domingo, 19 de diciembre de 2010

:D.H. Lawrence, cap.1

Todavía no tengo claro a dónde me llevará esta serie, ni si tendrá demasiada continuidad... por ahora lo cuelgo aquí y en mi tumblr, a ver dónde encuentra su espacio natural.

jueves, 16 de diciembre de 2010

:vida, obra y muerte de Ricardo Expósito Luarca [1 de 2]

Ricardo Expósito Luarca era el menor de catorce hermanos. Su padre, Ismael Expósito Vidal, invidente de nacimiento, nunca reconoció a ninguno de sus hijos salvo a Olivia, la única chica, y sólo porque tenía la voz más aguda. Así que en su partida de nacimiento Ricardo figura como "Hijo de madre soltera".
Cuando Ricardo cumplió los 9 años, su padre adoptó a los 13 hijos varones, convirtiéndose en padre adoptivo de sus hijos carnales. Lo hizo, principalmente, para cobrar el subsidio por familia numerosa. De hecho, tenía tanta descendencia que a la mitad los adoptó como hijos suyos y de su cuñada: su prole daba para dos familias numerosas y para dos subsidios.
La cuñada les salió rana y se largó de un salto con los ahorros de dos años. Dos años después volvió aparantemente arrepentida y a los pocos días se volvió a largar con los ahorros de esos dos últimos años. Repitió la jugada en seis ocasiones hasta que Ismael se hartó, al mismo tiempo que comprendió que se había casado con la hermana equivocada, o mejor, que se había equivocado de cuñada.
La familia Expósito Luarca era tan humilde que para pasar hambre tenían que trabajar todos los hermanos. Ricardo empezó a trabajar a los once años como aprendiz de una carpintero, un tal Fernando, conocido como "El cojo" a pesar de ser manco, que a la sazón contaba con trece años, sin que ese detalle fuera óbice para que peinase un imponente y poblado mostacho negro como el azabache. Ricardo aprendió su oficio con celeridad, no por nada los niños asimilan los conceptos nuevos con más rapidez que los adultos.
Con doce años recién cumplidos, Ricardo montó su propio taller de carpintería y ebanistería, para el que contrató a un ayudante aprendiz, Carlos, de diez años y diez kilos de peso. En la práctica, se pasaban la mayor parte de la jornada laboral jugando a las canicas en el patio trasero del taller, con lo que el negocio acabó por resentirse y hubo que cerrarlo. Sin embargo, Ricardo y Carlos continuaron jugando a las canicas en el patio hasta que empezó la temporada de trompo.

Ricardo intentó suicidarse dos veces. La primera a los 17 años, tras leer "Vida, obra y muerte de los poetas románticos" de Hipólito Grande de la Hoz: se quiso pegar un tiro frente a un espejo, pero se confundió y le descerrajó el tiro al espejo. Su vida había sido tan miserable hasta ese momento que no notó ningún cambio de suerte en los siguientes siete años. Hay que tener algún golpe de fortuna de vez en cuando para ser supersticioso.
Se dedicó a la delincuencia juvenil hasta que tuvo edad para ponerse pantalones largos y decidió que, ya que pasaba media jornada en los juzgados, podía buscar un trabajo allí a jornada completa y sacar rendimiento a esas cuatro horas. Se dirigió al director de personal, Trajano Figuere Gómez (poeta simbolista en los fines de semana, con una vida azarosa y apasionante. Baste decir que murió a los 106 años, intentando atravesar el Istmo de las Radonas cargando con un bloque de 25 kilos de hielo). Había puestos disponibles, le dijo a Ricardo, pero Trajano, hobre de fuertes convicciones, y propensión a las dolencias renales, aunque no venga mucho a cuento, le dijo que tenía que empezar desde abajo: limpiando suelos. La paga no era gran cosa, así que comenzó a compaginar su carrera de limpiador con la de testigo falso, puesto para el que no le pidieron abales.
Como mientras limpiaba todo el mundo le miraba al mocho, nadie le reconodió en los primeros juicios, en los que tuvo la previsión de dejar el mocho en la puerta. Cuando empezó a resultar sospechosa su ubicuidad en escenas de delitos, por contagio se le trató a él mismo de delincuente, de la misma forma que un fumador pasivo puede desarrollar enfermedades propias de los fumadores activos. La cosa no tendría por que ir a más sino fuera porque Ricardo creyó que la expresión utilizada por el juez "conditio sine qua non" era una forma culta de poner en duda su hombría, y le partió la cara a la susocicha señoría antes de que los alguaciles pudieran detenerlo.
Pasó ocho meses en prisión por agresión, tiempo suficiente para conocer a una troup de ladrones especializados en obras de arte (especializados en robarlas, se entiende). Al salir libre tenía las suficientes recomendaciones como para entrar en una de estas cuadrillas, con la que estuvo planificando durante 10 meses el robo de un Juan Gris, pero no a robarlo, por lo que no se le podría acusar de ladrón de obras de arte.
Un día de lluvia y viento entró en una biblioteca. Había una vacante de buscador de libros descolocados, y aunque Ricardo no tenía nada claro en qué consistía el trabajo, aceptó. El bibliotecario jefe, un tipo con la verdad por delante y un bulto de grasa por detrás, justo sobre el homóplato derecho, siempre decía que, entre setecientos mil volúmenes, un libro fuera de su lugar era un libro perdido; pero la clase de objeto perdido más recóndito de todos: el que nadie sabe que se ha perdido. Tan perdidos que Ricardo ni se molestó en buscarlos.
En los 14 meses que estuvo en nómina de la biblioteca ni siquiera llegó a aprenderse el orden alfabético. De hecho, siempre creyó que la y griega era un tipo de llave inglesa. A pesar de que había ido cuatro años a la escuela, no había aprendido a leer ni a escribir, ni siquiera unas nociones básicas. No escribía, copiaba las letras en su cuaderno como si dibujase caras que veía por la calle, y nadie en su sano juicio se molestaría en memorizar todas las caras que ve, se decía. Ya con siete años, Ricardo tenía las cosas muy claras.

sábado, 11 de diciembre de 2010

:comer en Manhattan

Para comer en Manhattan hay donde elegir hasta aburrirse, dependiendo de la zona por donde te muevas, el dinero que te quieras gastar, el tipo de cocina que te apetezca... Aquí os reseño unos cuantos lugares donde nos paramos a comer, lugares que nos gustaron tanto como para recormendarlos a cualquier amigo. Los precios no son excesivos en ningún caso, oscilando el cubierto entre los 10 y los 20$ (al cambio en euros, son bastante económicos).

MoMA -11 West 53 Street. A parte de museo, por el (enorme e impresionante) edificio tienen repartidas algunas cafeterías y rincones de esparcimiento. Además, al menos, un par de restaurantes, uno con aspecto lujoso, y otro, en el que comimos nosotros, más bohemio.

El local está amueblado con mesas corridas (con perdón de la expresión) en donde te sientas en los huecos que encuentres, codo con codo con los demás comensales. El servicio es rápido y amable (esto último es una constante en New York) y la carta se compone de platos ligeros: ensaladas, tostas, pasta... Comida de autor, pero sin pretensiones y en un entorno inmejorable.

Lombardi's
- 32 Spring Street (Little Italy) Considerada la primera pizzeria de la ciudad. Las pizzas tienen un tamaño considerable (las de la foto son el tamaña "pequeño"), con lo que son ideales para compartir. Productos naturales, masa casera... una pizza muy rica. El ambiente es agradable, y el aspecto se aleja de los acabados de restaurante de cadena, pero tampoco es una tasca familiar.
Ojo con la propina, que en algunos locales no va incluída en la factura (como fue nuestro caso aquí), y según cómo les pilles el día, los camareros pueden ser muy poco comprensivos con según qué despistes.

