miércoles, 26 de septiembre de 2012

:memorias (desordenadas) de un lector de tebeos [4]


Tardé unos años en tener otro Cimoc en mi poder, y éste lo tuve que pagar.  Fue en una tienda de segunda mano (eso explica la doblez de la portada; yo soy más cuidadoso con mis posesiones) que por aquel entonces (sobre 1992) frecuentaba porque había bastante movimiento de tebeos. 
Ya estaba un poco harto de los superhéroes, pero a diferencia de otros amigos míos que tras abandonar a los tipos de los pijamas abandonaban también los comics, yo comprendí que el medio me podía ofrecer más cosas que batallas épicas y hostias como panes.  No creáis que era un visionario: en el momento no lo entendí como una cuestión de madurez o falta de ella, simplemente había ido tanteando otras posibilidades y me estaban resultando más atractivas y estimulantes que los superhéroes.  No es que éstos me pareciesen infantiles o inmaduros o impropios de mi edad, simplemente me resultaban aburridos.  No sé si fue una cuestión personal mía, que estaba entrando en mi adolescencia plena, o fue una crisis de los propios tebeos de superhéroes, ya que aún ahora le echo un vistazo a lo que se producía por aquel entonces (la era plena del grim and gritty) y me sigue pareciendo aburridísimo.
Bueno, fuese como fuese y por lo que fuese, desde hacía un tiempo estaba echando vistazos en las pilas y estanterías dedicadas a otros tipos de cómic.  Comics más “adultos”.  Un nuevo mundo, qué duda cabe.  Sé que hay gente a la que le pone nerviosa meterse en un nuevo medio, donde de pronto todo es desconocido y no sabes como asimilar toda la información, todas las referencias estéticas novedosas, no sabes dónde situar en tu mapa mental tantos descubrimientos.  A mí me encanta.  Me encanta esa primera etapa en que todo parece nuevo, en que todo te gusta por el simple hecho de que te sorprende (después se irá formando el criterio y retroactivamente descubrirás que te has tragado mucha mierda).  Me pasó cuando me metí en el cine francés, o en el free-jazz, o en el manga, o en el rock psicodélico, o en el cómic alternativo, o en el krautrock… Hay un período de enamoramiento en que la razón queda aplazada y sólo funcionas a base de sentimientos e impulsos.  Es un período de mucha inversión (de tiempo y de dinero), pero muy gratificante. 
No puedo concretar cuando me metí en serio en el cómic “adulto” porque todo esto funciona, ya lo sabéis, de forma paulatina.  Pero sin duda la adquisición del Cimoc nº134 fue un paso importante. 


¿Por qué me compré este número en concreto y no otros de los que había visto desde que ya conocía la revista?  Supongo, porque no lo recuerdo, que ya venía rumiando la idea de comprarme un Cimoc desde hacía tiempo, sin atreverme a pedirle una primera cita.  Razones para echarse para atrás:
el precio, un asunto nada baladí cuando se es un crío con semanada.  Las 450 pesetas que marca en portada me daban por entonces para tres tebeos de Forum.
Los continuarás: echabas un vistazo al interior y comprobabas que la mitad de las historias eran capítulos de historias mayores, con lo cual la mitad de la lectura sería, en el mejor de los casos, incompleta, y en el peor, pura paja.
Miedo a la Traición a tu clan y Pérdida de la Inocencia (o algo así): los coleccionistas de tebeos (¿o todos?) somos muy sectarios, y es complicado salirse de los límites autoimpuestos.  Cuando comprendes la gran variedad que existe, es fácil asustarse y centrarse en una parcela concreta que dominas.  Da tranquilidad (emocional y económica), y te ayuda a integrarte en un grupo (abstracto) y por tanto a sentirte menos solo con tu afición de pobre tipo solitario (de ahí esos famosos correos de los lectores).  Cuando tienes trece años y te reconoces como un marvel-zombie, el sólo hecho de plantearte comprar un cómic de DC supone una lucha interna de índole moral que sólo puede acarrearte cargos de conciencia, a menos que uno se deje de tonterías.  El pasar de los superhéroes al cómic “adulto” suma además la sensación de “fin de etapa”, que da un poco de miedito.   
¿Por qué (repito) este Cimoc sí y otros no?  Aventurando: pues porque al ser de segunda mano era más barato (en lápiz, en la contraportada, pone 250 pesetas), porque el balance entre historias autoconclusivas y con continuará era favorable a las primeras, porque salía la nueva obra de Frank Miller y eso suponía un puente con los superhéroes, y porque ya iba tocando, supongo. 
El caso es que me lo compré, y ahora echémosle un vistazo (prometo que no dedicaré un capítulo de estas “memorias” a cada uno de los Cimoc que tengo).
Otra espantosa portada de Luis Royo (no sé si ha quedado claro, pero este estilo no es lo mío) con señora enseñando teta y lo que no es teta, con la peregrina excusa de la fantasía y la ciencia ficción.

