sábado, 14 de agosto de 2010

:mis 90's [3 de 3]

Como ya se ha indicado en entregas anteriores, en buena parte de la década de los 90’s internet era todavía una “cosa” que sólo usaban ingenieros informáticos para sus movidas de ingenieros informáticos. La información todavía nos llegaba a la plebe de forma analógica, impresa en papel o a través de la ondas hertzianas. En este capítulo habría que destacar a la emisora Radio 3, que por aquel entonces estaba en muy buena forma, y ya a título personal, al entrañable programa De 4 a 3, dirigido y presentado por el no menos entrañable y carismático Paco Pérez Bryan, uno de los dj’s mas empáticos que uno pueda echarse a los tímpanos. El programa consistía en un par de horas los sábados y domingos por la tarde en los que el gran Paco Pérez nos ponía al día de la actualidad del pop y rock independiente (con perdón de la expresión). Gracias al bueno de Paco y a su criterio musical (que, salvo pájaras como su inexplicable debilidad por nimiedades como Oasis, compartía y comparto con entusiasmo; aun recuerdo con lágrimas en los ojos aquel especial sobre el Highway 61 Revisited dylaniano, pinchado en vinilo de pe a pa mientras intercalaba sus aventuras para hacerse con una copia en L.P. del, para él y para un servidor, MEJOR DISCO DE LA HISTORIA DEL ROCK. Si señor, amén), conocí a innumerables artistas que, con total seguridad, se me habrían escapado.

Unos que descubrí gracias al Bryan, y que me pegaron con fuerza cual coz equina en el bajo vientre, allá por 96, fueron los Squirrel Nut Zippers, una agrupación talentosa y original, originaria de Chapel Hill, Carolina del Norte. Me impresionó sobremanera su disco Hot, no sólo por la música que contenía (una excitante mezcolanza de estilos de principios del siglo XX que a un servidor, por aquel entonces, además de a gloria vendita le sonaban a marciano), sino también por el envoltorio, un precioso digipack cargadito de detalles. Entiendo a los abuelos cebolletas que loan las virtudes de las ediciones antediluvianas de vinilos, puros paquetes de magia frente a los posavasos o, ya no digamos, las descargas mp3.

Este Hot, aunque en edición CD, también estaba cargado de magia, desde el diseño que imitaba a una caja de petardos, hasta los extras sólo disfrutables en el ordenador. Sí, por una vez, los extras estaban justificados y no sólo valían la pena, sino que valían su peso en oro. Si introducías el CD en tu PC podías disfrutar de actuaciones y videos domésticos del grupo, además de fotos, letras de canciones y algún que otro jueguecito, todo con un diseño inmaculado. Así me enamoré del estilo de vida de estos personajes que parecían vivir a contracorriente, en sus casas en mitad del campo, componiendo, tocando, restaurando instrumentos, coleccionando parafernalia de eras predigitales... me impresionó sobre todo el rollito que se traían "Jimbo" Mathus y Katharine Whalen, matrimonio en la época, con sus marionetas y sus ropas antiguas rescatadas de mercadillos. Yo también quise, por un momento, tocar el banjo y tener una chica que parecía un cruce entre Betty Boop y Billie Holiday.

Lograron un mini-hit con el calipso Hell, canción graciosa y zumbona que quizás no da una idea de por donde tiraban, pero que les sirvió para hacer muchos bolos por late-nights.

Sacaron más discos, antes y después (como el sumamente ecléctico y maravilloso Perennial Favorites), pero ninguno me impactó ni emocionó tanto como aquel Hot. Recientemente se han vuelto a juntar para alguna gira, lo que demuestra que siguen teniendo a su público sediento, y ya se han convertido en un legítimo grupo de culto, un grupo único en sonido y espíritu, aunque algunos los quisieran colocar en el cesto del revival swing (ni de coña).