Friend of a farmer- 77 Irving place. Este sítio es famoso por su brunch (esa comida que los americanos se inventaron entre el desayuno y el almuerzo, pero que no se parece en nada a nuestro vermú y aperitivo de toda la vida), aunque nosotros fuimos a media tarde: con el cambio horario ya no sabíamos si era un almuerzo tardío o una cena temprana; da igual, el local estaba lleno.
El sitio desprende encanto y autenticidad por los cuatro costados, con un comedor en el primer piso con chiminea y cestos de productos agrícolas en cada rincón. La comida, sencilla pero deliciosa, toda cocinada con productos naturales y ecológicos. Yo me pedí un sandwich de pollo con batatas fritas, y os aseguro que fue uno de los bocadillos más deliciosos que comí en mi vida. Y no he comido pocos.

Carnegie Deli
- 854 7th Avenue at 55th Street. Local famoso por su pastrami. Tiene un glamour decadente, como de superviviente de otra era más gloriosa, con las paredes completamente cubiertas de fotos de celebridades que se pasaron por allí a comer (bueno, celebridades que pueden variar desde Christopher Lee hasta el gobernador de Arkansas, que con todos mis respetos, lo conocerán en Arkansas adiós y gracias). Le preguntamos al camarero cuál era la persona más famosa que había comido allí, y el tipo nos debió de entender la más famosa de ese día, y nos dijo que dos horas antes había estado Jack Nicholson.
Los bocadillos de pastrami, como saltar en paracaídas, están bien como experiencia, pero como costumbre me parece un sinsentido. Como ninguna persona en sus cabales se puede terminar uno entero, te cobran tres dólares extra si pides uno para compartir entre dos. A eso se le llama previsión. Lo que te sobre, eso sí, te lo puedes llevar en una bolsita.
El cúlmen, el Everest del sandwich de pastrami es el Woody Allen (ver foto). Sospechamos que no se llama así porque Woody lo coma habitualmente, ni porque lo hiciera mundialmente famoso con su película Broadway Danny Rose. Es porque lleva el equivalente al peso de Woody Allen en pastrami. Sólo dos personas se lo han logrado terminar, según el camarero, y ninguna era Soon-Yi.

Ess-a-Bagel - 831 3rd Avenue /359 1st Avenue. Los bagels han sido una de mis perdiciones en este viaje. Son una especie de rosquillas de pan que te abren por la mitad y te las rellenan con algún producto, normalmente una convinación de untable con ahumado y verdura, como queso philadelphia con salmón y tomate, por ejemplo.

Este local es mítico, y se nota: la cola de gente caracolea a lo largo de todo el establecimiento, una clientela autóctona y veterana y unos dependientes más veteranos y resabiados que convirtieron el hecho de hacer el pedido en toda una experiencia. Entre tantas variedades de panes y rellenos, al final me decanté por lo más básico: pan normal calentado en la plancha, y (una generosa capa de) queso de untar. Eso sí, no tengo ni idea de por qué había pasas en mi pan. Si no quieres que te arrastre la marea humana, vete fuera de las horas punta (nosotros fuimos a la hora del desayuno).

Sylvia's
- 328 Lenox Avenue. Famoso restaurante del Harlem para comer la Soul Food (comida sureña hecha por negros). A la Sylvia debe de irle bien el negocio, porque ya posee tres locales adyacentes, así como sus propios productos en el mercado (sobre todo salsas). La base de la comida es bastante sencilla, buenas piezas de carne, sin más; el secreto está en el condimento, especiado y sabroso. Con cada plato, además, se incluyen dos guarniciones a elegir entre una buena docena.

No puedo decir si sabe a auténtica Soul Food, pero entre la clientela no había turistas (a escepción de nosotros), y sí muchos afroamericanos de la zona y un par de predicadores que parecían habituales, lo que me dio buena espina (sí, se que ya no te puedes fiar de estos indicativos. Antes se decía que donde hubiera camiones aparcados delante, es que se comía bien; pero un experto en el tema me dijo que donde hay camiones aparcados delante, es que hay un parking grande. Sin más).
Y sin más, yo también me despido. Buen provecho.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

:Películas clave del cine de animación, de Jordi Costa [1]

Me lo he pasado como un enano leyéndome "Películas clave del Cine de Animación", de Jordi Costa. Aunque se trata de un libro muy formulario, inscrito en una colección de "Películas clave" de una serie de géneros, el señor Costa pone toda su sabiduría y conocimientos (que son enciclopédicos), además de su capacidad de análisis y su prosa certera y amena, para confeccionar un tomo que contentará a los legos que quieran iniciarse en este fascinante submundo, y a los connoisseurs, que encontrarán aquí mucho grano y poca paja.
El autor traza unas líneas maestras para moverse con cierta soltura por este fascinante y heterogéneo mundo, y la información que aporta sobre cada obra se centra en lo esencial, en lo que la convierte en "clave". Porque esto no es un listado comentado de las mejores películas de animación, ni de las más bonitas ni las que le más gustaron a Jordi Costa; son las películas que han hecho evolucionar el arte de la animación por las vias que lo ha hecho, son las películas encrucijada. Con alguna trampa, eso sí, pero de eso hablaremos más tarde.
El libro se abre con un prólogo, bienintencionado pero vacuo, de Santiago Segura. Después el autor, en una declaración de intenciones, delimita el campo de su estudio: cine de animación narrativo. Esto deja fuera, en primer lugar, a toda la animación televisiva, en la que se están haciendo cosas muy interesantes, casi más que en el cine, en las últimas tres décadas; también deja fuera toda la animación experimental, abstracta o no narrativa, que conformaría un corpus paralelo al analizado por Costa, que daría para otro libro muy interesante. Una de las trampas que decíamos está en incluir largometrajes basados en series televisivas, que parecen más una excusa para hablar de personajes imponderables en esto de los dibujos animados, que no un reconocimiento al valor intrínseco del film. Vaya, que no creo que la película del Oso Yogui o la de los Simpsons sean realmente esenciales en la historia del cine, aunque sí lo sean sus creadores y sus series madre.

El meollo del asunto comienza con un órdago de campeonato: un resumen de la historia del medio en ocho páginas, en las que le da tiempo al señor Costa a moverse por todas las corrientes rectoras y a apuntar las claves principales para entender el grueso de su estudio, que es una concatenación de obras esenciales, glosadas por orden cronológico.
Al principio fue el cortometraje. Después, poco a poco, va ganando terreno el largo, y una figura clave parece infectarlo todo: Walt Disney. Independientemente de si uno comparte o no los ideales éticos y estéticos del estudio Disney, no cabe duda de que su sombra lo cubre todo, de que su influencia, por mímesis o por negación, está presente en buena parte del cine de animación de cualquier época y latitud. No se me ocurre ningún otro arte popular en donde una figura única haya condicionado tanto su desarrollo. Ni Griffith en el cine de carne y hueso, ni los Beatles en la música pop, ni Kirby en el comic-book americano...

