jueves, 14 de enero de 2010

:mis 90's [1 de 3]

La era dorada del pop siempre coincide con la adolescencia. Cada uno vive sus particulares años 60, esa década que por consenso cuasi general supone la verdadera cima histórica del invento, quizás porque la mayoría de los críticos e historiadores que todavía manejan el timón se hicieron las primeras pajas y los primeros porros en esa década.
Todo el mundo vive una época de efervescencia musical en la cual todo parece nuevo, excitante, inédito, y nada es imposible. Más tarde llega el momento de echar la vista atrás, de establecer paralelismos, de buscar influencias, de situar cada elemento en su lugar. De hacer historia, vaya.
Esa época de descubrimiento continuo es la que le marca a uno: lo anterior es prehistoria, sonidos inconexos elegidos por otros; y lo que viene después es arqueología: ciencia. Solo en tu adolescencia vives a fondo el zeitgeist, porque no existe nada anterior ni posterior.
Pero estos párrafos que siguen, intercalados entre capturas del youtube, no tienen nada que ver con la VERDAD HISTORICA, sino con lo que un servidor vivió en esa ya lejana década de los 90’s, que por fortuna o por desgracia fueron mis 60’s.

Les dejo aquí tres cancioncillas de mi particular búsqueda de identidad. Nada especialmente underground: para escapar del mainstream en provincias uno tenia que tirar de amigos enteradillos, de esos que acumulaban vinilos, pues aquí solo llegaba la prensa generalista, pocos fanzines y, atención, todavía no había internet (sí había automóviles y penilicilina, para que se hagan ustedes idea del contexto histórico).

Jeff Buckley fue un caso extraño de consenso general: lo reverenciaban en todas partes, desde el programa de Ramón Trecet (ay), hasta la Popular 1. La cosa daba para desconfiar, pero aún así me compré su primer L.P. con un dinerillo que me gané en un concurso literario (esa es otra historia). Por aquel entonces la compra de un CD era casi asunto de estado: tres mil pesetillas costaban de media, como para comprar a la ligera.
Grace, el disco en cuestión, es una absoluta obra maestra, y uno de los más influyentes de los últimos años, desde ese timbre de voz tan imitado, hasta ese aire de romanticismo y fragilidad que desprendía Jeff, tan natural en él y tan impostado en sus imitadores. Pero no le culpemos por sus sucedáneos.
El día que murió fue uno de los más tristes de esa década (musicalmente hablando): la noticia me pilló comiendo, y todavía pienso en él cuando hay spagettis.



Crecer, supongo, es ir despojándose de la idea de infinito: no se puede abarcar todo. En retrospectiva, hubo un día, a mediados de la década, que tomé una decisión aparentemente intrascendente pero muy significativa: de nuevo con un poco de dinero extra en el bolsillo me encontré en la disyuntiva de elegir entre dos discos (no había para todos): el Roots de Sepultura o el Wowee Zowee de Pavement, ahí es nada. Al final me decanté por el segundo, finiquitando mis ilusiones de ser un metal boy. Eso sí, me negaba a ser considerado un indie, o un popie, a pesar de disfrutar tanto con los discos de Pavement (sobre todo los primeros).
Aquello era punk y no Green Day y similares (ya se ha visto donde han acabado): sonaban como si estuviesen inventado la música. Mucho, mucho más complejos de lo que parecen a simple vista, y de lo que ellos pretendían mostrar. Como debe ser.




De primeras, los Black Crowes me cayeron gordos: los hermanos Robinson, líderes de la banda, despotricaban, cada vez que les ponían un micrófono delante, sobre el resto del mundillo como si lo suyo hubiese surgido por generación espontánea de la nada (lo cual tenía su gracia, siendo un grupo tan “clásico”).
Con el tiempo, a medida que sus discos vendían menos millones, se relajaron en sus declaraciones, se sinceraron, y veneraban en público lo que antes sólo hacían en privado. Se nos revelaron como lo que ya suponíamos que eran: grandes musicólogos; pero no se quedan en el refrito setentero: no son un grupo retro, son el vagón de cola de ese tren que pusieron en marcha unos cuantos negros hace más de medio siglo, y que alimentaron con brasas al rojo vivo chavales como los Rolling Stones o los Faces. Siguiendo la madeja de los Crowes se llega, literalmente, a Muddy Waters o a Otis Redding. Palabras mayores.

2 comentarios:

UNDER dijo...

Atiende!!...sin internet!!!

Belén dijo...

Que delicia de adolescencia... tan parecida ala mía!

Besicos