Ay, los Afghan Whigs. Tremendísimo grupo, damas y caballeros. Siento tener que volver a repetir este término, grunge, pero es inevitable para comprender esta historia. Como casi todos los grupos de los 90’s, los Afghan Whigs se formaron y dieron sus primeros pasos en los 80’s, porque como sabemos, las décadas no son compartimentos estancos. Y como muchos otros grupos, los Whigs comenzaron titubeantes, buscando su propio sonido. Aunque eran de Cincinnati, todo el que tenía el pelo largo y tocaba guitarras eléctricas en la época era metido en el carro del grunge, y supongo que algo se lo acabaron creyendo, porque para su segundo disco, Up In It, ficharon con Sub-Pop, epicentro de todo el tinglado de Seattle. No vendieron una mierda, uno de los motivos que los llevó, a la larga, a rendirse y dejarlo; el otro motivo fueron las disputas internas, ya presentes y latentes desde el primer ensayo, como quien dice. Demasiados gallos en el corral. Aunque la voz cantante, nunca mejor dicho, parecía llevarla el frontman Greg Dulli, ahí había mucho talento y muchas personalidades creativas fuertes.

Pero sigamos: tras el fracaso comercial de Up In It, le sigue la publicación de Congregation (1992), donde ya empiezan a dar muestras de su gran clase, y a introducir elementos soul en su música; y sobre todo el descomunal Gentlemen (1993), ya en la multinacional Elektra. Aunque publicados tras la estela del Nevermind, estos discos no podría estar más alejados del imperante sonido y estética grunge: soul electrificado e intensísimo, interpretado por unos tipos trajeados y peinados con la raya al lado. El Gentlemen fue el primer disco que me compré de estos fenómenos, y les aseguro que en mi corazón y en mi tierna mente de adolescente dejaron una quemadura indeleble, una herida que no ha dejado de supurar desde entonces. Este disco suena como un hierro candente hurgándote en las entrañas. Canciones como Debonair o My Curse son tan hermosas que hacen daño.

El disco no vendió lo esperado, así que los Whigs, desencantados tras ese par de años de trabajo intenso y creatividad desatada, se toman un descanso. El siguiente paso lo dan con Black Love (1996), una especie de disco conceptual sui generis, una suerte de película noir en forma de disco (la primera vocación de Dulli fue el cine, y se nota). Otro disco espléndido, grande, inspirado, que derrama clase desde cada surco (o desde cada bit). Y de nuevo vendió lo justito, lo cual no me extraña: no es esta una música que entre de primeras, demasiado áspera y asimétrica para la radiofórmulas, y siempre alejada de las corrientes dominantes. Siguieron viviendo en la segunda división de ventas y en la primera de la crítica, a pesar de hacer un cameo en la muy taquillera Beautiful Girls, donde se marcaban una versión de Barry White que quitaba el hipo.

En 1998 se agarran los machos, aparcan rencillas, y lo vuelven a intentar con “1965”, otro gran disco, quizás un pelín más comercial, más “pop” (nótense las comillas). Otro fracaso comercial.

No sé que moraleja extraer de esta historia. La verdad es que resulta un poco descorazonador, puesto así en Times New Roman, todo seguido. Moraleja creo que no, pero un punto de optimismo que se me ocurre, aunque suene cursi, es que pinchando discos como Gentlemen y Black Love, lo último en que uno puede pensar es en fracaso. Péguenle unas escuchas y ya me dirán.

Con este tercer capítulo doy por terminada esta serie. Me temo, eso sí, que se me ha quedado corta, así que tendrá algún que otro apéndice. De hecho, tendrá más apéndices que El señor de los anillos. Nos vemos.

3 comentarios:

Jeune Albert dijo...

¡Qué gran programa de 4 a 3!. Todavía me parto de risa acordándome de cuando Paco Pérez Brian leyó la lista de los discos más vendidos en Japón.

Cuántos grupos conocimos gracias a él... el programa especial con la muerte de K.Cobain, y tantos y tantos otros grandes momentos.

toni bascoy dijo...

Y que lo digas,Jeune, qué tardes más buenas gracias al Paco Pérez. No dejes de visitar:
http://de4a3.blogspot.com/
Tienen colgados varios programas, como el de la muerte de Kurt, que me escuché el otro día y me pegué un atracón de nostalgia.
Un abrazo!

Jeune Albert dijo...

increíble link, Toni escuchar estos programas es una gozada.
!Muchas gracias¡