jueves, 18 de septiembre de 2008

:poliomielitis


Un matrimonio de no tan jóvenes y exitosos actores, a punto de entrar en una decadencia física que combaten con militancias medioambientales (ella) y una productora de nombre ridículo (Bianca Lightning, Pretty Duck, Moustache films, etc) (él) con la que reorientar el caudal y desgravar. Sus agentes de prensa para Europa se encargan de difundir la información una vez ya se han ido, como si el hombre del tiempo nos avisase de un huracán al día siguiente de asolar el país. Han estado en una zona premeditadamente imprecisa del noroeste, en una casa rural aislada; fin de semana en familia, con la recua de hijos y guardaespaldas: paseos a caballo, gastronomía de la zona; “son gente normal”, alejarse de los circuitos habituales, etc. Han tenido que coger un vuelo privado desde California hasta Madrid, con escala en New York; un Hammer y cuatro Audis desde Madrid hasta la casa rural; alquilar tres casas rurales para mantener la discreción e instalar a los 18 empleados que transportan con ellos a todas partes; pagas extras, gastos varios, etc. Mi sueldo de dos años para una escapadita de fin de semana.
Dos años después se divorcian. Ella hace una película de ciencia ficción post-Matrix que nace obsoleta, en la que se descubre un implante en la columna vertebral. Ni siquiera hago el esfuerzo de intentar entender el argumento, pero la película tiene cierto éxito (sobre todo como búsqueda de entradas en Google) porque presenta su primer desnudo parcial: el breve plano sub-iluminado aparece desglosado fotograma a fotograma en miles de páginas. La secuencia entera no dura más de 28 segundos, incluyendo el antes y el después para que parezca un clip de video y no una fotografía. En términos objetivos se ve un pecho desinflado desde un lateral, y uno sólo puede preguntarse por qué ahora, por qué desnudarse cuando ya nadie te lo pide.
Él produce sus sagas cada vez menos rompetaquillas. Da la impresión de querer enganchar a una nueva generación de consumidores, pero éstos ya están a otra cosa y él no parece entenderlo. Su primer papel de padre. Implantes capilares que le hacen parecer un replicante, alguien casi humano. Un papel de moralidad difusa en un intento desesperado de volver a obtener el respeto de la crítica. Vive en su rancho de Montana, llamado Bianca en honor a su abuela: una mujer adusta y mormona, que siempre pareció vieja, hasta en una foto en la que apenas tiene tres años y se apoya en el respaldo de una silla donde está su hermano recién nacido, Thomas, que muere de poliomielitis a los 8 años. Quiere hacer una película sobre Jacob Heine, el tipo que descubrió la polio. Transforma este arrebato en un “proyecto largamente acariciado” en todas la entrevistas que concede en los siguientes tres meses. Su productora compra los derechos de la biografía de Heine y su plantel de guionistas se pone con el tratamiento. Por desgracia, no encuentran en la biografía de Rudolf Chelius nada interesante sobre la vida de Heine: años encerrado en un laboratorio, contrastes, pigmentos, bacilos y, por fin, la descripción de la poliomielitis. Ni siquiera la cura. Ahora entendía por qué había conseguido los derechos por sólo 30 mil dólares.

Piensan en introducir una subtrama sentimental; pronto se va esbozando: una madre soltera (¿viuda?), un hijo enfermo de polio, etc. Lo demás es sencillo, sólo rellenar huecos: obsesión por encontrar la cura, amor trágico, muerte del infante, sobreponerse gracias al amor que resulta ser, no la cura para la poliomielitis, pero sí para la obsesión enfermiza de Heine. Todos coinciden en que, a parte de ser una exhumación y violación anal de los restos mortales de Jacob Heine, se trata de una historia objetivamente oscarizable. Una major muestra interés; proponen a tres directores (europeos). Nuestro protagonista se ofrece para interpretar a Heine, algo que nadie dudaba que acabaría ocurriendo, pero se hace oficial y todos respiran aliviados y comienzan a hacer números. Trabajará por el salario mínimo pero obtendrá una porcentaje de los posibles beneficios. Su agente, tras una velada bañada en whisky Highlands y salpimentada con prostitutas de lujo, le propone algo que le viene rondando desde hace semanas: ¿qué tal tu ex como coprotagonista?
Tras descartar la idea (eufemísticamente hablando) en un primer momento, sopesa los pros: morbo = dinero. Vale, el pro. De él sale la siguiente propuesta: uno de nuestros hijos como hijo de la coprotagonista. Hablan con el agente de su ex. Reuniones, negociaciones, castings. De entre los 13 hijos descartan, por obvios motivos, a los 8 de etnias subecuatoriles. Descartan a las 3 niñas y sólo queda elegir entre Dakota Dean y Sunflower Phoenix. Acaban decantándose por el segundo por los problemas de hiperactividad (eufemísticamente hablando) del primero.
El rodaje se realiza en los estudios Kinepolis a las afueras de Toronto, donde se recrean calles de Stuttgart, el laboratorio de Heine, la casa de su amante y un parque de atracciones que usarán en dos conmovedoras escenas: él y ella se enamoran mientras el niño da vueltas en el tiovivo; y la escena del clímax, tras la muerte del crío.
La película supone un relativo fracaso en taquilla (recauda 34 millones en todo el mundo; lejos de los 62 que ha costado). Pero lo peor es que no se la considera para ninguna categoría en los Oscars. Se lamentan de un estreno demasiado alejado de las nominaciones. En cualquier caso, en la mayor parte del mundo, a pesar de los trailers anunciando “sólo en cines”, se saca sólo en DVD.
“De nuestro amor sólo queda esto”, se dice él con un vaso de Highlands mediado: “directamente a DVD”.

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