jueves, 31 de julio de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [41]


Sale el sol después de comer y abro la ventana para airear la cocina. Se oyen niños jugando a lo lejos y gaviotas, como en el audio de fondo de una película. El sueño me ha agudizado los sentidos mientras me ha adormilado el cerebro; huele a cocido, y a agujas de pino, y a ganado y a tierra. Las gotas de los aleros repiquetean en los cubos como zapatos de tacón.
Z me empezó a contar de su vida sin que yo le preguntara, lo que normalmente me resulta irritante; pero en su caso, hablar con un desconocido sin pudor, incidiendo en rincones y ángulos inéditos y secretos, evitando los lugares comunes, me resultó vigorizante y me despertó de mi depresión como una descarga eléctrica.
Lo primero que me contó fue qué le había pasado en la nariz; supongo que al notar que me fijaba en el vendaje. Hacía unos días se había notado un bulto duro en el interior de la fosa nasal, una dureza que se agarraba al hueso bajo la presión del dedo. Con pánico fue al médico (esbozo un gesto de comprensión), donde la reconocieron y decidieron hacerle unas radiografías. Efectivamente, en las placas aparecía una mancha en el seno nasal, un cuerpo extraño adherido al hueso. Decidieron operar de urgencia, lo que no era una buena señal. Nadie nombró la palabra “tumor”, pero sentía que era lo que todos tenían en mente. Tras suministrarle anestesia local le abrieron el agujero de la nariz con un pequeño fórceps y comenzaron a hurgar en su interior. Llegaron al bulto y lo extrajeron, raspando el cartílago para no dejar restos. Tras echar un vistazo al bulto en la bandeja quirúrgica, bañado en suero, los gestos de preocupación del personal médico demudaron repentinamente en gestos de incredulidad. No hacía falta una biopsia. Lo que le habían extraído era un pistacho.
“¿Cómo?”, le pregunté, no sabiendo si debía reírme. Ella esperó unos segundos, teatralmente, antes de seguir. Efectivamente, un pistacho. Con cáscara y todo. No sabía cómo, pero de alguna forma había llegado hasta el interior de su nariz; probablemente cuando era tan pequeña que ni lo recordaba. El pistacho se quedó alojado en el seno nasal, cómodamente, y con el paso de los años el cartílago lo había ido asimilando hasta que penetró en él, recubriéndolo con una callosidad. Y podría haberse pasado ahí el resto de su vida sino hubiese sido por un catarro más insistente de lo normal y un dedo inquieto y curioso. Me guiña un ojo y ahora sí que no puedo evitar soltar una carcajada. La primera en semanas.
Me pregunta de dónde vengo, y le respondo que soy de aquí, y ella pone una expresión cómica pero no me pregunta qué hago entonces en el bar de un hotel; y no porque no se atreva, estoy seguro, sino porque prefiere averiguarlo por sí sola, poco a poco. Yo sigo el juego y decido interpretar el papel de misterioso y lacónico; sólo digo algo cuando sé, positivamente, que será un comentario ingenioso. Ella, por el contrario, se vacía a chorro: tiene tanto dentro que sabe que puede manar durante días y días sin percibirse mengua alguna en su caudal ni en sus reservas. De pronto me parece preciosa. [Continuará]

3 comentarios:

Anónimo dijo...

QUE BIEN, ACABO DE DESCUBRIR OTRO BLOG QUE MERECE LA PENA, POR ORIGINAL!!!!!!!!!!!!
VOY A EMPEZAR A LEERTE :)

toni bascoy dijo...

QUÉ BIEN, ME ACABA DE DESCUBRIR OTRO LECTOR DE BLOGS QUE MERECE LA PENA, POR BUEN GUSTO!!!!!!!!!!!!!!
YA ESTÁS TARDANDO ;)

Cachi dijo...

Siempre tengo un par de bolsas de pistachos en casa, para mí son como las pipas para el resto de mortales. A partir de ahora tendré que mirarlos con un poco más de respeto, Dios sabe qué puedo hacer con ellos en una de mis noches de sonambulismo...

PD. Muy majo "el nuevo" (sin acritud)