El rock es autoafirmación: música ruidosa, amplificada, fálica, sexual, exhibicionista. Pasa de ser una música de baile, un ritmo trotón que te hace mover los pies cuando eres niño, a ser en la adolescencia una forma de identificación, una forma de estar ante los demás y contra los demás, aunque sea mediante el subterfugio de estar “frente” a los demás. Si uno tiene paciencia puede aprender a tocar un instrumento. Sino puede escuchar discos y simular que uno interpreta esa música. Los grupos que te gustan son los grupos de los cuales te gustaría formar parte, de los cuales formas parte en tu cabeza, cada vez que pulsas play. Así de sencillo.
R.E.M. llegaron a mí, o yo a ellos, en el momento justo, en plena floración (ejem), en plena debacle y construcción de mi persona. Sí, en mi adolescencia. Eran finales de los ochenta y principios de los noventa, momento en que alcanzaron la cima de su fama (de otra forma un chaval de provincias como yo nunca los hubiera llegado a conocer), pasando de lo alternativo a lo mainstream sin cambiar demasiado sus postulados, quizás perdiendo un poco de hermetismo, pero sin “venderse”. Por eso siempre tuvieron el respeto de sus cohetáneos: porque a pesar de vender millones de discos, parecían seguir yendo a lo suyo, como si las circunstancias se adaptasen a su idiosincracia, y no al revés. Parecía que simplemente habían tenido suerte, que los astros se habían alineado para que su música resultase cool para millones de personas cuando antes sólo lo era para miles. Así de sencillo.
Sigo con mi historia, porque la de ellos sólo la conozco tangencialmente: por lo que he escuchado en sus discos y leído en alguna entrevista. Llega el momento en que debo definirme, y ahí están mis primeros cómics para adultos, mis primeras lecturas “serias” (pasar de Stephen King a James Joyce supone un gran salto en según que momento de tu vida), mis primeras películas independientes... y la música. La música forjó mi cerebro a martillazos, le dió forma a base de guitarrazos. Con los ojos cerrados en mi cabeza había un teatrillo como el de la mujer del radiador de Lynch: un espacio donde yo era el protagonista, el guitarra solista, el vocalista y el compositor. Y R.E.M. estuvieron ahí desde el primer momento. Recuerdo como una epifanía el encontrar un casette del Murmur en la Biblioteca Pública (!), y hacer una copia que escuché miles de veces. Recuerdo el recopilatorio de su etapa en IRS que sacaron aprovechando el tirón mediático del Out Of Time y que parecía anunciar un universo infinito: aquello sólo era una parte del todo, una parte minúscula de la enormidad que era su discografía. Con mi primer sueldo (haciendo unos extras en la fábrica de Donuts), entre otras cosas me compré el Green en cd. Y después, cuando reeditaron en ese formato sus viejos discos, me los compré todos y seguí una carrera inversa hasta los orígenes de su música, mientras ellos seguían hacia adelante. Sus discos posteriores los he ido comprando, más o menos religiosamente. Comprendía que su mejor momento, o su esplendor, ya había pasado. Ya no eran cabeza de cartel en el festival de mi cerebro, pero seguían teniendo un puesto destacado. Eran mis viejos amigos: no los veía todos los días, pero cuando nos cruzábamos nos bastaba una mirada, un mínimo gesto para comprender todo lo que nos había pasado desde la última vez.
Que ahora se hayan separado sólo supone que no tendré un disco nuevo de ellos cada tres o cuatro años. Supone que ahora ya sólo tendré recuerdos, nunca nuevas experiencias. Supone un final en nuestro matrimonio, pero no en nuestra historia de amor. Por suerte o por desgracia, R.E.M. siempre formarán parte de mí, siempre serán parte de lo que soy.
Leo por encima las causas de la separación. No quiero profundizar demasiado porque la historia de un grupo de rock es una sucesión de escenificaciones y lugares comunes. A ellos les ha tocado escenificar el final amigable, y no me interesa ver que hay debajo de esa imagen. Si ellos dicen que todo ha sido de común acuerdo, como el final natural de una etapa de sus vidas, yo doy la explicación por buena. Me imagino que no todo es tan sencillo, como tampoco lo debió de ser la marcha en su momento de Bill Berry, y que imperativos contractuales quizás ha mantenido esta etapa de sus vidas más allá de su ciclo natural. Quizás. Pero gracias a ello hemos podido disfrutar de un gran final de fiesta, con un penúltimo disco lleno de energía y una coda que suena a recopilación de todas sus etapas. Habrá, supongo, más material para sacarnos los cuartos: sesiones de grabación, directos, rarezas y demás estaciones donde siempre para el circo del rock. Seguro que bien diseñado y hecho con cariño, como todo lo que lleva su nombre (su club del single es modélico con sus fans desde hace décadas).
Salvo reunión para recordar los viejos tiempos de gloria frente a las masas, este es el final de R.E.M. Uno de los pocos grupos contemporáneos que podía mirar de tú a tú a los clásicos (un Greatets Hits suyo estaría a la altura del de cualquiera), porque supongo que ya se habían convertido en unos clásicos. Eso significa que ya eran atemporales, o sea, irrelevantes. Y sin embargo, seguían siendo importantes para muchos de nosotros.
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