domingo, 13 de abril de 2008

:desocupado de Lewis Trondheim

Es ya un tópico pero hay que repetirlo: Trondheim es un autor prolífico donde los haya, como los clásicos dibujantes de agencia. Ya sea como autor completo o como guionista, su obra forma ya un heterogéneo corpus de unas dimensiones mareantes. Échenle si no un vistazo al listado de la solapa posterior de este volumen para comprobarlo. Y son sólo las obras publicadas en castellano. Pero hete aquí que el bueno de Lewis decide tomarse unas pequeñas “vacaciones”, por primera vez en 14 años, entre álbum y álbum, 80 días en los que no dibuja nada y que coinciden con su particular crisis de los cuarenta. El resultado: una autorreflexión sobre la madurez en el autor de cómic que, no podría ser de otra forma, adquiere forma de cómic. Trondheim parte de un presupuesto que pretende demostrar o refutar a base de reflexiones y de contrastar opiniones: el autor de cómic, como la estrella de rock, envejece mal. En tiempo real seguimos a Lewis en sus idas y venidas, que va ilustrando en un cuaderno, en sus visitas a convenciones y a casas de amigos, mientras da vueltas a esta cuestión. Por el tomo aparecen varios de sus compañeros de profesión, debidamente animalizados, como Sfar, Gotlib, Moëbius, Baudoin... compañeros de generación con los que debate sobre el tema, y veteranos de los que espera una revelación, al haber ya pasado por la crisis que él padece. En forma de diario, el álbum se va completando día a día, con una libertad formal envidiable, un dibujo suelto y despreocupado, con ausencia de recuadros en las viñetas, dónde se mezclan e-mails, dibujos tomados del natural, recreaciones de episodios vividos y otros simbólicos (algo también muy querido por Dupuy y Berberian, con cuyo Diario de un álbum guarda este tomo más de una concomitancia).
No llega Trondheim a grandes conclusiones, porque quizás no existan. Cada autor, como cada persona, tiene su método para superar la crisis existencial/creadora. Y la de Trondheim parece ser trabajar sin descanso. El propio Lewis dice que el hecho de ser sincero no quiere decir que se sea interesante. Él es uno de los pocos que resulta, no sólo interesante, sino apasionante cuando se pone a sí mismo como protagonista, alcanzando sus mayores cimas (pienso en Chester Brown, David B. o Carlos Giménez como otras excepciones). Un cómic autorreferencial pero nada complaciente, a priori poco comercial (ojalá me equivoque), que se añade al catálogo ya apabullante de Astiberri.

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