Si yo fuese famoso (Dios me libre), o me pillaran los de cualquier revista de tendencias por la calle y me preguntasen “¿Cuál es tu personaje de ficción favorito?”, respondería sin dudarlo “Sherlock Holmes”. Ya lo he comentado por aquí recientemente: desde que me leí los relatos y novelas originales de Conan Doyle ya no he podido sacarme el vicio. Y es un vicio complicado, porque uno se chuta nueve dosis de heroína de la buena, y debe pasarse el resto de su vida a base de metadona de dudosa calidad. Uno no puede fiarse de la mandanga que le pasan, ni siquiera conociendo al camello.
Sherlock Holmes es como esas grandes canciones, que admite diversos arreglos, incluso dispares, y sigue siendo reconocible. Sherlock Holmes puede ser vintage, puede ser manga, steam-punk, animal antropomorfizado y lo que uno quiera, que seguirá siendo Sherlock Holmes si se hace con talento.
Aquí les comento las dos últimas dosis que me he metido en vena, una clásica y otra recién cocinada. Empecemos por la clásica:
Novísimas aventuras de Sherlock Holmes, un tomito de los Breviarios de Rey Lear (originalmente incluido en el Libro del convalenciente), de Enrique Jardiel Poncela. En el prólogo Rafael Reig apunta un par de claves para entender esta libérrima revisión del detective de Baker Street (menudo trabajo para no estar repitiendo continuamente “Sherlock Holmes”) perpetrada por el autor de Eloísa está debajo de un almendro (ídem): Jardiel era enemigo de las tesis, y su concepción del mundo era cómica (palabras textuales suyas, o sea, de Jardiel: la realidad es cómica). Un tipo que se choteó de todo y que no se tomó en serio ni a sí mismo, mucho menos va a reverenciar con gravedad y espíritu revisionista a la principal creación de Conan Doyle. Es decir, Jardiel toma el personaje de Holmes y se lo lleva a su terreno: no pretende ser fiel a los relatos originales de Conan Doyle ni en el contenido (por ejemplo, Sherlock vive en Baker Street, pero en el número 57), ni en la forma. Mientras las narraciones del escocés eran juegos de lógica, las del madrileño son juegos de palabras, juegos formales en busca del absurdo. Conan Doyle buscaba una lógica ulterior, un orden del que las palabras eran una mera descripción; en los relatos de Jardiel no hay nada más allá del texto. Si el Sherlock Holmes de Conan Doyle se mueve en un mundo de raciocinio, de claridad meridiana, de actos que llevan a consecuencias a través de trayectorias que es posible observar, estudiar, medir, analizar... el detective de Poncela vive en un universo absurdo, un sinsentido a medio camino entre una película de los hermanos Marx y un caso de El Inspector O’Jal, donde las palabras tienen el mismo peso específico que un objeto material. Si todo texto es un intento de crear orden, si todo texto es un mapa, la obra de Jardiel es un mapa de sí mismo.
Jardiel se coloca a sí mismo como ayudante de Holmes, sustituyendo a Watson como comparsa y cronista de estos novísimos casos, unos disparates plagados de comparaciones desternillantes y frases agudas. Se nota que Jardiel conoce la obra de Conan Doyle, pero se sirve de sus elementos tópicos para crear chanza, no mímesis: la capacidad deductiva de Holmes llega a límites inhumanos (como inferir que alguien se llame Enrique porque lleve calcetines grises), y toca el violín y se inyecta morfina en los momentos, y en las partes del cuerpo, más insospechados.
Resumiendo: sin ser una de las recreaciones más interesantes de Holmes, y sin ser una de las grandes obras de Jardiel Poncela, se lee con agrado y se echa uno unas risas.
Ah, las ilustraciones que acompañan a los relatos, son del propio Poncela.
Caballo del bueno el que nos ofrecen los británicos de la BBC en la primera tanda de episodios (3 de hora y media) de Sherlock. La serie está creada por Steven Moffat y Mark Gatiss, que además escriben un episodio cada uno. Los ingleses sí que saben de la importancia del libreto, y así los nombres de los guionistas aparecen bien grandes, justo antes del título (donde los americanos suelen poner Tom Cruise, para entendernos). Estos escribanos son los principales artífices de la serie, y como a tales se les trata y reverencia (y espero que también se les pague).
De Moffat ya me he declarado también recientemente (creo que me repito) rendido admirador. Suyas son maravillas como Coupling (una especie de Friends a la inglesa, para entendernos, aunque es mucho, pero muchísimo más que eso), episodios memorables del Doctor Who, o la miniserie (¿o serie frustrada?) de Jekyll, donde Moffat ya recreaba y actualizaba a otro de los mitos literarios británicos (el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, claro está). Actualmente está escribiendo para Spielberg el guión de Tin-Tin, lo que me da un poco de esperanzas de que no sea un despropósito como el último Indiana Jones. Se verá.
Moffat escribe el primer episodio, A Study in Pink, una auténtica gozada de hora y media donde tenemos tiempo de ver como se conocen Holmes y Watson, y de internarnos en los meandros de un caso de asesino en serie (¿o de suicidas en serie?). Magistral, divertidísimo y un regalo para todos los fans de la creación originaria. Moffat y compañía respetan el mito, lo estiran pero no lo rompen (como sí hace Jardiel Poncela); lo actualizan situándolo en la actualidad, con lo que ello implica: no se esperen a un tipo con gabán y gorra de cazador fumando en pipa, pero sí a un misántropo obsesivo e indescriptiblemente inteligente que sólo abandona el sopor de la vida diaria cuando se implica en un caso criminal de gran complejidad.
Decir que los dos episodios restantes no bajan el listón (aunque no llegan a la genialidad del piloto, para mi gusto), y dejan la puerta abierta para una continuación por todo lo alto (ya confirmada).
4 detalles nimios que me vienen a vote pronto: debido a la prohibición de fumar en todas partes que se ha extendido en la actualidad, Holmes se ha vuelto adicto a los parches de nicotina, no a la morfina.
Todos creen que Holmes y Watson son pareja, por el hecho de ser dos tipos solteros que comparten piso (que malpensada es la gente).
Mark Gatiss, además de genial escritor y co-creador de la serie, es actor. Aquí da vida al hermanísimo Mycroft Holmes, un personaje que daría para un spin off la mar de apañado.
Atentos a Moriarty. Tarda en aparecer, pero cuando lo hace, da miedito.
Y eso es todo por hoy.
Saludos afectuosos:
T.
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