Por último, Costa nos regala un breve pero enjundioso dosier con las figuras esenciales de la historia de la animación, donde el autor aprovecha para extenderse sobre estos cineastas y hablarnos de algunas de sus obras que, por falta de espacio, importancia o carisma, no están incluídas en la lista de las "peliculas clave", pero que bien merecen ser tenidas en cuenta.
No sé si ha quedado claro por mis palabras, pero este libro es una gozada. No podía ser menos: cuando en una obra se unen la lucidez con el sentido lúdico, es imposible dejar de disfrutar con su lectura, casi aunque no te interese el tema. Que no es el caso.
Un aliciente extra, en los tiempos que corren, es usar este libro como mapa para moverse por internet. Hace sólo una década, la mayoría de las obras indexadas por el señor Costa sólo podrías disfrutarlas en filmotecas o en casa de algún amigo fanático con una estantería y Visa bien provistas. Hoy, entre descargas y youtubes, puedes acceder a prácticamente todo lo aquí reseñado.
Y como hablar de animación no es ni la mitad de divertido que ver animación, termino este post con un par de enlaces, no sin antes enplazaros para una segunda parte en la que colgaré más cortos siguiendo las sabias indicaciones del maestro Costa. Al que, por supuesto, le dedico este post y el posterior.
Gertie, the Dinosaur (1914). Windsor McCay.



Windsor McCay, además de maestro del cómic, también fue uno de los pioneros del cine de animación. En esta su tercera película crea su obra maestra animada, en una pieza híbrida, con un prólogo de carne y hueso, en donde pone el listón muy alto a los que vendrán después. 100.000 dibujos hechos a mano, en busca de unos movimientos armoniosos y naturalistas. Pura magia, acrecentada por la convinación con las imágenes reales, como si estuviéramos atisbando un universo paralelo. Sin duda, una película "clave".

Steamboat Willie (1928) Ub Iwerks y Walt Disney.



Lo que el Cantor de Jazz supuso para le cine sonoro convencional, este corto lo hizo para el de animación. Aunque no es la primera película sonorasde dibujos, sí es la que mejor supo explotar las posibilidades del nuevo recurso: una maravilla en sincronización de audio e imagen, donde el audio no es un mero adorno, sino una parte fundamental en los gags.

lunes, 15 de noviembre de 2010

:stones in exile

La historia que nos cuenta Stephen Kijak en Stones in Exile ya la conocemos, pero no por ello deja de ser menos apasionante: la azarosas circunstancias que rodearon la grabación del clásico mayor de Mick, Keith y compañía: Exile on Main Street.
Tras el fallecimiento de Brian Jones en 1969 y su sustitución por el virtuoso y menos problemático Mick Taylor, los Stones entran en un período de gracia durante el que fabricarán su período clásico. Alejados del garage blues de sus inicios y tras un breve (y poco convincente) período psicodélico, se lanzan a mezclar todas sus influencias (música americana en todas sus vertientes) y plasmarlas en vinilo alcanzando la cima de la música rock. Discos como Let it Bleed o Sticky Fingers han sido igualados, pero nunca superados por ningún otro artista posterior.

Con las ventas acompañando a la excelencia artística (eran otros tiempos), con la máquina engrasada y bien conjugada, los problemas, por una vez, vienen de fuera: desde 1970 el fisco inglés les tiene echado el ojo y los está sangrando a impuestos, por lo que deciden, siguiendo el consejo del príncipe Rupert Lowenstein, asesor financiero del grupo, exiliarse a Francia. Se reparten por toda la geografía gala y se toman un impás hasta que toca el momento de ponerse manos a la obra y sacar un nuevo disco que les dé de comer. Como no encuentran un estudio de grabación que se adapte a sus exigencias, deciden montar uno en el sótano de la mansión que ha alquilado Keith Richards en la ciudad de Villefranche-sur-Mer, en la costa azul. Por no pasarse todo el día al volante, el resto del grupo acaba por instalarse en la mansión y dedicar el tiempo, entre otras hierbas, a grabar toda la música que les sale de la cabeza.
La casa, no podía ser de otra forma, se convierte en un caos, con el equipo técnico y la familia de todos los Stones pululando por allí, camellos entrando y saliendo, amigos que se pasan a saludar y se quedan unos meses... Keith, a la sazón dueño de la casa, se hace con las manijas de la banda y marca el tempo de grabación, moroso y laxo. Seis meses se tiran entre jam sessions de las que extraen hallazgos en forma de canciones que exploran las raices de sus gustos e influencias: no es casual que, al verse fuera de sus hogares, su música se enraice más que nunca para contrarrestar la morriña. Cuando todo a su alrededor se tambalea y se vuelve extraño, sólo les queda volver a su hogar común: la música. Lo que surge de los amplificadores es, debidamente tamizado y seleccionado, pura magia que suena a logro irrepetible, como las grabaciones sobre la marcha, a pelo, de sus admirados bluesmen.

El proceso, lejos de ser una balsa de aceite de concordia hippie, se ve puntuado por conflictos y problemas continuos que logran acabar con la paciencia del muy relajado Keith Richards. Primero se ve obligado a echar de la casa a su amigo del alma (y horma de su zapato) Gram Parsons, porque está intimando más de la cuenta con su esposa Anita Pallenberg; después un intruso entra en la casa mientras todos están colgados y se lleva ocho guitarras de su colección, y por último un incendio fortuíto atrae a las autoridades a la casa y, por miedo a que el alijo de drogas sobre el que están viviendo les traiga problemas legales, ponen pies en polvorosa y se largan a Los Angeles a terminar la grabación del disco. Allí sí, con un estudio profesional y menos lugar para el esparcimiento (y supongo que achuchados por la compañía para que saquen algo al mercado cuanto antes), pulen el disco y le dan su apariencia final.
El Exile on Main Street sale a la venta como disco doble en mayo de 1972. Pronto se convierte en un éxito de ventas (eran otros tiempos) a pesar de recibir unas críticas más bien tibias. No es hasta un tiempo después que será valorado en su justa medida, como uno de los compendios más inspirados de toda la historia del rock, convirtiéndose, además, en uno de sus paradigmas: un caos ordenado, un tren de mercancías (peligrosas) siempre a punto de descarrilar pero que, milagrosamente, se mantiene sobre las vías sin disminuir nunca la marcha. Muchos han sido los que han intentado recrear su sonido telúrico, sucio, orgánico y primigenio, con resultados a años luz del original porque, además de que el talento no siempre acompaña a las buenas intenciones, el caos siempre ha de ser real, nunca una impostura.

El documental de Stephen Kijak, decíamos, nos narra esta historia ya conocida, sirviéndose, eso sí, de documentos privilegiados: fotografías y grabaciones in situ, mientras todo estaba ocurriendo, complementadas con confesiones y declaraciones de los Stones y demás agentes del caos, recordando con nostalgia y desidia (no son incompatibles) aquellos meses de hace cuarenta años. Los peros son los mismos que los pros: es un producto salido de la factoría Stones, producido por ellos, por lo que sólo camina por los senderos que acrecientan la leyenda. No reniegan de ciertos excesos (sería ridículo, y contraproducente, a estas alturas), pero evita fijarse en los puntos oscuros, infidelidades o aportaciones foráneas al sonido de la banda. Se limita a sobreescribir, con letra hermosa pero muy convencional, sobre un texto que ya habíamos leído incontables veces, sin salirse del renglón en ningún momento. Y esa corrección es la que frena nuestro entusiasmo como espectadores: el peligro no puede escribirse con una caligrafía tan correcta.
Este documental es lo que es: un acompañamiento a la reedición de lujo del Exile on Main Street. Un documento menor sobre una obra mayor.

martes, 2 de noviembre de 2010

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [77]

