente (creo que me repito) rendido admirador. Suyas son maravillas como Coupling (una especie de Friends a la inglesa, para entendernos, aunque es mucho, pero muchísimo más que eso), episodios memorables del Doctor Who, o la miniserie (¿o serie frustrada?) de Jekyll, donde Moffat ya recreaba y actualizaba a otro de los mitos literarios británicos (el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, claro está). Actualmente está escribiendo para Spielberg el guión de Tin-Tin, lo que me da un poco de esperanzas de que no sea un despropósito como el último Indiana Jones. Se verá.

Moffat escribe el primer episodio, A Study in Pink, una auténtica gozada de hora y media donde tenemos tiempo de ver como se conocen Holmes y Watson, y de internarnos en los meandros de un caso de asesino en serie (¿o de suicidas en serie?). Magistral, divertidísimo y un regalo para todos los fans de la creación originaria. Moffat y compañía respetan el mito, lo estiran pero no lo rompen (como sí hace Jardiel Poncela); lo actualizan situándolo en la actualidad, con lo que ello implica: no se esperen a un tipo con gabán y gorra de cazador fumando en pipa, pero sí a un misántropo obsesivo e indescriptiblemente inteligente que sólo abandona el sopor de la vida diaria cuando se implica en un caso criminal de gran complejidad.

Decir que los dos episodios restantes no bajan el listón (aunque no llegan a la genialidad del piloto, para mi gusto), y dejan la puerta abierta para una continuación por todo lo alto (ya confirmada).

4 detalles nimios que me vienen a vote pronto: debido a la prohibición de fumar en todas partes que se ha extendido en la actualidad, Holmes se ha vuelto adicto a los parches de nicotina, no a la morfina.

Todos creen que Holmes y Watson son pareja, por el hecho de ser dos tipos solteros que comparten piso (que malpensada es la gente).

Mark Gatiss, además de genial escritor y co-creador de la serie, es actor. Aquí da vida al hermanísimo Mycroft Holmes, un personaje que daría para un spin off la mar de apañado.

Atentos a Moriarty. Tarda en aparecer, pero cuando lo hace, da miedito.

Y eso es todo por hoy.

Saludos afectuosos:

T.

sábado, 14 de agosto de 2010

:mis 90's [3 de 3]

Como ya se ha indicado en entregas anteriores, en buena parte de la década de los 90’s internet era todavía una “cosa” que sólo usaban ingenieros informáticos para sus movidas de ingenieros informáticos. La información todavía nos llegaba a la plebe de forma analógica, impresa en papel o a través de la ondas hertzianas. En este capítulo habría que destacar a la emisora Radio 3, que por aquel entonces estaba en muy buena forma, y ya a título personal, al entrañable programa De 4 a 3, dirigido y presentado por el no menos entrañable y carismático Paco Pérez Bryan, uno de los dj’s mas empáticos que uno pueda echarse a los tímpanos. El programa consistía en un par de horas los sábados y domingos por la tarde en los que el gran Paco Pérez nos ponía al día de la actualidad del pop y rock independiente (con perdón de la expresión). Gracias al bueno de Paco y a su criterio musical (que, salvo pájaras como su inexplicable debilidad por nimiedades como Oasis, compartía y comparto con entusiasmo; aun recuerdo con lágrimas en los ojos aquel especial sobre el Highway 61 Revisited dylaniano, pinchado en vinilo de pe a pa mientras intercalaba sus aventuras para hacerse con una copia en L.P. del, para él y para un servidor, MEJOR DISCO DE LA HISTORIA DEL ROCK. Si señor, amén), conocí a innumerables artistas que, con total seguridad, se me habrían escapado.

Unos que descubrí gracias al Bryan, y que me pegaron con fuerza cual coz equina en el bajo vientre, allá por 96, fueron los Squirrel Nut Zippers, una agrupación talentosa y original, originaria de Chapel Hill, Carolina del Norte. Me impresionó sobremanera su disco Hot, no sólo por la música que contenía (una excitante mezcolanza de estilos de principios del siglo XX que a un servidor, por aquel entonces, además de a gloria vendita le sonaban a marciano), sino también por el envoltorio, un precioso digipack cargadito de detalles. Entiendo a los abuelos cebolletas que loan las virtudes de las ediciones antediluvianas de vinilos, puros paquetes de magia frente a los posavasos o, ya no digamos, las descargas mp3.

