No dejaron de oírse ladridos a lo lejos en toda la noche, como puntuando las punzadas de dolor que sentía en la mano. Los achacó a la luna llena. Llevaba un día y medio sin tomar los calmantes, mortificándose conscientemente con su presencia sobre la mesa: no quería depender de nada que un día se acabaría. Sentía el dolor en todas sus múltiples modulaciones, como los pasos de un invitado por toda la casa; y como un invitado, su presencia sólo es soportable cuando comprendes que no se quedará para siempre.
Al principio, hacer las cosas con una mano tenía algo de juego. Pero sólo al principio. Ahora piensa más despacio, y los pensamientos parecen ajenos y resuenan lejanos, rebotan en mil superficies antes de llegar a su cabeza, y parecen usados, y cansados. Toda su vida parece un eco. Mira su mano rota, la carne desgajada y reorganizada; una visión en tiempo real de su metamorfosis. Algo negro sale de entre las costuras, abriendo las suturas, haciendo saltar los puntos. Algo que nunca terminará. No es pelo, como pensó, con un pensamiento barítono, en un primer momento. Son plumas, comprende; plumas negras de un cuervo retorciéndose sobre la alfombra con el ala rota mientras él está lejos, en cualquier otra parte.
Al principio, hacer las cosas con una mano tenía algo de juego. Pero sólo al principio. Ahora piensa más despacio, y los pensamientos parecen ajenos y resuenan lejanos, rebotan en mil superficies antes de llegar a su cabeza, y parecen usados, y cansados. Toda su vida parece un eco. Mira su mano rota, la carne desgajada y reorganizada; una visión en tiempo real de su metamorfosis. Algo negro sale de entre las costuras, abriendo las suturas, haciendo saltar los puntos. Algo que nunca terminará. No es pelo, como pensó, con un pensamiento barítono, en un primer momento. Son plumas, comprende; plumas negras de un cuervo retorciéndose sobre la alfombra con el ala rota mientras él está lejos, en cualquier otra parte.
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