9 de diciembre - Logro conciliar un poco el sueño por la noche, es un alivio. Son como cuatro horas, todo un logro; cuatro horas que otros considerarían perdidas pero que para mí son las mejor aprovechadas de los últimos meses. Me siento entre estúpido y eufórico, como si me acabase de acordar del truco para dormir. Sueño que hago una tortilla y se me olvida echarle sal.
Me levanto pletórico. Afuera llueve, pero todo parece brillar con una luz ambarina, como si un sol extra brillase en el cielo volviendo locas a las sombras y a los animales. Mientras me ducho, mientras desayuno, mientras veo la tele, me parece vivir en un universo paralelo casi igual al nuestro de siempre, como vivir en una película americana donde comen comida china en cajas de cartón y guardan los medicamentos en botes de plástico, justo al revés que aquí.
Me llama Damián. Necesita un pequeño préstamo. Le digo que cuánto necesita y me cuelga y a los dos minutos está en la puerta. Ciento veinte euros, pero me jura por la memoria de su madre que me los devuelve en cuatro días, cuando le hagan un ingreso pendiente. Yo le digo que su madre no está muerta, pero él me dice que vive en Coruña y se acuerda mucho de ella. Yo le digo que lo de jurar por la memoria de alguien no funciona así, pero sea como sea, le presto los ciento veinte euros y se queda a desayunar.
Me dice que me envidia: aquí instalado, independiente, el dueño de mi negocio y el rey de mi castillo o algo así. Yo le digo que no es para tanto. ¿Qué diferencia hay entre estar solo o estar con, por ejemplo, Z? Puedo escupir en el fregadero, puedo masturbarme cuando y donde quiera, puedo tirarme pedos, puedo estar un par de días extra sin ducharme, puedo ver porno a todas horas... Diferencias de higiene, básicamente, nada que haga temblar los pilares de mi existencia. Ante Damián asiento significativamente y me echo más café.
Cosas que he perdido con ella: utilizarla como excusa. Puedo seguir usándola, pero sólo ante extraños y con un cargo de conciencia que hace que no sea nada disfrutable. Por ejemplo, hoy me dolía un poco el culo y busqué en internet el nombre de alguna crema para aliviar las molestias y los picores anales y cuyo nombre no indicase de forma clara e inequívoca que su finalidad fuese el alivio de las molestias y picores anales, para no dar más información de la estrictamente necesaria a los de la cola de la farmacia; nada derivado del vocablo "hemorroide", principalmente. Encuentro una y voy a la farmacia. En confidencia le digo a la farmaceutica que es para mi chica, que está embarazada y tiene algunos dolores cuando va al baño. Es la forma más caballerosa y elegante que se me ocurre de decirlo, pero es una patraña, y aunque no existe ninguna "mi chica" embarazada, mi conciencia me mortifica como si existiese.
Otra cosa que echo de menos de vivir en compañía: la imprevisibilidad. Uno mismo es tan sumamente predecible que la única sorpresa que me puedo deparar es un pedo sonoro que parecía que iba a ser silencioso. Tampoco es que vivir con Z fuese como una película de Indiana Jones, pero se las ingeniaba para crear pequeños detalles que ayudaban a diferenciar unos días de otros. Me acuerdo de los mensajes en los plátanos, frases que escribía con la uña en la piel de los plátanos y que después se hacían visibles en color marrón, como tinta mágica. Ahora mismo sólo tengo un par de mandarinas mústias y un kiwi arrugado. Ahora mismo no tengo nada.
Todo esto se queda en nada (pero en nada-nada, no en una nada automortificante y autocomplaciente, no: NADA) frente a lo que me pasa hoy por la tarde. Estoy acostado en el sofá viendo la tele cuando me parece ver una sombra de reojo en la ventana del patio. Me incorporo y veo la cola de una gato desaparecer por un lateral, como si la ventana fuera un teatrillo de marionetas. Enmudezco la tele y oigo afuera un sonido quejumbroso con un origen difícil de precisar. ¿Un bebé llorando? ¿Un gato maullando? ¿Alguien afinando una gaita? Me decanto por lo del gato y salgo al patio un poco ilusionado. El sonido se oye a lo lejos, más allá de los setos, y ahora me parece más humano. Salgo a la huerta y subo por el sendero entre los restos de maiz sin segar (o como se diga en terminología agrícola) y las malas hierbas, que están tan crecidas que ya parecen malos árboles. Tomo nota mental de que algunas hierbas parecen de la familia de los opiáceos, una especie de amapolas con gigantismo. El sonido aumenta en intensidad y es inequívocamente humano: una especie de salmodia inarticulada, un lamento que acaba por romperle la voz al que lo emite, que se pone a llorar.
Salgo al camino principal y me encuentro caminando hacia mí con los brazos abiertos a mi vecino. Llora desonsoladamente, con la ropa completamente cubierta de tierra y los pantalones meados de arriba a abajo. [Continuará...]

jueves, 21 de octubre de 2010

:el director de fotografía de Ozu

Yasujirō Ozu es uno de los cineastas con una estética más personal y reconocible de la historia. Wenders, uno de sus discípulos, describe así su estilo: «Narra en función de la pura y simple representación de la realidad, rechazando las explicaciones psicológicas. Ozu explica las cosas muy sencillamente, mostrándolas.»
Esto, en la práctica, se explicita en una paulatina renuncia a los movimientos de cámara, hasta llegar al estatismo objetivo de sus obras de madurez. El punto de vista invisible era importante para su narración, como lo era en occidente para Howard Hawks o Roberto Rossellini. Si éstos colocaban la cámara a la altura de los ojos, para no causar un extrañamiento en la percepción del espectador que le hiciera consciente del artificio, Ozu opta por un encuadre bajo, el llamado “punto de vista desde el tatami”, al estar el tiro de cámara a la altura de un hipotético espectador arrodillado en un tatami. Es el famoso "plano Ozu".
Hay más elementos que Ozu repitió hasta la saciedad convirtiéndolos en firma personal: elementos de composición, utilización del fuera de campo, objetivos (practicamente sólo usaba el 50, por su visión "naturalista") o montaje; pero quedémonos con esta idea: planos fijos, cámara estática.
Tan fijo como sus planos era el grupo de colaboradores con el que le gustaba trabajar, como si necesitase un marco estable a su alrededor para que las cosas funcionasen y cobrasen vida. En su dilatada obra encontramos una y otra vez a los mismos actores (Tatsuo Saito, Setsuko Hara, Chisu Ryu, Machiko Kyo...) y al mismo equipo técnico: el guionista Kogo Noda, el montador Yoshiyasu Hamamada o el director de fotografía Yuharu Atsuta.

Después de que Ozu muera de cáncer en diciembre de 1963, los miembros de su grupo de colaboradores, obviamente, continuan sus carreras por su cuenta. Todos menos Yuharu Atsuta, su director de fotografía, que no vuelve a trabajar en ninguna película. Sólo una salvedad, en 1983, en una película homenaje a su maestro: Ikite wa mita keredo - Ozu Yasujirô den (The Life and Works of Yasujiro Ozu).
¿Pretendía con ello devolverle la fidelidad que el cineasta había demostrado con él, o después de trabajar con Ozu durante 25 años con la cámara fija, anclada a media altura, Atsuta se había quedado sin recursos?
Sabiendo esto, cada vez que veo un "plano Ozu" me envuelve una sensación mórbida, como si la cámara estuviese filmando un mausoleo, un monumento funerario erigido por su fiel director de fotografía, que se dejó la vida construyendo la obra de Ozu plano a plano, fotograma a fotograma.

martes, 19 de octubre de 2010

:two extremes: coda, redoble de tambor y traca final.