Este Hot, aunque en edición CD, también estaba cargado de magia, desde el diseño que imitaba a una caja de petardos, hasta los extras sólo disfrutables en el ordenador. Sí, por una vez, los extras estaban justificados y no sólo valían la pena, sino que valían su peso en oro. Si introducías el CD en tu PC podías disfrutar de actuaciones y videos domésticos del grupo, además de fotos, letras de canciones y algún que otro jueguecito, todo con un diseño inmaculado. Así me enamoré del estilo de vida de estos personajes que parecían vivir a contracorriente, en sus casas en mitad del campo, componiendo, tocando, restaurando instrumentos, coleccionando parafernalia de eras predigitales... me impresionó sobre todo el rollito que se traían "Jimbo" Mathus y Katharine Whalen, matrimonio en la época, con sus marionetas y sus ropas antiguas rescatadas de mercadillos. Yo también quise, por un momento, tocar el banjo y tener una chica que parecía un cruce entre Betty Boop y Billie Holiday.

Lograron un mini-hit con el calipso Hell, canción graciosa y zumbona que quizás no da una idea de por donde tiraban, pero que les sirvió para hacer muchos bolos por late-nights.

Sacaron más discos, antes y después (como el sumamente ecléctico y maravilloso Perennial Favorites), pero ninguno me impactó ni emocionó tanto como aquel Hot. Recientemente se han vuelto a juntar para alguna gira, lo que demuestra que siguen teniendo a su público sediento, y ya se han convertido en un legítimo grupo de culto, un grupo único en sonido y espíritu, aunque algunos los quisieran colocar en el cesto del revival swing (ni de coña).


Ay, los Afghan Whigs. Tremendísimo grupo, damas y caballeros. Siento tener que volver a repetir este término, grunge, pero es inevitable para comprender esta historia. Como casi todos los grupos de los 90’s, los Afghan Whigs se formaron y dieron sus primeros pasos en los 80’s, porque como sabemos, las décadas no son compartimentos estancos. Y como muchos otros grupos, los Whigs comenzaron titubeantes, buscando su propio sonido. Aunque eran de Cincinnati, todo el que tenía el pelo largo y tocaba guitarras eléctricas en la época era metido en el carro del grunge, y supongo que algo se lo acabaron creyendo, porque para su segundo disco, Up In It, ficharon con Sub-Pop, epicentro de todo el tinglado de Seattle. No vendieron una mierda, uno de los motivos que los llevó, a la larga, a rendirse y dejarlo; el otro motivo fueron las disputas internas, ya presentes y latentes desde el primer ensayo, como quien dice. Demasiados gallos en el corral. Aunque la voz cantante, nunca mejor dicho, parecía llevarla el frontman Greg Dulli, ahí había mucho talento y muchas personalidades creativas fuertes.

Pero sigamos: tras el fracaso comercial de Up In It, le sigue la publicación de Congregation (1992), donde ya empiezan a dar muestras de su gran clase, y a introducir elementos soul en su música; y sobre todo el descomunal Gentlemen (1993), ya en la multinacional Elektra. Aunque publicados tras la estela del Nevermind, estos discos no podría estar más alejados del imperante sonido y estética grunge: soul electrificado e intensísimo, interpretado por unos tipos trajeados y peinados con la raya al lado. El Gentlemen fue el primer disco que me compré de estos fenómenos, y les aseguro que en mi corazón y en mi tierna mente de adolescente dejaron una quemadura indeleble, una herida que no ha dejado de supurar desde entonces. Este disco suena como un hierro candente hurgándote en las entrañas. Canciones como Debonair o My Curse son tan hermosas que hacen daño.

El disco no vendió lo esperado, así que los Whigs, desencantados tras ese par de años de trabajo intenso y creatividad desatada, se toman un descanso. El siguiente paso lo dan con Black Love (1996), una especie de disco conceptual sui generis, una suerte de película noir en forma de disco (la primera vocación de Dulli fue el cine, y se nota). Otro disco espléndido, grande, inspirado, que derrama clase desde cada surco (o desde cada bit). Y de nuevo vendió lo justito, lo cual no me extraña: no es esta una música que entre de primeras, demasiado áspera y asimétrica para la radiofórmulas, y siempre alejada de las corrientes dominantes. Siguieron viviendo en la segunda división de ventas y en la primera de la crítica, a pesar de hacer un cameo en la muy taquillera Beautiful Girls, donde se marcaban una versión de Barry White que quitaba el hipo.

En 1998 se agarran los machos, aparcan rencillas, y lo vuelven a intentar con “1965”, otro gran disco, quizás un pelín más comercial, más “pop” (nótense las comillas). Otro fracaso comercial.

No sé que moraleja extraer de esta historia. La verdad es que resulta un poco descorazonador, puesto así en Times New Roman, todo seguido. Moraleja creo que no, pero un punto de optimismo que se me ocurre, aunque suene cursi, es que pinchando discos como Gentlemen y Black Love, lo último en que uno puede pensar es en fracaso. Péguenle unas escuchas y ya me dirán.

