Tres teleseries, tres, son las que vamos a comentar hoy por aquí, brevemente.
 
  El bueno es Luther, o Neil Cross, su  guionista y creador, o Idris Elba, el actorazo (en todos los sentidos  del aumentativo) que le da cuerpo.  Luther ya va por la segunda  temporada y es una serie que nadie que disfrute del buen género  policíaco debería perderse.  Tiene una buena base en unas tramas  autoconclusivas muy bien construídas, más una subtrama que unifica cada  temporada y que te mantiene enganchado.  Tiene unos malos malísimos y  tiene, sobre todo, a un protagonista carismático: atormentado, con  luchas internas que lo mantienen siempre al límite, a punto de romperse,  siempre en el abismo (en ocasiones, literalmente).  Es un personaje  extraordinariamente complejo, demasiado inteligente para su propio bien,  y violento.  Esta violencia, que apenas puede contener, es uno de sus  puntos fuertes, y uno de los grandes logros de Neil Cross: lograr que  empaticemos con Luther porque sabemos que tras sus juegos con los  límites de la legalidad, en él hay un código férreo que compartimos  (algo así como lo que hacen al otro lado del Atlántico con Dexter).   Sabemos que, tras la superficie erizada y cortante, Luther es un buen  hombre.
 
  El feo es Louis C.K.: actor, guionista,  cómico, productor, director... todas esas cosas y supongo que alguna  más, y no sé en que orden o prioridad.  En su abultado currículo destaca  una serie que hizo hace unos años para la HBO, en un intento extraño de  crear una “sitcom para adultos”.  El invento se llamó Lucky Louie, y  parece que no cuajó del todo y por eso sólo duró una temporada.  La  cosa, sin estar del todo mal, ciertamente cojeaba: lo de sitcom para  adultos iba porque el lenguaje era soez (bueno, un lenguaje normal),  había algún desnudo integral ocasional (sólo masculinos, lo siento), y  una temática más bien descorazonadora.  El “Lucky” del título era,  quedaba claro desde el primer minuto del piloto, irónico: Louie es un  pobre cabeza de familia que vive en un apartamente misérrimo, tiene un  trabajo de mierda, unos amigos de mierda y un cuñado como para darle de  comer aparte.  Su matrimonio no es desdichado, ni se regodean en la  miseria; de ahí viene gran parte de la desazón que provoca la serie:  Louis es un tipo normal, como muchos otros millones de norteamericanos  (y europeos), un tipo con una vida corriente con preocupaciones  corrientes, como las nuestras, que sólo nos parecen desdichadas cuando  las vemos en la pantalla.  El tono es el que hace que esta serie sea  diferente a otras sitcoms.  El tono es inmisericorde con nosotros.
 
  En esta serie Louis C.K. introduce todos  los temas que le interesan, y que luego explotará en su siguiente  proyecto, cuya segunda temporada acaba de empezar y que se titula  simplemente Louie.  Aquí Louis parece interpretarse a sí mismo mediante  un reflejo, supongo, distorsionado (como Larry David en Curb Your  Enthusiasm): Louie es un cómico de stand up, divorciado, con un par de  hijas a las que ve cuando le toca, que trata de entablar relaciones de  vez en cuando y que, bueno, vive su vida.   Seingfield (la serie), ya  resultó revolucionaria en su momento (de nuevo Larry David de por medio)  por tener como premisa crear una sitcom sobre la nada.  Louie parece  una versión podrida de Seingfield: es la versión punk, la versión lado  oscuro, es como Seingfield a medio descomponer en un cubo de basura.
 
  Louie no trata sobre la nada, no es un  mecanismo tan abstracto ni preciso.  Louie trata sobre Louie, sobre ser  un cómico de segunda en una gran ciudad, sobre tener cuarenta y tantos y  no tener pareja, sobre la paternidad, sobre ser pelirrojo, feo, calvo y  gordo.  Su estructura también es similar a la de Seingfield, con esos  recursos del comediante ante su público monologando y acotando el tema  central del capítulo.  Por lo demás, cada episodio discurre con  libertad: a veces trata dos pequeñas historias relacionadas, otras veces  una, otras veces dos anécdotas aparentemente inconexas... Louie, la  serie, trata sobre lo que le pasa a Louie, la persona; y no le suelen  pasar grandes cosas.  Es la libertad, la falta de premeditación con la  que nos lo cuentan lo que lo hace todo interesante.
 La  música de jazz que suele acompañar la serie lo emparenta con ese otro  ícono cómico que es Woody Allen, pero Louie se acerca más al free y al  boop que al swing.  El ritmo es entrecortado, como una maquinaria  defectuosa.  Pero milagrosamente, todo está en su lugar en el momento  preciso, y Louie, la serie, es de lo mejor que se puede ver ahora mismo  en antena.  Un consejo: la cosa va cogiendo cuerpo a partir del tercer  episodio; si los dos primeros no te convencen o incluso te parecen  infames, por favor, dale otra oportunidad.  Personalmente creo que  merece la pena.
 Otro consejo: también  hay algunos especiales por ahí de Louis C.K. en su vertiente standup  que merecen mucho la pena, si te quedas con ganas.
 El  malo, pero malo de mediocre, no malo de malvado, es Falling Skies.  Sin  haber visto premiers ni anticipos ni trailers ni nada, sólo sabiendo  que la temática era de resistencia frente a una invasión alien, y que  por ahí rondaba Spielberg (que me temo que a estas alturas es como no  decir nada) le tenía ganas.  Un tanto a su favor: la promoción fue  buena, tanto como para atraer a los que no la habíamos “visto”, tanto  como para ser invisible y por tanto efectiva.  Pero por muy buena que  sea una promoción, si el producto no cumple unas espectativas mínimas,  se diluye en el torrente de teleseries y demás ficciones que nos inundan  en la actualidad.  Nuestro tiempo es limitado, nuestra vida breve, y  tras el super-boom de las teleseries de los últimos años, una vez  asentado el polvo radioactivo, se puede ver con claridad meridiana que  no es oro todo lo que reluce; no sólo eso, sino que la veta es mucho más  pequeña de lo que creíamos.  Sí hay un puñado de series que son obras  maestras, pero la gran mayoría se mueven entre la mediocridad y un  mínimo exigible.  Cada espectador ocupará su tiempo con las que sean más  de su cuerda, con las que se sienta más afín por las circunstancias que  sean, algunas de lo más peregrinas.  No sólo de Shakespeare puede uno  vivir, así como no sólo de The Wire.  Lo asumimos entre el entusiasmo y  la resignación: ocupamos mucho de nuestro tiempo con pasatiempos, con  entretenimiento liviano.  Pero a este, igual que a las “obras maestras”,   les exigimos unos requisitos, les exigimos unos mínimos.  Y Falling  Skies, para mí, a pesar de que la temática me atraiga, no cumple esos  mínimos.
 
  Sufridos los tres primeros episodios, se  ve que la serie es muy básica, muy predecible.  Hay unos personajes que  tienen que ir de un punto A a un punto B, y en ese desplazamiento van a  sufrir una serie de vicisitudes.  Es una serie televisiba en el sentido  peyorativo de la palabra, lo que se podía atribuir en los ochenta y  noventa al 99% de los productos que salían de la pequeña pantalla: es  maniquea, simple y barata.  Le podría seguir dando vueltas y más  vueltas, pero es tan simple como decir que es mala.
 Lo  siento por Noah Wyle, al que le tengo mucho cariño desde Urgencias y,  sobre todo, Donnie Darko.  Me da pena que malgaste su talento (que es  mucho) en un producto tan mediocre.
 Sin más, atentamente: T.