Decía hace un par de posts qué no entendía a qué tipo de persona podía escandalizar una película como A Serbian Film. Bueno, pues ya lo sé: a los contertulios de la tele. Los contertulios forman un gremio, o algo así, que de buenas a primeras me genera más antipatía que una convención de moteros tunos dragqueens. Ese servilismo al partido, ese opinar sobre todo a cualquier costa, esa demagogia... me superan.
Seguro que a todos nos ha pasado: estamos viendo la tele y unos contertúlios, por distender el ambiente, tratan algún tema ligero, cultural o así; y entonces, cuando se meten en terreno conocido por un servidor, se les ven las carencias y las metidas de pata son contínuas y de vergüenza ajena. Cómo hablen con el mismo rigor sobre política y economía (dos campos en los que yo, ni flores), es como para hacerles caso, oye.
Pues el otro día no tenían nada más interesante de qué hablar (no debía de haber liga y la crisis, por lo visto, se tomó una jornada de respiro) que de A Serbian Film. Les dejo aquí los 12 minutos y pico que dedicaron al tema. 12 minutos de despropósitos in crescendo, de barrabasadas por parte de ambos bandos, izquierda y derecha, y por parte de Concha García Campoy, que tan cauta se muestra en otras ocasiones pero en esta va directa a la yugular, desatada y con el machete entre los dientes.
Aquí se retratan todos como lo que son: una pandilla de retrógrados y de ignorantes. Se mean, de paso, en el código deontológico periodístico, profesión que desarrollan, al hablar, opinar, dictaminar y sentenciar sobre un tema que sólo conocen de oídas, porque, atención, NINGUNO ha visto la película de la que están hablando.
Ninguno es pacato (lo dicen ellos, no yo), y ninguno es partidario de la censura (también lo dicen ellos)... todos están en contra de censurar lo que ellos no consideran censurable. Lo que ellos no admiten, sí, debe ser censurado. Eso en mi pueblo se llama fascismo, y me da igual que el paisano sea de CNN Plus o de El País, son una pandilla de fascistas.
Les recomiendo encarecidamente estos 12 minutos y pico. A mí me han resultado más desasosegantes, más duros y me han metido más miedo en el cuerpo que A Serbian Film; por que ésta es una obra de ficción (que, además, ni se regodea ni glorifica precisamente las actitudes que tanto han escandalizado al respetable), y este debate es real.
Dijo Cronenberg en una ocasión que sólo los censores y los psicópatas confunden la realidad con la ficción. Las personas inteligentes, las personas con criterio, las personas con dos dedos de frente verán en A Serbian Film un cuento moral, una crónica sobre la actual desintegración del individuo y de la familia (con connotaciones políticas inevitables al ser de la nacionalidad que es, y que no por nada se subraya en el título); los demás, sólo verán (si se molestan en verla) una loa a la violación de fetos.
Jesús, menuda pandilla...

:Richard Kelly a través del agujero de gusano

Podemos elucubrar sobre cuál es la obra que hace que un artista se convierta en artista, y en el artista que es y no en otro; cuál es el fogonazo que ilumina la mente del joven artista en ciernes y le muestra, en un instante de lucidez, cual es el camino a seguir.
Los artistas no suelen airear estos datos, quizás porque puedan revelar más sobre ellos de lo que quisieran, quizás porque negarían la idea de genialidad innata que todavía heredamos del romanticismo. Las obras no nacen de la nada, y en nuestro mundo sobresaturado de ficciones y sistemas narrativos, lo más habitual es estar influído por otra obra que por "la vida". La vida, al final, y para la mayoría de la gente, es lo que rodea la pantalla de plasma: un marco.
Richard Kelly sí ha confesado cuál es la obra que puso en marcha su vocación, su deseo de convertirse en narrador audiovisual. La cosa resulta tan prosaica que tiene que ser verdad: el videoclip de Janie's Got A Gun de Aerosmith. El adolescente Kelly descubre con la emisión de este video en la MTV que uno puede contar una historia convinando imágenes y sonidos. Vale, algo que todos no sólo intuímos, sino que hasta damos por hecho (ahí está la historia del cine como prueba de la defensa); pero uno sólo tiende a ver lo que conoce, y el conocimiento se mueve por sendas misteriosas a las que la mayoría de los mortales no llega ni a acercarse (la mayoría viaja por autopista, un método mucho más rápido pero con peores vistas). El joven Kelly, decíamos, se queda boquiabierto con este videoclip de Aerosmith, tanto que necesita saber quién es el artífice detrás del invento. Como estamos hablando de una época pre-internet, donde el conocimiento todavía se almacenaba en departamentos estancos, al joven Kelly sólo se le ocurre llamar directamente a la MTV, en plan Gila, y preguntar por el dato. Tras pasar por diez contestadores automáticos, un tipo se digna en levantar el auricular y le dice que el video lo ha dirigido un tal David Fincher. Kelly toma doble nota: primero, del nombre del director, al que seguirá con interés en su paso al largo (Alien 3); y en segundo lugar, de que los directores, para ser valiosos, deben de tener una visión propia, y ser capaces de plasmarla en su obra. Bravo, Richard.

La estética del engendro, muy moderna en su momento (1989) y muy obsoleta vista hoy, sin duda ha influído en la obra de Kelly. Donni Darko, su maravillosa e imperecedera ópera prima, al estar ambientada precisamente en esa década, se convierte en un extraño artefacto estético, a medio camino entre la nostalgia y la recreación detallada, como un diorama sumergido en ámbar, con su belleza preservada para la eternidad, aunque inalcanzable. Es una obra que nació vieja, y por lo tanto nunca podrá envejecer.
La obra de Kelly debe de clasificarse en esa carpeta con la etiqueta de "Inclasificable". Su primera película hizo que se le emparentara, por vía paterna, con ese otro outsider llamado David Lynch. Y bueno, vale, algo hay. Encontramos en Donnie Darko parte de ese American Gothic que tanto ayudó a popularizar Lynch con obras como Blue Velvet o Twin Peaks. Algo huele a podrido en suburbia. Vale. También les une ese aire de chico sanote del medio-oeste, ese buen hijo de familia funcional (lo de "familia funcional" suena tan raro como "teléfono alámbrico", pero ambos existen, me consta). Ninguno de los dos da el perfil de artista atormentado y algo ido que uno se esperaría encontrar al ver su obra, y supongo que eso les hace aún más especiales: desconciertan doblemente.
Qué más... ah, también encontramos una estrategia común: oscurecer el relato, obviar las explicaciones. Esto hace que sus obras sean más ambiguas (algunos dirían herméticas, aunque yo creo que las pistas están ahí para quien quiera, y sepa, verlas), pero también más atractivas: la atracción del enigma, el placer del misterio.
Les diferencia, básicamente, su bagaje. Pertenecen a dos épocas culturales distintas. Lynch se crió con la primera televisión y con el cine clásico. Kelly se crió con la televisión de los 80, con la MTV y con el Hollywood post-clásico. Si la obra de Lynch parece el resultado de haber dejado pudrirse un par de películas de Hitchcock en un callejón durante unos meses, la obra de Kelly es el equivalente de hacer la misma jugada con una película de Spielberg y otra de Zemeckys. El hecho de criarse en una pequeña ciudad en la era pre-internet te deja pocas posibilidades culturales. Lo que echen por la tele y lo que encuentres en el videoclub, y es más sencillo encontrar obras de George Pan Cosmatos que de Roberto Rossellini. Así que son precisamente esos Spielberg, Zemeckys, Cameron, Scott y compañía los que fascinarán al joven Kelly, que era joven pero no tonto, y dentro de lo que había en el Blockbuster, pues sí, lo de estos tipos era de lo mejor.
Todas esas influencias las tamiza y las transforma en algo único: su reverso tenebroso y esquizofrénico, una extraña imagen especular. Volvemos a su revelación adolescente: un director ha de tener una visión propia y ser capaz de plasmarla. Un tipo con ese peinado y esas gafas sin montura parece poco proclibe a las imposturas. Lo suyo huele, suena y se ve real. Pero ahí donde lo ven, también tiene su lado místico: con el arte uno ha de tratar de alcanzar lo inalcanzable. Con esto ya me pierdo; a lo único que me remite esa frase es a que, quizás, y ojalá me equivoque, Richard Kelly nunca logrará alcanzar lo inalcanzable: la grandeza de su primera película. Donnie Darko es lo que Kelly entrevió a través del agujero de gusano que se abrió frente a él esa tarde de 1989 en que emitieron por primera vez Janie's Got A Gun.