Con este tercer capítulo doy por terminada esta serie. Me temo, eso sí, que se me ha quedado corta, así que tendrá algún que otro apéndice. De hecho, tendrá más apéndices que El señor de los anillos. Nos vemos.

sábado, 7 de agosto de 2010

jueves, 5 de agosto de 2010

:anglófilo

Me declaro anglófilo. Culpable.
Desde pequeño, todo lo que tenía que ver con esa cultura me resultaba raramente atrayente.
Todas esas series con gente con dientes desalineados, todos esos platos hechos a base de vísceras rellenas, todos esos estampados de cuadros escoceses, esas campiñas interminables, esos páramos desolados, esos fish and chips. Todo me atraía.
La primera vez que visité las islas británicas tuve la sensación de haber estado ya con anterioridad. ¿En una vida anterior? Yo no creo en esas zarandajas, pero sí que me sentí extrañamente at home.
Cuando nuestro buen amigo John nos coló en la cámara de los lores noté como si algo se cerrase en mi sesera, como si algo adquiriese de pronto sentido. Una puerta se cierra, un misterio se resuelve.
Algunos momentos cumbre de mi relación con la cultura británica:
Monty Python: ayudaron a configurar mi sentido del humor. De hecho, lo modificaron como un gen mutante que lo vuelve todo patas arriba a su paso. A su lado, los hermanos Marx parecen una fábrica norcoreana.

Los Kinks: para un servidor, EL grupo británico por excelencia. Me entusiasma sobre todo su etapa Pye, desde sus inicios con un salvaje Rithm & Blues hasta que redefinieron el pop inglés en la segunda mitad de los sesenta. Todo el mundo dice que las letras de Ray Davis eran la perfecta crónica social de la Inglaterra de la época, y como yo no lo viví, pues me lo creo y aquí lo repito. Sea como fuere, sacaron alguno de los mejores discos de la época, y un recopilatorio de sus singles puede hacerte llorar de felicidad envuelto en tu traje Merc. ¿Mi disco favorito? Ya que lo preguntáis: The Village Green Preservation Society. Un diez sobre diez.

Sir Tim O' Theo, el genial cómic del no menos genial Raf. Vale, no es inglés, pero captura, a base de parodia, la esencia británica, con lo que es más inglés que lo inglés.

Sherlock Holmes: es un tópico, lo siento, pero es lo que hay. Todo lo que tiene que ver con el genio de Baker Street me entusiasma (en mayor o menor grado: nada es comparable a las novelas y relatos originales de Sir Conan Doyle; es obvio pero obligado el decirlo). Me gustó la serie de animación de Miyazaki; me he tragado la película de Robert Downey jr. y hasta, ay Señor, la he disfrutado; me he leído libros sobre y acerca de Sherlock Holmes cuyos responsables poco o nada tenían que ver con Conan Doyle (por no tener, no tienen ni el mismo oficio: escritor), y le tengo unas ganas tremendas a la nueva serie de Steven Moffat que actualiza la figura del legendario detective bajo el sencillo pero bonito título de Sherlock.

Las novelas de James Herriot sobre sus experiencias como veterinario por la campiña inglesa. Como a miles de lectores, leer sus aventuras me despertó la vocación de veterinario. Por suerte alguna otra ficción me volvió a dormir y cuando desperté me conformé con leer sus aventuras de veterinario. Es mucho más límpio.

Mi último descubrimiento: P.G. Wodehouse. Maravilloso representante y cumbre del humor británico, ese concepto que tanta felicidad nos ha brindado. Creador, además, de algunos personajes memorables, inolvidables, como el mitiquérrimo ayudante de cámara (o sea, mayordomo) Jeeves, una suerte de mezcla entre Sherlock Holmes y el señor Lobo, ese tipo que salía en Pulp Fiction y que todo lo arreglaba. Desternillante llegar al final de cada desventura de su desventurado señor Bertie Wooster y descubrir como el bueno de Jeeves ha logrado desfacer el entuerto. Entuerto que siempre tiene que ver con apuestas y enamoramientos de su enfermizamente enamoradizo amigo Bingo Little.
Vale, esto se me está yendo de las manos. Hay productos ingleses como para parar un train, como las comedias de Rik Mayall y Adrian Edmondson, los libros de Roald Dahl (que no es británico de nacimiento, pero como si lo fuera), las comedias de la Ealing y, yo que sé, Oscar Wilde.
Es decir, un larguísimo etcétera.
Para hacerse una idea creo que les ha servido.
Afectuosamente:
T.