domingo, 30 de mayo de 2010

jueves, 27 de mayo de 2010

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [74]


6 de diciembre - Paso la noche prácticamente en vela. Tengo mucho calor, me siento febril. Me acuesto en la cama encima de la ropa (sólo me tapo el vientre con una esquina de la sábana).

Abro una rendija, fina como un dedo, en la ventana. En la habitación entra rítmicamente una corriente de aire que mece los árboles afuera y las cortinas adentro, que me recorre como un escáner y sale por la puerta de la habitación y bate una puerta abajo. Estoy tan cansado que no soy capaz ni de levantarme para cerrar la puerta del dormitorio, aunque en mi fuero interno lo que desearía es bajar y abrir de todo la puerta que se está batiendo, para que el aire pase libre sin hacer ruido. Me parece tan fuera de mi alcance como ponerme a volar agitando los brazos.

En mitad de la noche me llegan campanadas desde lejos. No sé que iglesia será; me imagino una campana enorme, colgada de un robusto andamiaje en mitad de un descampado, de una colina elevada desde la que se puede ver mi casa, pero que no puedo ver desde mi casa. Los típicos pensamientos absurdos de antes de dormir, sólo que sin dormir, con una vigilia que se extiende sin fin.

El vecino empieza a gritar. Parecen gritos inarticulados, pero escucho con más atención y puedo distinguir palabras sueltas. Insiste en algo relacionado con fresas.

Qué horror acabar así. Me pongo a llorar y las lágrimas me alivian el cansancio de los ojos.

Se me pasan las ganas de llorar pronto. No logro ser constante en nada.

Me cambio de dormitorio para alejarme de los gritos. Al pasar junto al baño cojo un poco de algodón y hago dos bolas que me meto en los oídos.

En el otro dormitorio hay un par de grados menos. La colcha huele a humedad, y las sábanas están frías. Tirito de frío y me doy por vencido por esta noche. Me cubro con la colcha y me acuesto en el sofá con la tele encendida, sin quitarme los algodones. El sonido me llega apagado, lento, como a través de millones de litros de agua. Pierdo la consciencia durante un rato.

Tengo un sueño erótico en el que aparece Z, con rasgos y detalles extraños (el pubis depilado, creo que un tatuaje en la zona baja de la espalda... una Z de un universo alternativo en que se dedicase al porno). Se sienta sobre mí y se introduce mi pene entre las piernas, y sólo con sentir su calor y su peso sobre mí noto que me corro.

Me despierto y, efectivamente, me he corrido. Con tan mala suerte que la erección me ha salido por la ventanilla de los calzoncillos y he descargado todo el semen sobre el sofá. El sofá de funda de pana.

Lo limpio frotando con detergente, después con Fairy, pero no sale. Le doy la vuelta al cojín pero por el otro lado hay un desgarrón que han cerrado con dos imperdibles. ¡Dos imperdibles! ¿Quién vivía antes aquí, Johnny Rotten? Vuelvo a girar el cojín y tomo nota mental de comprar quitamanchas.

Me asalta la idea de mis espermatozoides avanzando a través de la tela de pana, en sus últimos instantes de vida, serpenteando entre la espuma del cojín en busca de un óvulo que nunca encontrarán. Muertos en un desierto árido y estéril, con la única compañía de ácaros y dos imperdibles oxidados.

¿Por qué añoro tanto a Z? ¿Por qué echo especialmente de menos lo que antes más me irritaba de ella? Cuando se levantaba antes que yo para ir a trabajar siempre me daba un beso en la mejilla que me despertaba. Me volvía a dormir con esa humedad primero caliente en la mejilla, después fría, cada vez más ligera. Sería tan fácil secarse esa humedad con un simple movimiento de la mano; pero siempre estaba tan agotado que el hecho de sacar el brazo de debajo de la ropa parecía una epopeya.

