jueves, 1 de mayo de 2008

:Thomas Midgley Jr.

Este ingeniero de Ohio puede considerarse como el inventor y artífice de dos de los peores avances tecnológicos del siglo XX, por lo que su nombre debería ser reconocido y reverenciado como se merece. En 1921, nuestro protagonista trabajaba para General Motors en Dayton, Ohio. Hombre curioso e inquieto, comenzó a trabajar con un compuesto llamado plomo tetraetílico, que añadido al combustible de los automóviles reducía considerablemente la desagradable vibración de los motores. Aunque ya era bien sabido que el plomo era un potentísimo veneno neurotóxico, resultaba fácil de extraer y muy rentable, con lo que, en 1923, tres importantes empresas estadounidenses (General Motors, Du Pont y Standard Oil) comenzaron a producir plomo tetraetílico en grandes cantidades y a introducirlo en el consumo público. Aunque los empleados de las fábricas comenzaron a manifestar casi de inmediato síntomas de envenenamiento y a morir por docenas, la Ethyl Corporation negó todas las evidencias durante unas rentables décadas. No se sabe con precisión cuantos empleados murieron debido a este envenenamiento, ni cuantos enfermaron de forma irreversible, pues siempre se silenció de cara al público.
Aparte de la gasolina con plomo, el bueno de Midgley tuvo una segunda oportunidad para causar él solito el Apocalipsis a nivel planetario, pues también tiene el dudoso honor de haber inventado los clorofluorocarbonos (CFC), mientras trataba de encontrar un gas no tóxico, estable, no inflamable ni corrosivo. El polivalente invento se comenzó a fabricar en grandes cantidades a principios de la década de los treinta, aplicándose a multitud de útiles (aires acondicionados, pulverizadores...). No fue hasta cinco décadas después que se descubrió el poder destructor de los clorofluorocarbonos sobre la capa de ozono (un kilo de CFC aniquila unos 70.000 kilos de ozono, a parte de que una sola molécula de CFC es unas diez mil veces más eficaz intensificando el efecto invernadero que una de dióxido de carbono. Vamos, una joyita).
Esta historia, por lo menos, tiene un final feliz: el bueno de Thomas no llegó a enterarse del poder destructivo de su segundo invento, pues murió mucho antes. Tras quedarse paralítico por la polio, inventó un artilugio a base de poleas motorizadas para levantarse y girarse en la cama sin ayuda de nadie. En 1944 se quedó enredado en los cordones de la máquina y murió estrangulado. Eso se llama justicia poética.

2 comentarios:

Belén dijo...

Pues valiente cabrón... me has recordado al Oppenheimer, el inventor de la bomba H, bueno, el jefe del proyecto manhattan...

Besicos

toni bascoy dijo...

Hola!
Me alegro de que vengas por aquí de vez en cuando. Algo que se me olvidó poner en el post es que parte de la información sobre este tipo la saqué de Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson, un libro extraordinario que te recomiendo si no lo conoces.
Un saludo!!!