1. Desde la antigüedad el hombre ha tratado de encontrar una relación mensurable, una proporción que lo englobe todo.
Se buscó en Dios, se buscó en la ciencia, se buscó en el hombre, a medida que el pensamiento evolucionaba del misticismo al humanismo, pasando por el cientifismo.
Pero ríase usted del número aureo, de Plotino, de Pitágoras, de Leonardo, del hombre de Vitrubio, de Le Corbusier y de la madre del cordero.
La medida de todas las cosas se fraguó lejos de los centros académicos del conocimiento, y en fecha tan reciente como 1914, cuando la Western Union emitió la primera tarjeta de crédito.
Sí señores, ese recuadrito de 8’5 x 5’5 cm se ha acabado por convertir en la unidad modular universal: la medida que lo relaciona todo.
Si hay un elemento capaz de estandarizar, de universalizar, de uniformar... ese es el dinero. En cuanto el mercado se ha vuelto especulativo, no “real”, en cuanto el intercambio de bienes tangibles se ha transformado en intercambio de información, por así decirlo, la pluralidad de monedas, la pluralidad de tamaños y formas se ha difuminado y ha desaparecido, sustituido por ese monolito kubrickiano que anuncia una nueva era de la evolución humana: la tarjeta de crédito.
Por simpatía, ha ido modificando la forma y el tamaño de todo lo que entra en contacto con ella. Nuestras carteras y nuestros bolsillos han cambiado, y por extensión, como en un torrente fractal, todo va amoldándose a esa unidad indisoluble de 8’5 x 5’5 cm.
La medida de todas las cosas.
Ya ha modificado el tamaño, la forma y la constitución de nuestro Documento Nacional de Identidad. El siguiente paso es que modifique nuestra identidad.
Que nos modifique a nosotros.
2. Siguiendo esta lógica, proponemos tarjetas de crédito paralelas para las personas que todavía no son ciudadanos de pro (ni votan ni pagan impuestos): tarjetas de crédito para niños.
Que los niños viven en un universo paralelo es evidente. Para ellos se fabrican todos los objetos imaginables a escala: coches, trenes, aviones, gafas de sol, cocinas, pistolas, etc. No nos referimos a los juguetes en los que uno se proyecta (Playmovil, Barbie...) sino los juguetes en los que uno habita y te ayudan a materializar un rol. Atrezzo en miniatura.
Pero, ¿a qué escala se fabrican estos adminículos? Pues siguiendo unos patrones de edad y crecimiento, una cosa como muy matemática y muy nazi a la que pocos zagales se acoplan al dedillo. ¿”La medida de todas las cosas” basada en conjeturas pediátricas, valga la redundancia? Seamos serios: necesitamos una unidad de medida universal para los infantes.
Necesitamos una tarjeta de crédito para niños.
Pero esta tarjeta no puede tener una relación matemática directa con la de los adultos. Debe de funcionar en paralelo, sin puntos de contacto. Una pequeña tarjeta de crédito que uniformice su universo, que lo delimite de forma taxativa e inequívoca.
Así se acabaran las elucubraciones y vaguedades.
¿Cuándo un chaval debe entrar en prisión? ¿A partir de que edad una cría puede abortar? ¿Cuándo pueden votar? ¿Y conducir? ¿Y beber alcohol?...
Sencillo: cuando tengan tarjeta de crédito de 8’5 x 5’5 cm.
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