Aunque los C.D.’s se desarrollaron como producto en los ochenta, tardaron en encontrar su idiosincrasia como soporte musical. En cuanto a sonido, los puristas del ídem acusaban a los posavasos de tener un sonido más plano que el vinilo, menos vibrante, que si fallaba en los agudos, que si sonaba a lata, que si bla, bla, bla. Es cierto que si uno escucha C.D.’s prensados en los ochenta el espectro sonoro es limitadillo, al ser una mera traslación digital del original analógico.
Lo dicho, tardan en cogerle el puntillo hasta los noventa, era dorada del C.D. Aquí también parecen darse cuenta de otra cosa: así como los vinilos tenían una duración máxima de cuarenta y pico minutos, los C.D.’s pueden llegar a los 80. Pero como los artistas tampoco dan como para sacar hora y media de música genial cada año (ni cada dos), nos encontramos con que los discos siguen durando ese estándar de cuarenta/cincuenta minutos, desaprovechando una buena media horilla de espacio digital virgen en el C.D.
Como resultado de lo cual, en cierto momento de los noventa, se puso de moda incluir en ese espacio baldío un guiño, una sorpresa, una canción oculta: un hidden track.
Si tiramos de wikipedia nos dice que esto ya viene de antiguo, de los Beatles, para variar. Vale, pero aquí no estamos hablando de ramalazos de inspiración, ni de genialidad, ni de excepciones.
Hablamos de extraños fenómenos pop.
Y el extraño fenómeno pop ocurrió hacia mediados de los noventa, y consistió en que, de pronto, prácticamente todos los cedeses que te comprabas tenían una dichosa hidden track.
Como el puro en la boda, como ese churro raquítico que te regala la churrera a mallores... esos hidden tracks solían ser una birria y te dejaban mal sabor de boca... pero no por ello dejaban de alegrarte la compra. Era como si el C.D. de pronto se hubiese revalorizado, se hubiese vuelto más rentable por el simple método de dividir el dispendio por el número de canciones. Pura lógica matemática.
Si uno llegaba al final de la última canción indexada en la contraportada y el reproductor, con un zumbido sordo, volvía al cero, uno no podía evitar sentir cierta amargura cargada de rencor. Como si te dijesen que ya no queda tiramisú. Pues nada, tráigame la cuenta. No, no quiero café.
Excepciones las hay (a la wiki les remito), pero no nos engañemos: los hidden tracks eran, en su gran mayoría, una mierda. Conversaciones de estudio, cancioncillas a medio hacer, efluvios etílicos, voces como ecos lejanos, todo a medio producir... chistes, vaya. Pero, así como en las cassettes de Eugenio no hay una canción al final, ¿por qué este empeño de meter un chistecillo al final de los discos?
Como documento puede tener su interés, como anticipo de ese otro fenómeno de los bonus tracks, o de las sesiones completas con que nos inundarían en la siguiente década. Si eres muy muy fan comprendo que te pueda poner bravo escuchar un one two three y una cancioncilla de un minuto que acaba cuando al cantante le da la risa y el batería se va del tempo. Pero al común de los mortales esto se la suda.
Excepciones las hay, ya lo he dicho: gente que se guarda verdaderos regalos para sorprender al oyente. Pienso en el Euro-Trash Girl de Cracker al final del Kerosene Hat; pienso en las dos canciones al final del Broken de Nine Inch Nails...
Pero, incluso en estos casos, las sorpresas sólo son sorpresas la primera vez; después son un engorro, no nos engañemos. Tener que darle para adelante a cincuenta y cinco tracks en blanco de un segundo de duración para escuchar el puto hidden track, o darle para adelante a veinte minutos en blanco al final de la última canción para escuchar el hidden track que es la coda... pues toca los huevos.
Otro momento irritante: estás escuchando un disco mientras haces cosas por la casa. Pones la música a un volumen considerable porque estás yendo continuamente de una habitación a otra. Se te va el santo al cielo y ni te enteras de cuando se termina el disco. Hasta que de repente, tras dieciocho minutos de silencio, empieza el hidden track con una risilla y un sonido de afinar una mandolina, y te mete un susto que hasta se te escapa una gotita de meo.
En estos casos sí, impepinablemente se te olvida que había una canción extra. Muchas gracias, banda, muchas gracias: aunque todas vuestras canciones tratan sobre suicidio, angustia y aburrimiento de extrarradio, habéis demostrado que tenéis sentido del humor.
Muchas gracias, Nirvana o quien fuera, por poner de moda esta absurdidez.
Muchas gracias, grupos y solistas del mundo, por vuestra creatividad que desborda los límites del vinilo y os lleva a explorar los confines de la vergüenza ajena.
Muchas gracias, productores e ingenieros de sonido, por no pulsar el stop entre toma y toma y seguir grabando a la espera de un instante de genialidad irrepetible que nunca llega.
Dos consideraciones finales:
1. Todo lo que es gratis es una mierda.
2. Si lo has pagado ya no es gratis.
3. Así que, asumámoslo: hemos pagado por mierda (sí, esta consideración es un hidden track).
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