Me cuesta ser cínico con respecto a lo que siento cuando estoy solo. La mayoría de los sentimientos me resultan ajenos, sentimientos sociales que sólo concretizas cuando estás rodeado de gente y te obligas a pensar con palabras. Me sobran todas esas palabras; aquí sólo siento desesperación y aburrimiento. A veces al mismo tiempo.

Tengo dos visitas.

Me llega el paquete de MRW. Apenas oigo el timbre con la tele y los algodones. Es una caja de madera con una muestra de tres botellas de vino. Le acompaña una nota de un tal Alejo. No sé en qué momento de la convención, ni en que estado de embriaguez, hablé con él y pactamos algún tipo de arreglo o negocio. Abro una de las botellas, reserva 2002, pero con sólo oler el contenido me entra acidez de estómago. Vierto el vino en el fregadero.

Por la tarde viene un tipo a revisar la instalación del gas. Me pilla un poco con la guardia baja. Supuestamente me han dejado hace una semana una carta anunciándome el día y hora en que se pasarían. Mientras mira algo en la cocina, detrás del fregadero, compruebo el correo atrasado encima del taquillón y, efectivamente, tengo una carta de la compañía del gas. Sólo se demora unos minutos en la inspección, me hace firmar un par de papeles y se despide hasta dentro de cinco años. A saber dónde estaré en cinco años.

El tipo ha tirado el envoltorio de plástico de un toffee en el cubo del papel. Será capullo.

martes, 25 de mayo de 2010

:lost words


Se pueden decir muchas cosas del final de Lost; de hecho, se están diciendo.
A servidor esta temporada no le estaba entusiasmando, así que el final tampoco ha sido especialmente decepcionante.
¿Un poquito bluff? Sí, claro. Pero seamos sinceros, después de seis años de tensión acumulada, después de seis temporadas sumando capas y más capas de enigmas... ¿había alguna forma de terminar este polvo con un orgasmo potente? De hecho, haber llegado al final, no ya con una buena erección, sino medio morcillón, ya me parece un logro.
Lo peor de este final, a mi modo de ver, no es el aire pseudoreligioso (eso ya se venía apuntando: una explicación puramente científica creo que estaba descartada desde el minuto tres del episodio piloto), sino la sensación de déjà vu. Nada que no hubiéramos experimentado antes en Donnie Darko o en Lost Highway.
Lo más divertido, la emisión "histórica" sincronizada con la original americana de Cuatro. Servidor pasó olímpicamente de perder horas de sueño, así que no pudo vivir en vivo y en directo el "histórico momento". Así lo cuentan en El País (el resaltado en negrita es mío):
Elena Sánchez, directora de Contenidos de Cuatro, vivió ayer los últimos coletazos de esta osadía televisiva: "Asumimos el riesgo de ofrecer el final casi al mismo tiempo que en EE UU. Hubo un momento en el que los subtítulos se desincronizaron y luego se congeló la señal. El caos absoluto se vivió cuando la tensión hizo que una persona del equipo se saltara un segmento. Nos dimos cuenta cinco minutos después, pero ya no podíamos parar. Aun así, creo que la emisión fue más que digna".
Pero que cara más dura. Elena, cariño, te veo futuro en política. Lo digo sin ironía. "Osadía televisiva" no te falta, eso seguro.


Bueno, se acabó Lost. ¿Y ahora qué?
¿Dejarse llevar por esa imagen final que cierra el círculo y empalmar con el piloto otra vez y vivir eternamente atrapado en la isla? Es una opción. De hecho, es una opción que estoy convencido que más de uno está poniendo en práctica.
¿Mi recomendación? Sumérjanse en otra ficción televisiva de calidad. En ningún momento de la historia tendrán tando donde elegir.
Es decir: a airear un poco el cerebro.

lunes, 24 de mayo de 2010

:safari fotográfico #1

(Una nueva sección. Simplemente imágenes cogidas de aquí y allá. Pinchar en cada imagen para ir a la página de origen. Un saludo.)

