domingo, 20 de julio de 2008

:bozo azul [2 de 2]


Mario volvió a mirar el interior de la tubería, armado con el desatascador. No cabía duda de que había algo a unos centímetros de la salida, algo que rompía el punto de fuga de la tubería pero que no lograba identificar. Encendió la luz del espejo y giró la cabeza buscando un ángulo de visión más adecuado. La cosa, fuese lo que fuese, palpitaba envuelta en cabellos, hinchándose, tratando de liberarse. Fuese lo que fuese parecía tener una piel que transparentaba unas venas finas y oscuras. Con un estertor borbotante la cosa comenzó a girar sobre sí misma, inflada, a punto de reventar. Un ojo surgió de un lateral y se desplazó con el resto de la masa en rotación hasta detenerse en el mismo centro del agujero.
-¡Jesús!- Mario reculó de un salto. El ojo parecía humano, pero no miraba a nadie ni a nada a pesar de estar completamente abierto. Era un ojo muerto.
En un acto de curiosidad infantil, Mario se hizo a un lado y observó el estrecho desagüe en el que era imposible que cupiese una cabeza humana. Aquello parecía un truco de magia; su mente se negaba a aceptarlo. Mario se miró detenidamente en el espejo; se sopesó como cuerpo volumétrico, como bulto. Aquello era imposible se mirase por donde se mirase. Y sin embargo, aquel ojo seguía allí, abierto, apuntando al infinito.
Se oyeron de nuevo golpes en la puerta, pero esta vez más enérgicos e insistentes. Antes de que Mario pudiese decir nada, la puerta se entreabrió ligeramente. Se lamentó de no haber pasado el pestillo, sobre todo por la imagen que en ese momento representaría ante un espectador: apoyado en el lavabo, mirándose fijamente en el espejo. ¿Qué pensaría ella de él? En menos de un segundo su cerebro anticipó todas las posibilidades, todas las salidas de un laberinto con una única entrada. Como un animal amaestrado, sólo podía mirar hacia delante. En una de las opciones, ella le cortaba la cabeza y la tiraba por el retrete. El resto del cuerpo se lo daba de comer a sus gatos, y la cabeza, por inesperadas vicisitudes de la fontanería, subía hacia el lavabo en vez de descender a las cloacas, empujando a las demás cabezas cortadas que hacían cola esperando a salir por la pileta. En otra opción, su cabeza cortada repiqueteaba y rebotaba por las tuberías y finalmente alcanzaba el alcantarillado y viajaba, flotando como un corcho, hasta el mar. Allí se la comen las gaviotas a picotazos hasta dejar la calavera limpia, que se hunde hasta el fondo del mar, donde yace para siempre, cubierto por los sedimentos y las algas. En otra opción ella le acusa de narcisismo y de mal gusto. En otra opción le dice que debería haber traído vino blanco o no haber traído nada en absoluto. En otra opción le dice que todo ha sido una broma: los cientos de cafés y esta cena sólo han sido el gancho para la escenificación de su ridículo. En otra opción abre la puerta el chapuzas del edificio. Ha habido un cruce de tuberías y los despojos del vecino de arriba, pescadero y psicópata, han ido a parar al baño de abajo. En otra opción no es sólo una cabeza humana lo que alberga el sistema de tuberías, sino un cuerpo entero, deshuesado y reblandecido. Y así hasta el infinito, retroalimentándose y conformando un diseño fractal de repeticiones y variaciones eternas, perfectamente geométrico si se lo observa desde cierta distancia; el iris de un ojo muerto.
A través de la puerta entreabierta ella pregunta, con un tono de preocupación, si necesita ayuda. Mario le contesta que no, mientras devuelve el desatascador a su sitio. Apaga la luz del espejo, coge el sándwich y sale frotándose la mancha del pantalón.
-Que desastre -, le dice con una sonrisa vulnerable. Ella le devuelve la sonrisa.
-No te preocupes, sólo la voy a ver yo.

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