miércoles, 4 de junio de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [32]

[Continuación] Me arrepiento de no haber comprado algo para leer en la estación; una revista o un periódico, algo a lo que mirar. Así que observo desganado el paisaje y a la gente que pasa tambaleante por el pasillo hacia los baños o a la máquina de chucherías. También miro al chaval de enfrente, y nos cruzamos la mirada un par de veces y no tengo ni idea de que pensará de mí. Cuando nos acercamos a mi estación suena su móvil y contesta: es su madre, por el contexto, que le pregunta cuándo llega. Él le responde que en unos minutos, y ella queda en ir a recogerlo. Se queda sin cobertura en un túnel antes de poder despedirse, y cuelga el teléfono en silencio y no sé por qué, pero me entra una tristeza enorme. Alguna gente comienza a levantarse y a hacer colas frente a las puertas. El chaval y yo esperamos a que el tren se pare antes de levantarnos, aunque me temo que por distintos motivos. En la estación apenas hay gente esperando para subir. Los movimientos migratorios son asimétricos y descompensados. Dejo atrás la estación, con el ruido del motor del tren, la megafonía y el traqueteo de maletas. Mi hermana no estará en casa hasta una hora después, así que me acerco a un bar a comer algo y a hacer tiempo.
Me meto en un bar que conozco de otras veces. Sé que los bocadillos son grandes y baratos, y que siempre hay la suficiente clientela como para pasar desapercibido; odio comer solo, nunca sé a dónde mirar. Cojo un periódico y me siento enfrente de la tele. Pido un bocadillo de lomo con queso y una caña. La camarera (la hija de los dueños), los dueños y varios clientes acodados en la barra no dejan de reírse. Creo que he llegado en mitad de un chiste y me siento como un aguafiestas. Paso las páginas del periódico sin prestar atención, apenas mirando por encima los titulares, que se me olvidan en cuando paso la página. Me tomo un café con leche y pago. Aún siguen los ecos del chiste, las miradas cómplices y las risas ahogadas. Suerte que no tengo el día paranoico, sino me lo empezaría a tomar como algo personal.
Afuera ha comenzado a llover ligeramente. Me gustaría volver al momento de la mañana en que dudé si traer paraguas o no, pero me tengo que conformar con subirme el cuello de la cazadora y caminar pegado a las casas. Mi hermana ya habrá llegado a su casa, así que hacia allí me dirijo. Recuerdo el edificio porque en el bajo hay una inmobiliaria, y el truco mnemotécnico para acordarme de su piso, el 2ºB, es que, visualmente, se parece a un 23, el número de Michael Jordan; con lo cual, en mi mente, mi hermana y Michael Jordan conviven más estrechamente de lo que ninguno de los dos podría imaginar. Mi hermana me abre sin que haga falta que le diga quien soy, y arriba ha dejado la puerta entornada. Golpeo un par de veces, me limpio los zapatos y entro. [Continuará]

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