Una de cal y otra de arena. No sé si es la cal o la arena, pero empezamos por lo malo.
1001 Anécdotas del mundo del cómic (o casi), de Raúl J. “Shogun” Sinovas Gómez.
La cosa ya pinta mal desde la portada, de subproducto en toda regla; el problema es que los aficionados a esto del cómic somos unos gregarios y nos cuesta decir que no a cualquier libro teórico (?) que salga al mercado dedicado al mundo de las viñetas.
Hace unos días nos metimos entre pecho y espalda esa maravilla (bien escrita, bien documentada, bien articulada, bien argumentada) que es La novela gráfica de Santiago García, y esta semana nos ha tocado este jarro de agua fría. Por verle algo positivo al dislate, nos congratulamos con la idea de que el universo cómic ha alcanzado unas dimensiones como para incluir en su interior obras teóricas serias (que no aburridas), y soberanas gilipolleces (que no divertidas) como la que hoy nos ocupa.
En el prólogo leemos esto: “la redacción corre por cuenta de este que os escribe, pero la información la encontrareis fácilmente. Simplemente dejad correr los dedos sobre el teclado, poned el nombre de vuestra obra favorita y la palabra anécdota y hallareis miles de ellas”. Eso es una declaración de intenciones en toda regla. A ver si nos entendemos: lo que nos va a contar lo podemos encontrar fácilmente y gratis, con lo que el único supuesto valor de este libro radica en... ¿qué? ¿La redacción? ¿El estilo? ¿La coherencia? ¿El discurso?
Pues no. Coherencia y discurso no se aprecian por ninguna parte; esto es como uno de esos libros de “1001 chistes de Guardias Civiles” que encuentras en un puesto de libros en la feria del pueblo, entre la caseta de la churrera y la de los Vinos de Aragón.
Podríamos encontrar un principio de redacción y estilo si aceptáramos el presupuesto de que no saber escribir ni redactar es un rasgo estilístico. Pero va a ser que no.
Iba a copiar un párrafo al azar para que se hicieran una idea, pero me resulta imposible, tal es la acumulación de disparates sintácticos, faltas de ortografía y atentados a las leyes de la redacción. Si en la editorial Medea hay, ya no digo un corrector de estilo, sino un simple corrector ortográfico, se debe de estar partiendo el ojete cosa fina.
Como soy incapaz de leerme esta sucesión de despropósitos de un tirón, ha ido de cabeza a mi Biblioteca de Porcelana, ya que cumple la premisa de los textos breves, a la que le sumo el papel satinado y la broma metalingüística de ser una hez y estar escrito con el orto.
Simón dice: huir y no mirar atrás.
Otros gregarios de cojones somos los fans de Dylan. Y de un tiempo a esta parte no pasan dos meses sin que nuestra bibliografía dylanita crezca. Esta semana con el esperadísimo Like a Rolling Stone. Bob Dylan en al encrucijada, del gran Greil Marcus.
El libro se centra en el período mágico en que Dylan compuso y grabó su gran obra maestra. No sólo él se encontraba en una encrucijada, también lo estaba la música pop. O mejor dicho: Dylan puso a la música pop en una encrucijada. Nada volvió a ser lo mismo desde que Like a Rolling Stone salió a las hondas: se convirtió en la vara de medir de todo lo que salió posteriormente, de Dylan o de cualquiera.
Los que amamos ese período de Dylan (1965-1966) llevamos ese sonido fluyendo por nuestra sangre. Para mí no hay música comparable a ese jingle-jangle, a ese ruido entre el caos y la matemática que lograron Dylan y adláteres (ese Michael Bloomfield que tocó el cielo con los dedos), ese sonido mercurial que Bob tenía en la cabeza y que logró sacar al exterior. Un milagro irrepetible. Literalmente: Marcus transcribe las sesiones de grabación de Like a Rolling Stone como una lucha ardua por capturar ese sonido esquivo y huidizo, un compuesto químico tan voluble que se metamorfoseaba al contacto con el aire: “(...) acabaron por atrapar la canción dando vueltas en torno a ella como cazadores rodeando a un animal escapado una docena de veces. Eso es después de todo lo que define un acontecimiento: sólo puede ocurrir una vez. Cuando ya ha sucedido parece inevitable, pero ni las mejores razones del mundo puede provocarlo.”
La carrera de Dylan se basa en esa idea de irrepetibilidad, de momento único, de obra viva y en progreso. Su misma figura es volátil y cambiante (muchos dirán contradictoria). Su rostro cambia según la foto, porque las fotos atrapan momentos estáticos, muertos, momentos del pasado; y Dylan siempre está en presente.
Por eso Like a Rolling Stone sigue vigente: porque sigue viva, porque se ha grabado hace sólo un segundo, eternamente.
Gran libro para entender la bisagra que articuló el pop del siglo pasado (y lo que llevamos de este).
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