domingo, 23 de mayo de 2010

:Mamet dixit (2)

Seguimos sacando sustancia valiosa de Bambi contra Godzilla, del gran David Mamet, uno de los tipos que más sabe del negocio de contar historias con imágenes y palabras. Si hace tiempo nos recreábamos en una serie de citas breves a modo de sentencias del genio de Illinois, en esta ocasión les copiamos aquí un capítulo entero. Aunque no es una práctica que me llene de emoción, en este caso lo hago porque creo que el texto es oro puro: en apenas un par de páginas Mamet describe a la perfección el arte (si tal cosa existe) cinematográfico, llegando a su esencia más profunda e intransferible.

El texto se titula “Las imágenes de claqueta”. Ya me dirán.

Dicen que un película se hace tres veces: cuando la escribes, cuando la ruedas y cuando la montas.

Uno no aprende de verdad a escribir un guión hasta que ha estado en el plató; en el plató uno aprende la diferencia entre lo que es filmable y lo que no son más que palabras bonitas. (“ Al otro lado de la ventana, Nueva York, con su brutal esplendor” es una verborrea encantadora y todo lo que quieran, pero con el guión en mano, en la localización, el director va a tener verdaderas dificultades para saber, por el guión, dónde colocar la cámara.)

Dar al actor una pausa elocuente como parte de su toma puede parecer una señal de consideración y delicadeza durante el rodaje, pero el director encerrado en la sala de montaje, viendo la misma toma interminable, puede aprender, para la próxima vez, a acelerar el ritmo.

La realización de películas es una tarea extraordinariamente pragmática. Como en el combate, como en el sexo, lo teórico está muy bien si uno es un comentarista, pero la cosa en sí sólo puede entenderse de verdad con la experiencia. Nadie en ningún plató, ni en ninguna sala de montaje, conoce la diferencia (si la hay) entre realismo y naturalismo: se limitan a “contar una historia con imágenes”. Un par de tipos se ponen a escribir un gag en una cafetería; un par de tipos con una cámara se ponen a rodar un gag; un par de tipos en una sala de montaje se ponen a darle sentido a la morralla que les ha caído en la mesa. En eso consiste la creación de películas, y de todo lo demás se ocupan “los trajeados”. Mientras, el reloj avanza: tantos días y se llevan la cámara, tantos días y los estudios necesitan distribuir la copia.

Cuando uno se atasca en una escena, en la sala de montaje, a veces se le viene el mundo abajo; un actor interviene con retraso y la escena se para en seco: no hay ningún otro remedio a mano (ningún actor a quien dirigir el plano, para “acelerar” la secuencia), y la película se detiene con un chirrido.

“Si al menos –dice el director al montador-, si al menos el actor, ahí sentado como una esfinge, hubiese mirado a su izquierda: si hubiera mirado a la izquierda en lugar de a la derecha, podría intercalar su primer plano con un plano del otro actor y acelerar la escena.”

Pero no, el actor no ha mirado a la izquierda, y la escena está condenada al fracaso. Pero quizá haya una última esperanza.

El director dice: “Mirad las imágenes de claqueta”.

¿Qué son la imágenes de claqueta?

La cosa va así: una vez preparada la toma, llaman y colocan a los actores. El técnico de sonido anuncia: “Grabamos”; se enciende la cámara; el operador dice al ayudante de cámara que la “marque; el ayudante coloca la claqueta (antiguamente una claqueta real con marcas en tiza, ahora electrónica) delante de la lente para registrar en la película el número del plano y la toma. De este modo, el plano queda registrado gracias a la claqueta, el director dice “Acción” y empieza a rodar.

Pero, como podemos observar, hay un momento en que la cámara estaba filmando, antes de que aparezca la claqueta, y en que el actor esperaba a que se anunciase la acción. En ese momento, es posible que sí haya mirado a su izquierda, a su derecha, arriba o abajo, que haya arrugado la frente, o sonreído o bostezado, o que hay hecho cualquiera de las muchas cosas que, como por arte de magia, pueden resolver una toma atascada o condenada al fracaso.

