jueves, 13 de mayo de 2010

:productores

Propuestas de financiación que hoy en día nos parecen novedosas, casi revolucionarias, ya tienen sus precedentes hace medio siglo, como casi todo, sólo que hecho aún con más morro y estilo, como se hacían antes las cosas. Cuando los productores tenían puros, no Blackberrys.

El Cosmonauta parece la punta de lanza de las producciones colectivas, es decir, películas que se financian con pequeñas aportaciones de multitud de personas, en lugar de la típica y clásica producción de estudio, o de cadenas de televisión, o de subvención pública.

Pero repetimos: ¿es esto nuevo?

A la luz de lo que nos cuenta David Mamet en su libro Bambi contra Godzilla, está visto que no.

El grandísimo Otto Preminger (entre otras muchas fantásticas películas, es el director de algunas de mis debilidades: Río sin retorno, Buenos días, tristeza o El hombre del brazo de oro) llama al bueno de Mamet a su oficina de la Quinta Avenida para hacerle una propuesta de trabajo. Aunque Mamet ya no recuerda qué propuesta era, lo que sí recuerda es una anécdota que le cuenta durante la comida. Y es ésta:

“En esa misma comida me contó el rodaje de la escena de la multitud en Éxodo (Exodus, 1960). La escena es la proclamación, en la plaza de la Independencia de Jerusalén, del estado de Israel. Preminger necesitaba una plaza abarrotada, unos diez mil extras. No podía pagarlos.

-¿Y qué hizo?- pregunté.

-Les cobré- contestó. Cubrió la ciudad de carteles: SALGA EN UNA PELÍCULA, POR DIEZ SHEKELS. A eso lo llamo yo un productor.”

Con un par.

Esto, claro está, era posible en un sistema de trabajo donde los estudios, donde el nombre del director, donde la idea de autoría todavía tenían valor. Una época en la que el cine todavía significaba algo.

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