[Continuación] Le echo un vistazo al book digital de mis primeras sesiones de fotos. A parte de disimularme los moratones con photoshop, me han reducido las patas de gallo y limado el hueso nasal. Puedo considerarlo un anticipo de lo que llegaré a ser en el futuro. La conexión a internet está capada; no se nos permite acceder a nuestro correo electrónico, ni a ningún portal de noticias, ni a ningún foro. En realidad sólo podemos acceder a páginas de porno gratuito. A mi lado un tipo se frota la polla metiéndose la mano en el bolsillo. Apago mi ordenador y le dejo un poco de intimidad. Voy a probar algo: lleno un cubo de agua y lo escondo en el último retrete.
Hay gente que comienza a agobiarse por el aislamiento; yo no: no tengo una vida ahí afuera, así que non tengo nada que echar de menos. Lo comentan cabizbajos, cuchicheando durante la cena. Yo les digo que hemos firmado un contrato, y que el aislamiento aparecía bien claro en el punto 16. Ni siquiera han recurrido al subterfugio de la letra pequeña. Otros me dicen que las comidas son cada vez más escasas, lo que no puedo negar que sea cierto. Tampoco me parece un inconveniente, más bien lo contrario: considero la frugalidad una virtud, pero por desgracia choca frontalmente con mi gula desmedida. Desde que estoy aquí dentro me siento más sano y mis deposiciones tienen un color más hermoso y una mayor consistencia. Además, empiezan a marcárseme un par de abdominales (no, esta vez no son pliegues).
Me parece reconocer a un tipo que rebaña su plato en un extremo de la mesa. Cuando todos se van al cuarto de juegos o a echar unos cigarros al patio me acerco a él. Es un tipo bien entrado en la cincuentena, con la melena canosa recogida en una coleta floja, barba de una semana, mirada perdida y esclerótica amarilla. Le digo que su cara me suena, que si ha salido en algo que yo haya podido ver. Me dice que no cree, que es nuevo en este sector. Viene de la música, y quizás me resulte familiar porque es de la época en que los cantantes salían en las portadas de los discos. Yo no compro discos ni voy a conciertos, le digo. Él tampoco, me dice. Se pone nostálgico y dejo que rememore en voz alta (me gusta conocer al enemigo): ahora ya sólo hay festivales y macro conciertos, se lamenta. Antes tocaba de noche, como colofón, como fin de fiesta, con los juegos de luces resaltando los matices de cada canción y el resto de los músicos sentados reverencialmente entre bambalinas, disfrutando como el resto del público. Ahora le obligan a tocar a primera hora de la tarde, con el sol en lo alto, el sonido defectuoso y un público escaso que salpica la planicie frente al escenario, mientras la mayoría aún se desperezan en sus tiendas de campaña. Han llegado sus años de decadencia comercial, y se ha dado cuenta de que es la única decadencia que existe. Se ha inscrito en este curso para ampliar su campo de posibilidades laborales. En los setenta salió de juerga con Jack Nicholson y le dijo que interpretar era más fácil que mear con cistitis. Todavía conserva algunos contactos de aquella época y cree que no le faltarán ofertas. Estoy seguro de que sí, le digo; si hay algo que se demanda en el mundo audiovisual actual son hippies cincuentones trasnochados con alopecia incipiente, cerebro medio fundido y barriga cervecera. Le lloverán las ofertas. Pobre desgraciado. Salgo afuera a ver como los demás se envenenan mientras el sol se pone al otro lado de las vayas, sobre las colinas del mojave. [Continuará]
Hay gente que comienza a agobiarse por el aislamiento; yo no: no tengo una vida ahí afuera, así que non tengo nada que echar de menos. Lo comentan cabizbajos, cuchicheando durante la cena. Yo les digo que hemos firmado un contrato, y que el aislamiento aparecía bien claro en el punto 16. Ni siquiera han recurrido al subterfugio de la letra pequeña. Otros me dicen que las comidas son cada vez más escasas, lo que no puedo negar que sea cierto. Tampoco me parece un inconveniente, más bien lo contrario: considero la frugalidad una virtud, pero por desgracia choca frontalmente con mi gula desmedida. Desde que estoy aquí dentro me siento más sano y mis deposiciones tienen un color más hermoso y una mayor consistencia. Además, empiezan a marcárseme un par de abdominales (no, esta vez no son pliegues).
Me parece reconocer a un tipo que rebaña su plato en un extremo de la mesa. Cuando todos se van al cuarto de juegos o a echar unos cigarros al patio me acerco a él. Es un tipo bien entrado en la cincuentena, con la melena canosa recogida en una coleta floja, barba de una semana, mirada perdida y esclerótica amarilla. Le digo que su cara me suena, que si ha salido en algo que yo haya podido ver. Me dice que no cree, que es nuevo en este sector. Viene de la música, y quizás me resulte familiar porque es de la época en que los cantantes salían en las portadas de los discos. Yo no compro discos ni voy a conciertos, le digo. Él tampoco, me dice. Se pone nostálgico y dejo que rememore en voz alta (me gusta conocer al enemigo): ahora ya sólo hay festivales y macro conciertos, se lamenta. Antes tocaba de noche, como colofón, como fin de fiesta, con los juegos de luces resaltando los matices de cada canción y el resto de los músicos sentados reverencialmente entre bambalinas, disfrutando como el resto del público. Ahora le obligan a tocar a primera hora de la tarde, con el sol en lo alto, el sonido defectuoso y un público escaso que salpica la planicie frente al escenario, mientras la mayoría aún se desperezan en sus tiendas de campaña. Han llegado sus años de decadencia comercial, y se ha dado cuenta de que es la única decadencia que existe. Se ha inscrito en este curso para ampliar su campo de posibilidades laborales. En los setenta salió de juerga con Jack Nicholson y le dijo que interpretar era más fácil que mear con cistitis. Todavía conserva algunos contactos de aquella época y cree que no le faltarán ofertas. Estoy seguro de que sí, le digo; si hay algo que se demanda en el mundo audiovisual actual son hippies cincuentones trasnochados con alopecia incipiente, cerebro medio fundido y barriga cervecera. Le lloverán las ofertas. Pobre desgraciado. Salgo afuera a ver como los demás se envenenan mientras el sol se pone al otro lado de las vayas, sobre las colinas del mojave. [Continuará]
3 comentarios:
Hola Tony, llegué aquí por recomendación de Cachi y me ha gustado mucho este blog. Tienes madera de escritor, quizás algún día recopiles, encuentres editor y publiques. Ojalá la idea brote y se haga realidad, yo mientras recomendaré a los leyentes que te visiten y se deleiten con tus relatos. Un saludo y no lo dejes, más bien, cultívalo.
Hola, piluca, y bienvenida. Muchas gracias por tus palabras de apoyo; si al final publico, cuenta con un ejemplar dedicado. Y gracias, Cachi, por ayudarme a transmitir La Verdad. Si existe otra vida, serás recompensado por ello. En ésta, como mucho, te invito a una caña la próxima vez que nos veamos. Un abrazo muy fuerte para todos!
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