Esta información accidental, suplementaria y oculta es lo que llamamos “imágenes de claqueta”. Y casi toda la creación cinematográfica, tanto para el guionista, como para el director o el escenógrafo, consiste en el intento, más que de inventar, de descubrir esa información oculta –las imágenes de claqueta- que ya acecha en la película.

jueves, 20 de mayo de 2010

:universos paralelos

No nos referimos al plano científico (pero si a ustedes les interesa, pueden echarle un vistazo al capítulo correspondiente en el muy recomendable Física de lo imposible, de Michio Kaku, Editorial Debate; o véanse este episodio de Los Simpson), si no al narrativo.

Pocas suposiciones nos resultan más apasionantes que aquello de “¿qué hubiese pasado si ...?”; de pronto, con sólo plantear esta hipótesis, el mundo parece desdoblarse y un universo paralelo (¿o tangencial?) surge de nuestra decisión o de nuestra falta de ella.

Los ejemplos son múltiples, como los múltiples universos DC (un todo vale hasta que se les fue de las manos y tuvieron que meter tijeras y quedarse con el universo real y verdadero), como la colección What if de Marvel (un poco tramposa: el universo oficial era el que surgía de las decisiones acertadas; cualquier alternativa, aunque a priori sonase sugerente, acababa indefectiblemente en catástrofe; una forma de defender el statu quo).

En cine también hay ejemplos para dar y tomar. Todas la películas de viajes en el tiempo (bueno, de viajes al pasado) juegan un poco a eso. Pero nos vienen más a cuento películas como Una mujer bajo la lluvia o Dos vidas en un instante: el azar, una decisión, dos vidas distintas. Centradas, eso sí, en el plano sentimental, que tampoco hay que ponerse muy metafísicos.

Parte de la filmografía de Lynch, o la descomunal Donnie Darko (si no la has visto ni te molestes en hablarme) tratan el tema de una forma muy sui generis, como debe de ser.

Y claro, no nos olvidemos de la sexta temporada de Lost, ese reflejo y catalizador del zeitgeist actual. Le pese a quien le pese.

En la vida real todo esto no son más que elucubraciones para antes de dormir. Pocas veces uno tiene un billete para entrar en un universo paralelo. Pero eso es lo que yo tengo. Una entrada para el concierto que Castanets iban a dar esta noche y que, por insondables que tampoco me interesan, se ha cancelado.

No sé hasta que grado me iba a afectar este concierto, pero indudablemente pondría en marcha una serie de minúsculas decisiones, de intrascendentes quehaceres que encauzarían y ayudarían a conformar una vida distinta a la que voy a transitar a partir de esta noche.

Bueno, ni siquiera tengo que esperar a esta noche: ahora mismo no estaría escribiendo esto si esta noche se celebrase el concierto.

Qué grado de diferencia tendría esa vida con respecto a ésta, eso nunca lo sabré.

Otra duda es si este universo es el oficial, como en Marvel, o vivo en un What if.

miércoles, 19 de mayo de 2010

:el señor lanegan


Ayer tuvimos varias citas: con el peluquero, con el dentista y con Mark Lanegan.
Esta última era la que nos hacía más ilusión, así, a priori.
Y no decepcionó.
Por esta casa ya hemos loado en varias ocasiones a su banda primigenia, Screaming Trees, pero su carrera en solitario no es menos soberbia, con auténticas obras maestras como el incomparable Scraps at Midnight.
Con el tiempo, el señor Lanegan sólo ha ido ganando en carisma y presencia; no necesita nada más que plantarse tras su micrófono y dejar salir su voz profunda y cavernosa para sobrecoger a todos los allí congregados; una voz curtida y antigua, una voz que retrotrae a los cantantes de blues primigenio que cantaban lo que habían vivido, y vivían lo que cantaban. En gente viva y de color blanco, sólo el señor Lanegan y Nick Cave pueden gritar "Oh Lord" y sonar creíbles y conmovedores.
Acompañado sólo por un guitarrista acústico, Duke Garwood, versátil y dúctil, y con un atrezzo limitado a unas botellas de agua y dos toallas, el hombre de negro despilfarró clase como a quien le sobra, y nos dejó con un nudo en la garganta cuando desapareció entre bambalinas y se encendieron las luces.
Abusón.

