Admiro a Emmanuel
Carrère.
La primera vez que
me topé con su nombre fue en la biografía que escribió de Philip K. Dick. Sólo por eso ya tendría un lugar de honor en
mi altar pagano particular, pues la veneración que profeso al barbudo de
Chicago es grande y profunda. Con el
tiempo Dick se ha convertido en el paradigma de la ciencia ficción seria y es
de los pocos escritores del género que se suelen incluir en listados de
literatura general. La paranoia de su
etapa más psicodélica entronca con cierto zeitgeist que gusta a la intelligentsia,
qué se le va a hacer; deben de verlo como una especie de Thomas Pynchon de
Serie-B. Pero cuando yo lo descubrí en
mi tierna adolescencia esto todavía no era así, o no tanto, o no en España, o
yo no me había enterado. Sólo era un
escritor muy raro que escribía libros casi crípticos (estoy hablando de la
época de Radio Libre Albemut, Valis y similares) que me resultaban
adictivos por alguna extraña razón. Con
el tiempo he ido perdiendo la paciencia como lector, así que probablemente si
me topase con sus libros ahora no hubiese pasado del primero; pero por suerte
lo descubrí en el momento justo en que necesitas sentirte parte de una élite
secreta, en un célula de elegidos para conservar ciertos conocimientos
arcanos. Ahora puede parecer absurdo,
pero en aquella época pre-internet y antes de las reediciones masivas de la
obra de Dick, encontrar material suyo, en provincias, era complicado. Libros de segunda mano en ediciones de los
60-70, amarillentos y con olor a humedad, saldos de la editorial Ultramar que
te encontrabas en los lugares más insospechados... En un tomo de sus relatos
completos me encontré la dirección postal de la Philip K. Dick Foundation y me
carteé con ellos, que además de mantener vivo su legado, vendían merchandising muy
curioso, como manuscritos facsímiles y cosas así.
En resumen, Dick supuso para mí el paso de la
literatura juvenil a la adulta, ese engranaje sin el cual ahora quizás no sería
un adicto a la lectura. Cualquier información
que encontraba sobre su persona era como una piedra Rosetta. Recuerdo con especial emoción el cómic que le
dedicaba ese otro dios en la tierra que es Robert Crumb, pura magia destilada
en viñetas, que leí y releí enfermizamente, con los ojos fuera de las órbitas,
la quijada floja y una gota de sudor en la frente. Y después está la biografía de Emmanuel
Carrère, claro. Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, grandioso título y
grandioso libro. Entonces caí en el
error de pensar que el mérito del mismo estaba en la persona a la que se le
dedicaba el libro, y no al autor, al que le otorgaba el mérito de tener buen
gusto, pero poco más. Craso error. Los franceses, tan afectos a la cultura
popular americana, a su jazz, a su cine de derribo, también parecían sentir
cariño por su literatura de género.
Carrère era, simplemente, un francés.
Ya en la era de
internet es más sencillo establecer relaciones; de hecho google las hace por ti. Y
quién me iba a decir a mí que aquel biógrafo francés también era el guionista y
director de La moustache, una de las
películas que más me había descolocado en los últimos años. Descolocado en el buen sentido. Con una premisa genial y un desarrollo
alejado de los tópicos y del artificio, Carrère realizó una película fascinante
sobre, bueno, sobre lo que van todas las películas y todas las ficciones: sobre
la identidad. El arranque es uno de mis highlights en conversaciones sobre
cine. Cuando localizo, cual ave de
presa, a algún despistado que no la conoce se lo cuento y todos, sin excepción,
se quedan boquiabiertos ante la genialidad: un tipo que siempre ha tenido
bigote decide un día afeitárselo. Para
su sorpresa, ni su mujer ni sus amigos se dan cuenta; es más, cuando él les
dice que se ha afeitado el bigote, ellos ni siquiera recuerdan que lo hubiese
tenido nunca. Eso es lo que yo llamo un
buen principio.
Así que Carrère
era, además de biógrafo, autor (como si fuesen términos antagónicos). Y además novelista, como supe poco después,
con, al menos, dos obras fascinantes: El
adversario y De vidas ajenas. Sé que tiene más por ahí, incluso traducidas
al español, pero tampoco tengo ganas de agotarlo, prefiero saber que a la mina
todavía le queda alguna veta por explotar.
Pero esas dos novelas son extraordinarias, en todos los sentidos;
emocionantes, conmovedoras y escritas con un talento mayúsculo. Carrère es muy grande.
La última vez que
me topo con su nombre, por ahora, también me descoloca. Co-guioniza varios episodios de la primera
temporada de Les Revenants, serie de
televisión francesa que está dando mucho que hablar, tanto que me da pereza
extenderme sobre el tema. La cosa, por
decirlo brevemente, va de un pueblo de montaña donde, de pronto, comienzan a
volver una serie de personas que habían muerto, con los problemas morales, logísticos
y de conciencia que esto supone para familiares, amigos, enemigos y para los
propios no-muertos. La serie ahonda,
poco a poco, con un ritmo moroso, en esas relaciones entrecruzadas, en ese
microcosmos viciado que se resquebraja horadado por estas presencias que han
vuelto sin que nadie se lo haya pedido.
La serie es buena y recomendable, y además supone un acercamiento al fantástico con una mirada diferente a las que ya estamos acostumbrados, las de las televisiones americana y británica. Segunda temporada en el horizonte, y otra demostración de que Emmanuel Carrère es un tipo con mucho, mucho talento.
2 comentarios:
Interesantísimo autor que desconocía completamente.
Empezaré con su peli y después con una de las novelas que comentas.
Por cierto ¿Controlas de Pynchon? Empecé "El Arco Iris de Gravedad" al menos 3 veces, siempre porque en un punto de la lectura me vi obligado a cortarla una temporada, y cuando retomaba donde lo dejé, mi frágil memoria ya se perdía con los personajes. Conoces algo de él con una estructura más compacta y un reparto de personajes manejable?
Sí que es un autor interesante, te lo aseguro.
De Pynchon no soy un experto, he leído bastante, pero de forma dispersa, no completista. Lo primero que leí, ya hace siglos, es La subasta del lote 49, que supongo que es una de sus obras más manejables, por tamaño y número de personajes. Supongo que los estudiosos la considerarán una obra menor, pero a mí me parece buena para empezar, para entrar en su mundo. Ya me dirás...
Un saludo!
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