jueves, 14 de octubre de 2010

lunes, 4 de octubre de 2010

:two extremes (conclusión)

Vale, reto superado. Ya me las he visto y aquí sigo, vivito, más o menos cuerdo y sin pérdidas de apetito (de hecho me acabo de comer tres croquetas así, a media mañana, sin venir a cuento, ala). Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos por partes, nunca mejor dicho.

A ver, recapitulo para despistados: hace una semana, más o menos, me autoimpuse el reto de verme dos películas recientes que la crítica considera lo más de lo más en violencia y repulsividad (el Word me subraya esta última palabra, pero tiene que existir por narices). Las películas son, por orden cronológico y de visionado, The Human Centipede y A Serbian Film. Les enlazo sus fichas en IMDB por si les pica la curiosidad, la mía ya está más que saciada.

Que se hable tanto de estas películas no quiere decir nada: creo y confío, por no decir que sé, que en un nivel inferior, en un verdadero underground, se fabrican y se distribuyen films mucho más extremos y difíciles de digerir por el público general, y que por tanto nunca llegaran a ese público general. Estas dos sí, en pocas salas y para interesados en el género, pero son películas para (casi) todos los públicos. Decir que The Human Centipede es la película más enferma de la historia es como decir que U2 son el mejor grupo de rock en activo: una gilipollez fruto de la ignorancia.

Primera parte de la sesión doble: The Human Centipede. Por si alguien no lo sabe, les haré una breve sinopsis: un cirujano con la cordura de baja indefinida está obsesionado con crear un ciempiés humano, para lo que secuestra a dos turistas americanas y a un japonés que pasaba por allí y los somete a una complicada operación quirúrgica para poner en línea sus cuerpos y empalmar sus sistemas digestivos (ver gráfico adjunto).

La película es básicamente eso. A ver, hay elementos del subgénero mad doctor (el doctor pirado, claro está), hay elementos del subgénero “turistas en país con locos peligrosos” (que tanto ayudó a poner de moda recientemente las dos partes de Hostel), y en cuanto a estructura, pues es un thriller bastante convencional, una peli de secuestro: que te pillo que te pillo, que te pillé, que te intentas escapar, que te vuelvo a pillar, etc. La única novedad está en lo del ciempiés humano de las narices. Y ahí radica lo inexplicable del asunto: no sólo en cómo se le ha podido ocurrir a alguien una idea tan bizarra y peregrina sino, sobre todo, en cómo ha conseguido convencer a tanta gente para llevarla a cabo. Y no estoy hablando del cirujano chiflado, que se lo curra él solo todo, sino al director de este artefacto. Porque no estamos hablando de una producción hecha entre amiguetes grabada con la cámara del móvil, no; esto es una producción bien acabada, con su fotografía bien medida, con actores de verdad y con su catering.

Se puede ver, aun teniendo el estómago delicado, porque el tono es, hasta cierto punto, ligeramente humorístico. Efectivamente, tomarse en serio esa premisa es complicado. Las interpretaciones son un poco de opereta; no se busca el realismo, y por tanto tampoco se obtienen reacciones reales por parte del espectador.

Gore, lo que se dice gore, tampoco es. Resulta más inquietante la escena en la que el mad doctor explica cómo va a ser la operación ayudándose de unos gráficos, que las escasas escenas con planos quirúrgicos.

Resumiendo: película más ligera de lo que el trailler o la sinopsis podrían hacer suponer, con detalles incluso divertidos (hay un par de planos que recuerdan a Canino, esa sí una gran película y verdaderamente inquietante) y que no llega a aburrir. El éxito ha debido de ser casi clamoroso, porque se avecina saga (bueno, ya por el subtítulo de First Sequence uno podía suponer que habría más partes).

Nivel en la escala Haneke de incomodidad: 3,5

Nivel en la escala Jörg Buttgereit de repugnancia: 3

Segunda parte: A Serbian Film. A esta le tenía, a priori, un poco más de miedo. Por el trailler y las fotos parecía una cosita más seria. Y lo es; me explico: se toma más en serio a sí misma.

Breve sinópsis para despistados: a un antiguo porn star serbio retirado (complicado ponerle tres adjetivos a un sustantivo) le hacen una propuesta para protagonizar una nueva película de corte artístico. Como los ahorros se le están acabando y tiene que mantener una familia, y además la pasta que le ofrecen es algo descomunal, decide aceptar, aunque con ciertas reticencias. La película se rueda en un orfanato abandonado, y el guión se le va dando sobre la marcha, con lo que el pobre se ve metido en situaciones imprevistas en tiempo real, como en la vida misma. Y las situaciones son, claro está, cada vez más desconcertantes y violentas.

El film serbio éste juega con la idea de esas películas clandestinas, esas snuff movies con violencia y muerte reales que las leyendas urbanas dan por ciertas y que sólo se mueven por círculos cerrados de millonarios perversos. Una idea muy atractiva, sí, por eso creemos que es real, como todas las leyendas urbanas.

Decíamos hace un par de párrafos que la película se toma en serio a sí misma, y por no llevarme la contraria voy a darme la razón: la película habla sobre la prisión que supone el deseo, habla sobre la inocencia y sobre la familia y demás cosas. Es decir: es una película con, horror, mensaje; y con, doble horror, carga moral. Y los implicados se encargan de que esto sea evidente, preñando el metraje de simbolismos más o menos evidentes, que restan realismo y pegada a la obra.

Es un film premeditadamente tremendista, exagerado, hiperbólico. Todo resulta opresivo, desde una fotografía cargada de fisicidad, hasta la música, una empanada de drones y crescendos bastante cargante.

¿Hay algo interesante? Bueno, el punto de partida es potente, pero después pierde fuelle y la historia tarda en ponerse en marcha. También resulta atractiva la idea de película dentro de película, pero tampoco le saben sacar todo el provecho. La estructura, con todo el tercer acto a modo de flashback, también tiene su punto. Todo el mundo marginal de organización secreta es, eso sí, retratado con bastante ligereza. Me quedo con 13 tzameti, una película imperfecta pero más pura y menos pretenciosa.

Y las famosas escenas repulsivas de las que se habla en los foros: pues bueno, hay un par de ellas, sí, es cierto. A nivel de explicitud son bastante elípticas, no se recrean demasiado; y a un nivel moral, pues podrían escandalizar a esa tía tuya que viste y habla como una monja pero que no es una monja. Yo soy bastante mojigato y tampoco me llevé las manos a la cabeza, así que no es para tanto. Y encima es un poco aburridilla.

