Tardé unos años en tener otro Cimoc en mi
poder, y éste lo tuve que pagar. Fue en
una tienda de segunda mano (eso explica la doblez de la portada; yo soy más
cuidadoso con mis posesiones) que por aquel entonces (sobre 1992) frecuentaba
porque había bastante movimiento de tebeos.
Ya estaba un poco harto de los superhéroes,
pero a diferencia de otros amigos míos que tras abandonar a los tipos de los
pijamas abandonaban también los comics, yo comprendí que el medio me podía
ofrecer más cosas que batallas épicas y hostias como panes. No creáis que era un visionario: en el
momento no lo entendí como una cuestión de madurez o falta de ella, simplemente
había ido tanteando otras posibilidades y me estaban resultando más atractivas
y estimulantes que los superhéroes. No es
que éstos me pareciesen infantiles o inmaduros o impropios de mi edad,
simplemente me resultaban aburridos. No
sé si fue una cuestión personal mía, que estaba entrando en mi adolescencia
plena, o fue una crisis de los propios tebeos de superhéroes, ya que aún ahora
le echo un vistazo a lo que se producía por aquel entonces (la era plena del grim and gritty) y me sigue pareciendo
aburridísimo.
Bueno, fuese como fuese y por lo que fuese,
desde hacía un tiempo estaba echando vistazos en las pilas y estanterías
dedicadas a otros tipos de cómic. Comics
más “adultos”. Un nuevo mundo, qué duda
cabe. Sé que hay gente a la que le pone
nerviosa meterse en un nuevo medio, donde de pronto todo es desconocido y no
sabes como asimilar toda la información, todas las referencias estéticas
novedosas, no sabes dónde situar en tu mapa mental tantos descubrimientos. A mí me encanta. Me encanta esa primera etapa en que todo
parece nuevo, en que todo te gusta por el simple hecho de que te sorprende
(después se irá formando el criterio y retroactivamente descubrirás que te has
tragado mucha mierda). Me pasó cuando me
metí en el cine francés, o en el free-jazz, o en el manga, o en el rock psicodélico,
o en el cómic alternativo, o en el krautrock… Hay un período de enamoramiento
en que la razón queda aplazada y sólo funcionas a base de sentimientos e
impulsos. Es un período de mucha
inversión (de tiempo y de dinero), pero muy gratificante.
No puedo concretar cuando me metí en serio en
el cómic “adulto” porque todo esto funciona, ya lo sabéis, de forma
paulatina. Pero sin duda la adquisición
del Cimoc nº134 fue un paso importante.
¿Por qué me compré este número en concreto y no
otros de los que había visto desde que ya conocía la revista? Supongo, porque no lo recuerdo, que ya venía
rumiando la idea de comprarme un Cimoc desde hacía tiempo, sin atreverme a
pedirle una primera cita. Razones para
echarse para atrás:
el precio, un asunto nada baladí cuando se es
un crío con semanada. Las 450 pesetas
que marca en portada me daban por entonces para tres tebeos de Forum.
Los continuarás: echabas un vistazo al interior
y comprobabas que la mitad de las historias eran capítulos de historias mayores,
con lo cual la mitad de la lectura sería, en el mejor de los casos, incompleta,
y en el peor, pura paja.
Miedo a la Traición a tu clan y Pérdida de la Inocencia
(o algo así): los coleccionistas de tebeos (¿o todos?) somos muy sectarios, y
es complicado salirse de los límites autoimpuestos. Cuando comprendes la gran variedad que
existe, es fácil asustarse y centrarse en una parcela concreta que
dominas. Da tranquilidad (emocional y
económica), y te ayuda a integrarte en un grupo (abstracto) y por tanto a
sentirte menos solo con tu afición de pobre tipo solitario (de ahí esos famosos
correos de los lectores). Cuando tienes
trece años y te reconoces como un marvel-zombie, el sólo hecho de plantearte
comprar un cómic de DC supone una lucha interna de índole moral que sólo puede
acarrearte cargos de conciencia, a menos que uno se deje de tonterías. El pasar de los superhéroes al cómic “adulto”
suma además la sensación de “fin de etapa”, que da un poco de miedito.
¿Por qué (repito) este Cimoc sí y otros
no? Aventurando: pues porque al ser de
segunda mano era más barato (en lápiz, en la contraportada, pone 250 pesetas),
porque el balance entre historias autoconclusivas y con continuará era
favorable a las primeras, porque salía la nueva obra de Frank Miller y eso
suponía un puente con los superhéroes, y porque ya iba tocando, supongo.
El caso es que me lo compré, y ahora echémosle
un vistazo (prometo que no dedicaré un capítulo de estas “memorias” a cada uno
de los Cimoc que tengo).
