jueves, 29 de mayo de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [31]

19 de noviembre - Hoy he pasado una mala noche. He tardado en conciliar el sueño, pensando en la otra media pastilla. No he dejado de dar vueltas en la cama, arrugando las sábanas, calentando la almohada. Cuando por fin logré dormirme tuve una pesadilla: oigo una voz en la almohada, como si hubiese alguien dentro. Al principio creo que son mis propios pensamientos, pero después concluyo que no, porque no tiene mi voz y sabe cosas que yo no sé. Me despierto sobresaltado, con el corazón palpitándome en la garganta. Ya no logro dormir más en toda la noche.
Me ducho para despejarme, pero el agua templada me atonta todavía más. Mientras me preparo el desayuno tengo el presentimiento de que alguien me va a llamar por teléfono. Voy a por el móvil y lo pongo frente a mí, sobre la mesa. No dejo de mirarlo mientras desayuno, pero no llama nadie.
Intento arrancar el coche, pero a la media hora desisto. Hace un ruido ahogado, sordo, como estertores de muerto. Y efectivamente, parece muerto. Llamo a mi hermana para decirle que no podré ir hoy, pero no contesta. Me tiro en el sofá, tratando de decidir el siguiente paso. O bien me quedo en casa y no hago nada el resto del día, o voy hasta la estación y cojo el tren hasta casa de mi hermana. Me atrae sobremanera la primera opción, pero sé que mañana tampoco me apetecerá ir, así que, en un magnánimo gesto de generosidad, decido sacrificarme por mi yo de mañana. Hago un titánico esfuerzo de voluntad para levantarme del sofá, sintiendo sobre mis hombros el peso de mis pensamientos, que como una maldición anticipan todo el camino hasta la estación, todo el viaje en tren, todo el camino desde la estación hasta casa de mi hermana... y otra vez lo mismo de vuelta. De hecho, si la fuerza de voluntad pudiese medirse mediante una escala objetiva, como la magnitud de los terremotos o la presión atmosférica, hoy probablemente he alcanzado un registro superior al que llegó Edmund Hillary para alcanzar la cima del Everest. Y sin embargo, ni mi nombre ni este día pasarán a los anales de la historia. Una pequeña epopeya como tantas otras.
Las calles son cada vez más tristes cuanto más te acercas a la estación de tren. Son más estrechas, más grises, hay más ropa en los tendales. Ya enfilando la estación me sumerjo en el repiqueteo de maletas con ruedas. No entiendo cómo puede haber siempre viajeros. Compro un billete para el primer tren, para el que aún quedan cuarenta minutos. Me siento en un banco y le echo un vistazo a un periódico gratuito que alguien ha dejado. Sin que anuncien el tren por megafonía la gente comienza a amontonarse al borde de la vía. Sin prisas, con un desinterés consciente, me uno a la multitud. Cuando se para el tren nos dividimos en grupos y corremos hasta las puertas. Nos abrimos como el Mar Rojo para dejar salir a los pasajeros, mirando furtivamente a las demás puertas, cotejando las posibilidades, y por fin entramos en tropel. Yo me demoro y acabo sentándome de espaldas a la marcha, que me parece que es lo que todo el mundo estaba intentando evitar, pero que me parece poca cosa en comparación con el ridículo de las carreras. Enfrente está sentado un muchacho que no debe de tener ni 18 años, que se levanta a por unas gominolas a la máquina de chucherías. Tiene las piernas torcidas y atrofiadas, y camina con un bastón ortopédico, balanceándose de un lado a otro. No deja de sonreír en todo el viaje. No puedo evitar sentir compasión por él, aunque sé que es un paternalismo cínico y vacío; soy feo, cegato y enclenque; estoy en el paro, mi novia me ha dejado y me he enganchado a los tranquilizantes. No soy quien para compadecerme de nadie. [Continuará]


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada día que pasa nuestro héroe me recuerda más a una mezcla de House y Larry David, junto con toques Woody Allenianos, si existe semejante término...como puede enganchar tanto una vida tan completamente anodina? Esto es como el gran hermano, pero sin tontos y sin casi-putas (aunque alguna, seguro que cobra)
Felicidades amigo mio

toni bascoy dijo...

Saludos, amigo:
Lástima que a ese porte y a ese atractivo que usted tiene no se le añada un poco de inteligencia y buen gusto... Pero me alegro de tenerlo como lector habitual, junto con los demás despojos sociales que se pasan por aquí de vez en cuando. Un abrazo y déjese cuidar, ya que no se cuida usted. T.

P.D.: No me pregunte como lo sé, pero sí, algunas cobran.