Nivel en la escala Haneke de incomodidad: 3’5

Nivel en la escala Jörg Buttgereit de repugnancia: 3’5

O sea, y una vez más: don’t believe the hype!

sábado, 2 de octubre de 2010

:estructuras mestizas

Este título tan rimbombante sólo para decirles que me acabo de leer el primer tomo de Dungeon Quest y me ha gustado entre bastante y mucho.
¿Por qué entonces titular así el post, en lugar de "Me he leído el primer tomo de Dungeon Quest"? Pues porque su lectura me ha hecho reflexionar (o algo así) sobre su estructura narrativa.
La curiosidad de este cómic, así, de primeras, radica precisamente en su estructura, o mejor dicho, en el modo en que se estructura, que parece lo mismo pero no lo es: su estructura es la tradicional de viaje del héroe, una serie de aventuras y desventuras, encuentros y desencuentros, que van sumándose a la experiencia vital del protagonista y lo hacen madurar y evolucionar. Pero el modo en que se estructura este relato es novedoso, porque se apoya en el "progreso narrativo de un juego de rol" (cito la contraportada del cómic). Esto implica que incluso aparezcan la fichas de los personajes con sus habilidades cuantificadas y puestas al día tras cada contienda, imbricadas en el propio relato, sin hacer distinción: todo tiene el mismo grado de realidad. Esto podría ser un despropósito sino fuera porque Joe Daly, su autor, logra crear un tono único, un equilibrio milagroso entre lo paródico y lo desconcertante (algo así como el Charles Burns más ligero). Los enfrentamientos se suceden uno detrás de otro, entre los que se intercalan diálogos de una aparente profundidad y autoconsciencia que descolocan al lector. Una experiencia extraña, esta lectura.
Les remito de nuevo al título de este post para hablarles ahora de Scott Pilgrim, saga épico-romántico-cómica de Bryan Lee O’Malley (con adaptación en cine de próximo estreno). A simple vista, por formato y dibujo, uno aprecia una fuerte influencia del manga, pero cuando uno se enfrenta a su lectura (chispeante, vivificante, divertida), encuentra otra influencia inesperada: la de los videojuegos; concretamente los de enfrentamientos en un decorado estático, tipo Street Fighter (ay, que antiguo soy). La estructura en este caso no bebe tanto del referente extra-viñetil como Dungeon Quest, no es tan puro en ese sentido. Es una influencia subterránea: existen unos enemigos que, tarde o temprano, sabemos que irán apareciendo, y que cada uno es más peligroso que el anterior. El "pasar de pantalla" de toda la vida. Pero algo que no hay en el Street Fighter, y aquí sí, son las desventuras amorosas y el día a día del protagonista y sus adláteres, cuitas más próximas en tono a un shojo manga de tintes pop que al slice of life occidental (a pesar de que el autor es canadiense, un país muy dado a este subjénero).
Los dos cómics están hechos por tipos jóvenes (los dos de 1979, curiosamente), apenas treintañeros que se han criado con videojuegos y juegos de rol, y eso se plasma en su obra de forma completamente natural, sin imposturas. Es interesante constatar como el cómic, con todas sus convenciones, recursos y maniqueismos, acepta y absorve estas estructuras ajenas, y las adapta a su discurso. Esto no es nuevo, ha ocurrido siempre: el cómic (como todo arte moderno, o postmoderno) se ha visto influído por la literatura, por las artes plásticas, por la música pop, por el cine, por el arte de vanguardia, por la animación, por la televisión o, si me apuran, hasta por la aquitectura (pienso en la obra de Chris Ware, por ejemplo). Si en generaciones anteriores podíamos encontrar influencias del mundo del rock o de las sit-coms, no resulta extraño, sino más bien natural, encontrarnos ahora con estos referentes.
Y el cómic tan tranquilo, a lo suyo, absorviendo todos estos recursos y estrategias, mostrando una flexibilidad y vitalidad que para sí quisieran otros campos artísticos más "elevados".
¿Qué será lo próximo? Ni idea, si lo supuese estaría en ello, no escribiendo esta tontería; pero si tuviese que apostar, quizás me decantaría por las redes sociales, con su interactividad y su estructura no lineal. Temáticamente ya lo último de Peter Bagge, Other lives, se acerca a ese mundo, haciendo hincapié en la dualidad vida real/vida virtual. Y en cuanto a estructuras no lineales, Chris Ware ya lleva años experimentando con estructuras en árbol o superpuestas, aunque me temo que en su caso no es una influencia del tuiter precisamente.
El reto, supongo, está en mezclar todos estos referentes y conseguir que el resultado siga siendo cómic y no otra cosa. Seguiremos atentos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

domingo, 26 de septiembre de 2010

:two extremes

Desde que el cine es cine siempre ha existido la figura de la película maldita (una aproximación interesante es la aportación de John Carpenter a la serie televisiva Masters of Horror, titulada Cigarrete Burns). Películas snuff, películas enfermas, películas prohibidas, películas descarnadamente explícitas sólo para conocedores, para iniciados, para connoisseurs, para sibaritas y degustadores del dolor y del mal. Películas proscritas que se pasan de mano en mano, en copias clandestinas que nunca salen de círculos íntimos.
Dentro del cine comercial, ese que se estrena en salas de cine, también existe la figura de la película maldita. La publicidad es la que crea ese malditismo, y para ello suele valerse de unos cuantos recursos.
Hace tiempo se informaba, abierta o veladamente, de que la película en cuestión incluía imágenes de violencia real (el ejemplo más paradigmático quizás siga siendo Holocausto Caníbal). Como el público se ha vuelto muy descreído con el paso del tiempo (sabemos que la violencia y muerte real se reservan para los noticiarios), pronto estas estrategias se volvieron
un poco naïf y se optó por aportar "datos" más difíciles de refutar.
Así nos encontramos con las "películas con rodaje maldito", con múltiples y variados ejemplos, desde Poltergeist a El Mago de Oz, pasando por Tres Hombres y un bebé (la escena del niño fantasma ya forma parte del folklore del siglo XX).


Pero quizás estas promociones, aunque rentables, no sean buscadas expresamente; de hecho, muchas leyendas son a posteriori.
Nos interesa más un tercer tipo de estrategia publicitaria: la que incide en las reacciones del público.
Ahora que no nos creemos nada de lo que aparece en la pantalla (sabemos que es ficción), ahora que no nos creemos nada de lo que dicen los críticos (sabemos que están contratados), sólo nos queda creer en las personas. El boca a boca (o boca a oreja, nunca he sabido cuál es la fórmula correcta) es el último reducto de credibilidad porque, aparentemente, es la única
información no interesada que queda.
La publicidad imita esa estrategia para simular que no es publicidad. Estas campañas parecen limitarse a notas de prensa en las que se hacen eco de los desmayos y vómitos en la platea, de las desbandadas en masa, de las protestas a la entrada de los cines. Recordemos la publicidad de una película como el primer REC, que no incluía ni una sola imagen de la película, sino las reacciones del público grabadas, supuestamente, con cámara oculta.
Este malditismo se fragua en los festivales del ramo, lugar donde se inician las carreras comerciales de este tipo de films.
La cosa comienza con advertencias del stuff del festival, que se prestan al juego (comentarios tipo "incluye un par de escenas difíciles de soportar" o "hasta yo he tenido que apartar la vista en más de una ocasión"), y la pelota es recogida por la prensa, encantada de que le den el trabajo hecho: se limitan a escribir los titulares según le son dictados, y a vender revistas.


