martes, 31 de agosto de 2010

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [76]


8 de Diciembre- Me he obligado a salir de casa. Suena a frase de señora mayor con problemas de depresión, una se esas señoras que toma pastillas para dormir y lo único que hacen en todo el día es tomar café con las amigas.
Salvo por la edad, el sexo y las amigas, yo soy esa señora mayor. Es triste, pero ni siquiera tengo alguien con quien tomar el café. Doy un paseo mirando escaparates, pensando en los regalos de Navidad que tendré que comprar en breve, y me meto en una cafetería cara.
Me gusta consumir en sitios caros que me puedo permitir, formar parte de una elite aunque sólo sea por unos minutos. Una cafetería cara, una pastelería cara... Pagar dos euros por un café por estar sentado junto a gente con un piso de trescientos metros cuadrados en el centro y un coche de ochenta mil euros.
La camarera es preciosa: una morenita muy muy delgada. No es mi tipo, definitivamente, pero me sonríe cálidamente al traerme el café y ya me tiene ganado aunque sé que esa sonrisa es parte de la compensación por los dos euros del café. Cuanto más caro es el café, más cercanos están a la esclavitud los que te lo sirven.
En la mesa de al lado, una señora que parece, y huele como, una gallina a medio desplumar, si bañases una gallina a medio desplumar en agua de colonia Cacharel, entretiene a toda la cafetería con un monólogo por teléfono móvil, un monólogo desbocado y salvaje, sin espacio para la réplica ni para respirar, como si los labios y la lengua de la señora fuesen los engranajes maestros de una máquina de movimiento perpetuo. Ignoro el contenido del monólogo con toda mi fuerza de voluntad, pero no puedo evitar enterarme del meollo del asunto, que se puede resumir en el axioma: ya nada es como antes. Ni los viejos de ahora son como los de antes, podría añadir yo. Me voy a por la prensa.
Los periódicos son los mismos que los de un bar barato, nada de esa dicotomía que uno podría esperar entre ricos y pobres, izquierda y derecha. No: los dos periódicos locales, dos deportivos y un par de nacionales. Me hojeo uno de los locales, donde pasan por encima de las noticias internacionales y dedican más espacio a curiosidades y sucesos.
Leo que una universidad de Suecia ha realizado un estudio que relaciona de manera directamente proporcional el consumo de chicle con la inteligencia. Según este estudio, las personas más inteligentes del mundo serían los adolescentes y los jugadores de la NBA, y eso no me cuadra. Paso, no sé por qué, a la sección de anuncios inmobiliarios. Aunque dan a entender que son anuncios de particulares, sólo hay dos teléfonos diferentes, de las dos agencias que copan el mercado.
Me da por pensar en los pisos de amigos donde he pasado algún tiempo, fíjate que tontería.
Viví unos días en casa de D, entre dos alquileres, mientras no encontraba dónde instalarme. Aunque él no paraba de repetirme que estaba encantado de tenerme en su casa, yo sólo podía pensar qué le parecería si me instalase allí indefinidamente. No le haría ni puta gracia. Entendí que entre el D encantado y el horrorizado, entre el comprensivo y el hastiado sólo había una cuestión de tiempo, y yo no podía dejar de pensar en que cada día me estaba acercando más a esa frontera invisible.
Con R fue mucho más sencillo: el día que entré en el baño y lo vi limpiándose el culo, decidí que mis días en su casa habían llegado a su fin. A pesar de que ignoramos el tema y nunca hablamos en voz alta sobre ello, como si la imagen de R limpiándose el culo fuese un cervatillo que había entrevisto de reojo desde el coche, un relámpago rojizo que no estás seguro de haber visto en realidad o soñado... la imagen estaba ahí, entre los dos.
Por la tarde el cielo se cubre de nubes negras. Parece un eclipse, parece una noche en mitad del día, así que aprovecho que mi mente está confusa e intento dormir un rato. Lo consigo a medias: duermo sólo con la mitad del cuerpo, o con la mitad del cerebro o lo que sea que uno use para dormir, como cuando te sientas sobre una nalga cuando tienes prisa por levantarte, o cuando te ríes con la mitad de la boca porque no te ha hecho gracia, o das un abrazo con un solo brazo porque no sientes demasiado afecto por esa persona.
Tengo otro sueño erótico: mi yo durmiente trata de compensar la abstinencia de mi yo insomne con polvos rápidos, aprovechando el poco tiempo que le concedo. Nota mental: tengo que masturbarme más. Más a menudo, quiero decir.
El sueño es confuso, un barullo de situaciones que deriva en mí intentando penetrar a una chica morena y delgada, trasunto de la camarera de la cafetería cara, aunque sólo puedo apreciar el parecido una vez despierto. Y digo que trato de penetrarla no porque tratara de violarla, sino porque su vagina rasurada parece encoger y estrecharse a ojos vista, hasta que hacen la penetración más complicada que metérsela a otra polla por el agujero del capullo. Una cosa muy muy frustrante, sobre todo porque en el mundo real me sobreviene una eyaculación incontrolable, aún apretándome la polla en el último milisegundo como una tubería que pierde. Otro calzoncillo acartonado: podría ser el título de mi autobiografía.
Peor aún, me siento culpable por serle infiel a Z. Infiel con otra camarera, para más inri, aunque ya no tenga ninguna relación con Z y el sexo haya sido soñado, inconcluso y frustrado. Un lío del que no me libro ni después de despertar, ni después de escribirlo y leerlo en voz alta y comprender que es un disparate.
Supongo que toda mi vida es ahora un disparate, y lo disparatado se ha convertido en norma y rasero.
Si cuentas los días que vivirás o el dinero que acabarás ganando y gastando, el tiempo y el dinero que pasará por tus manos, te das cuenta de lo limitado que eres. ¿Me queda tiempo para encontrar a alguien? ¿El número de parejas, como el de días y el dinero, será limitado?
A veces me gustaría tener el cuerpo de un atleta, pero después lo pienso y me digo: ¿para qué?, si en dos meses ya volvería a tener mi cuerpo. Estoy a dos meses del cuerpo de un atleta de elite; pero no dos meses de entrenamiento duro, sino dos meses de sofá y comida de mierda.

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