El principio de Trazo de tiza, la obra cumbre de Miguelanxo Prado.  Aunque ya conocía a Miguelanxo de alguna historieta en viejos Zona 84, esto era diferente, esto era “otra cosa”.  La técnica, la temática, el color, el ritmo, el paisaje… todo eclosiona aquí de una manera magistral para conformar ese Miguelanxo que deslumbró a medio mundo, y de cuyos réditos, no nos engañemos, sigue viviendo.  Y leyéndolo me embargaba un orgullo patrio, al sentir que era un cómic eminentemente gallego: a excepción del idioma, todo en esas viñetas respiraba aire gallego.  Simplificando mucho, era el equivalente en cómic de esa literatura gallega llena de soledad, morriña y océano atlántico.  Miguelanxo, escapando del tópico, crea una historia llena de tensión y suspense, con unos elementos dramáticos mínimos, una escenografía premeditadamente reducida, y una carga poética que, sin eludir la metáfora, no cae en el sonrojo ni en la vergüenza ajena (el llamado Síndrome Médem). 
Una de las viñetas mostraba claramente (una vez has leído la historia completa) que la historia es más compleja de lo que parece, con una isla-cinta de moebius que anticipa a la isla de Lost.  Yo me di cuenta del detalle y, creyéndome más listo que nadie, incluso le mandé una carta al correo de la revista contándoselo.  La contestación, unos números después, fue uno de los momentos cumbres de mi historia como aficionado por aquellos tiempos.  Venían a decirme que, efectivamente, Trazo de Tiza era más complejo de lo que parecía a simple vista, y que tenía muchas lecturas.  Pues eso.

La otra historia gancho de este número era el primer capítulo del Sin City de Miller.  Era otro de los pocos autores que conocía, y que aquí, como Prado, mostraba una cara muy distinta de la habitual.  Visto ahora, este Sin City parece autoparódico, pero en su momento a mí me pareció superintenso, tía.  Con esos diálogos tan hard boiled, con esa iluminación tan contrastada.  Todo muy serie-b.  El blanco y negro parecía alejar a Miller de su etapa mainstream superheroica, pero visto ahora, no me parece, gráficamente hablando, muy distante de su Ronin o su Elektra Lives Again.  Me gustaba, y me sigue gustando, su mezcla entre línea fina y masa de negro, su narrativa vehemente y su falta de pudor. 
En las antípodas de Miller está Vicente Segrelles, que en este Cimoc presentaba una historia autoconclusiva de ambientación histórica.  Segrelles es un autor bastante denostado en ciertos círculos, pero como nunca he sido lector habitual de su Mercenario, su obra más conocida, pues tampoco me acerco a esta historia con ningún prejuicio.  Recuerdo que en su momento me gustó: es una historia clásica de aventuras, de tintes realistas y cuidada ambientación.  Vale, visto ahora la falta de garra es evidente, y cromáticamente es bastante monótona (nada que ver con la sutileza de Prado).  Segrelles, al no usar aquí su célebre técnica al óleo, tampoco es tan estático como en otros casos, y he de reconocer que me gusta como dibuja el mar.  Y ya.
Otro autor que conocía de mis días de superhéroes, vino y rosas era Brian Bolland, que aquí se destapaba con su Mr. Mamoulian como un autor cómico muy personal y efectivo.  La historia de este número me parece especialmente buena, y no sé por qué me viene de vez en cuando a la mente.  


¿Alguna cosita más? Una bonita historia de Cabanes con acabado de acuarela que me confirmaba que era un autor a seguir; y otra de Mattotti, que en su momento no entendí del todo, pero que me pareció de una fuerza visual insultante, y que todavía hoy, con mucho más bagaje que entonces, me lo sigue pareciendo.
 El invento me convenció lo suficiente como para ir al quiosco a comprarme el Cimoc de ese mes, concretamente el 139.  Y desde ese, todos los que le siguieron hasta el traumático final, más los que se me habían quedado entre medias, más muchos de los anteriores… Ay, señor, cuánto vicio… [continuará]

martes, 25 de septiembre de 2012

:D.H. Lawrence parte 5


Bueno, here we go again.  Tengo la sensación de que las entregas de las desopilantes aventuras del insigne escritor D.H. Lawrence se están espaciando cada vez más, pero no por ello están ganando en profundidad, reflexión ni calidad.  Como un universo en expansión, los fragmentos cada vez están más separados y tibios.  Pero, ah, quizás no nos estemos dirigiendo hacia un inevitable Big Crunch tebeístico, quizá la Teoría de cuerdas también se pueda aplicar a esta modesta serie de viñetas y un universo paralelo vibre en sincronía con este y una miríada de aventuras estén por inundar nuestras retinas y sinapsis neuronales.  No sé, llamadme loco, llamadme ingenuo, llamadme como queráis; pero tengo un sueño, y en ese sueño todos los hombres vivirán en paz y en armonía con sus semejantes, y juntos crearán una nueva era dorada donde reinará la paz, la comprensión y los finlandeses.  Claro que en ese sueño también salía el rubio de los Pecos como diputado de UPyD y hacía ouija en el Congreso y lograba hablar con Eric Roberts, que ni siquiera está muerto, que yo sepa.  Así que no me hagais mucho caso.
En resumen: aquí van 25 chorraditas encapsuladas para vuestro solaz y entretenimiento.  Y como la mayoría de las mejores cosas de la vida, al principio son gratis.  Un saludo desde Providence.