Pases de medianoche, el equivalente legal y sindicado de los pases clandestinos, un par de reacciones exageradas del personal, nuevamente captadas por la atenta prensa... y ya está servida la leyenda, una bola de nieve imposible de parar.
Estas películas malditas con carrera comercial son como las canciones del verano: cada año hay una. Y te la encuentras por todas partes, sino en cada terraza de chiringuito, si al menos en cada comentario de cada foro.
Servidor, que es de estómago sensible, ha decidido realizar el experimento de ver las películas "malditas" de las dos últimas temporadas, Human Centipede y A Serbian Film. Las películas de las que todo el mundo ha hablado y habla, las películas que más ríos de tinta y vómito han hecho correr estos dos últimos cursos. Un par de chorraditas, me imagino, para almas curtidas a base de gore extremo austríaco o sado-porno filipino, pero un buen reto para una florecilla como yo que se hace caquita con Cazafantasmas II.
Pero, ¿serán para tanto? Esa es la incógnita que voy a tratar de resolver, para ahorrarles a ustedes tiempo. La responderé objetivamente, dejando a un lado leyendas, misticismos y chorradas extracinematográficas. Me las veré, eso sí, en dos días distintos y por la mañana (soy un cagueta, insisto), y en breve les contaré. Permanezcan atentos a esta sintonía. Glups.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

lunes, 20 de septiembre de 2010

domingo, 19 de septiembre de 2010

:initials B.B.

Llevo unos días intentando, aunque sé que infructuosamente, ponerme al día con mis lecturas viñeteras. Y digo que infructuosamente porque los tomos (ahora los tebeos vienen en tomos, supongo que se habrán dado cuenta) se acumulan en las estanterías de casa como las denuncias a Telefónica en la Oficina del Consumidor: por cientos. Y en segundo lugar, porque al dedicar tiempo al pasado, uno descuida el presente; ergo, seguimos en las mismas.

Bendita maldición, por otro lado. En el estrato geológico perteneciente al año pasado, me encontré con dos tomos de dos series que sigo religiosamente: Powers y Criminal. El azar ha hecho que compartieran estantería tapa con tapa, y ahora me los he ventilado como dos platos de un mismo banquete.

Bendis y Brubaker, guionistas respectivos de estas dos series, comparten una serie de características, a parte de una amistad: ambos empezaron su carrera en el cómic alternativo (comprensible: pocos artistas dan sus primeros pasos en una de las majors), y en el género negro. Esto último ya no es tan habitual en el mundo del cómic, con lo que Bendis y Brubaker eran dos excepciones, dos pájaros difíciles de catalogar.

Ambos dieron el salto a las ligas mayores, con lo que tuvieron que adaptarse al género predominante y hegemónico: los superhéroes. Primero les dieron series híbridas, a medio camino entre las capas y coscorrones y el género policíaco, que ya habían demostrado que dominaban. Se ocupan de los iconos de Marvel y DC más noir: Daredevil y Batman, o al menos de sus entornos. Después de dar probadas muestras de solvencia, y resumiendo, ya les dan carta blanca y les dejan ocuparse de las series que deseen. Son guionistas hot, de esos que reverdecen laureles de series ya agotadas, que resucitan franquicias de las cenizas y salen en los telediarios por haberse atrevido a matar al superhéroe de turno. Al menos durante unos meses.

Lo de Bendis ya es de libro Guiness: da la sensación de ocuparse de prácticamente la totalidad de las colecciones Marvel del momento. El tío es una franquicia en sí mismo. Tanta producción hace, inevitablemente, que el resultado sea irregular. Pero parece que se guarda sus mejores bazas, sus mejores ideas, para las creaciones más personales. Verbigracia: Powers. A falta de leer los 3 ó 4 últimos arcos argumentales publicados en España (este tipo parece escribir más rápido de lo que yo leo), la media es notable.

Para el que no lo sepa, Powers narra las aventuras de un par de policías sin superpoderes en un mundo donde existen los tipos con superpoderes. La premisa no es demasiado original, pero su desarrollo sí, valiéndose del extraordinario dibujo de Mike Oeming, una especie de versión oscura de los cartoons de Bruce Timm, que le da un aire muy particular a la serie. La sempiterna verborrea de Bendis aquí no sobra, y el resultado parece la traslación al papel de una película de animación muy extraña, muy enferma, y rematadamente buena.

Brubaker, por el contrario, es famoso por su regularidad: no suele decepcionar, aunque algunos le acusen de tampoco deslumbrar. A mi modo de ver, algunas de sus obras (Gotham Central, fases de su Capitán América, Criminal…) sí alcanzan el sobresaliente… al menos dentro de lo que son: cómics comerciales de superhéroes.

Criminal es, como Powers en el caso de Bendis, una creación personal. En ella Brubaker no trabaja con franquicias ni con personajes ajenos, y quizás eso se note en un mayor cariño hacia la serie (aunque repito, Brubaker no suele entregar guiones “flojos”). El título se compone de historias autoconclusivas (aunque algún personaje pueda resurgir esporádicamente), arcos argumentales a modo de novelas policíacas. Como en Powers, aquí el guionista tiene la suerte de contar con la exquisita labor de un dibujante que se encarga de toda la serie y le da unidad de tono y de estilo. Le da una voz al guionista. Criminal está dibujada por Sean Phillips, un dibujante de estilo preciso, entre realista y expresivo, ideal para el mundo sucio, corrupto y condenado que retrata Brubaker.

Si nos centramos en el cuarto tomo, Mala noche, que me acabo de leer, nos encontramos con una trama asfixiante en la que un pobre perdedor (ese tipo de personajes que tan bien interpreta William H. Macy) se ve inmerso en un embolado aparentemente sin comérselo ni bebérselo. Por supuesto, nada es lo que parece, y las venganzas surgen de otras venganzas, y hay una mujer fatal, y un policía corrupto, y pasados oscuros, y hasta ahí puedo leer. Mala noche, como su nombre indica, está a medio camino entre la vigilia y el sueño, entre la realidad y la fantasía (algo que parece estar convirtiéndose en el zeitgeist de este cambio de milenio), en esa tierra de nadie que habitan los insomnes.

Ah, y el protagonista es un dibujante de cómics, lo cual, además de molar mucho porque sí, les da juego a los autores a ponerse referenciales.

Es un delito perderse estas series (tenía que decirlo o explotaba). Un saludo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

:el butano


Me tengo que hacer eco (tiene narices la expresión) de la reciente aparición de la revista (o algo) online El butano popular. En ella aparecen los popes de la Mondo Brutto más allegados, simpatizantes y, en general, mucha gente con criterio. Nombres como Mike Ibáñez, Miguel Noguera, Grace Morales, Raúl Minchinela, Nacho Vigalondo, Santiago Lorenzo, el Sr. Ausente, Rubén Lardín, Antonio Trashorras y un largo etc. Ahí es nada.
Sin haberlo leído todo (aún), se lo recomiendo sin paliativos.

:historia de amor (atormentado)

Esta es la historia de dos artistas jóvenes, talentosos pero, ay, un poco atormentados por sus cosas de artista, un poco de ir vestidos de negro.

Un día se conocieron y, como se admiraban mutuamente, llegaron a trabajar juntos.


La cosa fue a más, y hubo turrón.

Y más turrón.

Pero, como además de atormentados y eso, tenían unas agendas muy apretadas, se fueron distanciando.

Y al final ya sólo se hablaban por camiseta.

Así que rompieron, de forma atormentada... y él se fue quedando calvo y se dejó bigote.

Y ella aprendió a tocar el piano.

FIN.