Fantástico el último libro de Jean Echenoz publicado por Anagrama en nuestro pais, Relámpagos, una suerte de biografía sui generis de Nikola Tesla, aquí renombrado Gregor. Con su habitual ironía y estilo aparentemente ligero, Echenoz pasa como de puntillas, con socarronería, sobre temas capitales en el paso del siglo XIX al XX.
Por ejemplo, una guerra de patentes entre la corriente contínua y la alterna entre las compañías de Edison (la General Electric) y la de Westinghouse, hace que el ladino Edison, para convencer a la opinión pública del peligro de la corriente alterna de la competencia, achicharre animales en plazas públicas. Pasando de las mascotas y el ganado a los elefantes, a Edison se le ocurre la genial idea de que nada mejor para convencer a las personas del peligro mortal de la electricidad, que matar a una persona. Para ello construye la primera silla eléctrica, y el primer "voluntario" en probarla es el reo condenado a muerte William Kemmler.
Así lo cuenta Echenoz:
"Ingresado en el presidio de Sing Sing, este primer cliente resulta ser un tal William Kemmler, quien acaba de ceder al impulso de degollar a su pareja con un hacha. Tales prácticas no están bien vistas, ya que el influjo del alcohol no es excusa alguna. Así pues, juzgando nada correcto despedazar de ese modo a su concubina, ha sido condenado a muerte, veredicto con el que el propio Kemmler, en buena lógica, se muestra conforme.
Hasta ahora, en tales casos, se ahorca. Pero Edison, valiéndose de sus relaciones, aduciendo que su nuevo sistema es más humano que el brutal patíbulo, más rápido, más higiénico, se las ingenia para hacer instalar un dispositivo idóneo en el penal. Considerando que ser sometido a tal procedimiento requiere un mínimo de confort, se juzga preferible que el reo esté sentado: en vista de ello se ordena talar y trocear un roble que crecía inocentemente en el patio de la cárcel, y con cuya madera los codetenidos de William Kemmler confeccionan un sucinto sillón. A dicho mueble se fijan dos electrodos revestidos de esponjas húmedas, conectadas a una dinamo modelo Westinhouse, obtenida clandestinamente. Y a las seis de una mañana de agosto, en un cuarto paradójicamente iluminado con gas y en presencia de una veintena de testigos, periodistas, sacerdotes y médicos, se acomoda a William Kemmler en el flamante asiento.
El primer intento de ejecución fracasa: tras una descarga de mil voltios, administrada durante diecisiete segundo, Kemmler sigue vivo. Es deseo de todos, por descontado, repetir la operación cuanto antes, pero el generador requiere cierto tiempo para recargarse. Por lo tanto hay que esperar un buen rato, fastidioso intervalo durante el cual se oye gritar y gemir a Kemmler, horriblemente abrasado, lo que produce un excelente ambiente en el local. Una vez recargado el generador, se procede a un segundo intento y ahora, en el minuto largo que dura, se sube la tensión a dos mil voltios: muy rápidamente se propaga un fuerte olor a carne quemada al tiempo que brotan largas chispas de los miembros de Kemmler. Su copioso sudor se transforma progresivamente en sangre, una densa columna de humo comienza a alzarse de su cabeza, y sus ojos intentan con éxito salirse de sus órbitas hasta que su defunción, certificada por un forense, no deja lugar a dudas."
Esto, sin duda, convierte a Kemmler en un pionero, y merecedor de pertenecer a nuestro exclusivo Panteón de Desconocidos Ilustres.
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