jueves, 31 de julio de 2008

:dos crímenes


1- Atrapados por la nieve en el castillo de DelaCourt, decidieron dejar las disputas a un lado y disfrutar de esas cortas e inesperadas vacaciones invernales; hasta que a la mañana siguiente Mr. Longfellow apareció estrangulado con las cortinas de la ducha. La mayoría vio en el hecho una venganza sumaria, mientras unos pocos quisieron verlo como un desafortunadísimo accidente; pero hasta los más ingenuos tuvieron que reconocer la evidencia cuando Mrs. Kirkmann-Vinneghard apareció esa misma noche muerta frente a su tocador, con su lima de uñas incrustada en el cerebro a través del ojo izquierdo. Tras dejar este segundo cadáver en la cámara frigorífica junto al malogrado Mr. Longfellow, los anfitriones e invitados se reunieron en el Gran Salón Azul. No sabían que decir, limitándose a mirarse de soslayo los unos a los otros con aire de sospecha. Las enemistades eran antiguas pero no lograban cicatrizar. Cualquiera podía ser el asesino. Sin dejar de mirar a sus espaldas, cada uno se retiró a su dormitorio pasada la medianoche. Todos cerraron con llave y pasaron la noche en vela.
A la mañana siguiente encontraron a Mr. Printter-Troutmann Rendford, o estrictamente hablando, el cadáver de Mr. Printter-Troutmann Rendford, en la cocina, con la cabeza incrustada dentro de un tarro de galletas estilo Tudor Tardío. El pánico fue entonces general; todos corrieron de nuevo al Gran Salón Azul y tomaron asiento, exánimes y con los ojos fuera de las órbitas. Mr. Emnerstonn-Cormac DeFaux Bleau tuvo una idea que a todos pareció brillante: que allí mismo se despojaran de sus vestimentas y pertrechos para comprobar qué llevaba cada uno encima, con la esperanza, quizás un poco ingenua, de que algún indicio delatara al culpable o culpables. Decidieron que cada uno dejase sus posesiones en un montón, cada uno en un cuadro del ajedrezado suelo blanqui-azul. Algunos sospecharon que todo era una excusa de Mr. Emnerstonn-Cormac DeFaux Bleau para mostrar su físico una vez más; sospecha que creyeron ver confirmada al ser el único que se quitó los calzones, dejando al aire su mayestático miembro semierecto.
Pero dejando las anécdotas a un lado, tras ojear los adminículos y enseres de cada uno, a todos resultó evidente quien era el culpable. Pero, ¿qué fue lo que vieron? O mejor dicho, ¿qué fue lo que no vieron?

2- Mr. Gattlin solía dormir en la trastienda de su librería cada vez que bebía más de lo debido. Ese domingo no fue la excepción. Tras una tarde complicada (pocas ventas, un par de críos que quisieron robar un ejemplar de El Trópico de Cáncer...) decidió resarcirse con una copiosa cena con sus compañeros de cofradía y pesares, seguida de su correspondiente y sumamente etílica sobremesa. A las seis de la mañana se retiró, renqueante y bizco, apoyado en su compadre Mr. Blonnfield, que lo acompañó hasta la puerta de su casa. Cuando tras un cuarto de hora de intentar dar con la cerradura, entre risas y bufidos, comprendió que esa noche tendría sermón y de los gordos, decidió irse directamente a la librería. Hasta allí lo llevó su colega, que se despidió de él y cogió el trolebús matutino hasta su casa.
A la tarde siguiente la noticia corrió como la pólvora: la librería Mackintosh de Mr. Gattlin, sita en el número 1 de Beech Street, había ardido hasta los cimientos. Todos sus compañeros se reunieron frente al edificio calcinado mientras los bomberos y la policía acababan la inspección de los restos. Los peores augurios se confirmaron: un cadáver había aparecido sobre un camastro en la trastienda. Por una sortija y dos muelas de oro dictaminaron que el cuerpo era de Mr. Gattlin.
No encontró la policía ni los investigadores del cuerpo de bomberos el detonante que pudiera dar inicio al incendio. ¿Un cigarrillo mal apagado? Imposible, Mr. Gattlin no fumaba. ¿Una estufa? ¿En una calurosa noche de agosto? Poco probable. ¿Entoces? ¿Cómo se inició el fuego? ¿Quién podría querer matar al bueno de Mr. Gattlin?
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