viernes, 21 de diciembre de 2012

:Amour, de Michael Haneke.


Amour es la película de amor de Haneke, como Funny Games fue su sit com.  Haneke sitúa siempre a sus personajes en situaciones extremas, incómodas tanto para ellos como para el espectador.  Si en Funny Games unos intrusos hacían la vida imposible a una familia, en Amour el intruso es interno: es la enfermedad, la decadencia del cuerpo lo que penetra en el piso de la anciana pareja protagonista.  Salvo una breve escena inicial, toda la película se desarrolla en ese piso, un espacio claustrofóbico y sin salida, como la vida misma. 


Haneke no se refocila en la miseria de los personajes, que mantienen su dignidad sin la ayuda de subrayados.  Dirección sutil, precisa, inteligente, elíptica, analítica, como viene siendo habitual en Haneke; que en este caso se permite un par de ensoñaciones, un par de imágenes subjetivas, y un sueño magistralmente rodado (quizás el mejor que he visto desde la apertura de Fresas Salvajes).  Pero nada es demasiado evidente, ni esas subjetividades ni los planos poéticos de la paloma atrapada.  Todo funciona calladamente, como una corriente subterránea, horadando nuestra resistencia ante la belleza y la realidad de esta historia.  Sin demorarse en detalles macabros (hay cosas que no es necesario ver, dice el personaje interpretado por Jean-Louis Trintignant).
Belleza y terror: el terror de saber que, si tenemos la suerte de llegar a ancianos al lado de la persona que amamos, probablemente acabaremos así.  No nos asesinará un alienígena beligerante ni un psicópata vengativo, pero quizás sí veamos la mirada de nuestra pareja vaciándose de recuerdos, o sentiremos el pánico de la pérdida de nuestra persona reflejada en sus ojos.
Mención especial para los protagonistas de esta historia, el ya mencionado Trintgnant y una sobrecogedora Emmanuelle Riva: dos interpretaciones simplemente PERFECTAS.
Una película esencial y necesaria.  Una obra maestra en su sentido estricto: es decir, una obra hecha por maestros.
(Si el trago no es suficiente amargo para usted, querido lector, pruebe a combinarlo con la lectura de Un adiós especial, de Joyce Farmer).

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