(Les dejo aquí banda sonora. Esta fue una de las canciones que más aplausos levantó).

martes, 18 de mayo de 2010

sábado, 15 de mayo de 2010

jueves, 13 de mayo de 2010

:productores

Propuestas de financiación que hoy en día nos parecen novedosas, casi revolucionarias, ya tienen sus precedentes hace medio siglo, como casi todo, sólo que hecho aún con más morro y estilo, como se hacían antes las cosas. Cuando los productores tenían puros, no Blackberrys.

El Cosmonauta parece la punta de lanza de las producciones colectivas, es decir, películas que se financian con pequeñas aportaciones de multitud de personas, en lugar de la típica y clásica producción de estudio, o de cadenas de televisión, o de subvención pública.

Pero repetimos: ¿es esto nuevo?

A la luz de lo que nos cuenta David Mamet en su libro Bambi contra Godzilla, está visto que no.

El grandísimo Otto Preminger (entre otras muchas fantásticas películas, es el director de algunas de mis debilidades: Río sin retorno, Buenos días, tristeza o El hombre del brazo de oro) llama al bueno de Mamet a su oficina de la Quinta Avenida para hacerle una propuesta de trabajo. Aunque Mamet ya no recuerda qué propuesta era, lo que sí recuerda es una anécdota que le cuenta durante la comida. Y es ésta:

“En esa misma comida me contó el rodaje de la escena de la multitud en Éxodo (Exodus, 1960). La escena es la proclamación, en la plaza de la Independencia de Jerusalén, del estado de Israel. Preminger necesitaba una plaza abarrotada, unos diez mil extras. No podía pagarlos.

-¿Y qué hizo?- pregunté.

-Les cobré- contestó. Cubrió la ciudad de carteles: SALGA EN UNA PELÍCULA, POR DIEZ SHEKELS. A eso lo llamo yo un productor.”

Con un par.

Esto, claro está, era posible en un sistema de trabajo donde los estudios, donde el nombre del director, donde la idea de autoría todavía tenían valor. Una época en la que el cine todavía significaba algo.

lunes, 10 de mayo de 2010

jueves, 6 de mayo de 2010

miércoles, 5 de mayo de 2010

:digestive de mierda

Con la especifidad que ha alcanzado el mercado, se busca satisfacer las necesidades y expectativas de todos los espectros de consumidor, incluidos los más minoritarios y marginales, con el fin de exprimir su capacidad de consumo hasta la última gota.

Con ese objeto se han creado productos como la galleta Digestive de Mierda, pensada única y exclusivamente para la minoría formada por los coprófagos: una galleta rica en fibra recubierta de mierda seca por una de sus caras.

lunes, 3 de mayo de 2010

:muslo de madera

L.D., tras sufrir un grabe accidente con una sembradora que le trilla hasta cercenar la pierna izquierda, es sometido a una intervención quirúrgica pionera. Le sustituyen la parte herida de la pierna (el muslo), y conservan el resto del miembro, realizando un empalme mediante un sofisticado sistema de micro-canalizaciones que permiten mantener el flujo sanguíneo.

L.D. está encantado con la prótesis, ya que puede “salir a la calle en bermudas sin que nadie me mire como a un bicho raro.” Un ligero cojeo es lo único que le recuerda a este milagro médico andante el terrible accidente que a punto estuvo de convertirlo en un tullido.