Otra espantosa portada de Luis Royo (no sé si
ha quedado claro, pero este estilo no es lo mío) con señora enseñando teta y lo
que no es teta, con la peregrina excusa de la fantasía y la ciencia ficción.
El principio de Trazo de tiza, la obra cumbre
de Miguelanxo Prado. Aunque ya conocía a
Miguelanxo de alguna historieta en viejos Zona 84, esto era diferente, esto era
“otra cosa”. La técnica, la temática, el
color, el ritmo, el paisaje… todo eclosiona aquí de una manera magistral para
conformar ese Miguelanxo que deslumbró a medio mundo, y de cuyos réditos, no
nos engañemos, sigue viviendo. Y
leyéndolo me embargaba un orgullo patrio, al sentir que era un cómic
eminentemente gallego: a excepción del idioma, todo en esas viñetas respiraba
aire gallego. Simplificando mucho, era
el equivalente en cómic de esa literatura gallega llena de soledad, morriña y
océano atlántico. Miguelanxo, escapando
del tópico, crea una historia llena de tensión y suspense, con unos elementos
dramáticos mínimos, una escenografía premeditadamente reducida, y una carga
poética que, sin eludir la metáfora, no cae en el sonrojo ni en la vergüenza
ajena (el llamado Síndrome Médem).
Una de las viñetas mostraba claramente (una vez
has leído la historia completa) que la historia es más compleja de lo que
parece, con una isla-cinta de moebius que anticipa a la isla de Lost. Yo me di cuenta del detalle y, creyéndome más
listo que nadie, incluso le mandé una carta al correo de la revista
contándoselo. La contestación, unos
números después, fue uno de los momentos cumbres de mi historia como aficionado
por aquellos tiempos. Venían a decirme
que, efectivamente, Trazo de Tiza era más complejo de lo que parecía a simple
vista, y que tenía muchas lecturas. Pues
eso.
La otra historia gancho de este número era el
primer capítulo del Sin City de Miller.
Era otro de los pocos autores que conocía, y que aquí, como Prado,
mostraba una cara muy distinta de la habitual.
Visto ahora, este Sin City parece autoparódico, pero en su momento a mí
me pareció superintenso, tía. Con esos
diálogos tan hard boiled, con esa iluminación tan contrastada. Todo muy serie-b. El blanco y negro parecía alejar a Miller de
su etapa mainstream superheroica, pero visto ahora, no me parece, gráficamente
hablando, muy distante de su Ronin o su Elektra Lives Again. Me gustaba, y me sigue gustando, su mezcla
entre línea fina y masa de negro, su narrativa vehemente y su falta de
pudor.
En las antípodas de Miller está Vicente
Segrelles, que en este Cimoc presentaba una historia autoconclusiva de
ambientación histórica. Segrelles es un
autor bastante denostado en ciertos círculos, pero como nunca he sido lector
habitual de su Mercenario, su obra más conocida, pues tampoco me acerco a esta
historia con ningún prejuicio. Recuerdo
que en su momento me gustó: es una historia clásica de aventuras, de tintes
realistas y cuidada ambientación. Vale,
visto ahora la falta de garra es evidente, y cromáticamente es bastante
monótona (nada que ver con la sutileza de Prado). Segrelles, al no usar aquí su célebre técnica
al óleo, tampoco es tan estático como en otros casos, y he de reconocer que me
gusta como dibuja el mar. Y ya.
Otro autor que conocía de mis días de
superhéroes, vino y rosas era Brian Bolland, que aquí se destapaba con su Mr.
Mamoulian como un autor cómico muy personal y efectivo. La historia de este número me parece
especialmente buena, y no sé por qué me viene de vez en cuando a la mente.
¿Alguna cosita más? Una bonita historia de
Cabanes con acabado de acuarela que me confirmaba que era un autor a seguir; y
otra de Mattotti, que en su momento no entendí del todo, pero que me pareció de
una fuerza visual insultante, y que todavía hoy, con mucho más bagaje que
entonces, me lo sigue pareciendo.
El invento me convenció lo suficiente como para
ir al quiosco a comprarme el Cimoc de ese mes, concretamente el 139. Y desde ese, todos los que le siguieron hasta
el traumático final, más los que se me habían quedado entre medias, más muchos
de los anteriores… Ay, señor, cuánto vicio… [continuará]
2 comentarios:
es la serie que te recomendé, ahora han hecho una peli de 1:16 min, es peor que la serie, pero refleja bastante bien la idea general...
http://www.hispashare.com/?view=title&id=15827&uid=67488
Guay, a ver si le echo un vistazo...
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